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viernes, mayo 26, 2017

Me acuerdo, Georges Perec


Trad. Mercedes Cebrián
Impedimenta, Madrid, 2016. 176 pp. 17.95 €

José Miguel López-Astilleros

Me acuerdo de que cuando leí La vida instrucciones de uso, Un hombre que duerme, Lo infraordinario, Las cosas, Especies de espacios o La cámara oscura, tuve la impresión de que los libros de Georges Perec (1936-1982) eran semilleros literarios. No es de extrañar que goce de la máxima consideración entre escritores como Enrique Vila-Matas o Roberto Bolaño, entre otros muchos. En cambio, respecto a la obra que nos ocupa, no puede decirse que haya sido tan original como en las anteriormente citadas, puesto que la idea y el procedimiento los tomó de un libro del pintor estadounidense Joe BrainardI Remember (1970)—, del cual dijo Paul Auster «Es uno de los pocos libros enteramente originales que jamás haya leído». Su descubrimiento se lo debe al escritor, también norteamericano, Harry Mathew, amigo y compañero perteneciente como él al grupo de experimentación literaria Oulipo, quien le regaló un ejemplar que le sirvió para pergeñar su propio Me acuerdo, y a quien se lo dedica por este hecho. La diferencia fundamental entre ambos radica en que Brainard es más intimista e introspectivo que Perec, aquel incluye confesiones tan secretas como el recuerdo de sus erecciones escolares, algo impensable en el francés, cuyos “me acuerdo” pretenden sobre todo ser generacionales, aunque partiendo de evocaciones propias.
El libro contiene 480 textos muy breves de recuerdos, comprendidos entre los años 1946 a 1961, que siempre comienzan con las dos palabras del título, salvo uno. Fueron escritos entre 1973 a 1977, por tanto son remembranzas salidas de su memoria, a veces sugeridas por la contemplación de los vestigios físicos que el transcurso del tiempo ha dejado tras sí, fotografías, discos, periódicos e innumerables objetos varios, que le pueden haber ayudado a confeccionarlos. Lo autobiográfico suele estar muy presente en la obra de Perec, sobre todo en W o el recuerdo de la infancia, aunque esta última está más centrada en su infancia concreta, en la cual lo colectivo no tiene tanto peso como en Me acuerdo. La infancia y la juventud son uno de los núcleos temáticos más importantes, quizás porque la suya fue muy atribulada por pertenecer a una familia de judíos polacos emigrados a Francia, su padre murió en el frente de la Segunda Guerra Mundial hacia 1940 y su madre en el campo de exterminio de Auschwitz, cuando él contaba unos cinco años. Y quizás porque la existencia y la esencia del ser humano están ligadas indefectiblemente a la memoria, es necesario recordar, pero como el pasado no es algo estático, hay que tratar de detener su movimiento de vaivén dentro de nosotros, dejando constancia de ello, sobre todo de esos detalles cotidianos que suelen pasar desapercibidos y constituyen el grueso de lo que nos rodea en nuestras vivencias ordinarias. Por tal motivo estos “me acuerdo” deban entenderse como el yacimiento arqueológico de una generación, un tiempo y unos espacios determinados, a partir de los cuales cada uno pudiera reconstruirse a sí mismo. Recordemos que gustaba de hacer inventarios, clasificaciones y enumeraciones de lo nimio, con el propósito de fijar el tiempo, y como medio para luchar contra el olvido, contra los vacíos que va dejando la memoria cada vez que recordamos. Hay otros núcleos temáticos importantes como la música, la literatura, el cine, hechos y costumbres de aquella sociedad, así como sucesos históricos de todo tipo. Es importante señalar que los textos no están presentados cronológicamente, sino a la manera de un collage, aunque a veces pueden estar relacionados unos con otros, sugiriendo un particular crucigrama. El propio Perec nos ofrece unas claves interpretativas esenciales de su libro cuando escribe sobre el de Brainard en la edición francesa «Los Me acuerdo son pequeños pedazos de cotidianeidad que fueron vividos y compartidos y luego olvidados. Sin embargo, de repente regresan, por azar o porque han sido buscados entre amigos una noche: es algo que aprendimos en el colegio, un campeón, una canción, un cantante, un escándalo, un slogan, un traje o una costumbre, totalmente banal, que por un milagro es arrancada a su insignificancia y es reencontrada por unos instantes, provocando unos segundos de una impalpable y pequeña nostalgia.»
Tanto la obra de Brainard como esta de Perec dieron lugar a numerosos “me acuerdo” de distintos personajes y generaciones sucesivas, hasta desembocar en los que ahora se están escribiendo, porque cada grupo generacional e incluso cada uno de nosotros tenemos nuestros “me acuerdo”, de modo que podría decirse que la obra de los pioneros no sólo es la suya, sin todas las posteriores, de cuya paternidad participan, una obra que se proyecta hacia la eternidad con toda la carga de melancolía que lleva disuelta en sí la memoria. Esto es lo que hay implícito en el hecho de que, por deseo expreso de Perec, al final del libro se dejen varias páginas en blanco para que cada lector anote sus propios “me acuerdo”, que formarán parte de ese registro del devenir de la humanidad.
La primera edición y traducción al español de Me acuerdo data de 2006, que realizó magníficamente Yolanda Morató para Berenice, de la que esta nueva versión es deudora en algunos aspectos. Para los nuevos lectores, que ya no podrán acceder a aquella por estar agotada, esta de Impedimenta tiene el mérito de poner la obra a su alcance de nuevo.
Quien se acerque a este libro y no pertenezca a aquella generación, ni al entorno geográfico y cultural de entonces, se encontrará con un mundo extinto, que sólo conocerá parcialmente por la historia, el cine y la literatura en todo caso. De lo que sí estamos seguros al menos es de que su lectura constituirá el detonante para poner en marcha los recuerdos propios, en una espiral que no ha de cesar mientras haya un ser humano vivo en el universo.

