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lunes, mayo 04, 2015

Lo contrario de la soledad, Marina Keegan

Trad. Regina López Muñoz. Alpha Decay, Barcelona, 2015. 208 pp. 19,90 €

Pedro M. Domene

Marina Keegan, una joven magna cum laude, pronuncia en la Universidad de Yale un manifiesto existencial como discurso de graduación un soleado día de mayo de 2012, un texto que posteriormente publicará el Yale Daily News, y muy pronto se convierte en todo un fenómeno literario por la conmovedora inocencia con que contagiaba a quien lo leía. El discurso se tituló, “Lo contrario de la soledad”, y en él se habla de las esperanzas, de las incertidumbres, y de las posibilidades de toda una generación, la suya.
La editorial Alpha Decay, reúne la totalidad de los textos de la malograda Marina Keegan (Boston, Massachusetts, 1989- Dennis, Massachusetts, 2012), bajo el titulo de aquel discurso, Lo contrario de la soledad (2015), nueve relatos originales, ocho artículos o textos de variada factura, y el propio manifiesto leído ante sus compañeros. Todo el legado de una joven que cinco días después de su graduación perdía la vida en un accidente automovilístico, y tenía tan solo veintidós años.
Precede al conjunto, una “Introducción” de Anne Fadiman, profesora y mentora, de la joven en Yale, y escribe de cómo la conoció, de su voluntad y firmeza, de su talento, o de su entusiasmo durante los años vividos en la prestigiosa universidad y, sobre todo, de su afán por la vida. El artículo en cuestión, “Lo contrario de la soledad” postula sobre las esperanzas suscitadas ante un futuro de asombrosas posibilidades, y la suerte de su autora lo ha convertido en esa premisa nunca prevista por una juventud que nunca calcula hasta donde puede llegar nuestra vida: la de Marina Keegan truncada por un aparatoso accidente que nadie podía prevenir, «Somos muy jóvenes. Somos tan jóvenes. Tenemos veintidós años. Tenemos mucho tiempo delante», escribiría ella misma, para terminar diciendo, «Estamos juntos en esto, promoción de 2012. Vamos a hacer que pase algo en el mundo».
Lo mejor del volumen, sin duda, la ficción, los relatos que contiene, nueve en total, que muestran a una singular observadora de las situaciones que viven algunos individuos que cobran vida con el pulso acertado de su narradora que, pese a su juventud, demuestra una singular madurez, sin duda, aprendida en las aulas y en la firmeza de sus convicciones. Algunos forman parte de la intimidad familiar o particular, “Vacaciones de Navidad” o “Leer en voz alta”, o el testimonio, y/ o visión particular de la invasión de Irak allá por 2003, en “La ciudad esmeralda”, la crónica ingenua desde Bagdad de un joven, tras el torpe fracaso de las tropas estadounidenses. Y los artículos, algunos con ese matiz de auténticos reportajes, muestran la mirada atenta de un universitaria que se asombra ante la extinción de ballenas, se adhiere al dolor de los sin techo, o quienes portadores de alguna enfermedad, ella misma celíaca, ensalzan el valor de sus progenitores en una lucha permanente por conseguir que en los etiquetados figuren los contenidos del temido gluten para ellos. Y no menos sorprendente, la denuncia explícita en “Las alcachofas también dudan” donde pone de manifiesto cómo el 25% de los jóvenes de Yale terminan, por extraños y perversos mecanismos, como consultores y empleados de financieras y multinacionales que, en su mayoría, explotan su talento. Y aunque forma parte de la no-ficción, un texto como “Mato por dinero” merecería estar y ser calificado de ficción pura por el sentido del humor con que está contado, y eso además, en boca de un hombre maduro que se ha pasado toda su vida diciendo, “tú me dices lo que es, yo lo mato”.
El libro rezuma inteligencia, los cuentos y artículos están bien estructurados, la ficción un virtuosismo narrativo extraordinario, y los ensayos, aportan su granito de arena por un dramatismo singular para los tiempos que corren. El conjunto escrito con una prosa ágil y de una sombrosa agudeza cuando es necesario, pese a la visión aun en ciernes de su joven autora que, como queda dicho, siempre está a la altura de sus pensamientos.

jueves, octubre 30, 2014

Sobrebeber, Kingsley Amis

Trad. Ramón de España y Miquel Izquierdo. Intro. Christopher Hitchens. Malpaso, Barcelona, 2014. 325 pp. 23 € (incluye e-book)

Nabor Raposo

Hay poemas y canciones sobre la bebida, se arranca Amis, pero nada que hable de emborracharse, y mucho menos de después de la embriaguez. La obra que nos ocupa también renuncia a la literatura imaginativa, como la define el autor, para abordar el asunto, que resuelve con una combinación de géneros periodísticos para presentarle al lector una insólita y genuina miscelánea etílica cuyo propósito anida más cercano al regocijo que a la erudición. Una combinación que contiene tres cuartas partes de inteligencia narrativa, talento natural y un notable conocimiento de la materia, alimentado por una no menos excelsa sabiduría popular. Añadan un corrosivo humor que, servido sin ningún tipo de dosificador y de manera muy generosa, sabe a marca de la casa –Amis Dry– y pónganle a las botellas ese mismo apellido, sustituyendo el château de la etiqueta por una pluma estilográfica, estandarte heráldico de la familia: el resultado es un cóctel que, en contra de la creencia popular –caprichos del traductor– se sirve agitado y no mezclado –“shaken not stirred”– y frío como una venganza.
Esta serie de artículos, escritos originalmente por Kingsley Amis (1922–1995) en su columna semanal del Daily Telegraph, primero, y posteriormente en el Daily Express, fueron asimismo compilados en su día en tres volúmenes (On drink, 1972; Everyday drinking, 1983 y How’s Your Glass?, 1984) hasta formar la colección definitiva que ahora presenta Malpaso en español, con un gusto exquisito para la edición y a la altura que exigen las circunstancias –es justo reconocerlo–.
Quizá sea esta circunstancia, la repetición, la que constituya el mayor hándicap de este personal vademécum. Como el propio Amis reconoce al principio del segundo capítulo/libro, «cobrar dos veces por el mismo trabajo siempre es agradable», y aunque se refiere a la satisfacción que le produce sacar un libro de crónicas periodísticas ya publicadas, lo cierto es que On drink (Sobre el beber) y Everyday drinking (El trago nuestro de cada día) son prácticamente un repicado de sí mismos. El editor da buena cuenta del problema en la nota prelimitar, y se disculpa, lo que también es de agradecer, con la siguiente excusa: «como todos los compañeros de copas, Amis se repite de vez en cuando». En cualquier caso, la simple lectura podría bastar como un argumento más que suficiente para redimir a ambos.
Los distintos apartados del primer capítulo (el segundo, como hemos dicho, podría entenderse perfectamente como un interesante complemento a lo anterior) compendian una serie de consejos, anécdotas, explicaciones, recetas, guías, inventarios, aforismos y demás pensamientos que deberían bastar a los no iniciados –o los abstemios– para servirse de una entretenida guía turística sobre el universo alcohólico. Conviene, no obstante, detenerse en este punto y llamar la atención del lector más avanzado sobre algunas generalidades cuya vigencia ya ha sido puesta en entredicho con el paso del tiempo, cuando no superada por unanimidad. Aquí nos referimos, especialmente, a los destacados epígrafes sobre el vino –que constituye, valga la redundancia, un universo en sí mismo– y sobre los que podíamos decir que han envejecido en dirección opuesta al producto. En este sentido, valorar las categorías que se establecen de acuerdo al momento actual o presentarlas como un punto de vista original y novedoso se antoja una tarea absolutamente anacrónica: hablamos, por supuesto, de la poca justicia que se hace con el vino español –con el vino español de ahora, se entiende–. Por el contrario, las medidas que Amis detalla para la elaboración de su particular imaginario de bebidas combinadas suelen ser internacionales y facilitan su comprensión, cosa que es de agradecer: partes, vasitos, chupitos, cucharadas, etcétera; cuando no botellas, directamente. Olvídense de los galones americanos, las libras, etcétera.
Por último, El estado de tu copa pretende dinamizar el final de la lectura con un entretenido juego de preguntas y respuestas, algunas de las cuales pueden extraerse de la lectura previa, y que bien podría emplearse perfectamente para conjeturar sobre el diagnóstico aproximado del hígado de los concursantes, y en menor medida, de su erudición.

