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jueves, enero 31, 2013

Zendegi, Greg Egan

Trad. Carlos Pavón. Ed. Bibliópolis, Madrid, 2012. 303 pp. 21,95 €

Julián Díez


Greg Egan es uno de los personajes más curiosos del género de ciencia ficción actual. En la era de la comunicación, un escritor que destaca por sus miradas más osadas hacia el futuro es un anacoreta sin presencia mediática alguna, en un contraste absoluto con buena parte de sus colegas. No hay fotos suyas, no acude a ningún acto, y reside en Perth, una localidad australiana a miles de kilómetros de cualquier otra con aeropuerto internacional: el mejor lugar posible para que nadie le busque jamás. Tal vez ni siquiera exista, y sea una dirección de correo electrónico respondida por algún otro notable. Incluso recuerdo haberle preguntado directamente al respecto a Ted Chiang, otro de los autores del momento: se limitó a decir que ya le gustaría.
No sabemos a ciencia cierta, por tanto, de donde proceden los conocimientos multidisciplinarios que respaldan los argumentos de Egan, plasmados hasta hoy en once novelas y seis colecciones de cuentos publicadas durante los últimos veinte años. Personalmente, admito que prefiero hasta ahora con diferencias sus relatos sobre las novelas. En el formato corto, como le pasa a otros escritores del género, Egan va al grano y no puede acumular sus despliegues de tecnología y especulación científica, con querencia hacia complejos desarrollos de lo que se da en llamar ToE (Theory of Everything, “teorías sobre todo”) que terminan por convertir sus novelas en gigantescos constructos metafísicos. O, por decirlo más directamente, la verdad es que no tengo las herramientas necesarias para seguirle cuando se pone realmente estupendo y se imagina un cosmos entero a su medida.
Zendegi, su novena novela, viene a romper esa línea genérica de trabajo al desarrollarse sobre tecnologías más cercanas y en un escenario más cortoplacista: el Irán de pasado mañana, en su primera parte, y el de dentro de quince años en la segunda. La elección del lugar ya es de por sí curiosa, porque los países islámicos han sido muy raramente objeto de las especulaciones del género. Aunque en los últimos tiempos se acumulen buenas novelas que miran el futuro fuera del marco europeo y estadounidense, caso de La chica mecánica de Paolo Bacigalupi o Brazyl de Ian McDonald
En ese entorno de relativamente baja tecnología, Egan nos viene a mostrar los primeros pasos que podrían dirigir al mundo post o transhumano que retrata en la mayor parte de sus novelas previas. Los protagonistas son por un lado el periodista Martin Seymour, enviado al país para seguir una revolución contra el régimen islamista, y por otro la programadora Nasim Golestani, que trabaja para el entorno virtual Zendegi ("vida", en farsi). Sus historias terminarán por confluir en ruta hacia el primer mapeo cerebral de la historia: la conversión de la inteligencia y la individualidad humana en incontables bits de información que reproducen el pensamiento, con todas las posibilidades que eso supone.
Releyendo lo que llevo escrito hasta el momento, reconozco que la novela puede tener un aspecto bastante temible, pero en esta ocasión no hay para tanto. Egan parece haber hecho el esfuerzo de dirigirse a un público más amplio, y todo coincide para que esta sea no sólo su obra más asequible hasta la fecha, sino una novela francamente recomendable para cualquiera interesado por un futuro “realista” y sin especial preparación científica
A diferencia de lo que ocurre en otros de sus trabajos, el autor australiano introduce aquí personajes capaces de despertar empatía en el lector, en lugar de protagonistas inmersos en futuros complejos que obligan a un esfuerzo de comprensión. El hecho de que el relato se desarrolle en Irán, retratado con una cercanía de detalles que habla seguramente de algún viaje de Egan al país, le permite introducir detalles de ambiente muy interesantes, y mantener sus especulaciones dentro de un territorio más accesible. Incluso es obvio su esfuerzo por incluir explicaciones científicas a través de personajes fuera de su línea de trabajo -muy curioso por ejemplo un futbolista estrella convertido en bits- y algún elemento de humor para desengrasar antes de un final agridulce, algo escéptico, pero perfectamente justificado.
Zendegi es una excelente introducción al trabajo de uno de los escritores que están diseñando el futuro, y que ya había demostrado que podía llevar a cabo especulaciones más cercanas en buena parte de sus cuentos. Es una novela osada en el contexto de la obra de su autor, que deseo fervientemente que encuentre eco para continuar en esta línea.

