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sábado, 1 de febrero de 2025

¡Pero que no vuelva en un All Stars!

 


sábado, 21 de diciembre de 2024

Batallas perdidas

Por Daniel Link para Perfil

Rafael Spregelburd, que supo colaborar durante años con esta página, escribió una obra teatral fascinante hace un tiempo. Se llamaba Spam e introducía una hipótesis en la que se podía triunfar ante un dispositivo enajenante: el correo no deseado.

En mi caso personal, debo considerarme totalmente derrotado en esa contienda. La primera hora de mis mañanas se me va en borrar los correos basura que se han acumulado durante la noche. Pero ahora ya ni siquiera eso funciona.

Hay dos clases de spam. Cuando se visita una página quedamos suscriptas, deliberadamente o no, a notificaciones periódicas. En mi caso son páginas de ofertas de viajes, noticias, editoriales, sitios de arte. Pero siempre se cuelan correos de ofertas desencaminadas (gimnasios en Los Ángeles, dildos en Holanda) que más temprano que tarde denunciaré como correo no deseado. Al hacerlo, el programa de correo me ofrecerá dos opciones: “denunciar como spam” o “cancelar la suscripción”. Como aunque cancele la suscripción los correos seguirán llegando, directamente denuncio como spam al atrevido remitente.

Al hacerlo, contribuyo al extractivismo digital (suministro información gratis a la gran corporación que administra el sitio de mi correo). Lo que sucederá es que el remitente, llegado el momento, deberá pagar a la corporación para que me envíe los correos no deseados que yo he bloqueado, ahora como “correos patrocinados”. Esa clase de spam es la más insidiosa porque uno no puede evitarla (no hay botón de escape). Ya no denuncio más el spam para no sumarme a una cadena de acumulación insensata de la cual estoy excluido.

 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Los recortes del día

 

¿Cuál es la ventaja de extender la adolescencia hasta los 19 años?  ¿Y cómo se lleva esto con los proyectos de baja de la edad de imputabilidad?

viernes, 6 de diciembre de 2024

Los recortes del día

 Eco y Narciso

 

Hoy en Perfil:

 


El 6 de diciembre pasado en Perfil








sábado, 5 de octubre de 2024

Los secretos del abanico

Por Daniel Link para Perfil

En viaje laboral, me reservo una tarde para ir a uno de mis lugares predilectos de Valencia, la casa de Abanicos Carbonell (fundada en 1810), atendida hoy por Guillermo y Paula Carbonell, cuarta y quinta generación de una familia dedicada a la fabricación de abanicos artesanales. Guillermo es bisnieto del fundador (Arturo Carbonell Rubio) y cuenta: “A mi padre le sucedí yo iniciándome en este artesano trabajo hace mas de 40 años y aprendiendo todos sus secretos”.

Uso los abanicos Carbonell desde hace más de diez años y vuelvo siempre porque mientras yo pueda volver a esta tienda sé que el mundo tiene un centro y un sentido.

Esta vez, después de una tarde plagada de desencuentros, les llevé un abanico con una varilla despegada para que le hicieran el service. Guillermo estaba de mal humor y al principio dijo que no, que la chica se había ido, que volviera otro día, pero después salió Paula, con cola y pincel en la mano y me dijo que ella lo arreglaba.

Ya con el abanico en la mano, comenzó a negar con la cabeza y desplegó ante mí uno de los secretos del abanico. “No es sólo una varilla... Mire aquí, está viciado”….

Pegó la varilla y otra más que ella había descubierto despegada, pero le parecía que ese service no iba a durar porque el abanico “busca el vicio”.

La acompañaba una mujer más joven (¿su hija, la tataranieta del fundador? ¿o una empleada?) que se reía junto con nosotras. Luego entendimos que el vicio adviene cuando el abanico no se abre y cierra por sus pliegues sino por donde se le da la gana: ahí empiezan los problemas, que ya no terminan más.

Por supuesto, compré uno para reemplazar el viciado y les conté que el último que había comprado fue para mi hija, “uno blanco” dije. “De novia”, dijo Paula. Sí, le dije yo. Y le dije más: ya se divorció. 