NOTA DEL REDACTOR
Desde pequeños se nos inculca a todos esa terrible costumbre que dictamina, prácticamente en casi todos los órdenes de la vida, dejar lo mejor para el final. Esto es lo que el arriba firmante persigue con la elaboración de esta nota. Sin embargo, si nos atendemos a la cronología de cualquier jolgorio que se precie, vemos que su conclusión no podría estar más alejada de este convenio. Si finalmente hemos resuelto prolongar arbitrariamente esta reseña, no ha sido sino para poner de relieve, por encima de cualquier otro ámbito dentro del texto, el tratamiento que el autor le brinda –chin-chín– a este cruel y lamentable estado. Resulta inevitable, pues, señalar la principal paradoja que podríamos extraer de esta secuencia: como mandan los cánones, hemos atendido a la inviolable premisa que exige dejar lo mejor para el final, aunque la resaca no sea, ni de lejos, el mejor final que uno pueda esperarse o desear para sí mismo. Y, hablando de paradojas*, la redacción del presente artículo tampoco escapa a la siguiente: escribir –o leer a Kingsley Amis lo que escribe– sobre el episodio póstumo de una buena curda es infinitamente mucho más gratificante que sufrirlo en tus propias carnes. Quizá este sea el último reducto que los gurús del debate entre realidad vs. ficción no hayan conquistado todavía. Lean lo que el autor tiene que decir sobre la resaca. No les será útil: nada lo es. Pero quizá al menos les sirva para encontrar consuelo en esa sutil comprensión, al extremo opuesto de la condescendencia, que solo un buen amigo como Amis podría entregarnos en un momento tan crítico. Vale la pena comprar el libro solo por eso.

* «Nada más despertar, persuádete a ti mismo de lo afortunado que eres por sentirte tan mal. Esto se conoce como la paradoja de George Gale y se centra en la evidencia de que si no te encuentras fatal después de una buena torrija, es que sigues borracho, por lo que deberás estar sobrio y despierto cuando ataque la resaca». Kingsley Amis (Sobrebeber).

viernes, febrero 07, 2014

Por qué escribo, Félix Romeo

Xordica Editorial, Zaragoza, 2013. 330 pp. 21,95 €

Amadeo Cobas

Una compilación de artículos es siempre un boceto biográfico, una radiografía de su autor. Aquí verterá opiniones y dará a conocer su punto de vista respecto de los diversos temas sobre los que tratarán sus columnas. Y si es del caso de existir conexiones y por ende reiteraciones en la sucesión de artículos, ello vendrá a convertir esas opiniones en posicionamientos rotundos que mostrarán cómo es el escritor. Si en una novela se cuelan, colamos, dejamos colar, llámenlo como quieran, esquirlas de nuestro pasado, ¿qué no ha de aparecer cuando una opinión se recaba? Lo que aquí: una vida entera.
Porque entre estas páginas Félix Romeo se descarna, se muestra impúdico como siempre lo es, sus opiniones expuestas al sol y prestas para ser refrendadas con razonamientos lógicos, obvios, personalísimos o cualesquiera otros que vinieran al rescate. Asoman esas filias suyas, como los hoteles, Lisboa, Perec, los viajes y sus vivencias en ellos…y (no entro a mentarlo más que en este breve apunte) su ardor, la pasión con la que ama libros y librerías, ora nuevos/as ora vetustas/os. O sus pesadillas, sobremanera el año y medio de vida que “perdió” mientras era recluso en la cárcel de Torrero, en su bien amada Zaragoza. Él, un insumiso frente a toda imposición, ni aún la encarnada por fusiles, militares, fundamentalismos, cegueras y cerebros huecos, valga la redundancia. Él compartiendo celda con presos comunes que encima lo motejaban de gilipollas al no entender su protesta muda. Muda, sí, por mucho que la prensa acudiese a acompañarlo el día de su ingreso en prisión: bonito gesto, sí, aunque el único que sufrirá el encierro va a ser él…
Y es que su opinión puede llegar a ser molesta, muy molesta. Nunca se esconde: «Somos basura si disfrutamos de la democracia y defendemos dictaduras, por muchos vínculos económicos que tengamos con ellas». Su cultura libresca, cimentada en los millares de libros que devora, y no sólo, porque literatura es todo para él, tebeos incluidos, le lleva a articular sobre sus viajes («Me gustan los hoteles. Cada hotel es distinto. Los hoteles están cuando tu vida está en otro lado»), algún concepto nuevo de la amistad («El amor a la aragonesa, que se caracteriza por demostrar lo menos posible que uno quiere al otro») o la coherencia y la revolución y la nostalgia y el amor y la universalidad y la tierra propia y ese contagioso gusto suyo por el polisíndeton…
Una aclaración: si he hablado en tiempo presente de Félix Romeo y algún purista tuerce el bigote, que me disculpe. Empero, aunque un maldito día de octubre de 2011 se le escapó la vida, postulo que un creador como él no desaparece jamás. Su legado está siempre al alcance. Cada vez que un lector se asome a sus escritos y a sus libros, este cuerpo reposará inerte, cierto, pero el alma vagará por los mercadillos y librerías de viejo del mundo entero «abriendo huecos para dejar pasar el aire que me limpia». Así, la chispa que irradia de cada mensaje brotado de su mente pervivirá. Un tintero lleno de valentía se ha quedado huérfano. Tanto como esas pilas de libros de su propiedad, que seguirán comprobando la carga que es capaz de soportar el suelo de las distintas viviendas en las que moró…
Leer este manual, este catálogo regala motivos para seguir leyendo. Por si alguien los necesita, claro…

lunes, julio 01, 2013

Jinetes en la tormenta, Diego A. Manrique

Espasa, Madrid, 2013. 332 pp. 19,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