viernes, octubre 02, 2009

Mecanismos internos, J.M. Coetzee

Trad. Eduardo Hojman. Mondadori, Barcelona, 2009. 322 pp. 20 €

Coradino Vega

Cuando uno ve la cubierta de este libro de Coetzee siente la curiosidad, entre morbosa y letraherida, de saber qué opinará el Premio Nobel sudafricano de algunos de sus colegas contemporáneos. Leer lo que ha escrito uno de los mejores novelistas vivos sobre otro gigante de la literatura actual como Philip Roth justifica de por sí la lectura de este volumen de ensayos. Sin embargo, no hay nada más alejado del morbo o del chismorreo cultural que las reseñas de un novelista tan serio y riguroso como Coetzee, que ha venido demostrando en libros como Costas extrañas o Contra la censura que los mismos criterios de exigencia que presiden sus magníficas obras de ficción caracterizan también su obra crítica.
La mayoría de los textos reunidos bajo el revelador epígrafe de Mecanismos internos (un título que nos hace pensar en la carpintería del escritor, en esa habilidad de analizar los engranajes de la ficción como si fuera una novela que tienen escritores como Vargas Llosa o Milan Kundera) atiende a las normas de publicación del New York Review of Books, ya de por sí garantes de rigor literario. Coetzee deja de lado la peculiar voz de su narrador y se convierte en un profesor amable y generoso, didáctico y erudito, sin reproducir ninguno de los vicios terminológicos de la crítica académica. Así, en el bloque principal (que también es el primero), dedicado a autores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX (Italo Svevo, Robert Walser, Robert Musil, Walter Benjamin, Bruno Schultz, Joseph Roth y Sándor Marai), Coetzee comienza con una contextualización biográfica del escritor en el marco de su época y la obra que se comenta. Esas breves incursiones en la historia resultan esclarecedoras y amenas, siempre provechosas, y uno comprende que un autor tan preocupado por cuestionar en su obra de ficción el marco ético del mundo actual se fije en esos escritores que, al mismo tiempo que registraban las ondas del nuevo mundo que crecía por momentos, sintieron la necesidad de explorar la desaparición del universo en el que habían nacido (pues sobre una transición igualmente dolorosa parecen versar sus novelas La edad de hierro, Hombre lento o Diario de un mal año).
Tras un segundo bloque en el que analiza a autores como Celan, Grass o Sebald, Coetzee se centra en algunos exponentes de la literatura en inglés, idioma en el que él escribe. Coetzee es un autor esencialmente preocupado por el lenguaje; en sus memorias reconoce cuánto le influyó la sequedad de Samuel Beckett; y en estos ensayos reflexiona de tal forma sobre ciertos errores de traducción, que resulta inevitable pensar en la desafortunada traslación del título de su novela Disgrace que se hizo en España. En esta tercera parte, comenta las tres primeras obras de Saul Bellow, nos ofrece una curiosa y lacerante biografía de Faulkner, y reflexiona sobre la creación del álter ego en La conjura contra América de Philip Roth. Asimismo, en uno de sus singulares golpes de necesidad, aborda la película de John Huston con guión de Arthur Miller que aquí (a saber por qué) se tradujo como Vidas rebeldes, para denunciar una vez más el sufrimiento de los animales. Cierran el volumen los ensayos dedicados a tres escritores “periféricos” de la talla de Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez y V.S. Naipaul.
Llegado a este punto, uno ya está plenamente convencido de que los escritores suelen hacer crítica de una manera más agradable y penetrante que los profesores universitarios. Leer a Coetzee, además, siempre es una delicia para el espíritu. Manteniéndose a prudente distancia de los juicios desbordados por la pasión, sus elegantes lecturas nos empujan a revisitar a algunos de los autores que más amamos.

J.M. Coetzee en La Tormenta:
-Diario de un mal año
-Contra la censura. Ensayos sobre la paión por silenciar
-Vida y época de Michael K.