 

Pues yo llevo ya para 46 años. Son las nuevas generaciones, dijo Paula, que no aguantan nada, y señaló a la que supongo era su hija, otra señora, como si fuera el vivo ejemplo de la disolución del contrato matrimonial (y, por lo tanto, de quién sabe qué vicios).

“Yo aguanté 25 años, que es bastante”, dijo ella muerta de risa. Razón le dimos, desde ya, sobre todo porque el “aguanté” indicaba antipatriarcado silvestre.

Me volví con dos abanicos, uno nuevo y lleno de ilusiones y otro ya muy ahíto de vicios. Paula había insistido en que comprara uno del mismo color del que había llevado, azul, pero yo preferí llevar uno negro porque allí donde hay esperanzas y vicios, es seguro que más tarde o más temprano habrá duelos.


sábado, 31 de agosto de 2024

Microdosis de Bolaño

 por Daniel Gigena para La Nación

“¿A quién le pertenecerá Bolaño, quién se sentirá interpelado por su literatura? ¿A la casta de escritores-estratega? ¿A los cultores del realismo latinoamericano? ¿A aquellos para quienes el lenguaje es solo un vehículo para transmitir ideas de mediano impacto?”, se pregunta en su microdosis crítica el escritor y académico Daniel Link.



 


sábado, 17 de agosto de 2024

La transfiguración

Por Daniel Link para Perfil

Los juegos olímpicos han terminado y, con ellos, un tiempo especial y una relación con lo trascendental.

Los monoteísmos con los que tenemos que convivir son más bien tacaños a la hora de distribuir divinidad. Las personas divinas son muy pocas (e incluso más de las que el monoteísmo necesita). A ellas se suman la Virgen ascendente y, después de complejos procesos judiciales, los católicos canonizados que alcanzan el umbral de santidad.

En la Grecia clásica, en cambio, la apoteosis (la transformación de la naturaleza humana en divina) era un fenómeno mucho más corriente y los juegos son un buen índice de ello.

Durante dos semanas contemplamos extasiados a esos diosecillos de las pistas, los aparatos, las carreras, los clavados, en suma: del aire, el agua y la tierra. Más allá de sus habilidades sobrenaturales nos maravillaba su belleza, que era, por supuesto, la que les había prestado la transfiguración: casi desnudos, siguiendo las convenciones sociales, estaban, sin embargo, vestidos de gracia.

Terminados los juegos aparecieron ante nosotros despojados de gracia: eran ahora el albañil, el abogado, la pediatra, el vendedor ambulante, la partera, los vendedores de contenidos a través de Onlyfans (como esas clases son culturales, dependen de todos los prejuicios). Habían vuelto a ser cualquiera, qualunques como nosotras, que los adoramos en su divinidad transitoria.

Para eso también sirven los juegos olímpicos: para situar como acontecimiento histórico el terrorismo monoteísta y para poder descansar de él durante un par de semanas durante las cuales, ¡lo vimos!, cualquiera puede ser un dios.





sábado, 13 de julio de 2024

Los tres chanchitos

Por Daniel Link para Perfil

El aire se arremolinaba alrededor de su propia psicosis, aullaba entre las ramas de los pinos o quebraba los restos secos de las copas de los árboles caducos.

El viento había llegado de improviso, empujado por las corrientes polkares. Soplaba con antipática persistencia y su ulular ponía nerviosos a los animales y nos erizaba la piel. Las ventanas que daban al sur eran, paradójicamente, las más vulnerables y hubo que bajar las persianas para que el calor del hogar no fuera arrastrado hacia el río.

Las pocas bellotas que quedaban en el roble alarmaban el techo de chapa. Todo crujía en el bosque lindero y los animales expresaban su terror queriendo meterse en la casa, debajo de las camas, en nuestros brazos.

Salimos, en cambio, a asegurar los toldos y nos costaba incluso caminar a la intemperie. El aire estaba sucio, cargado de amenazas y de hojas y semillas venidas de quién sabe dónde (tal vez en primavera un nuevo retoño de árbol o de planta revelara la intriga).

Más arriba, en la atmósfera, capas sucesivas de nubes iban y venían indecisas. Las más bajas, todavía blancas como corderos, apenas si conservaban alguna forma reconocible antes de disolverse y recombinarse en otra figura. Más arriba, unas pinceladas negras se volvían cada vez más densas y se comían la escasa luz solar que todavía llegaba al suelo. Era como una noche trasnochada que había salido de gira y que no podía ya volver a su casa, muy entrado el día.