Hay libros a los que nos acercamos por puro placer, por afinidad/filiación, por simple entretenimiento, o por algo parecido a la curiosidad. También nos podemos acercar a un libro por aburrimiento, por eliminación, por devoción, o por casualidad —que terminan siendo, en ocasiones, las mejores lecturas—. También te puedes acercar a un libro para consultar, para aprender algo que desconoces, por la pedagogía que le intuyes.
Jinetes en la Tormenta de Diego A. Manrique es uno de estos libros, aunque también te puedes acercar por cualquiera de los anteriores motivos. Sobran y valen todos los motivos para acercarse a un libro, pruebe, no queman. Manrique, uno de nuestros críticos musicales más reputados y prestigiosos, tanto por trayectoria como por discurso y reflexión, selecciona y agrupa en este libro a los jinetes más destacados, singulares, enigmáticos, brillantes o simplemente raros que transitan, a ratos al galope y en demasiadas ocasiones al trote, por la siempre torrencial tormenta del rock. Sí, hablemos de rock.
No me cabe duda de que Jinetes en la tormenta es un libro necesario, sí, ahora más que nunca, especialmente para todos aquellos que están convencidos de que Joy Division se encuentra de gira por Australia o que Johnny Cash fue el primer vocalista de Depeche Mode. También es el libro indispensable para todos aquellos que no saben que antes de Love of Lesbian existieron los Cure, y antes de Pereza los Kinks, y antes de los Nikis, y hasta antes que Transvision Vamp —perdón por semejante herejía, que Wendy James me perdone—, cuatro tipos con peinados extraños que eran conocidos como Los Ramones. Y también para quien se haya pasado la juventud y sus cosas escuchando a Los Planetas sin saber que una vez existió una banda llamada Jesús and Mary Chain, y que publicó un disco titulado PsychoCandy. Y, así, con soniquete a lo anuncio de Cocacola, podríamos seguir citando muchos más ejemplos de potenciales lectores de este libro.
Hay quien ha calificado Jinetes en la Tormenta como una mera compilación, también han empleado el término “refrito”, de los artículos que ha publicado Manrique en el diario El País. Y no o no solo. El crítico musical ha sistematizado y ha enriquecido todos esos textos con nuevas aportaciones que bien podrían entenderse como un suculento y atractivo ejercicio capotiano, tan poco frecuente en la escena musical, que a pesar de lo que muchos pudieran imaginar suele ser muy pudorosa, cuando no mojigata, a la hora de airear sus entretelas. Porque la música contemporánea —me niego a emplear esa expresión que tan profundamente detesto: música popular—, el rock en particular, a pesar de la influencia que ejerce sobre nosotros, su inmensa presencia, su indiscutible referencia entre multitud de creadores de todas las disciplinas y tendencias, no es un elemento o ámbito tan susceptible de ser narrado como tal vez se merezca. De hecho son escasos los títulos a destacar y en la mayoría de las ocasiones nos tenemos que conformar con esas biografías en las que el camello de turno cuenta con mayor protagonismo que la propia música.
Manrique entremezcla alcantarillas con suites, virtuosismo con caspa, genialidad con frivolidad, luces con sombras, el cielo de la gloria con el infierno del día de después, porque todos esos elementos, y mucho más, habitan en el planeta rock. Un planeta que Manrique conoce como pocos y que nos muestra en estos Jinetes en la tormenta, con pulsión, energía y mucha, pero mucha, pedagogía.

miércoles, junio 12, 2013

Siguiendo mi camino, Mauricio Wiesenthal

Acantilado, Barcelona, 2013. 480 pp. 26 €

Ángeles Prieto Barba

Como puedo hacerlo, me he concedido el placer de escribir esta reseña dactilográficamente, al abrigo de uno de los dos grandes magnolios que enseñorean la Alameda gaditana. Más allá, en el Baluarte de la Candelaria, se celebra la anual Feria del Libro, donde un estridente altavoz repite de manera constante que procederá a firmar sus productos un afamado y vulgar político. Es sólo que aquí refugiada, rememorando lindas canciones en compañía de las palabras de Mauricio, opto por rendir culto a la única clase social o profesional que respeto, según me enseñaron mis maestros: la aristocracia del arte y del espíritu.
Bien se que muchos no entenderéis por qué empiezo hablando de mí y de mi ciudad natal si lo que tengo que contaros es de qué trata este libro, pero lo hago de la mejor manera que concibo, pues Mauricio Wiesenthal, criado bajo la alegre luz de Cádiz, no sólo formó siempre parte de esta nobleza exquisita, es que en estos tiempos la lidera con mucha clase porque sabe como nadie hablarnos de nosotros mismos. De lo que somos y de lo que fuimos. Aunque parezca que lo hace de sí mismo en este libro autobiográfico, jalonado de poemas y canciones (tangos, habaneras, valses, zambas, boleros o nanas) que han marcado su vida y aventuras, de continuos viajes y amores eternos.
Un libro hermoso para subrayar, recordar y comentar luego, en el que echamos en falta al final un índice onomástico que me parece necesario en todos los libros de Wiesenthal, siempre provechosos y eruditos. Pues al igual que en el Libro de Réquiems (2004), El esnobismo de las golondrinas (2007) y Luz de vísperas (2008), disfrutados enormemente con anterioridad, los diversos paisajes del Mundo que recorre no los presenta exentos, sino enriquecidos por seres singulares que les otorgan carácter. Bien con alguna celebridad de la que descubriremos algún aspecto novedoso, como Ramón Menéndez Pidal, Ava Gardner, Lola Membrives, Hemingway o un José María Pemán visionario (“el ensayo y la novela marchan hacia una conjunción que será la fórmula de este fin de siglo”), o bien con personajes anónimos, como el increíble sacerdote jesuita de Mérida o la impresionante y divertida Sarah, primera esposa de Wiesenthal. Inolvidables todos ellos.
Y esas canciones sabias y tiernas que sirven para engalanar sus historias, las que apelan a lo mejor de nuestros recuerdos y sentimientos: “Always”, “La gavina”, “Are you lonesome tonight?”, “Love me tender”, “Zamba del pañuelo”, “Maite”, “Lilí Marlene”, “Que seas vos” y mi favorita, el bolero “Amar y vivir”, acompañadas de reflexiones sobre cómo encarar la vida y consejos a jóvenes escritores para que moderen sus raudas ansias de fortuna y éxito. Aunque nada más ejemplarizante para ellos que esa prosa magistral, lograda con no pocos esfuerzos y libre de tópicos y lugares comunes, elaborada para ser disfrutada tanto en silencio como en voz alta.
No obstante, los libros de Wiesenthal producen al final un fastidio irremediable: se acaban. Menos mal que no ocurre así con sus queridos cundis, parecidos a sus obras, de miga jugosa y corteza dura. Por lo que aviso a los lectores avispados de que en los hornos del barrio de la Viña pueden seguir degustándolos.