miércoles, abril 26, 2017

El mundo bajo los párpados, Jacobo Siruela


Atalanta, Girona, 2016. 352 pp. 28€

Bruno Marcos

Hace algunos meses encontré una afirmación de Walter Benjamin que me dejó fascinado e inquieto. Tanto que copié la cita y la puse en Facebook por si alguien añadía algo. Los meses pasaron y la respuesta la hallé no en el etéreo de las redes sociales sino en este libro que aquí se reseña, El mundo bajo los párpados. La frase decía: «La historia de los sueños aún está por escribirse».
Lo que le gustó inicialmente a Benjamin de los surrealistas que se sumergieron en lo onírico fue la posibilidad de romper la lógica histórica, que califica de superstición, añadiendo al mundo de las cosas los sueños. «El soñar participa de la historia» asegura y así resalta que los sueños han decidido guerras, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto e incluso las fronteras del propio sueño, lo que puede ser realidad y lo que no.
Jacobo Siruela emprende la escritura de esa historia de los sueños que Benjamin echa en falta e indica, claramente, que no se trata de una interpretación de los sueños, no de una onirocrítica o de psicoanálisis, sino de una historia más allá de la terapéutica o la adivinación, casi una “estadística” que es el término que usa Benjamin. Incluso se habla de sueños colectivos y epocales, como producción mental perfectamente integrada en los hechos políticos o sociales de los tiempos. Para ello se apoya el autor en la cita de Hegel: «Si pudiéramos reunir los sueños de un momento histórico determinado veríamos surgir una exactísima imagen del espíritu de ese periodo». Así pues se habla en el libro, por ejemplo, de la recopilación de sueños llevada a cabo por Charlotte Beradt sobre el periodo del Tercer Reich, en la que establece la categoría de “sueños políticos”, las pesadillas de entonces con el terror nazi. También se citan las prácticas soviéticas de internamiento en psiquiátricos de aquellos sujetos que no comulgaban con las directrices del poder con la intención de neutralizar su mundo onírico que consideraban como foco subversivo.
Se hace en esta obra un recorrido histórico exhaustivo comentando los sueños bíblicos, los de Jacob, Salomon, Asurbanipal, Nabuconodosor, Calpurnia, Augusto, Maria Antonieta, Napoleon, Otto von Bismark, Abraham Lincoln y muchos otros.
El libro está dividido en siete capítulos y magníficamente acompañado por ilustraciones extraordinariamente bien seleccionadas e impresas. Destaca el último, dedicado al sueño y la muerte, en el que se señala el parecido entre el durmiente y el muerto que se viene encontrando desde la antigüedad. Después de advertir, certeramente, que el principal fracaso de la modernidad ha sido no lograr dar respuesta al misterio de la muerte, concluye el libro con una cita fulminante de Jung en la que asegura que los heridos de la Primera Guerra Mundial en estado de muerte cerebral soñaban. Deja así esta historia de los sueños abierta una vía en la que seguramente Benjamin no pensó, que los sueños tuvieran algo que ver con el alma.

lunes, septiembre 26, 2016

Las víctimas como precio necesario, VV.AA.


Edición de José A. Zamora, Reyes Mate y Jordi Maiso.
Trotta, Madrid, 2016. 216 pp. 16 €

Rubén Castillo Gallego

«Víctimas ha habido siempre, pero durante mucho tiempo han sido invisibles o, mejor, han sido invisibilizadas, porque se las consideraba el precio obligado de la marcha de la historia». Con estas crudas palabras comienza el volumen Las víctimas como precio necesario, que pronto pasa a contrarrestar tan aterradora fórmula comunicándonos la postura inequívoca de sus editores: «El asesinato no puede tomarse como una fatalidad del destino o como un pago necesario para conseguir objetivos políticos. Por eso, las víctimas tienen que dejar de ser el precio silencioso de la política y de la historia» (p.11).
Uno a uno, los diferentes investigadores que componen este enjundioso trabajo nos van trasladando sus particulares análisis sobre el mundo que nos rodea. Alberto Sucasas desarrolla, alrededor de la figura y la obra de Imre Kerstész, una fenomenología de lo inmundo, centrándose en su experiencia en Auschwitz, donde el horror, la supervivencia y el fatalismo cohabitaban y donde la identidad quedaba a la postre herida o devastada.
Jordi Maiso constata con gran pesadumbre que «el aluvión de imágenes de violencia, sufrimiento y catástrofes [...] desborda nuestras capacidades de asimilación y, al mismo tiempo, acompaña nuestra cotidianeidad como un telón de fondo permanente» (p.52) y explica la frialdad que se deriva de un modelo económico capitalista en el que todas las relaciones quedan impregnadas de un tinte económico. Esa frialdad, en su opinión, se constituye en «una fuerza social activa, muda pero omnipresente» (p.59). Y la conclusión a la que llega no puede ser más aterradora: «Todos saben lo que les ocurre a los que quedan estigmatizados como perdedores. La supervivencia cotidiana exige aceptar como un dato incontrovertible la incesante proliferación de vidas sobrantes, desechadas, desperdiciadas y desahuciadas» (p.69).
David Galcerá se acerca hasta las reflexiones de Primo Levi, que analizan la compleja relación entre víctimas y verdugos en el hediondo territorio de los campos de exterminio nazis.
Alejandro Baer y Natan Sznaider realizan un abordaje muy interesante a la delicada cuestión de las fosas franquistas o la Argentina posdictatorial, cuyas ramificaciones continúan abiertas y llenas de dolor.
Reyes Mate sugiere que, tras la brutalidad o el terrorismo, «tenemos que repensar la paz desde la experiencia de la barbarie y no haciendo abstracción de ella» (p.106). Y aplica su análisis a los casos de ETA (España) y de Colombia.
También Martín Alonso se acerca hasta los crímenes etarras y desmenuza con rigor los mecanismos discursivos y sanguinarios del mundo abertzale. El sociólogo Imanol Zubero nos muestra las alarmantes cifras mortales que se registran en el mundo del trabajo (una persona fallecida cada 15 segundos en el mundo durante el año 2012, según la OIT), que también son “víctimas necesarias” del sistema capitalista.
Óscar Mateos nos ofrece un valioso trabajo sobre la “justicia transicional” que puede observarse en el continente africano, donde los odios étnicos y los conflictos económicos y territoriales han generado un caudal millonario de víctimas en Ruanda, Sierra Leona, Mozambique o Sudáfrica. José A. Zamora aborda el mundo de las víctimas relacionadas con el tráfico y nos traslada unas cifras estremecedoras: «La elaboración de nuevos métodos de recolección de datos y el crecimiento de los estudios concretos permiten hoy una proyección suficientemente fiable que elevaría a más de 45 millones el número de muertos por el tráfico y a más de 1500 millones los heridos desde que se inventó el automóvil» (p.190).
Y la magistrada Isabel Germán Mancebo (la única autora que aparece en el volumen nos habla de su experiencia como protagonista de un accidente vial y extrae conclusiones humanas y jurídicas del trágico suceso.
En conclusión, un trabajo lleno de interés y de reflexiones enjundiosas, en el que tan sólo faltaría añadir alguna aproximación a los campos soviéticos o chinos, que hubiera completado la visión de conjunto.

