Distinguidos lectores, queridísimas lectoras, querid@s amig@s, etc., etc. y etc.. Últimamente tuve la satisfacción de conocer a un ilustre personaje en esto de la blogocosa gracias a otro ilustre personaje también en esto de la blogomisma. Estos dos personajes a los que me refiero son y por el mismo orden, el
Sr. Mangines, de
Factoria Navarro y el
Sr. Senovilla, de
Pensamientos Senovilla. Y Digo que por el mismo orden ya que a
Mangines lo conocí últimamente merced a la recomendación de
Senovilla a quien tengo por un buen amigo desde hace dos bienios.
Pensó el bueno de
Senovilla que después de leernos a ambos, ambos teníamos muchas cosas en común y por ello nos presentó virtualmente, lo cual yo agradecí también virtualmente invitando a una suculenta mariscada.
Y hasta la
Factoría Navarro me acerqué gracias a que por medio del ratón puedo hacerlo sin tener que dar un paso y una vez allí separé la mano del ratón y me la calenté en la entrepierna, con lo cual huelga decir que me paré y lo estuve leyendo un buen rato.
A primera vista me pareció que
Senovilla había acertado cuando al presentarnos dijo que éramos muy parecidos, no físicamente precisamente porque modestamente yo me veo más guapo, pero en cuanto a lo demás efectivamente tenemos muchas cosas en común, de las que a simple vista yo destacaría
problemas en la vista, pérdida de pelo en el cuero cabelludo, somos del Atleti y que por lo poco que hablamos entre ambos, a ninguno de los dos nos gusta que nos den por culo.
Cuenta mi amigo
Mangines en sus tres últimas entradas de como eran los carnavales en sus tiempos, los cuales y no sé si por azar o por casualidad coincidieron con los míos, sólo que en lugares tan opuestos que entre ellos cogían y siguen cogiendo Madrid, Toledo, Palencia, León y Ourense, pese a que todas ellas siguen creciendo.
Yo también recuerdo querido amigo aquellos carnavales de mi infancia en los que por culpa de las carencias nos disfrazábamos con las ropas de nuestros vecinos, padres o abuelos, o tirábamos de imaginación y nos currábamos un disfraz con cuatro palos y un cartón, con los que lo mismo que hacíamos un barco hacíamos un avión.
Ni se llevaba ni se lleva por estas húmedas tierras eso de cantar chirigotas, murgas y esas cosas para las que se utilizan las bocas, empleándolas aquí y por esas fechas para dar cuenta de suculentas comilonas a base caldos, cocidos, orejas y filloas, todos ellos regados siempre con abundante vino.
A partir de ahí y con el alcohol corriendo por nuestras venas es cuando nos soltamos la melena y montamos la fiesta en la que cada uno, bien por separado o bien en conjunto, canta lo que le sale por la garganta, siendo un clásico en el repertorio el
"e pousa e pousa e pousa, e non me toque naquela cousa... e pousa, e pousa, e siña, e non me toques naquela cousiña".
Entre mis más viejos recuerdos de esas fiestas hay uno que se retorna a mi más tierna infancia, ocurrió mientras estábamos comiendo lo que había ese día, lo cual casi con toda seguridad podría asegurar que era tortilla, cuando un vecino se presentó en casa pidiendo prestados unos calzoncillos de mi abuelo.
Asombrado mi abuelo y descolocado por la petición de tan íntima prenda por parte de un jovenzuelo, le preguntó con un pedacito de comida en el bigote "
para qué carallo lo quería".
"Es que me voy a disfrazar de Gento" - respondió el vecino, aclarando yo a este respecto que
Gento era el mejor extremo del momento.
Ante tal argumento y dada la condición incondicional de Celtista-Madridista de mi abuelo, le prestó el calzoncillo más blanco y nuevo que tenía, el cual yo recuerdo era de una inmaculada blancura tanto por la parte delantera como por la trasera y poniéndoselo en la mano simplemente le dijo "
devuelvemelo lavado".
Ya sabes querido amigo que en nuestros tiempos la escasez hacía que se nos agudizase el ingenio, por ello que los disfraces que creábamos o al menos yo llegue a crear fueron tan dispares y variopintos que fueron desde barrendero con el uniforme reglamentario de mi abuelo, hasta de cubo de basura con los bidones reglamentarios que para ella había disipados por el barrio.