martes, noviembre 06, 2012

Enigmas con Jardín, José Luis García Martín

Ediciones Impronta, Gijón, 2012. 176 pp. 14 €

Hilario Barrero
*firma invitada

Enigmas con jardín es el título del último libro de José Luis García Martín. Es un título, valga la redundancia, enigmático, aunque en el libro predominan, entre otras muchas cosas, las “mentiras verdaderas”, la fantasía enredada con la cotidianeidad y el deseo con la realidad. Es posiblemente uno de los libros más representativos del crítico, poeta, traductor, diarista y profesor, en donde más cerca camina con sus fantasmas y con sus rutinas, en el que más se aproxima a la verdad todavía encubierta de sueños, de personajes imaginarios que viven en ciudades reales y personajes reales que viven en ciudades imaginarias. Encima de la verja parecemos leer esta inscripción: «Me gusta mentir con la verdad. Y decir la verdad con una sarta de mentiras».
Uno entra al jardín en busca de enigmas, como quien va en busca de la Esfinge, del Arca de la Alianza o del rostro de la muerte y sale perfumado, tocado por la gracia de la buena prosa, abrumado por el censo de nombres, ciudades, ríos, corazones, iluminado por una luz dorada, de esplendor y de belleza, agradecido, porque aunque en momentos el jardín era un campo de minas, no le explotara una de ellas mientras ensimismado recogía las páginas del libro. Uno pasea por el jardín y se encuentra con pequeños jardines que tienen su propia identidad, como el jardín chino y se siente mordido por las ortigas del ingenio breve y dos veces bueno: «Para el que sabe mirar, una vuelta por su jardín vale lo mismo que tres vueltas al mundo». Y en horas claras, en un lago imposible, hay góndolas y un puente que te lleva de Zamora a Cádiz, de Lausanne a Avilés y de Borges a Borges.
Enigmas con jardín no es, como viene siendo habitual en una parte de la nutrida obra de García Martín, una novela, ni un diario, ni un libro de relatos, de viajes, una colección de frases o pensamientos ingeniosos y, sin embargo, es todo esto y mucho más.
Ya a punto de abandonar el territorio pasas por el mentidero y de nuevo la flor menuda sin nombre, pero con un perfume fuerte de la frase aguda te deja marcado: «Me gustan los enigmas, no las soluciones».
Es fácil entrar al jardín, pasear entre sus líneas, perderse en los parterres de la prosa, oler la vida, sentirse arropado y seguro entre página y página. Lo difícil es salir, abandonar el territorio. Salir del jardín que cultiva José Luis García Martín es un poco como salir del paraíso. Uno lo abandona con más enigmas de los que tenía cuando cruzó el umbral y se atrevió a abrir la verja. Enigmas con jardín comienza con una singladura que el escritor hace a bordo del Creoula y que posiblemente sea lo más interesante del libro y termina con una duda dirigida a un lector del futuro: «Yo también estoy muerto, lector amigo, desde hace muchos años, yo tampoco soy nada fuera de estas palabras… seguiré soñando, en cualquier jardín del mundo, en cualquier biblioteca, con encontrar los versos que me aseguren el secreto de la inmortalidad, como si morir, morir enteramente y para siempre, no fuera lo único que los dioses envidian a los humanos». Se entra en un jardín o en una biblioteca en busca de la inmortalidad y se sale chorreando vida.


*Hilario Barrero, escritor y traductor, nació en Toledo en 1948 y vive en Nueva York desde 1978 en donde es profesor de BMCC, CUNY, una de las universidades de la ciudad. Como poeta ganó el premio Gastón Baquero con In tempore belli, (Madrid, Verbum, 1999). En prosa ha escrito los diarios Las estaciones del día y De amores y temores, Días de Brooklyn y Dirección Brooklyn.

martes, junio 05, 2012

No leer. Crónicas y ensayos sobre literatura, Alejadro Zambra

Alpha Decay, Barcelona, 2012. 231 pp. 16 €

Care Santos

Ha dicho en alguna parte Alejandro Zambra que nunca se planteó ser escritor porque lo que de verdad quería era leer. Un propósito cumplido, como demuestran los artículos que componen este libro, aparecidos en diferentes medios, y que tienen la lectura como objeto común. 
"Así nos enseñaron a leer: a palos", dice el autor a propósito del primer (des)aprendizaje de la literatura, cuando profesores sin ninguna vocación, incapaces de emocionarse con la palabra impresa, tenían la responsabilidad de contagiar el amor por los libros a sus alumnos. Algo que, por descontado, no hacían. "Yo prefiero los libros que dicen que no. A veces, incluso prefiero los libros que no saben lo que dicen", afirma asimismo Zambra en el último de los textos del volumen, en el que con la excusa de hablar de Clarice Lispector termina haciendo todo un alegato a favor de la lectura y la escritura. Entre estas dos declaraciones de principios el libro ofrece un paseo relajado por la biblioteca personal y más querida de su autor. La  gran mayoría son "libros que dicen no".
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) se dio a conocer en nuestro país hace algo más de un lustro con un texto breve y lleno de libros: Bonsái. En Argentina había ya publicado un libro de poemas. Siguieron La vida privada de los árboles (2007) y la reciente Formas de volver a casa (2011). Todas ellas han recibido elogios de la crítica y simpatía de los lectores. En unos pocos años, Zambra ha pasado de ser un autor desconocido a una de las máximas figuras literarias de un país rico en figuras literarias. Pero, sobre todo, una tiene la impresión al leerle que lo único que es y que quiere seguir siendo es un lector.
En No leer encontramos la pasión que les faltaba a aquellos profesores de literatura criticados. Es un libro que, por encima de todo, contagia literatura. Entre las manos de Zambra se iluminan las páginas de Natalia Ginzburg, Fernando Pessoa, Nicanor Parra, Armando Uribe, Roberto Bolaño, Franz Kafka, Macedonio Fernández, Borges, Puig, Buzzatti... y tantos otros. El autor cita fragmentos, se hace preguntas y trata de encontrar respuestas pero, sobre todo, admira. Zambra es un escritor que se atreve a admirar a otros escritores, y que lo manifiesta sin tapujos, como quien proclama un amor.
Por lo demás, podríamos pensar que cualquiera de nosotros, escribidores en edad similar a la del autor, podríamos haber escrito este libro. Tal vez, aunque no habríamos sabido hacerlo con esa mezcla de humor, brillantez y generosidad que aquí son ingredientes principales. Es una maravilla tener esta oportunidad de conocer la dieta de un autor interesante.
También hay, por descontado, textos muy personales. Reflexiones sobre el oficio de juntas palabras, sus servidumbres, sus rituales o sus consecuencias. Son excepcionales los dos artículos "Contra los poetas", escritos con grandes dosis de autocrítica como falso alegato contra la lírica contemporánea. Y lo es también la explicación de por qué escribió Bonsái y qué supuso su escritura: "Escribir es como cuidar un bonsái", asegura Zambra, y cita a los grandes para justificar sus tesis a la par que sus querencias: "Borges aconseja escribir como si se redactara el resumen de un teto ya escrito". 
No leer es, pues, un libro lúcido y emotivo, mucho más que un compendio de reseñas o consejos o reflexiones —siendo todo eso—, que provoca compulsión lectora y que acierta al dar a conocer en nuestro país una faceta desconocida de su autor.