viernes, mayo 20, 2016

El punto ciego, Javier Cercas


Literatura Random House, Barcelona, 2016. 144 pp. 15,90 €

Arcadio García

Este libro debería venderse acompañado de un lápiz porque en realidad no es un libro sino una libreta. El típico libro-libreta sobre cuyas páginas difícilmente el lector podrá resistir la tentación de volver a escribir sobre lo ya escrito, de subrayar, entrecomillar y comentar la escritura, por así decir, original o primigenia, de tal forma que al llegar a la última página y echar la vista atrás constatará el lector que sobre la escritura original o primigenia ha brotado una segunda que se esparce a lápiz por los márgenes de la hoja, cuyo objeto, si lo añadido posee cierta voluntad de solvencia intelectual (esto es, si no se trata de una mera lista de la compra que ha improvisado un lector distraído que ha errado la lectura), es complementarla, mediante la celebración o la censura, pero complementarla al fin y al cabo.
El punto ciego reúne las conferencias que Javier Cercas pronunció en la Universidad de Oxford durante el año 2015, en el transcurso del cual fue invitado a ocupar la cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada. El libro ofrece las conferencias divididas en cuatro partes y un epílogo que, en suma, constituye la propuesta personal de una teoría novelesca que el autor de Soldados de Salamina construye principalmente en torno a la idea del Quijote como principio y fin de la novela, esto es, como obra fundacional que a un tiempo crea y finiquita un género en la medida en que se hallan en él todas las posibilidades futuras, de manera que las obras que sucederán al Quijote no harán sino proponer alternativas o variaciones formales recogidas él.
Con Soldados de Salamina la narrativa de Javier Cercas experimentó un cambio que consistió en la incorporación de material histórico en sus obras. En lo sucesivo, la ficción acabaría cediendo terreno a la historia, de tal forma que si Soldados de Salamina es una obra de ficción que juega o aparenta ser historia, Anatomía de un instante es una obra de historia que juega o aparenta ser ficción. El punto ciego aborda esa controvertida relación entre ficción y realidad (controvertida especialmente en el caso de Cercas, basta recordar la polémica que, al respecto, lo enfrentó con Arcadi Espada), entre literatura e historia, y, en definitiva, entre la figura del novelista y la del historiador, y en cómo abordar literariamente la historia y narrar sucesos estrictamente reales desde un constructo narrativo que formalmente semeja una novela.
Frente a la rígida construcción de la novela realista, modelo hegemónico cuya vigencia parece incuestionable a juzgar por la popularidad de la que goza, Javier Cercas expresa su predilección por la novela de tradición cervantina como artilugio libérrimo en el que hallan acomodo todos los géneros, y en el que el flirteo formal casi constituye un derecho de admisión. Así, si el primero presenta una sólida arquitectura narrativa y, en tanto tal, se muestra refractario a la intervención del lector como «co autor» de la obra, en la medida en que el final cerrado propio de la novela realista frustra la posibilidad de que el lector proponga un final alternativo, el segundo constituye un artefacto de género felizmente impreciso, formalmente liberado de la obligación de rendir cuentas a modelos preceptivos, y dispuesto a que el lector asuma el reto de responder las preguntas que la obra formula pero cuya respuesta, consciente o inconscientemente, el autor se reserva u omite. En eso consisten las obras que Javier Cercas denomina novelas del punto ciego. Si las narraciones novelescas despiertan el interés de los lectores — esto es, crean suspense— aplazando las respuestas de las preguntas que formulan, en las novelas del punto ciego se plantea una pregunta cuya respuesta se deja en suspenso, o, como sostiene Cercas página sí, página no, echando mano de esa suerte de estribillo retórico-lúdico que se ha convertido ya en una señal de identidad tan característica en la prosa del autor de El impostor como el uso recurrente de la vocal «o» en las proposiciones disyuntivas: «La respuesta a esa pregunta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro».
Los escritores del punto ciego saben que el riesgo —controlado y voluntario— de no responder las preguntas que formulan es que las acabarán respondiendo los lectores. Así, el punto ciego vendría a ser, también, esa zona de sombra o fisura en la que habita el lector o por la que se aventura a entrar. Un recurso en modo alguno novedoso, de hecho constituye, a mi juicio, una reformulación, con matices, de la eterna disyuntiva literaria entre lo explícito y lo implícito, entre mostrar o explicar. Roland Barthes, asimismo, ya distinguía entre obras «legibles» y obras «escribibles», donde en las primeras predominaba el modelo realista en el que la presencia del lector se limitaba a la de mero espectador, mientras que en las segundas adquiría un papel activo de productor.
Distinguir entre novelas con punto ciego y novelas sin él es distinguir entre los novelistas que frecuentan su uso y los que no. Imposible, entonces, no traer a colación, para concluir, las palabras que Mario Vargas Llosa (a quien Cercas dedica una de las partes del libro) escribió en La verdad de las mentiras a propósito de la escisión de los novelistas en dos grupos: «En la esquizofrenia novelística de nuestro tiempo, se diría que los novelistas se han repartido el trabajo: a los mejores les toca la tarea de crear, renovar, explorar y, a menudo, aburrir; y a los otros —los peores— mantener vivo el viejo designio del género: hechizar, encantar, entretener».