En vista de que por culpa de mi zapatón el disfraz de barrendero no era suficientemente discreto y todo dios me conocía, opté por pasar radicalmente de hacer de "hombre de la basura" a ser un "cubo de basura", aunque para ser exactos y dado que el cubo se mantuvo intacto, el disfraz que adopté fue el de "basura dentro de un cubo de basura", lo cual dicho así parece un disfraz fácil de confeccionar ya que no requería ni careta ni indumentaria, y cierto es que lo es, fácil de fabricar pero muy difícil de soportar.
Vaciado éste de su contenido natural me introduje dentro sin dudar y pese a la peste que apestaba dentro, aguanté como un campeón mientras dos de mis amigos lo agarraban por las asas y así poder ir pidiendo lo que pedíamos por las casas, siendo en aquellos tiempos ni chuches ni caramelos como en estos que corremos (aunque algunos no podemos). Por aquel entonces en por estas tierras te daban una filloa o una oreja para comer, y en el mejor de los casos 1 peseta.
Aquel disfraz fue quizás el mejor de mi amplia invención pese a que tuvo un amplio abanico de efectos secundarios y daños colaterales, de los cuales ahora recuerdo los siguientes como más destacables:
El olor a basura no se fue con una simple ducha, pues hasta un mes más tarde tuve la sensación de andar con una monda de patata incrustada en la garganta. Y aun ahora recordándolo y con más de 40 años transcurridos desde aquel suceso, me viene un olorcillo que de no ser porque en estos momentos conservo intactos mis sentidos, tendría dudas si tuviese que jurar si es aquella peste que me huele inconscientemente, o si es que inconscientemente me he cagado, lo cual pudo asegurar que no tras haberme tocado el culo con la mano.
Dos hostias de mi abuela cuando por llegar a casa a la hora de cenar y con semejante aroma encima.
Otras dos que me zoscó cuando una vecina le recriminó que había sido yo quien había vaciado la basura del susodicho cubo a la puerta de su casa.
Otras dos por ponerle morro después de haber llevado cuatro.
Más cuando mi abuelo llegó a casa me dio un par de collejas que no me hicieron tanto daño como la patada que me dio en el culo por jugar con sus herramientas de trabajo.
Esos fueron los últimos carnavales que me disfracé siendo niño. Resignado a que el zapatón me delatase y dado a los daños colaterales que mi primer invento carnavalero habían ocasionado en mi orificio olfativo, en mi cara y en mi culo, opté por pasar de esas fiestas y que les diesen por donde rima.
Más adelante y ya siendo mozo recobré mi espíritu carnavalero en parte merced al
JB, que me desinhibía de todo y me hacía pasar de lo mismo... Pese a ello jamás pasé desapercibido ocurriéndome más de una vez que tras una noche borracho-carnavalera, al día siguiente y cuando sereno y de paisano acudía a algún bar, pub u otro tipo de abrevadero, que nada más poner un pie dentro me dieron la vuelta poniéndome los dos fuera.
De la última que recuerdo van allá 25 ó 26 años, cuando un grupo de una docena de amigos decidimos
fabricar un "autobús" con palos y cartones, siendo las ruedas nuestras propias piernas igual que las de los coches de los Picapiedra.
El autobús quedó de lujo, más el problema surgió cuando todos nos metemos dentro y lo ponemos en marcha. Diez metros de trayecto y surge el primer inconveniente ocasionado por el caminar del menda, que pese a su gran esfuerzo por mantener la velocidad constante y que constantemente mantenían las demás piernas, quien le venía por detrás se le acercó de tal manera que podría pensar cualquiera que lo hacía con otra pretensión, poniéndo yo la mano en el fuego por ello, de que no se me acercaba con mala intención pues se de buena tinta que ni es ni era maricón.
El caso es que tanto se acercó que ambas piernas de ambos los dos tropezaron y como el "efecto dominó",
a quien no tiró él tiré yo, obligando a que transcurridos apenas 20 metros de su salida del garaje el autobús tuviese que regresar al mismo para una reparación de cartón y cinta aislante.
Antes de salir de nuevo a la carretera se decidió por consenso que dado a mi impedimento fuese yo quien conduciese y marcase la velocidad. Así que conmigo al "volante" salimos del garaje a la velocidad que el menda marcaba, la cual debió parecer poca a la tracción trasera que aceleró la velocidad y ésta se fue transmitiendo poco a poco, pierna a pierna en un efecto contagioso, hasta que al llegar a mí se volvió a repetir lo del "efecto dominó", asumiendo mi cuerpo el peso de los demás, carrocería incluida.
De nuevo el autobús al garaje para reparación de cartón y cinta aislante.
Lo que sí hay que destacar es que a la segunda salida habíamos superado el trayecto de la primera en unos 10 metros más o menos.
