.
.
El pasado no es mejor que el presente, pero está iluminado por una luz sugestiva y crepuscular que es tan poética como distinta de la cruda y amarga claridad que tiene el presente.
.
Pío Baroja
El año parece que llueve a lágrima viva en sus últimas horas de existencia, como si no quisiera irse, como si le costara aceptar que pronto pasará a formar parte de los recuerdos de todas las personas que han respirado bajo su cabellera tejida de meses. Tal vez quien llore no sea el año, sino el siglo, que no quiere hacerse mayor. Porque cumplir una década es algo demasiado serio que siempre nos deja un puñado de anémonas azules en los ojos.
Pero ya me he cansado de ser espectadora y de mirar la vida con los colores de antaño. Si comparo el mundo de antes con el de ahora, todo parece demasiado gris o demasiado amplio, como un jersey dos tallas más grande; y no sé muy bien si soy aquella niña que se pasaba las tardes dibujando o la adolescente que llenaba sus horas de soledad estudiando y escribiendo versos inútiles. Quizá el secreto esté en mirar las cosas con los ojos de niña, pero también de adolescente, y de nube, y de agua, y de sol. Todos los colores se funden entonces y la realidad no parece tan fría. Incluso puede que realmente no sea fría, aunque el termómetro de fuera indique que no llegamos a los diez grados.
No sé en qué esquina de mi existencia se me ocurrió dejar aquella pequeña chispa de confianza que iluminaba mis ojos y que me hacía sentirme parte de este mundo. Quienes me conozcan sabrán que soy una persona que se va dejando las cosas olvidadas allá donde va, y luego no encuentra las ganas suficientes para buscarlas. Pero he decidido abrir el cristal que he levantado en torno a mí y aventurarme a buscar aquella chispa perdida por estas realidades. Y despertar de una vez por todas, porque solo en un cuento de Perrault es posible dormir cien años y levantarte un día con las mejillas y las ilusiones intactas.
Apenas me he asomado un poco al mundo exterior y ya he descubierto que no es algo ajeno e inmóvil. Y no da tanto miedo como pensaba. Tal vez vivir en él no sea tan difícil. Tal vez merezca la pena. Y tal vez –solo tal vez- sea capaz de reunir el suficiente valor para no volver a encerrarme en mí misma.
No estoy sola. Sé que no estoy sola, por mucho que a veces me satisfaga envolverme en el más profundo de los pesimismos y pensar que lo estoy. Los que están solos, a veces, son mis pensamientos. Pero eso es porque me empeño en encerrarlos y en dejar que se marchiten en un rincón de mis ojos. También sé que no siempre ocurrirá así.
El año parece que llueve a lágrima viva en sus últimas horas de existencia, como si no quisiera irse, como si le costara aceptar que pronto pasará a formar parte de los recuerdos de todas las personas que han respirado bajo su cabellera tejida de meses. Tal vez quien llore no sea el año, sino el siglo, que no quiere hacerse mayor. Porque cumplir una década es algo demasiado serio que siempre nos deja un puñado de anémonas azules en los ojos.
Pero ya me he cansado de ser espectadora y de mirar la vida con los colores de antaño. Si comparo el mundo de antes con el de ahora, todo parece demasiado gris o demasiado amplio, como un jersey dos tallas más grande; y no sé muy bien si soy aquella niña que se pasaba las tardes dibujando o la adolescente que llenaba sus horas de soledad estudiando y escribiendo versos inútiles. Quizá el secreto esté en mirar las cosas con los ojos de niña, pero también de adolescente, y de nube, y de agua, y de sol. Todos los colores se funden entonces y la realidad no parece tan fría. Incluso puede que realmente no sea fría, aunque el termómetro de fuera indique que no llegamos a los diez grados.
No sé en qué esquina de mi existencia se me ocurrió dejar aquella pequeña chispa de confianza que iluminaba mis ojos y que me hacía sentirme parte de este mundo. Quienes me conozcan sabrán que soy una persona que se va dejando las cosas olvidadas allá donde va, y luego no encuentra las ganas suficientes para buscarlas. Pero he decidido abrir el cristal que he levantado en torno a mí y aventurarme a buscar aquella chispa perdida por estas realidades. Y despertar de una vez por todas, porque solo en un cuento de Perrault es posible dormir cien años y levantarte un día con las mejillas y las ilusiones intactas.
Apenas me he asomado un poco al mundo exterior y ya he descubierto que no es algo ajeno e inmóvil. Y no da tanto miedo como pensaba. Tal vez vivir en él no sea tan difícil. Tal vez merezca la pena. Y tal vez –solo tal vez- sea capaz de reunir el suficiente valor para no volver a encerrarme en mí misma.
No estoy sola. Sé que no estoy sola, por mucho que a veces me satisfaga envolverme en el más profundo de los pesimismos y pensar que lo estoy. Los que están solos, a veces, son mis pensamientos. Pero eso es porque me empeño en encerrarlos y en dejar que se marchiten en un rincón de mis ojos. También sé que no siempre ocurrirá así.
A todos aquellos que estáis dedicando unos minutos de vuestras existencias a leer esto, os deseo una feliz salida y entrada de década. Hay un montón de sueños sonámbulos esperando por nosotros más allá de las fronteras del calendario de 2009.