lunes, abril 25, 2016

Sobre el arte contemporáneo / En La Habana, César Aira


Literatura Random House, Barcelona, 2016. 112 pp. 9,90 €

Pedro Pujante

1
Con el carisma y la agudeza que le caracterizan, el escritor argentino César Aira se explaya en este breve ensayo –el primero de los dos que componen el libro- y nos revela algunas de sus opiniones acerca del mundo del Arte Contemporáneo. A veces controvertidas, a veces inteligentes, pero siempre estimulantes, las ideas que disemina en este monólogo nos hablan del arte desde la mirada sutil de un escritor. Un escritor que aspira a un proyecto de escritura en el que el arte esté presente, como forma de innovación o casi, como una estética performativa. De hecho, las concomitancias que se establecen entre el arte y la literatura son más que evidentes en su obra, y aquí, muchas de las páginas están dedicadas a relacionar el arte contemporáneo y la literatura, esa especie de ‘reproducción ampliada’.
El Arte Contemporáneo, según Aira, es incapaz de enfrentarse a su propio devenir histórico. Su propia denominación –Contemporáneo: ‘un nombre perfectamente absurdo’- lo hace atemporal, lo encierra en un bucle de anacronismo perpetuo, un ciclo antihistórico, perdiendo así el contacto y la confrontación con sus sucesores.
Son curiosas sus opiniones respecto a las revistas de arte, literatura que se demuestra frustrante por su incapacidad de reproducir con total fiabilidad la obra de arte en sí, los conceptos ‘reales’.
La figura de su admirado Duchamp, quien inventara el arte contemporáneo, está presente. También el concepto de reproducción que «la obra de arte siempre lleva implícita.» Una idea que alcanza su máxima expresión con artistas como Warhol, quien a través de su Factoría y su producción en serie de obras, acabó por derrumbar el concepto de obra original y única.
Aira nos explica que el arte «se vuelve un juego ligeramente fantasmal con el tiempo.» Porque es un testimonio de sí mismo, de su pasado y también de su porvenir, anunciando lo que llegará a ser. Hay algo etéreo en el Arte Contemporáneo que lo hace fascinante, como ocurre con la literatura, cuya materia, explica Aira, está hecha más bien de ausencias.
Como ejemplos que sirven para contratacar al acérrimo ‘Enemigo del Arte’ -una de las piezas críticas y que al mismo tiempo funcionan como engranajes del sistema mismo contra el que lucha- Aira nos habla de Magritte, quien para una exposición en París, realizó unos cuadros sin muchas pretensiones, aplicando la técnica del ‘todo vale’, y que contrariamente a lo que su autor pensó, llegarían a ser considerados como verdaderas obras maestras, exponentes de la libertad total, a la que todo artista debería de aspirar.

2
La segunda parte del volumen está dedicada a un paseo por la capital cubana. En la Habana es una suerte de autoficción al más puro estilo airano, en la que el escritor cuenta un viaje por los museos de la ciudad, o más bien, lo que pensó e imaginó cuando estuvo allí. Con su visión fugaz de las cosas, ese arte que domina su mirada y la convierte en un microscopio de lo inusual, retener aquellos detalles y sutilezas que pasan desapercibidos al resto de los mortales: miniaturas, pequeños objetos, un pavo real, una tela con las instrucciones para usar un arma.
La Casa Museo José Lezama Lima es el lugar al que Aira dedica más tiempo de su paseo, sin prestar demasiada atención a los obvios puntos de interés de todo turista. Pero Aira, turista accidental y descolocado, como él mismo asegura, es muy despistado, y la atención se le dispara y se convierte en una máquina de fabricar fantasías. Contará una historia sobre un prófugo que inventa su periplo, sobre la marcha, mediante los grabados que va viendo en unos platos en los que está comiendo.
Hablará también de Raymond Roussel, de su escritura no psicológica, que como la suya propia, se basta de los acontecimientos externos para construir una prosa sin concatenaciones de causa y efecto y harto predecible.
Aira, incluso en estas piezas menores, sobresale como un escritor de vertiginosa agudeza- en el primer ensayo-, y de una desbordante imaginación- en el segundo texto- consiguiendo que transitemos por espacios y objetos rutinarios con los ojos encendidos «con la maravillosa condición del asombro más azaroso.»

