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viernes, 15 de septiembre de 2023

El largo adiós

Siempre es tarde, la muerte llega cuando una menos puede afrontarla. Nunca es fácil enfrentar la muerte, desde ya, pero hay momentos en que una se siente más armada, con más cólera, menos inclinada a la autoconmisceración. 

Hace una semana, y yo podría haber estado en Buenos Aires para despedir a Tita Merello, mi gata, nuestra gata, que nos acompañó durante 19 años y medio. La llamé para despedirme una hora antes de la inyección letal.  Conversamos. Tita siempre fue muy conversadora y quería tener la última palabra. Fue así desde el primer momento, cuando nos la trajeron rescatada de las vías del tren, un mes de mayo.

Yo no sé muy bien qué escribir ahora que Tita no está, porque creo que al estar de viaje todavía no me doy cuenta del todo de lo que eso significa. Pero Tita es protagonista (y tapa) de una de mis novelas. Y de pocas cosas puedo estar seguro como de que Tita me quiso como nunca nadie me quiso.

Copio de aquí una columna que publiqué en Perfil el 3 de octubre de 2020, que creo que fue más o menos cuando Tita empezó a gastarse las vidas que le quedaban:

 

El amor absoluto

Por Daniel Link para Perfil

No tenemos una gata, ni dos. Nadie podría jactarse de algo semejante (María Moreno sabe de qué hablo).

Cuando Sebastián y yo decidimos que podíamos vivir juntos, al poco tiempo una amiga encontró en las vías del tren una gata negra que nos ofreció como amuleto para la longevidad conyugal. 

 


Tita Merello (así llamada por su intensidad impar) es una gata de Bombay que gusta de los espacios elevados. Tardamos diez años en darnos cuenta de esa necesidad tan suya y entonces le armamos un sistema de estantes a la altura de los techos que ella disfruta como una pantera de la estepa, lo que no puede ser genético, porque es una raza inventada por unas viejas gateras de Kentucky, como homenaje al leopardo negro Bagheera de El libro de la Selva.


Como buena Bombay, Tita nos ama con una exclusividad renegrida y atormentada. No soporta estar sin nosotros y a cualquiera que se le acerque le tira arañazos y mordiscones crudelísimos. A nosotros, jamás.

Estoy seguro de que su carácter es, de alguna manera, responsable de las quemas medievales de mujeres progresistas (curanderas, aborteras, reparadoras de virgos), porque es la clase de gato cuya mirada puede abrir las puertas del inframundo. Las brujas eran carne y uña con los gatos negros (probablemente burmeses, antepasados de los Bombay).

De noche, cuando estamos viendo alguna película o por la mañana, cuando leo los diarios en el celular, Tita baja de sus dominios aéreos y desde la otra punta de la cama me mira fijamente hasta que no puedo más y tengo que llamarla a mi lado. A veces no me doy cuenta de inmediato de que me está mirando, pero mi cuerpo se siente expuesto a una fuerza intolerable.

Cuando tuvimos que decidir qué hacer con la gata en nuestros viajes laborales, decidimos adquirir para Tita (no para nosotros), una mascota que le hiciera compañía en nuestra ausencia. Cartulina vino a cumplir ese rol. Tita la maltrata sin misericordia alguna, lo que a Cartu le importa más bien poco. Cartulina es una rusa azul que parece tonta, pero cuya inteligencia social es infinitamente superior a la de Tita. Se lleva bien con todo el mundo, anda con los perros (a los que no teme), en suma: sufre menos.

Todas esas características a Tita la desesperan. Considera una frivolidad semejante entrega a lo social y una traición al amor exclusivo, que ella es capaz de llevar hasta su propia muerte (nunca querrá a nadie como a nosotros).

Maria Emilia, la gata que pretendimos incorporar a la manada hace unos años para completar la paleta (negra, gris y blanca) no murió por un pelo ante los sistemáticos ataques concertados de Tita y Cartulina. Tuvimos que regalársela a Albertina Carri, donde encontró una felicidad que estas gatas nuestras le negaron. 

Mientras Tita esté con nosotros, nos debemos a ella. Después, las fauces del infierno se abrirán para nosotros.



sábado, 9 de septiembre de 2023

Ritmos circadianos

por Daniel Link para Perfil

Razones familiares que sería penoso exponer aquí me tuvieron alejado de la ciudad, preso en una casa de campo en el medio de la nada, donde tenía que cuidar a tres animales, una de ellas una perra recién operada de una herida de guerra intraespecies. La perra herida no podía salir ni podía quedar sola, porque ya se había sacado los puntos de la sutura dos veces, pese a vestir un collar isabelino. La tarea parecía favorable a mis intentos por terminar de escribir las conferencias que, en breve, deberé pronunciar en foros europeos.

