La película sigue los pasos de Marty Faranan (Colin Farrell), un guionista que trata de escribir el libreto de una película titulada Siete psicópatas mientras reniega de sus problemas con el alcohol. Su amigo actor, Billy Bickle (Sam Rockwell), no es capaz de conseguir un papel por lo que se dedica a robar perros para que su compañero Hans Kieslowski (Christopher Walken) los devuelva a sus dueños y cobre la recompensa. Y todo ello mientras se van presentando los siete psicópatas que dan título a la película (aburridamente predecible la presentación del primero, hay más sorpresas en algunos de los restantes), siendo uno de ellos precisamente el dueño de los perros robados, un capo de la mafia llamado Charlie Costello (Woody Harrelson) que no se detendrá ante nada para encontrar a su mascota perdida. Por supuesto, toda la trama adquiere rápidamente un aire de caricatura que hace imposible tomarse en serio nada de lo que vemos, ni siquiera la escueta y tópica presencia femenina... que rápidamente es despachada con humor en un diálogo entre Farrell y Walken.
Sin embargo, y aunque el exceso es la nota dominante (¿no lo es siempre en este tipo de películas que quieren imitar a Tarantino... especialmente las de el propio Tarantino?), hay momentos logrados. Algunas de las presentaciones de los psicópatas, narradas casi como películas dentro de la película, tienen interés, por mucho que casi pidan a gritos una reescritura del guión para encajarlas con firmeza en la historia central. Lo mejor, sin duda, está en la autoreferencia a este tipo de cine, afrontada con un sentido del humor sincero y, quizá, excesivamente irónico si se ve desde el punto de vista del espectador que consume con frecuencias películas similares a ésta. Para que eso funcione, era indispensable que los actores se lo pasaran tan bien como parecen haberlo hecho. Y es que esta es la clásica película en la que se intuye que la consigna a los intérpretes es justo esa: salirse de los esquemas, olvidar la contención y bordear la caricatura. Rockwell es el que se lleva la mejor parte en ese sentido, seguido de cerca (éste lo suele hacer casi siempre) de Woody Harrelson, aunque todos tienen mucho, pero mucho que aprender de Walken.
Sin haber conectado de una forma más completa con ninguna de las dos películas de McDonagh, el guión de Siete psicópatas parece menos hecho que el de Escondidos en Brujas. No obstante, veo más elementos divertidos en ésta última, aunque sea de forma aislada con respecto a la historia. No creo que ninguna de las dos sea una gran película, pero ambas pueden hacer que el rato se pase con más o menos agrado. Es cierto que, sobre todo Siete psicópatas, forma parte de un tipo de cine al que no le encuentro la gracia, uno en el que los personajes tienden a la caricatura, en el que la violencia tiene que ser obligatoriamente tan salvaje como divertida, en el que el "se ha pasado" es la expresión más fácilmente repetible y en el que hay personajes que no son más que vehículos prescindibles para un único chiste (le sucede tanto a Olga Kurylenko como a Abbie Cornish). Pero en algún momento consigue ser simpática. Y siempre nos quedan Sam Rockwell y Christopher Walken pasándoselo bien. Menos es nada.