jueves, marzo 26, 2015

Ficción perpetua, José María Merino

Menoscuarto, Palencia, 2014. 336 pp. 20 €

Pedro Pujante

A estas alturas ya resulta innecesario presentar a José María Merino (La Coruña, 1941), autor de novelas, poesía y cuentos –quizá el género en el que mejor se mueve-, y ganador de todos los premios literarios relevantes: Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa, incluidos.
Hace diez años publicó Ficción continua, un libro que reunía ensayos, charlas y artículos. Así que esta Ficción perpetua podría considerarse una segunda entrega de aquel otro, con el que conforma un díptico dedicado a la literatura de ficción. En Ficción Perpetua se hallan diseminadas todas las filias literarias del autor leonés. Está dividido en dos partes. La primera reúne conferencias y artículos dedicados a diversos temas literarios. En la segunda parte, ‘De autores y obras’, recoge una serie de artículos que ya vieron la luz en revistas, y que ahora se presentan de forma unitaria en este volumen.
Es precioso el primer texto titulado ‘Diez jornadas en la isla’. En esta charla, Merino se imaginó un náufrago, y durante diez días rescata los libros más importantes de su vida, haciendo un recorrido por su biografía emocional y literaria, dando una magistral clase de literatura universal, pero sin renunciar a sus gustos personales.
Merino aboga por la literatura como condición esencial del ser humano. Nos recuerda que en nuestros genes se halla la semilla del relato oral, y que este, ha cristalizado en el relato, la novela, la literatura escrita.
En estos textos nos hablan de la ficción, del relato fantástico y de la ciencia ficción. Y Merino, además de realizar un acercamiento teórico a estos asuntos literarios, confecciona una lista de autores y obras, un canon muy personal pero con vocación universal, que servirán al curioso lector para ampliar sus lecturas ulteriores.
La pasión por la literatura que recorre estos ensayos se ensancha con la mirada de un escritor consumado, que además demuestra ser un sutil, profesional e intuitivo lector. Hay, en este sentido, otro artículo dedicado al acontecimiento de la lectura, en el que la analiza desde varias perspectivas; emocional, pública, social y educativa. Concluye este artículo diciendo que ‘leer nos da acceso al gran espacio de la imaginación reveladora’. Y creo que en esta sentencia se justifica en gran medida el interés por la literatura como herramienta para indagar en ese interregno sagrado y mítico que es el alma humana, pero que está dimensionado en una cosmogonía ficcional y universal, en la que habitamos los amantes de la literatura.
Es interesante el recorrido que hace por la ciencia ficción, recuperando nombres de autores españoles cuyo éxito se extinguió hace tiempo. Aunque también dedica algunas líneas a recordar a autores actuales, jóvenes que se empiezan a hacer un hueco en este difícil mundo de la ciencia ficción, de la literatura, en definitiva.
Como ya hemos dicho, en la segunda parte, Merino se centra en diferentes autores y sus obras. A parte de un interesante ensayo sobre el tema del Doble, los artículos de esta sección versan sobre escritores. Desde Menéndez Pelayo y su Orígenes de la novela, pasando por Potocki y su célebre Manuscrito encontrado en Zaragoza, pieza indiscutible de la literatura fantástica universal; los cuentos de Maupassant y Chejov; Dickens o el incomparable padre Brown, de Chesterton.
Resumiendo. En estos variados ensayos sobre la ficción, sobre el poder de la literatura, sobre autores que constituyen un elenco de voces necesarias para comprender el devenir de la literatura contemporánea, Merino ha volcado su sabiduría y su sugerente mirada de lector (casi más que la de escritor), y nos invita a leer, es decir, a soñar, a inventar, a creer en la ficción, último refugio de aquellos que cada vez creemos menos en esto que ha venido llamándose realidad.

miércoles, septiembre 03, 2014

Noticias del frente, Guillermo Busutil

Tropo Editores, Huesca, 2014. 239 pp. 18 €

Cristina Consuegra

Desde que el brazo armado del capitalismo diera su golpe más firme sobre el tablero de juego diseñado por las anteriores versiones del sistema, la (palabra) crisis ha irrumpido en nuestra cotidianeidad con fiereza y contundencia. Hemos incorporado al andamiaje de la rutina, conceptos, gestos y acciones que, otrora, carecían de interés o simplemente resultaban innecesarios. Atrás queda la ceremonia a la que asistíamos –pensábamos- como invitados cuando en realidad éramos el plato principal. De entre esos conceptos, gestos y acciones, han surgido documentales, películas y libros que ahondan en los diversos significados que este acontecer manifiesta o aparenta manifestar, disciplinas artísticas que intentan escudriñar un presente huidizo con el fin de arrojar algo de luz sobre lo que deberá ser el futuro como experiencia.
Una de esas obras que mira a los ojos de la crisis para medir la fractura social, al tiempo que plantea nuevas variables con las que obtener resultados divergentes de los ofrecidos por los gobiernos, es Noticias del frente (Tropo Editores, 2014), de Guillermo Busutil, libro que recopila las columnas que el escritor ha ido publicando cada domingo en La Opinión de Málaga, entre 2013 y 2014; textos que Busutil ha estructurado simulando las secciones habituales de un periódico (Sociedad, Política, Economía, Cultura, Sucesos, Deportes y Obituarios) porque justamente «un periódico puede leerse como un conjunto de relatos que cuentan la realidad y sus ficciones». Estas palabras que habitan en la contraportada del libro guardan relación directa con el aliento de El periodismo es un cuento (Alfaguara, 1997), de Manuel Rivas, una antología de textos publicados en El País en la que el autor gallego defiende el nexo entre literatura y periodismo. «El periodista es un escritor. Trabaja con palabras. Busca comunicar una historia y lo hace con una voluntad de estilo». Rivas es uno de los tres abanderados que encontramos en la página de bienvenida, una página que ya advierte sobre lo que el lector encontrará en las entrañas de este nuevo artefacto del autor granadino. Los otros dos nombres propios que completan esta suerte de Trinidad del periodismo más crudo y combativo son Camus y Kapuscinski, carne y esqueleto de Noticias del frente; carne por lo que tiene de periodismo libre y comprometido para con un tiempo de trinchera y desarraigo. Y esqueleto porque cada columna es intencional y se sostiene sobre el firme principio de informar desde el frente, sin armisticios, asumiendo que con cada texto se debe describir la contemporaneidad.
Es cierto que el periodismo no es uno de los ejes temáticos de Noticias del frente, aun así es un libro sobre el oficio, sobre el olor a tinta o el eco de teclas. Y lo es porque el análisis de la realidad que hace el autor es riguroso e independiente, análisis que por tendencia natural se arrastra hacia latitudes literarias para otorgar a cada pieza una geografía única, exuberante e intensa, con la que atravesar la epidermis emocional del lector y alcanzar así la dimensión humana del acontecer.
En cuanto a la diversidad temática de Noticias del frente, existe una suerte de principio de ósmosis que regula la poética del libro según el cual cada elemento que mide la realidad desde la perspectiva más cruenta y áspera, desde el desencanto, es compensado por la entrada de otro elemento que busca aportar el aliento de la resistencia, la promesa de un combate sin treguas ni rendiciones. Así, y en el afán por encontrar en lo más cercano, en lo doméstico y pequeño, el mundo visto según Cortázar, Busutil cose un collage de ideas sobre las que pivota el latido de Noticias del frente, ideas que funcionan como pares, lealtad/traición, corrupción/Política, compromiso/impostura, realidad/esperanza, presente/memoria, poder/honestidad… un juego de contrastes que Busutil calibra a través del hecho literario y que, en el caso de Noticias del frente, se pone al servicio del fuego cruzado que vivifica la obra: la labor del periodismo.
Con este planteamiento de pares y contrastes, de horizontes espejo, Noticias del frente es, al mismo tiempo, el manual perfecto del columnismo actual, del periodismo de vieja escuela, pero también el manual perfecto para cómo se debe estar en el mundo sin miedo ni complejos porque «Vivir no se celebra. Se hace, se siente, se piensa, se pelea, se sufre y se disfruta» y Noticias del frente enseña, entre otras cosas, el oficio de estar vivo.

