En este primer post del 2017, en donde, después de dos años, retorno con fuerza a este blog, esperando que sea un año próspero y placentero en todos los niveles, tanto para ustedes, como para mis seres queridos, para mí y para el ecosistema, que al fin de cuentas es lo que nos mantiene existiendo.
Hoy les quiero contar sobre alguien. Aproximadamente hace algo más de ocho años nació Danco. Un perro mestizo, abandonado y que daban en adopción. Unos familiares firmaron y se comprometieron para darle un hogar y los cuidados apropiados para una mascota. De cachorro era adorable, pequeñísimo, tanto así, que dormía sobre una pantufla. La primera vez que le vi, aún lo recuerdo, estaba enferma, pero su visita fue tan sorpresiva que casi me hace saltar de la cama. Lo tomé, me lamió el cuello y se quedó inmediatamente dormido en mi pecho, entre mis brazos. Era imposible no enamorarse y querer protegerlo. La primera vez que ladró fue impresionante, causó mucha risa, pero también asombro: “Y pensar que esa es su voz”. Muchas personas no saben interpretar las voces de los perros, creen que ladran de ociosos o peleones, pero la verdad, es que no sólo ladran para comunicarse entre ellos, sino con nosotros. Sus ladridos son alertas sobre algo que los mantiene inquietos, avisan si alguien se aproxima, se emocionan, te saludan, pero también amedrentan a quien ose interrumpir en sus dominios.
Danco no ha tenido una vida fácil. No vivió aquí, sino en otra casa, en donde no fue comprendido ni respetado. Le pegaron, le gritaron, le dieron escobazos, lo humillaron amarrándolo con una soga de medio metro. Un par de veces lo echaron a la calle, en donde fue atacado por dos perros grandes y agresivos, le pasó un camión por encima dañando sus pulmones, y para variar, él volvía siempre a casa, “con los suyos”, pasando noches enteras a la intemperie, asustado, esperando que alguien llegara y le abriera la puerta. Por problemas entre las relaciones de sus “cuidadores”, intentaron llevarlo a la perrera, pero por suerte, ésta estaba cerrada. Después, uno de ellos, con su orgullo herido y para dañar a una de las personas que más ha querido a Danco, amenazó con llevarlo a matar. Ustedes me excusarán, pero no perdonaré a esta persona por siquiera haber intentado semejante crueldad. Y después de toda esa barbaridad, llegó a mi casa el año pasado, jadeando de estrés, con las pupilas dilatadas, orinándose de los nervios, con una gripe que por no ser cuidada se transformó en una enfermedad respiratoria, que aún hoy, es difícil de sanar. Además de todo ello, es cardiópata, viejo, tiene algo de ceguera nocturna y problemas a las caderas. Pensar en todo esto, me hace querer llorar de impotencia… Y eso que olvidé mencionar sus alergias cutáneas.
Al principio fue complicado por las circunstancias en las que llegó. Una de mis hermanas lo fue a buscar, aunque más bien diría “rescatar”, y aunque no teníamos ni el espacio ni las mejores condiciones para él, lo recibimos sin pensarlo dos veces. Y aunque gruñía y parecía un vejete cascarrabias, con el tiempo se ha ido relajando, comprendiendo que no tiene por qué estar a la defensiva. Que nadie lo lastimará, ni abandonará, ni que debe cuidarse de que le roben su comida. Lo único que le faltaba era algo de liderazgo, de guía y de amor, mucho amor.
Hace unos meses, uno de sus ex dueños, tenía la intención de llevárselo a un nuevo sitio al que se mudaba, y aunque es probable que esta vez, sin la intervención de un tercero (el principal agresor) lo cuidaría mejor, nos opusimos con diplomacia. No es necesario, él está bien aquí. Ya no es su perro. Hoy pertenece a otra manada; es parte de mi familia y no sólo una mera mascota.
Detrás de todo, no sólo quiero que parezca una exposición de quejas -aunque lo sea-, porque finalmente lo que trato de decir, es que no se comprometan a tener una mascota si no están las condiciones, y una de ellas es que si vives con alguien más, éste debe estar de acuerdo con la decisión de tener un animal en casa -además de ti- (bromeo). Porque todo este mal-pasar se debió a un desacuerdo y a una gran falta de responsabilidad. Los perros crecen, cuestan dinero y tiempo. No son un peluche que puede permanecer estático, y tampoco son seres independientes; biológicamente, los perros están hechos para vivir en grupo y no solos. Así que la falta de tiempo no puede existir en tu lista de excusas para ignorarlo.
No te emociones porque “son lindos y alegres”, no son un trofeo para vanagloriarse. Ellos crean vínculos emocionales, sufren duelos, se deprimen, se agobian, se frustran, como todos.
Primero organiza tu vida antes de incluir la de otro ser en la tuya.