lunes, diciembre 05, 2011

París en tensión. Urbanismo e insurrección en la ciudad de la luz, Eric Hazan

Trad. Sara Alvárez Pérez. Errata Naturae, Madrid, 2011. 168 pp. 15,50 €

Ángeles Prieto

Bajo las estructuras urbanísticas de las grandes ciudades, siempre en constante estado de transformación, se esconde una pluralidad de historias individuales que conforman nuestra historia social. Y sobre estas bases, Eric Hazan nos presenta París en Tensión, un ensayo muy inteligente compuesto por once artículos de longitud variada, cuyo resultado será una propuesta innovadora y válida para explicar los motines de la juventud periférica que obligaron al Gobierno galo a decretar nada menos que el estado de emergencia, algo que no había ocurrido desde muchas décadas antes, desde la guerra de Argelia.
Esas circunstancias especiales, que convulsionaron la imagen idílica, romántica de orden, control, limpieza y papel couché, esa que los turistas guardamos de París, motivaron un resurgimiento del pensamiento crítico en la intelectualidad francesa más brillante, la que proviene de la Ecole Normale y que ha marcado profundamente la historia del pensamiento europeo del siglo XX. Y en ese estilo, pero con una voz interesante y original, de acuerdo a sus propios orígenes, Eric Hazan nos trazará su tesis sobre las razones de tales revueltas, basándose en distintos episodios históricos de la ciudad que tuvieron gran relevancia: la defensa de París en 1814, las jornadas revolucionarias de 1848, la Comuna de París de 1871 o la ocupación nazi, faltando en su análisis un escenario clave: mayo de 1968, cuya sombra pulula sobre todos ellos.
La propuesta de Eric Hazan, cirujano galo de madre palestina y padre judío, hijo por tanto de la inmigración, consiste en trazar un retrato dinámico, lúcido y consistente de la ciudad en base a una lucha político-social constante, y aún no resuelta, entre el Centro de París y sus barrios periféricos, los banlieues. Porque éstos, compuesta ahora su población de numerosos inmigrantes magrebíes, africanos, chinos, turcos, ceilandeses o pakistaníes han estado siempre ahí, contenidos por una política gubernamental que impide el acceso de éstos al Gran Centro de París, sede del poder político, gubernativo, económico y social.
Pues desde los tiempos bonapartistas hasta ahora, pasando por aquella capital gala que conocieron Charles Baudelaire, Marcel Proust o Emile Zola, el esplendor de la ciudad celebrado en momentos álgidos de la última película de Woody Allen (la Belle Epoque, el París de Entreguerras), es como un espléndido queso adecentado que contiene y aleja a los elementos no burgueses, antes con puertas o murallas, ahora con grandes espacios vacíos que impiden la unión física del París más fastuoso con el que se encuentra más allá de la periferia.
Y para ello Hazan propone soluciones arriesgadas y solidarias, para esa evidente tensión social, como alejar a los arquitectos estrellas, alimentados por subsidios gubernamentales, decoradores al servicio del Estado de grandes edificios inútiles con fachadas de cristal o decoración de parques, y volver a construir viviendas y calles, en un artículo final brillante y humanista, que no debemos dejar de leer.
Para quien ame París, un libro necesario.

viernes, septiembre 23, 2011

La voz y la furia, Stieg Larsson

Trad. Martin Lexell y Juan José Ortega Román. Destino, Barcelona, 2011. 288 pp. 18 €

Salvador Gutiérrez Solís

¿Cuánto hay de la vida de un autor en su obra? ¿Cuánto hay de vida, propia o ajena, en una obra artística? Preguntas frecuentes y recurrentes, con una amplia gama de respuestas. Y me temo que habría un buen número de respuestas correctas. No creo que exista un autor absolutamente impermeable, siempre dejamos abierto un poro por el que se nos cuela la realidad. Y si existiera ese autor, impermeable, que lo dudo, ¿tendría la capacidad de explicar una emoción o un sentimiento sin tener en cuenta la percepción que él mismo tiene de esa emoción o sentimiento? Un simple ejemplo: describimos la muerte sin haber muerto, pero la descripción la realizamos por medio de una percepción exclusivamente personal, de la aproximación que nosotros mismos tenemos de la muerte. Muerte, odio, celos, amor, envidia, dolor, alegría…
Tras haber leído, en los últimos años, la ya célebre y épica trilogía Millennium, y, recientemente, el libro de artículos y reportajes, La voz y la furia, ambas obras del fallecido Stieg Larsson, no me cabe duda de que nos encontramos ante un autor permeable, muy permeable. El Larsson novelista utilizó el material acumulado por el Larsson periodista. La voz y la furia nos muestra las fuentes en las que bebió Larsson para construir su trilogía. En los textos del periodista nos topamos con sus personajes: mujeres víctimas de esa lacra que es la violencia de género, maltratados por los seguidores de la ultraderecha, oscura conspiraciones comerciales que esconden despiadados argumentos ideológicos, multitud de expresiones racistas, etc. Incluso encontramos al mismísimo Mikael Blomkvist, que gracias, más que nunca, a este libro aparece con fuerza bajo la piel del propio Larsson.
También descubrimos en La voz y la furia el talento, el vigor, la denuncia, la energía, que Stieg Larsson exhibe en su trilogía. Una narrativa poderosa y vibrante, tanto la del novelista como la del periodista. Un autor comprometido con las injusticias de su tiempo, empeñado en ser un amplificador de las denuncias, en alertarnos de lo que nos puede suceder si permitimos que ciertas manifestaciones políticas pasen a formar parte de lo cotidiano. La masacre de Utoya, en Noruega, es, desgraciadamente, un perfecto ejemplo para entender los “avisos” del Larsson periodista. Y así, en uno de sus primeros artículos, podemos leer: por desgracia, Suecia también reúne las condiciones para que se produzca un atentado de similares características (en referencia al atentado de Oklahoma City en 1995, en el que un fanático de ultraderecha asesinó a casi 170 personas).
Además de una selección de artículos y reportajes periodísticos, aparecidos en la revista que dirigía, Expo (que bien podría haber bautizado como Millennium), en La voz y la furia aparece el Larsson viajero, curioso e inquieto, así como el que se pasaba largas horas respondiendo a los emails que llegaban a la redacción de su publicación. Se trata, sin duda, de un libro muy revelador, en el sentido de que nos adelanta situaciones y amenazas que el escritor sueco ya contemplaba en el pasado, además de ofrecernos una información muy detallada del germen que inspiró al novelista. La certificación de que vida y obra, en el caso de Stieg Larsson, llegaron a ser los miembros de un mismo cuerpo.

lunes, septiembre 19, 2011

Mala ciencia, Ben Goldacre

Trad. Albino Santos Mosquera. Paidós, Madrid, 2011. 399 pp. 21,50 €.