viernes, junio 20, 2014

Escribir. Ensayos sobre literatura, Robert Louis Stevenson

Trad. Amelia Pérez de Villar. Páginas de Espuma, Madrid, 2014. 443 pp. 25 €

Julián Díez

En esta época sobrada de imposturas, es inevitable que un creciente número de lectores nos volvamos con frecuencia hacia la sustancia de la narración, hacia los nombres que nos garantizan el placer del libro. Las reediciones frecuentes de Stevenson, en particular de sus relatos, se han sucedido en en los últimos tiempos en este contexto.
Páginas de Espuma se ha decantado esta vez por recopilar sus ensayos sobre distintos aspectos del hecho literario, en una labor que por lo que he podido averiguar ni siquiera ha sido afrontada en el mercado anglosajón. Lo más parecido hasta ahora es una recopilación de ensayos publicada por Stevenson en vida, Memories and Portraits (1887), del cual se recogen aquí algunos textos. El resto están espigados de distintas recopilaciones de artículos, para formar un todo aparentemente exhaustivo.
Stevenson murió pronto (44 años), y pese a ser un autor popular, los problemas de salud que le llevaron a establecerse en el último lustro de su vida en el Pacífico, en busca de un clima más favorable, le impidieron convertirse en una voz de impacto en el panorama literario en lengua inglesa. Así, estos textos son en su mayoría divulgativos, posiblemente compromisos o fruto de impulsos, pero carecen de propósito de magisterio, por así decir. Lo cual no resta un ápice a su representatividad e interés, sino que suman frescura a cambio de perder en coherencia. No hay un discurso estructurado, sino una serie de apuntes que dejan, eso sí, una imagen definida.
Stevenson, como cabía esperar, era un amante de las tramas, un adicto a la emoción. Los autores a los que valora, aunque sea con un toque crítico en ocasiones, son en su mayoría, como él, narradores puros: Verne, Hugo, Dumas, Poe. Pero también hay palabras que invitan a volver de inmediato a Whitman o Thoreau, o encendidos elogios de alguna novela hoy casi olvidada como El egoísta, de George Meredith, el que fuera también autor favorito de Wilde y que hoy no tiene presencia alguna en las librerías españolas.
Sin embargo, el enfoque es siempre el mismo: una valoración en términos sensoriales, carnales, ligando la literatura con experiencias íntimas y directas. Cuando habla de cómo disfrutó en su juventud la lectura de Macbeth que le hizo su madre, relaciona ese instante con una tormenta fuera de su casa, con el olor de la lluvia y el temor a la furia del viento, y nada puede resultar más natural y hermoso. Ese entusiasmo por los libros, como cuando en un impulso desea volver a ser niño para poder leer a Verne despojado de prejuicios y disfrutándolo en plenitud, se contagia al lector en lo que es la mejor cualidad del volumen. También hay ensayitos en los que Stevenson da cuenta del proceso creativo de algunas de sus obras más relevantes, como La isla del tesoro o El señor de Ballantrae. Y un par de textos que a priori deberían destilar su visión concreta de la literatura: “Carta a un joven caballero que se propone dedicarse al arte” y “Cómo aprendió Stevenson a escribir de modo autodidacta”, ambos de 1887 y 1888. Son unas 26 páginas en total que, sin embargo, no resultan más reflexivas sobre el proceso literario de Stevenson que el resto, al constar sobre todo de una enumeración de preferencias. El autor escocés no dejó ningún texto destilando los métodos de su propia escritura: pero el reflejo de sus gustos y la forma en que valora los trabajos ajenos resulta a la postre una exhibición de sus intenciones y sus logros.

lunes, junio 03, 2013

Guerra y emancipación, Karl Marx y Abraham Lincoln

Trad. Andrés de Francisco, Antonio Lastra y Javier Alcoriza. Prol. e Intr. Andrés de Francisco y Robin Blackburn. Capital Swing, Madrid, 2013. 215 pp. 17 €