La excitación eléctrica del aire se nos pegaba al cuerpo y las perras olfateaban estirando el cuello hacia arriba, como queriendo identificar a la bestia que se abalanzaba sobre nosotras resoplando un aliento helado en nuestros cuerpos.

Entramos a la casa, donde los aullidos y silbidos del aire se multiplicaban al entrar por las rendijas. La velocidad disminuida del viento empezaba a depositar una fina capa de tierra sobre todas las superficies de la casa.

Algún huaco que había quedado afuera de los toldos se rompió con gran ruido de fracaso, arrastrado por un aire vengativo, imperdonable.

Si lloviera, pensamos, el aire se calmaría un poco y, con las plumas mojadas le costaría recuperar la loca velocidad que ahora había alcanzado.

En la ciudad auguraban una nevisca, o más bien la deseaban. La nieve se veía como una promesa de alegría colectiva, que desde hacía años se nos escapaba. Pero sabíamos que con un aire tan seco y concentrado en su propia carrera vertiginosa no iba a llover, no iba a nevar, y lo único que nos quedaba era encerrarnos a esperar que pasara lo peor.


sábado, 4 de mayo de 2024

La realidad imita al arte

por Daniel Link para Perfil

Cuando Puan apareció en Amazon Prime ya no tenía sentido resistirme a la película y decidí mirarla. No es una gran película, pero no es mala y tiene un costado para mí muy conmovedor: quiere “discutir ideas”.

En cuanto me di cuenta de que las ideas que Puan estaba proponiendo discutir eran exactamente las mismas que yo estoy proponiendo en mi curso actual ¡en Puan!, entré en un estado rarísmo, al mismo tiempo de pánico y de éxtasis.

Hay una titularidad vacante por fallecimiento y se la disputan dos aspirantes: uno que sigue al pie de la letra la teoría del Estado (hobbesiana) de aquel con quien ha trabajado treinta años o cosa así y otro, recién llegado (y muy pelotudo, cosa que quedará expuesta hacia el final), que abraza más bien la causa spinoziana.

Esa oposición entre Hobbes y Spinoza es el presupuesto del libro Gramática de la multitud de Paolo Virno, con el que yo comencé mi curso de este año y todas las actividades previas.

Lo que plantea Virno es que Hobbes postula una idea de “pueblo” solidaria con el Estado, sin la cual el Estado no puede “pastorear”. Spinoza habría optado, más bien, por la “multitud”, noción destituyente que, en aquel momento, perdió el debate y sólo pudo renacer a finales del Siglo XX de la mano de Toni Negri y otros autonomistas italianos.

Puan, la película de escrita y dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat, tiene un final que es para mí, su mayor defecto (es como un Deus ex machina, nada en la trama permite preverlo). Sorprende, sin embargo, su potencia anticipatoria: la Universidad cerrada y en cesación de pagos.

Nosotras empezamos a focalizar nuestra atención en las “ideas de pueblo” hacia mediados de 2022, pero todo fue más o menos “interno” hasta que nos otorgaron subsidios para sendos proyectos de investigación a comienzos de 2023.

Ignoro cuánto tiempo lleva producir una película como Puan (extraordinariamente actuada, salvo por Leonardo Sbaraglia), pero a juzgar por la cantidad de sellos que se leen al principio, deben haber demorado bastante en conseguir la plata. Estábamos pensando, como Benjamín y María, en una salida. El tiempo dirá si hay posibilidad de acuerdo entre nuestras perspectivas, pero, hay que decirlo: yo te saludo, Puan.


sábado, 27 de abril de 2024

Un recuerdo infantil

por Daniel Link para Perfil

Circunstancias familiares que no vale la pena mencionar me permitieron recuperar un sueño infantil que estalló en mil pedazos contra la realidad, ese sello de clausura sobre todas las puertas del deseo (juro que este verso me lo acuerdo de memoria desde mi primera juventud).

Mis padres leían bastante, pero mucha porquería. Alguna se me pegó. Por ejemplo: mi papá era fan de Isidoro Cañones, historieta de la que guardo una buena colección, que quise donar sin éxito al fondo AHIRA antes de que las polillas terminen de devorarla.