Me despertaba a las 7 de la mañana. Abría todas las persianas de la casa, bajaba las llamas de las estufas y, mientras sacaba a las perras para que hicieran pis, empezaba a hacer el desayuno: calentaba el agua para el mate o el té y organizaba la

mise en place de la manada malcriada que había quedado bajo mi tutela. El gato no come alimento balanceado duro, razón por la que hay que servirle un potecito de leche sin lactosa (para que no vomitara) y un potecito de alimento húmedo (no comía más el sólido). A las perras había que simular que uno les cocinaba especialmente, porquedespreciaban el alimento balanceado falto de amor hogareño. Así que, bajo su mirada atenta, revolvía el balanceado con una cucharada de atún de lata que luego les servía con ruidos estúpidos de satisfacción estomacal (“ñam, ñam”).

Terminado el ritual matutino, me bañaba y me vestía. Entre una cosa y la otra ya eran las 9 de la mañana. Revisaba algún correo o planificaba la monótona jornada, con diálogos estrambóticos con los animales, encantados de que alguien le dirigiera la palabra aunque fuera para insultarlos dulcemente.

A las 10 de la mañana venía la asistente doméstica, cuya exasperante lentitud para todo evitaba yéndome al pueblo a hacer las compras (en las inmediaciones, ni un kiosco). A las 11:30, con suerte, estaba de vuelta.

La perra herida me saludaba como si me hubiera ido años atrás. Me instalaba ante la computadora a leer los diarios y las dos cánidas, detrás, dormitaban hasta las 12:00, cuando ya empezaban a reclamarme alimento nuevamente. La empleada de la casa (que iba a diario, creo, antes para controlarme a mí que para mantener la limpieza) se retiraba para buscar sus hijos en el colegio.

El mismo ritual: el gato comía sobre la mesa su alimento húmedo, tomaba su leche y las perras comían en el suelo su almuerzo pretendidamente personalizado.

Mientras, yo descongelaba para mí alguna milanesa o bife de lomo, preparaba una ensalada o hacía algún chutney.

Después de comer, dejaba los platos en la pileta para que la asistenta tuviera algo para hacer al día siguiente y salía a dar una vuelta por el parque con las perras.

A las 13:30 ya estaba sentado otra vez ante mi escritorio contestando mensajes: al equipo de tal revista, les daba indicaciones; al equipo de tal archivo, les pedía actualizaciones pendientes; para tal universidad europea, preparaba unas rendiciones de cuenta; a los equipos de cátedra les rogaba que por favor decidieran los temas y bibliografía para los cursos del año entrante.

De pronto, eran ya casi las 4 de la tarde y el sol brillaba bajo. A esa hora extrañaba mi casa, mi gata, mi marido, mis rutinas. Iba a la cocina a prepararme un mate, circunstancia que los animales entendían como una invitación para reunirse conmigo en la cocina.

Abría la puerta para que las perras salieran a hacer pis y, si no pasaba nadie por la calle a quien ellas entendieran que debían ladrarle, las dejaba un rato afuera.

Le daba la merienda al gato (por la tarde comía atún solo).

Por lo general volvía a mi escritorio a las 6 de la tarde como muy tarde, dispuesto a escribir, ya con sueño.Leía libros que subrayaba ocasionalmente para levantar luego citas importantes.

A las 8 ya era de noche. Tenía que cerrar las puertas, prender las estufas, encender las luces de afuera y empezar a preparar la cena para las perras, para el gato, para mí.

Esta vez, lo hacía acompañándome con un whisky que había traído de mi casa.

A las 10, ya no iba a volver a sentarme ante la computadora porque estaba cansadísimo (no sé de qué). Me acostaba a mirar Vikingos. Y me quedaba invariablemente dormido para despertarme, en la mitad de la noche, con las dos perras durmiendo conmigo. Las sacaba a hacer pis y volvíamos a dormir hasta el siguiente idéntico desayuno.





viernes, 21 de abril de 2023

lunes, 23 de enero de 2023

Hoy sí, mañana quién sabe

 

Atrincherada en nuestro escritorio (de ella y mío), Tita Merello se recupera de su última enfermedad (tenía ya la fosa preparada).

 

 

viernes, 13 de enero de 2023

Una postal de Tita Merello

 


miércoles, 11 de enero de 2023

martes, 10 de enero de 2023

lunes, 16 de noviembre de 2020

Cartulina (2005-2020)

El domingo pasado (¡ayer!) había tenido una crisis respiratoria ("los domingos pasa todo", nos había advertido Estefania, su veterinaria de cabecera). Nos asustamos bastante y llamamos a Martín, el otro veterinario. Nos aconsejó que le duplicáramos la dosis de antihistamínicos y diuréticos que le veníamos aplicando desde hacía diez días. 