Angeles Prieto Barba

En este libro vamos a encontrarnos con una apuesta editorial inteligente que sirve para unir a dos personajes fundamentales del siglo XIX, tan principales que de hecho conforman nuestro presente, más allá de modas y películas alusivas: Abraham Lincoln (1809-1865) y Karl Marx (1818-1883). Y el motivo o nexo entre ellos no podía ser otro que la Guerra Civil o de Secesión Norteamericana (1861-1865).
Un enfrentamiento bélico especialmente cruento, que debió saldarse con 700.000 muertos, originado por diferencias en modo alguno anodinas, ni solventables por acciones diplomáticas. Porque la razón de fondo que subyacía bajo este conflicto fue el choque entre dos modelos de sociedad completamente opuestos: El industrial-abolicionista al Norte y el agrario-esclavista al Sur, economías que, a medida que se embarcaron en una expansión territorial sin parangón por el que fueron creando nuevos Estados, concluyeron que su supervivencia dependía de poner coto o freno a la otra en éstos.
Mientras, a este lado del Atlántico, nos parece inevitable que ese lúcido periodista y analista de la sociedad que también fue Karl Marx, fijara los ojos en lo que allí estaba ocurriendo y, de acuerdo a sus ideas, no tuviera dudas en apoyar entusiásticamente al trabajo libre sobre las plantaciones esclavistas, regidas éstas por una oligarquía minoritaria y represiva, contemplando este conflicto como una revolución burguesa más de su tiempo.
Son estos artículos marxistas los que revisten mayor interés de todo el libro, junto con el análisis brillante de Robin Blackburn que nos ayuda perfectamente a situarnos. Tal vez porque los tengamos olvidados desde aquella lejana edición de Roca de 1973, mientras que los principales discursos de Abraham Lincoln aquí incluidos (Tomas de investidura, famoso discurso de Gettysburg, proclamación de la Emancipación (1863) han seguido publicándose repetidamente. Por lo demás, que nadie imagine topar con una correspondencia profunda y personal entre Lincoln y Marx al adquirir este libro, pues dados los cargos que ocupaban ambos personajes (presidente de los Estados Unidos y presidente de la Asociación Internacional de Trabajadores), lo que sostuvieron en realidad fueron los saludos protocolarios que aquí podemos leer, interesantes sin duda, con motivo del apoyo de la organización socialista al principal adalid de la causa abolicionista.
Es necesario mirar atrás para entender el presente. Sin la capacidad de decisión del republicano Lincoln, no sería presidente ahora el demócrata Obama. Sin el lúcido análisis social de Marx, y su tenacidad ideológica, no disfrutaríamos ahora de derechos laborales ni sindicales. Y por eso, porque hay que convertir nuestro futuro en una historia de progreso, conviene prestar atención a libros como éste.

lunes, octubre 15, 2012

A media página, Medardo Fraile

Huerga y Fierro, Madrid, 2012. 276 pp. 18 €

Ricardo Martínez

He aquí un magnífico ejemplo de prosa dúctil, clara, intencionada en el mejor sentido de la procura de la significación. Una prosa que ha dado algunos de los mejores cuentos escritos en España (pues Medardo Fraile, el autor, dentro de su condición rica de escritor ha dejado hasta ahora ejemplo de cuentos excepcionales dentro de la literatura española) y que ahora se nos presenta con esta gavilla de crónicas de lo cotidiano, de anécdotas de lo más variopinto pero "literaturizadas" para mayor disfrute del lector. Lo bien hecho bien se entiende.
El conjunto del libro lo forman pequeñas historias, cada una en una página, que van desde ‘Ocurrencias’, donde aparece ‘Mi amigo el de las teorías’ hasta "Navidad", donde se nos recuerda que «lo peor que le puede pasar a una fiesta grande es que no la sintamos (no recordemos, sino sintamos) todos los días como fiesta». Van desde "Frases", donde rememora a Galdós y su burla amarga de frase tan española como "Qué le vamos a hacer. ¡Las circunstancias!" hasta alusiones, muy precisas, acerca del autor y (en) su obra: Canetti, Augusto Monterroso.
El germen de estos textos está en la colaboración regular que el autor mantuvo durante años en el suplemento cultural del periódico "Córdoba" y quetodavía aparece bajo el rótulo de "Cuadernos del Sur". Donde, por cierto, sigue, afortunadamente, colaborando, si bien no con la misma regularidad y en distintos formatos.
El lector, aquí, tendrá pues la doble oportunidad de conocer de primera mano aquilatadas reflexiones acerca de lo vivencial (de todo lo cotidiano, toda la curiosidad de que pueda hacer gala un hombre inteligente) y del gozo de una prosa limpia y sencilla como agua renovadora, gratificante como pocas de las que podamos disfrutar en estos tiempos aciagos de lamento y bullicio.