Siendo niño, yo tenía muchas ideas de felicidad (todas ellas irrealizables, lo que me permitía sufrir y entregarme a la lectura, mi única felicidad al alcance de la mano). Una de ellas era decirme isidorianamente “me voy a Mar del Plata” y hacerlo, sin ningún plan previo, ninguna advertencia a nadie, sin siquiera pasar por casa a buscar ropa.

Sin embargo, nunca jamás fui a Mar del Plata (ni de ese modo ni de ningún otro) hasta muy entrado en mi madurez, cuando cubrí el Festival de cine de Mar del Plata como periodista. Me gustó la ciudad, claro. Qué digo “me gustó”. Me enamoré de Mar del Plata. La bajada del Torreón es una de las primeras cosas que recorro a velocidad moderada cada vez que llego, hasta que la Biarritz argentina se me aparece en todo su esplendor y la paz me inunda. Me gustan la escala de la ciudad, su costa, los acantilados.

La casualidad quiso que hace unos años cayera en manos de mi familia política la administración de un departamento céntrico con una sucesión complicadísima.

Nos dedicamos a arreglarlo y a prepararlo para vivirlo. En lo que era el cuarto de servicio me instalé un escritorio y un silloncito que puede ser cama de huéspedes. En el balcón a la calle (una de las más feas de La Feliz) puse macetas con suculentas y cactus, para no preocuparme por el riego.

Creo que en febrero estuvo listo y desde entonces no había vuelto. Pero el jueves me dije: “me voy a Mar del Plata”. Avisé que me iba y, sin más trámite (allá tenía todo lo que podía llegar a necesitar, incluida una computadora vieja), subí a la autopista, sintiéndome hasta superior a Isidoro Cañones, que no contó con esa ventaja. El portero del edificio iba a prender las estufas y el termotanque.

Pensaba, mientras pasaba mis canciones, en cómo la cultura industrial nos ha moldeado tanto como la cultura escolar, porque la felicidad pueril había sido una posibilidad de vida hace cincuenta años.

Pero todo era falso. La pasé de maravillas, pero tuve que enfrentar un problema que Isidoro nunca conoció: el dinero en efectivo. Mar del Plata vive del cash y yo no había llevado suficiente, así que tuve que hacer bancos, etc.

Lo peor fue la vuelta. Mientras yo manejaba a velocidad crucero, para optimizar el consumo de combustible y evitar multas por exceso de velocidad, vi que me pasaban a toda máquina autos completamente al margen de las preocupaciones económicas.

Esos eran los verdaderos Isidoros, los tarambanas sin vacilaciones y no yo, que había pretendido cumplir las “locuras de Isidoro” que, en el fondo, eran una pelotudez. Volví realista, endurecido.


miércoles, 24 de abril de 2024

Leer, ella dice....

 


sábado, 20 de abril de 2024

Jalea real

Por Daniel Link para Perfil

Circula un extraordinario video que Martín Kohan realizó para UNA a propósito de los ataques que el sistema educativo viene recibiendo por parte del Poder Ejecutivo.

Martín se refiere a la aporía de considerar a la educación argentina actual bajo el signo del “adoctrinamiento”. Para que eso suceda, deberían existir figuras que no conocemos: un profesor de poder absoluto y un alumnado totalmente inerte que acepta a pie juntillas lo que se le dice. Ambas realidades son quimeras, por supuesto.

Yo agregaría una tercera objeción (a lo mejor estaba en el video completo de Martín, que está muy editado) a las sedicentes víctimas del “adoctrinamiento”. ¿Qué es una doctrina? Si acaso hablamos de teorías (que tienen hipótesis y conclusiones, que arriesgan tesis que aspiran a ser discutidas), sometemos a esas mismas teorías a una mirada crítica. En modo alguno adherimos a alguna “doctrina” ni esperamos que nuestras alumnas lo hagan.

“Doctrina” es un conjunto de proposiciones enseñadas como verdaderas (y por lo tanto inobjetables). Nosotras estimulamos la duda y la desconfianza. De hecho, mi mejor estímulo para la lectura es decir en la primera clase: “Yo puedo estar diciendo cualquier cosa sobre los textos. Por eso es imprescindible que ustedes lean previamente. Para que puedan controlar si lo que digo tiene algún asidero o es un invento para hacerlos fracasar en los parciales”.

