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lunes, enero 21, 2013

'Lincoln', inmenso drama histórico

Lincoln es un drama histórico inmenso. Partir de ese punto simplifica el catálogo de alabanzas que supone hablar de una obra cumbre, una más, de uno de los directores más influyentes de las últimas cinco décadas, al que se le ha negado con demasiada facilidad el reconocimiento por haber servido a la noble causa del entretenimiento audiovisual. Steven Spielberg es uno de los más importantes cineastas de nuestra época, insisto en la palabra cineasta, y así lo atestigua su cine, su elevado número de películas sublimes, aquellas que han servido para marcar épocas y memorias, las que han formado los sueños cinematográficos de tantos espectadores. En Lincoln demuestra una vez su madurez como autor, su dominio absoluto de todo lo que sucede en la pantalla para componer un fresco impresionante. Y añade a su gran colección de interpretaciones, algo que con frecuencia se le ha negado que forme parte de sus talentos, la de un Daniel Day Lewis legendario. Él es, ya para siempre, la efigie de Abraham Lincoln. Y ésta, la película definitiva sobre su protagonista.

La sensación que deja Lincoln es profunda. Durante su visionado y después del mismo. Tiene presencia y tiene poso. Spielberg, siguiendo un sobresaliente guión de Tony Kushner (que ya hizo para Spielberg el también impactante libreto de Munich), muestra una historia intensa y memorable, la del final de la guerra civil estadounidense y la lucha por sacar adelante la decimotercera enmienda de su Constitución, la que debía abolir para siempre la esclavitud. Y, al mismo tiempo,traza un minucioso retrato de una figura histórica como la de Lincoln. Fascinante en el papel y aumentada en la pantalla por la labor de Spielberg y Daniel Day Lewis. El director le da al actor todas las armas para que su interpretación sea única y redonda. Hace crecer su figura con sus encuadres, con sus sombras, con sus movimientos de cámara. Lo hace con una sutileza impresionante pero que tendría que ser mostrada en todas las escuelas de cine. Nada de lo que hace Spielberg es gratuito, toda tiene una razón de ser y prácticamente todo (por no hablar en términos absolutos) funciona a la perfección.

Y Daniel Day Lewis responde al mismo nivel, dejando un regalo irrepetible. Aunque hay que tener en cuenta que este actor sólo sale de su casa cuando una película realmente le motiva, no deja de ser curioso que no fuera la primera opción para el papel. Liam Neeson, al que Spielberg sacó un trabajo inolvidable en La lista de Schindler, iba a hacer la película. Entre director y actor refuerzan una imagen mítica a la que hasta ahora le faltaba un referente indiscutible. Hacen que sea un hombre legendario, a la altura de este presidente de los Estados Unidos intocable que forma parte de la memoria colectiva, pero también un hombre de carne y hueso. Vemos al político, al líder, pero también al esposo y padre de familia. No es un retrato complaciente, sino complejo y que, en manos de ese guión de Kushner y la dirección de Spielberg, evita el riesgo de ser el centro único e indiscutible de la película que se lleve por delante lo que tiene alrededor. Al contrario. Lincoln no es sólo Daniel Day Lewis, sino que él es la pieza central de un conjunto extraordinario, que dentro de su reparto aporta la enorme presencia de Tommy Lee Jones o el magnífico contrapunto de Sally Field.

Y es que Lincoln es perfecta en muchísimos sentidos. Hay apartados técnicos de matrícula de honor, como la fotografía de Janusz Kaminski o el montaje de Michael Kahn, por no hablar de la intachable ambientación histórica por medio del diseño de producción de Rick Carter o el vestuario de Joanna Johnston. Decir que lo más flojo está en la música del maestro John Williams, quizá demasiado impersonal, da idea del altísimo nivel que tiene la película en todas sus facetas. Y qué decir de todo el reparto, memorable en un conjunto, con apariciones destacadas de Joseph Gordon-Levit (aún con una gran e indispensable escena, puede ser el personaje menos útil a la historia), James Spader, Jared Harris o David Strathairn. Pero la maestría técnica de cada uno de estos aspectos sobrepasa los límites de cada sector y acaba desembocando en una artesanía magistral gracias a Spielberg, el autor que mejor entiende cómo conectar todos los elementos para crear una película apasionante. En ningún momento se hacen pesados sus 150 minutos, necesarios para entender la historia. No sobra una escena. No está de más un solo plano. ¿Que apela a los sentimientos? Sí, eso forma parte de Spielberg. ¿Eso hace de Lincoln una película blanda? No, aunque quizá quienes no conecten habitualmente con su sensibilidad puedan considerarla así.