La crisis pasó pero era evidente que Cartulina, nuestra rusita azul, la gata más buena del mundo, ya no aguantaba más. Le pedí que nos hiciera un último favor (en quince años fueron tantos que sería imposible contarlos): que pasara la noche tranquila y yo le prometía que hoy lunes ya ibamos a dejar de molestarla.


Me hizo caso, y durmió toda la noche relajada, entre nosotros. Yo elegí velar su sueño, y por suerte justo habían estrenado The Crown, de modo que podía seguir superficialmente la serie, en maratón nocturna. 

Esta mañana hablamos con los veterinarios y nos dijeron que nos esperaban.  Ella se tomó su tiempo y todavía quiso ir a mearles las piedritas y a comerles la comida a los gatos de mi mamá antes de subir al auto. En la veterinaria, le canté mientras le daban un calmante antes de la inyección letal (me salió "Duerme, negrita", totalmente inadecuado). Después ya no quise ver cómo su cuerpo se transformaba en otra cosa.

Le dije, también, que cuando llegara al cielo de los gatos preguntara por los gatos Molloy (Cartulina no era muy lectora, pero nos oyó hablar mil veces de los mil gatos de Sylvia y ella eligió fotografiarse la mayoría de las veces con Cartu). Eso fue un error, ahora me doy cuenta, porque es seguro que los gatos Molloy maúllan en inglés o en irlandés y Cartulina nunca tuvo cerebro para los idiomas.

Pero seguro que va a encontrarse con Rorro Palmeiro, con los gatos de María Moreno, con la gata de Laura y Martín, con Irma, la gatita de Mariano López o con Sabático, nuestro gato que murió en batalla, o con Piqui. Con Mía, la primera gata mala de mi mamá no creo que se encuentre porque está en el infierno.

Fue feliz en estos quince años, y nos dio tanto amor como el que le dimos nosotros. Cartu: te pido disculpas por haberte obligado a pasar un domingo en crisis. No sabíamos... Fuimos egoístas.

Volvimos a la quinta e hicimos un pozo detrás de las plantas de frambuesas. Nos habían preparado un balde con cal para que los perros no fueran a escarbar la tierra. Niro, nuestro "gran danette" (en la libreta sanitaria le pusieron "gran danés", no entendemos por qué), su mejor amigo, de todos modos, no para de buscarla, olfateando todo el terreno.

Te veremos en nuestros sueños. Descansá en paz.
 


sábado, 3 de octubre de 2020

El amor absoluto

Por Daniel Link para Perfil


No tenemos una gata, ni dos. Nadie podría jactarse de algo semejante (María Moreno sabe de qué hablo).

Cuando Sebastián y yo decidimos que podíamos vivir juntos, al poco tiempo una amiga encontró en las vías del tren una gata negra que nos ofreció como amuleto para la longevidad conyugal. Tita Merello (así llamada por su intensidad impar) es una gata de Bombay que gusta de los espacios elevados. Tardamos diez años en darnos cuenta de esa necesidad tan suya y entonces le armamos un sistema de estantes a la altura de los techos que ella disfruta como una pantera de la estepa, lo que no puede ser genético, porque es una raza inventada por unas viejas gateras de Kentucky, como homenaje al leopardo negro Bagheera de El libro de la Selva.

Como buena Bombay, Tita nos ama con una exclusividad renegrida y atormentada. No soporta estar sin nosotros y a cualquiera que se le acerque le tira arañazos y mordiscones crudelísimos. A nosotros, jamás.

Estoy seguro de que su carácter es, de alguna manera, responsable de las quemas medievales de mujeres progresistas (curanderas, aborteras, reparadoras de virgos), porque es la clase de gato cuya mirada puede abrir las puertas del inframundo. Las brujas eran carne y uña con los gatos negros (probablemente burmeses, antepasados de los Bombay).

De noche, cuando estamos viendo alguna película o por la mañana, cuando leo los diarios en el celular, Tita baja de sus dominios aéreos y desde la otra punta de la cama me mira fijamente hasta que no puedo más y tengo que llamarla a mi lado. A veces no me doy cuenta de inmediato de que me está mirando, pero mi cuerpo se siente expuesto a una fuerza intolerable.

Cuando tuvimos que decidir qué hacer con la gata en nuestros viajes laborales, decidimos adquirir para Tita (no para nosotros), una mascota que le hiciera compañía en nuestra ausencia. Cartulina vino a cumplir ese rol. Tita la maltrata sin misericordia alguna, lo que a Cartu le importa más bien poco. Cartulina es una rusa azul que parece tonta, pero cuya inteligencia social es infinitamente superior a la de Tita. Se lleva bien con todo el mundo, anda con los perros (a los que no teme), en suma: sufre menos.