¿En qué sentido puede ser dogmático Kafka, que quería que quemaran toda su obra? ¿En qué sentido lo sería Roland Barthes, que siempre se mantuvo alerta y distante contra la doxa (la opinión común) y contra la arrogancia de los discursos de victoria?

No transmitimos dogmas ni doctrinas, sobre todo porque sometemos la palabra y el discurso a su propia historicidad. Son los momentos históricos los que constituyen el contexto de enunciación de las teorías, proposiciones, hipótesis, mandatos, reparos, interrogaciones y condenas.

La semana pasada relacioné la gubernamentabilidad liberal con su irremediable destino: la revuelta. Por supuesto, no es una opinión mía ni tampoco una doctrina, sino que está fundada en el trabajo de archivo realizado por Foucault, en particular a partir de los textos de un fisiócrata francés llamado Abeille (1719-1807).

Un adoctrinador o lavador de cerebro es el que impone una idea sin considerar sus condiciones de de enunciabilidad o evaluar sus consecuencias. Una ley antidoctrinamiento, por ejemplo, es ella misma, doctrinaria. ¿Es que no ve la abejita que sostiene su reinado en dogmas espesos?

 

miércoles, 17 de abril de 2024

La historia se repite dos veces

 

¿Es consciente el Sr. Milei de que está copiando esto?:


sábado, 16 de marzo de 2024

La nave de los locos

Por Daniel Link para Perfil

Hedwig invita a sus amigas a tomar el té. Conversan sobre una judía rica a la que, en otros tiempos, su propia madre servía. Rudolf participa de una gran celebración ante un nuevo logro en el procesamiento de judíos. Cuando su mujer, Hedwig, le pregunta si disfrutó de la fiesta, contesta que se distrajo pensando desde un balcón cómo gasearía a la concurrencia, reunida en un palacio de techos altísimos.

La casa de Hedwig es un bello vergel: se suceden los canteros con flores, la huerta, los árboles frutales. Hay una piscina donde los tres hijos de la familia se divierten con sus amigos.

En el fondo, siempre visible, una pared de cemento separa la propiedad del campo de concentración de Auschwitz, donde Rudolf oficia de comandante. Durante las comidas, mientras los niños juegan, cuando hay una reunión de oficiales para mejorar el procedimiento de incineración, siempre se escuchan los gritos, los disparos, los llantos de bebés, los trenes. De noche, los hornos crematorios tiñen de rojo el cielo.

Molesta con una de sus criadas, Hedwig le dice que su marido podría cremarla en cinco minutos.

Cuando le ordenan a Rudolf que se traslade a Oranienburg, Hedwig decide quedarse con sus hijos y su perro en la casa, que tanto representa para ella, sus amigas y su familia.

Se insinúa que tiene aventuras con algunos de los trabajadores judíos del campo, se muestra que Rudolf tiene sexo con mujeres judías prisioneras.

Vi la película por recomendación de Albertina Carri, quien agregó, por si su criterio no fuera suficiente, que era candidata al Oscar. Ganó como mejor película extranjera. The Zone of Interest fue realizada por Jonathan Glazer a partir de la novela homónima de Martin Amis, muy libremente adaptada. De hecho, Glazer investigó durante dos años en los archivos de Auschwitz, repuso los nombres originales de los protagonistas, ajustó los detalles a los testimonios.

Más allá de su enorme valor cinematográfico, The Zone of Interest nos obliga a pensar en esa catástrofe que domina el Siglo XX, nos sumerge una vez más en una pesadilla que nos constituye y que determina la forma de humanidad que desempeñamos.

El espanto de la película de Glazer nos interpela directamente. Esa ficción de normalidad (que nosotros supimos llamar “nueva normalidad” durante el gran experimento de control social) sucede en un contexto de locura intolerable. Pero, ¿quiénes son los locos? ¿Los que ejecutan las acciones dementes de las que son un índice la banda sonora, justamente premiada en Los Ángeles, o los que siguen sus vidas como si nada sucediera?