Juan Pablo Heras

Ben Goldacre es un médico psiquiatra británico que escribe desde 2003 una columna semanal en el diario The Guardian. El libro que hoy presentamos no es, por suerte, una acumulación descontextualizada de dichos artículos, sino una serie de argumentaciones perfectamente hiladas a propósito de los temas favoritos de Goldacre: la difusión exacerbada y casi imparable de afirmaciones improbables, confusas o sencillamente falsas acerca de la salud, la medicina y los productos farmacéuticos, y de cómo una enorme parafernalia de mensajes pseudocientíficos se articulan para avasallar al ciudadano, ya sea por mala fe o por pura estupidez, con el fin de justificar impresentables intereses económicos.
Goldacre desmonta minuciosamente una sucesión de bulos de gran difusión comercial y mediática que se sustentan en la ignorancia generalizada de los principios básicos de la ciencia y en la manera chapucera en la que ésta se presenta en los medios. Por las páginas del libro desfilan absurdos productos cosméticos, disparatados consejos nutricionistas de gran éxito popular, la gran estafa a la que se reduce básicamente la homeopatía y asuntos más serios y complejos como la prohibición de los retrovirales contra el SIDA en Sudáfrica o el miedo infundado a la vacuna triple vírica. Goldacre no duda en dar nombres y apellidos y en desmontar, por ejemplo, la imagen virtuosa e impecable que se han construido alrededor de sí célebres nutricionistas británicos sin formación académica alguna.
El interés general de este libro como material de denuncia es, sin duda, mayúsculo. Ahora bien, resulta interesantísimo cómo Goldacre se anticipa a dibujar el lector implícito que presumiblemente se acercará a su libro y se aventura más allá de lo que este esperaría en primera instancia. Simplificando groseramente, Mala ciencia tendría dos tipos de lectores: por un lado, el lector escéptico que siempre ha desconfiado de “curanderos, charlatanes y otros farsantes”, y que presumiblemente busca confirmar sus opiniones previas y gozar de cierto orgullo de superioridad al sentirse por encima de la gran masa de incautos que cae en la trampa de la pseudociencia. En el otro lado, un usuario o simpatizante de la homeopatía y las terapias alternativas con la mente lo suficientemente abierta como para asomarse a la postura opuesta, y que posiblemente se encastille en sus prejuicios alegando conspiraciones financiadas por la industria farmacéutica. Pues bien, Goldacre tiene reservada una genial vuelta de tuerca para todos: para los primeros, un interesantísimo capítulo titulado “Por qué hay personas inteligentes que dan crédito a cosas estúpidas” en el que enumera una serie de errores cognitivos a los que nadie es ajeno, y que cometeremos todos invariablemente a la hora de juzgar la realidad si no nos tomamos la molestia de distanciarnos de nuestra propia intuición y fundamentar todo lo que creemos en evidencias comprobadas. Para los segundos, Goldacre tiene la delicadeza de no tratar de convencer a nadie (puesto que “no se puede disuadir a nadie mediante razones de una postura que, en su momento, tampoco adoptó siguiendo razonamiento alguno”), sino de poner en la misma mesa las pruebas que trabajosamente han aportado los científicos serios frente a las borrosas afirmaciones de los “charlatanes” que ahogan con su vocerío el escaso espacio que dedican a la ciencia los medios de comunicación. En el caso de la homeopatía, por ejemplo, resulta conmovedor ver cómo los pseudomédicos que la practican se esfuerzan en justificar sus onerosos tratamientos con argumentos aparentemente científicos que no aguantan el más mínimo análisis, en lugar de reconocer su innegable talento para conseguir de sus pacientes un grado de confianza tal que permita al efecto placebo —y esto sí está comprobado— mitigar buena parte de los síntomas de su enfermedad. Por cierto, que al asombroso “efecto placebo” le dedica Goldacre un curiosísimo capítulo, en el que acaba lamentando que la medicina alternativa invente misterios y milagros donde sólo hay un poco de ciencia difícil e inevitablemente limitada, y sin embargo no se preocupe de explorar el campo abierto de la influencia de la mente sobre el cuerpo. En cuanto a las maldades de la industria farmacéutica (en realidad la misma que vende complementos vitamínicos inútiles y esos caramelos de menta en los que consisten las píldoras homeopáticas), también son reconocidas y desveladas con detalle por Goldacre desde su experiencia como médico. Como se ve, no deja títere con cabeza.
Lo único que cabe reprochar a este libro —y en realidad de eso no es culpable ni su autor ni la editorial— es el excesivo localismo de buena parte de los fenómenos de “mala ciencia” que describe. Por un momento, el lector avisado tiene la tentación de pensar que aquí, en España, no hay espacio para la inmensa cantidad de farsantes que pueblan los medios de comunicación británicos. Pero, en realidad, lo que nos falta es otros Goldacre que nos ayuden a desenmascararlos. Sé que existen blogs que trabajan en esta línea (como, por ejemplo, malaprensa, magonia o el blog del búho) pero ninguno con la influencia que ya ha adquirido Goldacre en Reino Unido. Una influencia que, desgraciadamente, sigue siendo el puñetazo que da una hormiga sobre la mesa en la que comen los elefantes.

miércoles, febrero 23, 2011

El espíritu de Praga, Ivan Klíma

Trad. Fernando de Castro y Dolors Udina. El Acantilado, Barcelona, 2010. 264 pp. 19,50 €

Juan Pablo Heras

Antes de abrir el libro, leemos en la cubierta trasera que su autor, Ivan Klíma (Praga, 1931), sufrió de niño los rigores de un campo de concentración nazi (por judío) y de adulto la opresión de un régimen comunista (por intelectual). Y nos viene a la cabeza el famoso proverbio atribuido a los chinos: “nunca vivas tiempos apasionantes”. No sé si el maltratado premio Nobel Liu Xiaobo suscribiría estas palabras, pero lo que queda claro de la lectura de este libro, tras cerrarlo y reencontrarse con la biografía de la cubierta trasera, es que a la largo de su difícil supervivencia, Ivan Klíma gozó de pasiones que apenas podemos imaginar -¿por suerte?- los que, por ahora, vivimos tiempos más aburridos.
El presente volumen recoge una serie de artículos publicados originalmente entre 1975 y 2005, que van desde la remembranza autobiográfica al ensayo político, ecologista o literario. Lo que abraza a este material disperso viene a ser su propio título, El espíritu de Praga, una suerte de actitud particular que los checoslovacos mostraron durante el largo siglo XX hacia los diversos fanatismos que les fueron azotando. Los praguenses asumieron y promovieron sucesivos cambios de régimen en medio de una inusitada ausencia de derramamiento de sangre; y aunque la violencia sistémica de nazis y comunistas contara con vergonzosos silencios y viles adhesiones, el firme compromiso de los opositores por la paz y la libertad dio lugar a fenómenos tan admirables como la primavera de Praga de 1968 y la revolución de terciopelo de 1989.
Como se puede adivinar, Klíma tiene mucho en común con Milan Kundera. Respecto a éste, carece de su trazo genial, pero en cambio está dotado de una lucidez envidiable. Artículos como “Los poderosos y los impotentes” o “La lucha de la cultura contra el totalitarismo” podrían formar parte de la mejor antología de textos de Educación para la Ciudadanía. Otros como “El fin de la civilización” o “Breve reflexión sobre la basura” se adelantan a su tiempo en la defensa de una forma de vida sostenible. Es curioso observar cómo reflexiones elementales de tipo ecologista, hoy tan repetidas que han sido arrolladas por la apisonadora triste de la rutina, refulgen de nuevo en textos escritos allá por 1975. Es más, resulta sorprendente comprobar que las actitudes negacionistas que ya existían entonces, las de aquellos que desprecian todo cuidado en virtud de una milagrosa capacidad de autorrecuperación de la Tierra, eran atribuidas por Klíma a los marxistas más recalcitrantes, que no aceptaban despertar del sueño falaz del progreso ilimitado. Que ahora estas posturas estén asociadas a los adelantados del capitalismo nos hace entrever que estamos siendo víctimas de otro tipo de utopía, quizá más borrosa y discreta, que basa el crecimiento constante de la felicidad mundial en la acumulación de beneficios financieros a costa de los recursos finitos del planeta.
Tras la ocupación soviética de 1968, Klíma tuvo la oportunidad de vivir un apacible exilio en una universidad de Estados Unidos. Y sin embargo, decidió jugarse la vida, volver a su país para trabajar en la clandestinidad y sufrir la persecución de la dictadura, que ya preparaba un proceso contra él y su familia. A cambio, experimentó «la satisfacción de que libros que se difundían sólo por medio de copias o en ediciones publicadas en el extranjero les dijesen algo a la gente, que los lectores los buscaran afanosamente y estuviesen agradecidos» (pág. 190). Es decir, que la imposibilidad de publicar en libertad dio a sus obras el valor que todo escritor sueña para las suyas. Consciente de la paradoja, Klíma viene a decirnos que la lucha merece la pena, que los escasos momentos de felicidad que logró robar a tan largos periodos de opresión compensan la angustia y la desesperanza. ¿Qué decíamos de los tiempos apasionantes?
Sin embargo, Klíma no es un abanderado incondicional de la literatura de compromiso político. Una de las reflexiones más interesantes que aborda el libro se esconde bajo su particular lectura de la obra de otro célebre compatriota en el artículo “Las espadas se aproximan: las fuentes de inspiración de Franz Kafka”. Klíma interpreta muchas de las obras fundamentales de Kafka a la luz de experiencias vitales aparentemente banales. Kafka escribió El proceso y En la colonia penitenciaria cuando todo su alrededor temblaba por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, sus cartas y diarios prueban, a juicio de Klíma, tanto la indiferencia por los conflictos internacionales como su tremenda angustia por la inminencia de un compromiso matrimonial. Es decir, que Kafka se desentendió por completo de los graves problemas de la sociedad de su tiempo y se dedicó a exorcizar sus problemas personales en su secreta obra literaria. Lo asombroso es que ahora sus textos nos parecen –y lo son- el reflejo más certero y estremecedor de la sinrazón que se apropió de la humanidad durante el siglo que dejamos atrás. Lo que viene a decirnos Klíma es que Kafka, desde su confinamiento espiritual, demostró un compromiso insuperable con la esencia de lo humano, mientras que muchos otros intelectuales que se creían impulsados por un afán de salvación o redención de la especie, se sumergieron en apriorismos ideológicos de tal modo que olvidaron lo mejor de la tradición cultural y se volvieron ciegos ante los horrores de los totalitarismos contemporáneos. No cabe callar ante la injusticia, pero es en la defensa de la intimidad, de la duda, de la sinceridad con uno mismo y de la libertad de la mirada, donde se encuentra el más profundo respeto hacia nuestros semejantes.