Reparado el autobús por segunda vez consecutiva y antes de ponerlo en carretera por tercera, de nuevo y por consenso se me cambió de ubicación pasando de conductor de primera a ser "el último de la fila", mucho antes de que este reconocido grupo sacase su primer disco a la calle.
Y a la calle salimos por tercera vez consecutiva, a la que por segunda vez consecutiva diré que conmigo como "el último de la fila". El camino de regreso al garaje con el autobús hecho trizas por tercera vez consecutiva fue muy corto ya que mis piernas no alcanzaban ni de coña la velocidad de los demás, así que a la media docena de pasos se repitió el "efecto dominó" aunque esta vez con resultado contrario ya que en esta ocasión fue el menda quien cayó sobre los demás.
Esa vez los destrozos no sólo afectaron a cartón y cinta aislante, pues parte del chasis de madera se destrozó por completo por lo que hubo que hacerle una reparación a fondo al autobús.
El caso es que entre clavar un palo, pegar un cartón, y colocar una cinta por aquí y otra por allí, fuimos vaciando poco a poco y sin darnos cuenta el depósito de combustible, el cual era
un barril pequeño de vino.
Reparado el autobús y acabado el vino, cuando intentamos sacar el bus a la calle nos surge el inconveniente de que quien más quien menos, de pararnos tráfico conduciendo el autobús nos hubiese metido directamente en el talego. Tal era la cogorza que ninguno era capaz de llevar el autocar recto, repitiéndose la caída con "efecto dominó" cada doce o quince metros.
Al final y por mi experiencia tanto temas vinotequeros como en el movimiento con balanceo, sin consenso y por mis huevos, tomé el volante del autobús andante, el cual presentaba ya abolladuras varias y desprendimiento de partes del chasis que iban arrastrando.
Y aquella noche, el último carnaval que recuerdo haberme disfrazado, pese al balanceo natural al cual debería sumar el que me ocasionó el vino, los yintonis y otras mezclas, sin utilizar el TONTON o GPS por no haber sido inventados,
YO, el cojo, el culpable de que por tres veces el autobús tuviese que volver al garaje y al que a punto estuve de enviar al desguace, borracho como una cuba fui capaz de conducir toda la noche, llevarlos a todos de juerga y luego para sus casas uno por uno es uno, a cada uno para la suya... ¿y sabes qué?, pese ser un autobús y no tener yo el carné para conducir ese tipo de vehículos, al día siguiente y cuando salí a la calle
me quedé asombrado de lo bien que lo había aparcado.
Con el tiempo y por estos lares los carnavales se fueron modernizando, pasando de ser una fiesta cualquiera y que apenas se celebraba, hasta el punto de que hoy el propio Ayuntamiento organiza el desfile de disfraces, carrozas y comparsas, en los que para añadir "
salsa carnavalera" suelen desfilar para regocijo de viejos verdes, o simplemente verdes,
genuinas y auténticas garotas que bailan casi en pelotas.
Esas piernas estilizadas y largas, esos culos respingones, estos tangas que por detrás ocultan las nalgas, esas tetas expuestas al completo con la excepción del pezón, ese movimiento de cadera, (quién pudiera)...
(
Vade retro Satanás y aleja de mi cabeza esos recuerdos que ahora al rememorar vienen a mi mente y me están poniendo caliente...)
Bueno amigo, dado que la nostalgia de estos tiempos están alterando alguna parte de mi cuerpo en estos momentos, mejor doy por finalizada la carta y en una próxima interconexíón si quieres, hablamos de la Cuaresma que viene tras estas fiestas, en las que en mi casa y por tradición cristiana se cumplía a rajataba prohibiéndome acercarme a la chicha los viernes hasta pasada la Semana Santa.
Católica condición que mi familia política también cumplía con devoción, echo por el cual ni siendo novios, ni siendo matrimonio, los
Viernes de Cuaresma mi santa no dejaba ni que le rozase una teta.
Y aquí me despido amigo diciéndote hasta ahora, pues con esto de la tecnología, el
feisbuk, el tuiter y demás y que todavía no controlo del todo, estoy casi seguro que me si me voy a mear ya te tengo a ti detrás. (¡Ehhh!... cuidado con esas miradas sucias que no van por ahí los tiros).
Si digo que lo tengo detrás es porque en cualquier momento podemos interconectarnos sin darnos cuenta, o al menos yo, que ando escribiendo en el feisbuk y aún no sé si es en el mío donde escribo, si es en el tuyo, si es en el de otro, o si es en el de otra, siendo muy peligroso esto último ya que
estando casado no se que pensará mi señora que me escriba con otras estando en pelotas.