Rudolf lleva a sus hijos a nadar al río, del que tienen que salir intempestivamente: está lleno de cenizas y de restos oseos. Nadie (salvo tal vez la madre de Hedwig, que huye de la casa) se atreve a decir las palabras que correrían el velo de complacencia: “son la ultraderecha”, “es un proyecto criminal”.

Hoy, entre nosotros, esas palabras tampoco se dicen en la prensa argentina, que escucha acobardada los ruidos detrás del paredón y sólo se preocupa por la “gobernabilidad”.

 


sábado, 27 de enero de 2024

Barthes y la burguesía

por Daniel Link para Perfil

Roland Barthes echaba, literalmente, humo: Me refiero al altísimo estante de mi biblioteca, donde están ordenados sus libros (muy cerca de Brecht, por razones obvias). Al costado de ese estante hay una de esas cajas de electricidad donde se cruzan todos los cables. En ese nudo se produjo un calentamiento que pronto devino en chispas y derretimientos que, fotografiados, parecían fantasmas de fetos (no sé si esa figura cae dentro del progresismo o no).

Hubo que llamar a un electricista. El dictamen fue severísimo. La línea montante de la electricidad que pasaba por esa caja debía cambiarse, desde el sótano hasta el cuarto piso que habitamos. Sea. Vino un electricista que descubrió que no se sabía bien por dónde subía esa línea, porque en el lugar previsto había una puerta que había obligado al desvío, figura que Barthes analizó con fruición.

Para encontrar el recorrido, se encaprichó con picar las paredes, levantar el piso de madera y picar también la base de cemento. Yo atiné a proponer que, en lugar de semejante capricho demolitivo, ¿por qué no probaban ver si pasaba por el tercer piso? Dijo que no, no, no. Y siguió rompiendo (mi estudio, las pelotas, las paredes).

Decidimos prescindir de sus servicios, en favor de dos electricistas de una imaginación poderosa. Dijeron que, efectivamente, la línea pasaba por el departamento de abajo. No es frecuente que así sea.

Ebrio de alegría, les expliqué lo que él no necesitaba saber pero yo sí necesitaba decir. El edificio donde vivo era propiedad de una familia de la alta burguesía de provincias, que lo usaba en sus viajes a Buenos Aires, lo que explica la morfología de cada unidad: son departamentos de un dormitorio, con dependencias de servicio, y arriba hay dos departamentos agregados con una proliferación disparatada de placares donde se guardaba la ropa blanca de todas las unidades y donde vivía el personal doméstico permanente.

Las señoras viajaban con sus damas de compañía. Los señores con sus mayordomos. Del resto se encargaban los locales.

Termino mi recorrido histórico con este veredicto: “es un estilo de vida para nosotras inconcebible”. Me han escuchado con una paciencia que sólo se ve recompensada cuando introduzco un pormenor específico: por eso, el edificio es prácticamente una unidad de vivienda única y las líneas montantes de electricidad suben todas juntas.

Ellos, con su poderosa intuición, habían llegado a la misma conclusión que yo, que sostengo una fascinación barthesiana por la historia de la burguesía.

sábado, 20 de enero de 2024

Amores desiguales

Por Daniel Link para Perfil

Cada vez que llegamos a la casa, la misma historia. Rita, la perra negra gime, jadea, gaña, aúlla, gruñe, refunfuña. Se me abalanza cuando abro el portón y me abraza. Entiendo lo que dice: “¿por qué me dejaste? No puedo estar sin vos. He sufrido mucho. No vuelvas a irte. ¡Por fin volviste! Estaba desesperada. No he parado de extrañarte”. Tanto da si salí hace una hora para ir al supermercado o si hace un mes que no la veo. Lola, la perra rubia, en cambio, sólo le ladra a la otra con disgusto, censurando su actitud: “No te rebajes así”. Superado ese trance irritante, cuando bajo del auto Lola me está esperando con un palo, una ramita, o un manojo de hojas en la boca. “Estoy muy contenta de que hayas vuelto, acá te preparé este obsequio”.