martes, marzo 09, 2010

El paso, José Marzo

ACVF Editorial, Madrid, 2010. 112 pp. 7,95 €

Miguel Baquero

El nuevo libro de José Marzo, el autor de Viento en los oídos y La alambrada, entre otras novelas, lleva por título El paso y reúne una selección de las columnas que, entre los años 2000 y 2004, escribió para la revista digital “Luke”. La unión de estos fragmentos ha dado lugar a un ensayo homogéneo, compacto y —lo que al lector más importa— de gran profundidad.
En El paso, José Marzo reflexiona sobre la naturaleza de nuestro tiempo basándose en dos elementos fundamentales: el hombre actual y las formas políticas y los modos de pensamiento que configuran nuestro presente. Partiendo de un humanismo insobornable, y realista, que contempla tanto la grandeza humana como el abismo de sus miserias, Marzo propone en su ensayo un “radicalismo democrático”. “Radicalismo” no en el sentido violento y peyorativo con el que suele ser empleado este término en nuestros días, sino en el sentido de un sistema que sea capaz de hundir sus raíces —de nuevo, o por primera vez— en lo más prístino de la condición humana, en la inteligencia, la imaginación, la sensibilidad, la fantasía, y todos estos atributos que en los últimos tiempos, reducida la democracia a una disputa entre modelos económicos, se han visto preteridos por el número, la cifra, la estadística. Y “democrático” no en el sentido neutro y casi indolente que arrastra desde hace tiempo el término, en sociedades en las que el individuo, o el ciudadano, ha quedado reducido a la simple condición de “votante”, sino en un sentido abierto y participativo.
El paso, sin embargo —ese paso hacia un regenerado sistema político—, que propugna Marzo no tiene ese carácter ingenuo con que se han moldeado los grandes idearios políticos de los últimos siglos, no vislumbra al final del camino ese amanecer glorioso de igualdad y fraternidad en que concluían las propuestas pasadas. Antes al contrario, Marzo busca asimismo la raíz, y con ella advierte la mistificación, la perversión que han corrido los grandes términos a lo largo de la historia social. Nociones como igualdad, de la que se han servido tantos regímenes totalitarias para uniformar al hombre, o individualidad e iniciativa propia, la voluntad nietzscheana de la que asimismo se han servido tantos otros para legitimar el abuso o excusar el expolio
No por nada, para ilustrar en gran medida al hombre de El paso, su autor recurre a la figura de Petrarca sobre el Mont Ventoux, desgajado entre su deseo de llevar una vida santa y su impulso a diluirse en la vida ajetreada de la ciudad, diatriba en la que se debatía el hombre del Renacimiento, el hombre moderno por primera vez dueño de su propio destino. La duda de aquellos días ha llegado hasta nosotros, aun sin resolver, casi sin formular, con el hombre en constante pugna entre su esencia individual y su condición social e incluso gregaria. El vencer la balanza hacia el hombre como ente social o hacia el hombre como individuo autónomo ha sido, quizás, la causa de cuantos conflictos se han producido en nuestra historia moderno. El hombre de El paso, el demócrata radical, aspira a nivelar la balanza: el hombre, nos dice José Marzo, «no sólo vive en sociedad, sino que lo social vive dentro de él». Y algo más adelante: «Puesto que el individuo está inmerso en lo social, puesto que lo social conforma al propio individuo, el reto de la profundización de la democracia es que el individuo pueda asociarse libremente y participar de modo efectivo en la organización de lo social».
Es, pues, en esta incardinación, en esta conjunción aún no realizada —o no realizada sin conflicto interno— entre lo particular y lo social donde radica la propuesta de este ensayo, alentado por el eco de grandes pensadores. Una unión de la que vendría a resultar no sólo un nuevo y mejorado sistema político, un nuevo orden social, sino también una nueva cultura, un nuevo arte, una nueva filosofía e incluso una nueva ciencia empírica hecha realmente a la medida del hombre actual.

miércoles, diciembre 23, 2009

Elevación, elegancia y entusiasmo, Francisco Casavella

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2009. 1020 pp. 35 €

Martí Sales

A veces un libro te da algo. A veces te lo devuelve. No existen paliativos a la tremenda pérdida que representa la ausencia de Francisco Casavella para quien lo conocimos o para quien lo leyeron a fondo y con todas las consecuencias. Sin embargo, mil páginas de la integral de todos sus artículos escritos desde 1984 hasta 2008 son una gran, inmensa alegría. Por dos razones: la primera, porque en este Elevación, elegancia y entusiasmo (frase que aparece en el libreto interior de la obra maestra de John Coltrane, A love supreme, y que fue escrita por Thomas Mann en su Doctor Faustus) encontramos una elevada cantidad del cerebro elegante y entusiasta de Francis, su filias y sus fobias, su memoria desmedida y ningún personaje de ficción salvo él en persona. Y la segunda, es que a parte de las chanzas y enseñanzas, este libro nos devuelve su voz, su hablar de historia, libros, discos y trifulcas siempre con aquel humor ácido tan suyo, con aquella gracia hilvanadora de gran conversador –del gran narrador ya teníamos toda su obra–, una gracia de conversador nato, todoterreno, al que no se le escapaba nada.
Qué bálsamo y qué agarradero representa para muchos este libro tan a tiempo y tan bien concebido: los bloques temáticos que lo componen, su despegue poderosísimo –y dramático por clarividente–, el propio orden de artículos, ¡este índice onomástico brutal!, la labor arqueológica de rastreo de textos y el amor evidente con el que se ha editado, que se nota de portada a contraportada y en cada una de sus mil y nueve páginas. Elevación, elegancia y entusiasmo es un libro para subrayar, plagado de frases memorables, sentencias nada sentenciosas llenas de sabiduría sin impostar, ácratas y directas como él. Y el empuje de su visión es contagioso. Un ejemplo: como en las primeras páginas del libro habla muy elogiosamente de Saul Bellow, yo, que no lo había catado, ni corto ni perezoso me acerco cual estudiante de bachillerato a por sus libros de texto a la librería más cercana para hacerme con alguna de sus obras. Al cabo de un par de días charlo de Bellow con un amiga y me dice que ella también lo ha empezado a leer a raíz de la reciente aparición de la integral de los artículos casavellianos. Si la fe mueve montañas, la pasión mueve la gente. Para mi, Elevación, elegancia y entusiasmo es la pasión según Francisco Casavella. Es como el I-Ching –ábrelo por donde quieras y empieza a leer–, o la Biblia –porque está todo, todito, todo, desde Sergio y Estíbaliz hasta Ingmar Bergman, pasando por Sciascia, Chic, Scorsese, El Pescaílla, Derrida, Machín, Pynchon, Prince Buster, Cervantes, Napoleón, Los Soprano o Héctor Lavoe; todo juega, todo suma, están todas las conexiones ocultas que sólo él conocía. Elevación, elegancia y entusiasmo es, en definitiva, la manera de seguir charlando con Francis, este escritor mitómano y entusiasta, vividor y autodidacta, sabio e independiente cuya sed permanece y se distribuye por las librerías.