Todas esas características a Tita la desesperan. Considera una frivolidad semejante entrega a lo social y una traición al amor exclusivo, que ella es capaz de llevar hasta su propia muerte (nunca querrá a nadie como a nosotros).

Maria Emilia, la gata que pretendimos incorporar a la manada hace unos años para completar la paleta (negra, gris y blanca) no murió por un pelo ante los sistemáticos ataques concertados de Tita y Cartulina. Tuvimos que regalársela a Albertina Carri, donde encontró una felicidad que estas gatas nuestras le negaron. Mientras Tita esté con nosotros, nos debemos a ella.

Después, las fauces del infierno se abrirán para nosotros.

 

sábado, 13 de abril de 2019

Safo y los gatos

por Daniel Link para Perfil

Ahítas y ahítes de géneros, circulamos del Conurbano al centro, del centro a los suburbios, de Palermo al campo. Dos mil quinientas personas de todo el país (y repúblicas limítrofes) se dieron cita para escuchar la conversación de Judith Butler con las lideresas de #NiUnaMenos. Otras 1.500 siguieron la charla por streaming. Natalia Brizuela explicó bien las razones por las que Butler vino a Buenos Aires: ellas quieren aprender del movimiento feminista argentino. Un feminismo, como bien aclaró Butler, que no puede pensarse a sí mismo como trans-excluyente. Después, durante la cena, conversamos sobre mascotas y lesbianismo. A Judith le gustaría tener un perro, pero la verdad es que nunca tuvo esa posibilidad. Habiendo vivido tanto tiempo con lesbianas, no le quedó más remedio que tener gatos. Su hijo (24 años, músico) tiene un perro. Pero ella no. 
Como ella la conoce bien, le pregunto si sabe que Sylvia Molloy tiene veinte gatos, algunos de interior y otros solo de exterior. Pone los ojos en blanco y dice: “pero es que ella es hiperlesbiana!”. Titubeamos para ver cuál es el nombre que más le convendría (todo, en estos días, ha sido una discusión intensísima sobre los nombres adecuados). ¿Superlesbiana? No: ¡Ur-lesbiana! Por su extraordinaria relación con la especie gatuna Sylvia es algo así como la encarnación de un lesbianismo mítico, entre egipcio y sáfico, respecto del cual cada une de nosotras se coloca a diferentes grados de separación. Cecilia Palmeiro reclama un puesto privilegiado (después de todo, publicó Cat power, novela narrada por un gato). 
Accedemos a regañadientes a otorgárselo, para no discutir con alguien que acaba de adoptar a dos hermanos naranja. Y nos vamos rápidamente, porque la conversación nos ha recordado a nuestras gatas, Tita Merello y Cartulina, a las que dejamos al cuidado de mi madre, en el campo. Las extrañamos. ¿Nos extrañarán? 


jueves, 3 de agosto de 2017

Ya me cansé....

Que los libros los escriba otro. Yo me dedico a gatear:




jueves, 29 de junio de 2017

miércoles, 21 de diciembre de 2016

¡Gracias, Paula!

Pero en verdad, ellas no son amigas, son nuestras amas....






sábado, 18 de junio de 2016

A río revuelto...



viernes, 29 de abril de 2016

Felz día, queridos




lunes, 25 de enero de 2016

Un gato sobre el tejado de zinc caliente

Retomo una historia penosa:

Tita y Cartulina detestan a Sabático y volcaban en él su violencia y su amargura en nosotros. Como una leve crisis familiar nos obligó a mudarnos al campo, allí comprobamos la felicidad absoluta de Sabático, paseando con su novio, Lío o revolcándose inmoderadamente con él:



Nuestras gatas siguieron sin aprobar al jovenzuelo, pero allí en el campo hay más lugar y los resentimientos se disuelven. Hay, además, mucho por conquistar:




Nos pareció cruel seguir imponiéndole a nuestros tres gatos una convivencia que ellos no deseaban y a Lío la angustia de ver partir a su mejor amigo. Decidimos que ambos se quedaran juntos en el campo. Cedimos el usufructo de Sabático, pero no su propiedad. Igual sufro y lo extraño. Corazón partio. Sylvia Molloy me acompaña en el sentimiento.





lunes, 11 de enero de 2016

Sabático en el campo

Después de una adaptación relativamente exitosa al amargado humor de nuestras viejas gatas, Sabático pasó una temporada en el campo, donde se integró bastante al resto del gaterío familiar y donde jugó hasta el agotamiento.




 
Fotos: Guillermo Bertossi

Vueltos a casa, sin embargo, la precaria armonía doméstica había retrocedido hasta la nada misma. 

domingo, 27 de diciembre de 2015

lunes, 10 de noviembre de 2014

¡¡¡Didga, te quieroooooo!!!






jueves, 8 de agosto de 2013

Feliz día internacional del gato, Tita y Cartulina....