Rita está siempre al borde del colapso nervioso, porque la abandonan, la castigan, la quieren poco, en fin: una intensa. Lola disfruta más de la vida, quiere a todo el mundo por igual y no de forma tan reconcentrada. Es capaz de sobrevivir sin mi, pero manifiesta su cariño con presentes (intenta hacerme creer que lo del regalo no fue una ocurrencia del momento sino que estuvo preparándolo durante mi ausencia).

Me conmueve que se hayan criado juntas y sin embargo sean tan diferentes. Hay cosas de raza que influyen, claro: Rita es más ovejera y por lo tanto cuida los perímetros. Una vez que entró alguien al jardín, se desentiende. Lola es más doberman y no deja de amedrentar a los “intrusos”, aunque sean invitados de siempre. Pero en cuanto a la manifestación del amor y la dependencia no he encontrado manual de psicología perruna que lo explique.

 

sábado, 13 de enero de 2024

Bajo el volcán

Por Daniel Link para Perfil

En un país dominado por una psicosis estimulada por un grado de narcisismo y de fantasía hetero-televisiva que mueve antes a la arcada que a la risa cómplice (operativo “Ni tan rápido ni tan furioso”, mis perros / mis hijos) y un delirio megalómano ante el cual la Dra. Fernández parece casi una Cinderella todavía no tocada por la varita mágica, la solución de “fingir demencia” y seguir adelante parece hasta razonable.

Circunstancias personales me tienen atado al conurbano, pero disfruto ejerciendo la crítica de las coberturas vacacionales que me llegan por whatsapp. En un grupo de trabajo, una colaboradora manda unas fotos de México tan desabridas que mueven a la censura: unos luchadores enmascarados fuera de foco, una playa cualquiera, un cantero urbano, una piedra de dos metros tallada como una verga... Le digo: con perdón por la licencia, tus cobertura fotográfica es una chotada.

Días después recibo uno de esos mensajes de spam que a veces comento con Rafael Spregelburd. Las herencias africanas han desaparecido y en su lugar me llegan facturas por los servicios más peregrinos. La última que recibí fue emitida por el Hotel Barceló de Guatemala City, a mi nombre pero con un número de documento que no es el mío. Decido fingir demencia y mando una captura de ese documento fraguado a las participantes de ese grupo de trabajo, con un par de fotos de Guatemala tomadas de internet. Una persona exclama: “¡No sabía que estabas en Guatemala!”. Y otra pregunta por una pirámide pixelada: “¿Eso dónde es?” Tikal, contesto luego de verificar el pie de imprenta de la foto en la página de la que la robé, y agrego una foto del aeropuerto “La aurora”. “Ya estoy volviendo”.

La demencia (fingida o real) es generalizada: les parece verosímil que yo esté en Guatemala tanto a quienes saben el umbral de miseria ante el que, en general, nos encontramos, como a las personas que han recibido fotos de las comidas que preparo en mi retiro suburbano.

Me doy cuenta, además, del poderoso efecto de verdad que tiene la fotografía, esta vez acompañada por un fragmento de pdf en el que figura mi nombre (también hay artículos académicos de un homónimo mío que aplica las matemáticas al análisis de jugadas de fútbol y nunca se me ocurrió que alguien pudiera pensar que se trata de mí). Mis fotos guatemaltecas eran idénticas a las fotos mexicanas que había recibido, aunque yo no estaba en ellas.

Por un lado, vivimos un presente cada vez más enigmático en términos de existencia. Y, por eso mismo, las personas se aferran con uñas y dientes a cualquier indicio que refrende el ser y el estar en el mundo, por más falsificado o improbable que este sea. Todo lo que nos aparta de la convicción de que existimos es visto como un obstáculo afectivo, existencial, micropolítico. La burocracia, claro, en primer término.

Sólo así se explica el abrazo de prestigiosos columnistas de los grandes diarios a un liberalismo de despedida de solteras, que no resiste el menor análisis histórico o conceptual.

Pero también la adhesión de las víctimas al ideario de sus verdugos. Resulta por lo menos raro que quienes se han venido beneficiando de un sistema de subsidios (por ejemplo, padres y madres que han obtenido resoluciones judiciales para que las prepagas paguen las cuotas de los colegios privados a los que mandan a sus hijos, amparados en la ley que protege las discapacidades, y está bien que así sea) ahora consientan la destrucción de todo el sistema de compensaciones que hace que una sociedad se reconozca como democrática.