viernes, enero 02, 2009

El infierno imbécil, Martin Amis

Trad. José Manuel Álvarez Flórez. El Aleph, Barcelona, 2008. 315 pp. 20 €

Pedro M. Domene

Estados Unidos se parece, según Martin Amis, más a un mundo que a un país y quizá, por este motivo, se podría escribir sobre la gente o sobre la vida allí. El escritor inglés aclara en la introducción de su libro más reciente —en España—, que le habían pedido, al menos, en dos ocasiones que escribiera sobre Estados Unidos, y apunta que dedicó cuatro o cinco minutos a considerar tan monstruosa empresa. El resultado es El infierno imbécil, una valiosa colección de artículos y ensayos que El Aleph publica en español aunque el narrador los había ido entregando, a lo largo de la década de los ochenta, a revistas tan prestigiosas como The Observer, Sunday Telegraph Magazine, London Review of Books o Vanity Fair. Gran conocedor del país, pasó el curso académico de 1959-1960 en Princeton, Nueva Jersey, y allí, subraya, llevó pantalones cortos, comió pavo el día de Acción de Gracias y se disfrazó, con una horrible máscara, en Halloween. Por aquel entonces al futuro escritor Estados Unidos lo excitaba y lo asustaba a partes iguales, y así ha seguido siendo, incluso cuando años más tarde su propia madre vivió allí durante una larga temporada, algunos amigos expatriados se mudaron y su propia esposa es de nacionaloidad estadounidense, su hijo pequeño medio americano y él sigue admirando a un importante número de escritores. La colección que se reúne, tan interesante como espléndida (veintiséis entregas de una variada extensión), ha resultado un esbozo de periodismo peripatético porque incluye algunos artículos en los que el viaje sólo es mental; algunos otros resultan de conexiones y añadidos de otros tantos, además de, muchos años después, haber podido reescribir en ocasiones alguno de ellos cuando las informaciones resultaban excesivamente inexactas.
Las páginas de este libro, cuyo título asegura haber rescatado de un frase de Saul Bellow, resultan de una sagacidad impresionante, sutiles en lo mejor de opiniones propias, infalibles cuando se trata de escribir sobre algunas de sus pasiones: los nombres y obras de Saul Bellow, Gore Vidal, Philip Roth; no dejará de asombrarnos con el retrato de algún perfil más desconocido de alguno de los escritores más populares de la literatura norteamericana, como por ejemplo, Norman Mailer, un excéntrico Truman Capote, un curioso Joseph Heller, William Burroughs, Kurt Vonnegut, John Updike, o Paul Theroux; entrevistará a un brillante y emergente Brian de Palma; asistirá en Dallas a la campaña del candidato presidencial Ronald Reagan y pondrá al descubierto su tremendo encanto de actor para ganar las elecciones; descubrirá el beau monde, el universo «muy pulcro y redondito» de la franja inmobiliaria más cara de América, Palm Beach; mostrará su admiración y escribirá sobre el asombro juvenil de Spielberg; entrará a la mansión Playboy; y analizará con conmovedora lucidez, en un temprano 1985, «bajo esas presiones insólitas» del momento, «el desastre humano» de la epidemia de sida y escribe, «en Nueva York un equipo de operarios de televisión abandonaron un plató negándose a colocarle en la ropa un micrófono a un paciente del sida».
Martin Amis (Oxford, Inglaterra, 1949), además de un celebrado escritor y una de las voces más influyentes de la narrativa anglosajona contemporánea, autor de Éxito (1978), Campos de Londres (1989), La flecha del tiempo (1991), Koba, el temible (2002) o La casa de los encuentros (2006), por citar algunas novelas de su amplia producción, a a que se suma el volumen periodístico Visitando a Mrs. Nabokov (1993). Leyéndolo podemos preguntarnos qué pueden tener en común Graham Greene, J. G. Ballard, Julian Barnes con los Rolling Stones, John Lennon, Karpov y Kasparov o Madonna; en realidad, Amis retrataba en este libro a sus maestros y a sus coetáneos, juega al póquer en Nueva Orleans, se pasea por la Feria del Libro de Frankfurt, presencia una partida de dardos, contempla a las bañistas en topless en Cannes o asiste al rodaje de Robocop II. Este libro resulta agudo, chispeante y rebosa inteligencia entre sus páginas y es, en definitiva, un viaje por nuestro peculiar, contradictorio y siempre sorprendente mundo; lo mismo ocurre con La guerra contra el cliché (2001), otro libro imprescindible, agudo, divertido, sarcástico como es habitual en el escritor, casi un fiesta intelectual. Algunos de sus autores favoritos, Nabokov, Ballard, Burgess, Updike o Naipaul, vuelven a tener el protagonismo del que hicieron gala en el anterior volumen de crítica. Las páginas en las que se dedica de forma monográfica a los grandes narradores de la literatura contemporánea norteamericana, Mailer, Vidal, Roth, Vonnegut, Capote, DeLillo, incluso su reseña de Mao II esconde una de las más preclaras y brillantes definiciones de la ficción posmoderna; la visión de Bellow resulta tan esclarecedora como algunos capítulos de los ensayos sobre Bradbury, Chenetier o Bilton. En los tres caos, el hilo conductor es el periodismo y la crítica ejercidos desde la buena literatura.
La variedad de perspectivas en El infierno imbécil provoca que el lector se sienta atraído por una visión tan divertida como espantosa de un país como Estados Unidos; Amis resulta, también hay que decirlo, elegante y profundo en sus apreciaciones y sus convicciones tanto de personajes como visiones de la sociedad o esa actitud particular y universal acerca de las más variadas cuestiones norteamericanas: el crimen, la música, la religión, el cine, el sexo y, por supuesto, la literatura. Para Amis, los críticos británicos tienden a considerar una vulgar neurosis la predilección estadounidense por las grandes cosas: las novelas, los coches, incluso las hamburguesas. Alguien como Dos Passos produjo la Gran Novela Americana y ahora todos sus descendientes quieren escribir una. USA, su trilogía reunida en 1938, recoge sus novelas, El paralelo 42 (1930), 1919 (1932) y El gran dinero (1936), como la mejor descripción del crecimiento del materialismo estadounidense desde la última década del siglo anterior hasta la Gran Depresión.
El repaso social, político, literario de Amis supone la más admirable visión ensayístico-periodística que se puede leer sobre un país. Unas semanas antes de las elecciones, el periódico The New Yorker, afirmaba algo tan contundente como lo siguiente: «En momentos de calamidad económica, perplejidad internacional, fracaso político y moral golpeada, los Estados Unidos necesitan tanto elevación como realismo, tanto cambio como firmeza. Necesitan un líder temperamental, intelectual y emocionalmente en sintonía con las complejidades de nuestro atribulado planeta. El nombre de ese líder es Barack Obama».