viernes, junio 08, 2012

Pepe Cerdá. Entre dos luces, Julio José Ordovás

Eclipsados, Zaragoza, 2011. 86 pp. 16 €

Fernando Sanmartín
Fima Invitada

En el mundo del arte sigue habiendo, por fortuna, disolventes contra la tontería. Los encuentro, a veces, en pintores que se alejan de lo retórico, de lo espeso, incluso de lo conceptual; pintores que hacen de la realidad un discurso honesto. Uno de esos artistas es el aragonés Pepe Cerdá («Creo en la pintura en la misma medida que el príncipe Felipe cree en la Monarquía»), abrigado con sus paisajes y retratos, admirador de Sorolla, Morandi o Moreno Carbonero, del que un escritor y periodista, Julio José Ordovás, alejado de cualquier ditirambo, ha hecho un pequeño atlas o álbum personal para atrapar lo que hay en su obra pictórica de los años más recientes.
Julio José Ordovás sabe insonorizar lo superfluo. Desde la primera página de este libro se evidencia. Y por eso nos topamos de frente con esta afirmación: «Cerdá aprendió a pintar como los leones aprenden a cazar: para comer». Pero Ordovás articula aquí una suma de breves ensayos que reflejan la esencia de muchas conversaciones mantenidas con Cerdá, añadiendo el resultado de una observación minuciosa centrada tanto en su personalidad, que nada tiene de silla abatible, como en ese misterio que supone pintar lo que uno ve, lo cercano, los otros.
Ordovás, mientras nos habla de la gasolinera de Villamayor que una y otra vez pinta Cerdá, igual que Monet lo hacía con la catedral de Rouen, desliza que ese espacio Repsol puede ser el icono que destella en la noche con la intensidad de un faro; mientras explica que este artista pinta retratos porque le gusta la gente, retratos resueltos en alguna ocasión con pocas pinceladas, matiza que conocer a los demás es la única forma que tiene uno de llegar a conocerse; mientras, con Alfred Sisley de transfondo, analiza cómo ha ido ganando terreno, de forma progresiva, el cielo en los cuadros de Cerdá, indica que esos cielos hechos por este autor se cierran y abren sobre la tierra como la tapa de un ataúd. Y añade que a Pepe Cerdá le gusta citar a Chesterton; y que la luz, para él, es un ser vivo con sus sentimientos y pasiones; y que no hay atisbos de duda cuando señala que «decir de un cuadro que parece una fotografía es como decir de una flor que parece de plástico».
La pintura no ha muerto. La buena pintura nos embiste. También, eso sí, nos embisten de otra forma el simulacro, la farsa, el vacío, la falta de verdad y la pereza de no ir más allá. Ordovás sabe todo eso y ha derramado unas páginas de escritura lúcida para adentrarnos en el mundo personal y creativo de Pepe Cerdá, recreándolo como si viéramos sus lienzos en la galería les Singuliers de París o en la galería zaragozana Carlos Gil de la Parra, interpretando un lenguaje pictórico sencillo, realista, apasionado y vital, donde lo evidente nos inunda porque una inundación es lo visible, lo que rompe y empuja, incluso la metáfora de Lacan emborrachando a Benjamin.
Ordovás no usa circunloquios ni elipsis, no utiliza palabrería de monje zen, no modela párrafos insulsos, porque su experiencia con un pintor que ama profundamente lo que hace es la esencia y objeto de este libro. Y Ordovás, sin encerar palabras y desde un existencialismo singular («la vida, como el tiovivo: crees que avanzas, pero solo das vueltas»), nos ha dado aquí las referencias esenciales de un pintor que ilumina lo que otros oscurecen.

viernes, octubre 02, 2009

Mecanismos internos, J.M. Coetzee

Trad. Eduardo Hojman. Mondadori, Barcelona, 2009. 322 pp. 20 €

Coradino Vega

Cuando uno ve la cubierta de este libro de Coetzee siente la curiosidad, entre morbosa y letraherida, de saber qué opinará el Premio Nobel sudafricano de algunos de sus colegas contemporáneos. Leer lo que ha escrito uno de los mejores novelistas vivos sobre otro gigante de la literatura actual como Philip Roth justifica de por sí la lectura de este volumen de ensayos. Sin embargo, no hay nada más alejado del morbo o del chismorreo cultural que las reseñas de un novelista tan serio y riguroso como Coetzee, que ha venido demostrando en libros como Costas extrañas o Contra la censura que los mismos criterios de exigencia que presiden sus magníficas obras de ficción caracterizan también su obra crítica.
La mayoría de los textos reunidos bajo el revelador epígrafe de Mecanismos internos (un título que nos hace pensar en la carpintería del escritor, en esa habilidad de analizar los engranajes de la ficción como si fuera una novela que tienen escritores como Vargas Llosa o Milan Kundera) atiende a las normas de publicación del New York Review of Books, ya de por sí garantes de rigor literario. Coetzee deja de lado la peculiar voz de su narrador y se convierte en un profesor amable y generoso, didáctico y erudito, sin reproducir ninguno de los vicios terminológicos de la crítica académica. Así, en el bloque principal (que también es el primero), dedicado a autores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX (Italo Svevo, Robert Walser, Robert Musil, Walter Benjamin, Bruno Schultz, Joseph Roth y Sándor Marai), Coetzee comienza con una contextualización biográfica del escritor en el marco de su época y la obra que se comenta. Esas breves incursiones en la historia resultan esclarecedoras y amenas, siempre provechosas, y uno comprende que un autor tan preocupado por cuestionar en su obra de ficción el marco ético del mundo actual se fije en esos escritores que, al mismo tiempo que registraban las ondas del nuevo mundo que crecía por momentos, sintieron la necesidad de explorar la desaparición del universo en el que habían nacido (pues sobre una transición igualmente dolorosa parecen versar sus novelas La edad de hierro, Hombre lento o Diario de un mal año).
Tras un segundo bloque en el que analiza a autores como Celan, Grass o Sebald, Coetzee se centra en algunos exponentes de la literatura en inglés, idioma en el que él escribe. Coetzee es un autor esencialmente preocupado por el lenguaje; en sus memorias reconoce cuánto le influyó la sequedad de Samuel Beckett; y en estos ensayos reflexiona de tal forma sobre ciertos errores de traducción, que resulta inevitable pensar en la desafortunada traslación del título de su novela Disgrace que se hizo en España. En esta tercera parte, comenta las tres primeras obras de Saul Bellow, nos ofrece una curiosa y lacerante biografía de Faulkner, y reflexiona sobre la creación del álter ego en La conjura contra América de Philip Roth. Asimismo, en uno de sus singulares golpes de necesidad, aborda la película de John Huston con guión de Arthur Miller que aquí (a saber por qué) se tradujo como Vidas rebeldes, para denunciar una vez más el sufrimiento de los animales. Cierran el volumen los ensayos dedicados a tres escritores “periféricos” de la talla de Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez y V.S. Naipaul.
Llegado a este punto, uno ya está plenamente convencido de que los escritores suelen hacer crítica de una manera más agradable y penetrante que los profesores universitarios. Leer a Coetzee, además, siempre es una delicia para el espíritu. Manteniéndose a prudente distancia de los juicios desbordados por la pasión, sus elegantes lecturas nos empujan a revisitar a algunos de los autores que más amamos.

J.M. Coetzee en La Tormenta:
-Diario de un mal año
-Contra la censura. Ensayos sobre la paión por silenciar
-Vida y época de Michael K.