Habrá que pensar qué decirle a las jóvenes de género masculino que tantas esperanzas pusieron en la discontinuidad y en la liberación de energías. Se me ocurre que ya estarán entendiendo que las energías se liberan con aumentos según los precios internacionales de extracción del crudo y dividendos para las multinacionales y que todo exceso de energía (tres o más reunidos en la plaza del barrio un, digamos, 21 de septiembre) será perseguido por las Fuerzas.

Más allá de su vulgaridad, los nombres que la Ministra de Represión no teme pronunciar en público (“Fruto prohibido”, “Paquetes duros”) son un indicio de lo que nos espera. Chicos, chicas, disculpas por tanto cinismo y tanta ignorancia, finjamos demencia y aguantemos bajo el volcán guatemalteco o cualquier otra realidad alternativa.

 

jueves, 11 de enero de 2024

Advertencia número 6




La brutalidad, al alcance de todos...

 

 

(Después se desgarran las vestiduras por los usos inclusivos del lenguaje en nombre de la corrección lingüística)

sábado, 23 de diciembre de 2023

Silencio cómplice

Por Daniel Link para Perfil

Entre los aportes de la Argentina democrática al mundo, ciertas invenciones relacionadas con los derechos humanos ocupan los primeros puestos. Aquí hubo que definir la figura jurídica “Desaparición forzada de personas”, que no cabía con comodidad en los ordenamientos legales previos a la última dictadura. Luego, hubo que desmantelar la teoría de los dos demonios. Se estableció que el terrorismo de Estado es un crimen de lesa humanidad y que no es comparable la violencia ejercida por un grupo terrorista cualquiera (Montoneros, Hamas) y la violencia ejercida por un Estado. Subrayemos, entre las obviedades, que el Estado es una dimensión representativa de la vida pública, y ningún grupúsculo de alucinados lo es, por más legítimos que considere sus propios intereses.

Sin embargo, el brutalismo y la ignorancia que dominan el periodismo argentino (radial, televisivo y, sobre todo escrito) ha decidido ignorar aquel principio rector. No es sólo que se escribe cualquier cosa sin la menor investigación de respaldo, sino que directamente se censuran temas que en otros países ocupan las primeras planas.

El 4 de diciembre pasado, el diario Libération anunció la “Anulación de una conferencia sobre la paz de Judith Butler: el ayuntamiento de París alega el riesgo de polémicas”. Dejemos de lado el hecho de que se trata de una censura lisa y llana ejecutada por un órgano de gobierno. Todavía más escandaloso es que esa censura se funde en el “riesgo de polémicas”, algo de lo que Francia ha hecho prácticamente un denominación de origen. ¿Cuál sería el riesgo de polemizar? ¿Tal vez un acceso más rápido a la verdad?

El 9 de diciembre, Masha Gessen publicó en The New Yorker una nota titulada “A la sombra del Holocausto. Cómo la política de la memoria en Europa oscurece lo que vemos hoy en Israel y Gaza”. En algún momento de la nota desliza que “si declaraba esto públicamente en Alemania, podría meterme en problemas”. Así fue. El 15 de diciembre Gessen iba a recibir el prestigioso Premio Hannah Arendt. Sin embargo, la ceremonia se pospuso ante la decisión de algunos patrocinadores del premio de retirar su apoyo a la premiación, por la comparación realizada por Gessen en su artículo entre la situación de Gaza y el gueto de Varsovia. La ceremonia de entrega de premios finalmente se reprogramó para el sábado 16 de diciembre como un evento casi privado.

Finalmente (digo, en lo que a esta columna se refiere) Franco Berardi publicó el 11 de diciembre una columna titulada “El vórtice psicótico”, sobre “la desintegración de un estado” y el “supremacismo israelí”, donde repite conceptos suyos ya bastante conocidos, aplicados ahora a una situación límite nueva. Por supuesto, fue acusado de antisemita.

La prensa de Argentina, que por sus propias tradiciones legales, teóricas y políticas, estaría en condiciones inmejorables para leer esos pequeños capítulos de la infamia decide, sin embargo, callarlo todo. En la televisión italiana, Alessandro Di Battista dijo (comparando las bajas) que lo de Palestina no es una guerra, sino una masacre.