Lincoln es una obra de arte. Y lo digo en el sentido más amplio de la expresión. Teniendo un guión formidable y unos diálogos importantes, tal es el poder cinematográfico de Spielberg que incluso sin sonido es una película visualmente magnética. Puestos a calificar, y dentro de sus dramas, encaja entre los mejores, probablemente junto a La lista de Schindler y la infravalorada Munich. Y en este punto de su carrera recoge con sumo acierto y mejorando características anteriores aspectos que recuerdan a otros de sus filmes: las escenas políticas solemnes de Amistad, el arrollador carisma de un personaje protagonista de La lista de Schindler, la poética transmisión de mensajes con planos muy concretos de Caballo de batalla, la trascendencia histórica de Munich, el mensaje de El color púrpura, y la sinceridad de El imperio del sol. Es un Spielberg en estado puro que, ya desde la misma temática de la película, estaba llamado a ser impresionante y que con un clasicismo ejemplar y de escuela de cine cumple las expectativas que siempre levante la obra de un genio que no siempre es reconocido como se merece.

viernes, julio 06, 2012

'The Amazing Spider-Man', buen cine de superhéroes

El éxtasis provocado por Los Vengadores y el esperado final de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman, que llegará a los cines en julio (¿superará la maravilla que fue El Caballero Oscuro?) han colocado al cine de superhéroes de cómic, en sus más diversas variedades, porque las tiene, en un estado de gracia que será difícil superar. The Amazing Spider-Man, probablemente contra todo pronóstico, se convierte en el tercer eje ineludible de esta especie de subgénero del cine de acción y fantasía. Porque podemos pensar en lo innecesario que puede ser un reboot sólo cinco años después del cierre de una trilogía sobre el personaje, lo aburrido que hubiera podido ser contemplar de nuevo el origen de Spiderman o las dudas que pudiera despertar el cambio de director y protagonistas. Todas esas dudas eran lícitas. Pero ver The Amazing Spider-Man las despeja casi todos, porque ofrece una película tan vibrante como emotiva y que aprovecha con categoría los cánones de una película de origen que ya estableció allá en los años 70 el Superman de Richard Donner y Christopher Reeve.

Primera advertencia para ver The Amazing Spider-Man: no tiene absolutamente nada que ver con las tres películas de Spiderman que hizo Sam Raimi. Es un reboot total, que es fiel al espíritu del cómic pero no sigue al pie de la letra, ni mucho menos, las historias de las viñetas. Segunda advertencia: más que sobre Spiderman, que también, ésta es una película sobre Peter Parker. Que nadie se asuste al comprobar que el superhéroe no aparece hasta la hora de película, y ésta dura 135 minutos, algo que ya sucedía, y con bastante éxito por cierto, en Batman Begins. Tercera advertencia: si todavía no los has visto, huye de los trailers de la película como de la muerte. La maquinaria hollywoodiense todavía no se ha dado cuenta de que con estos avances está matando la experiencia cinematográfica. Y dos advertencias menores más: que nadie salga del cine antes de la escena que aparece después del primer bloque de créditos finales (aunque es decepcionante, en el fondo es la antesala de la más que segura secuela) y que a nadie se le escape el glorioso cameo de Stan Lee, cocreador de Spiderman junto a Steve Ditko. Una biblioteca y música clásica dan la pista para reconocerle.

Lo más importante de esas advertencias está, obviamente, en las dos primeras. El primer cambio que eso produce es que tenemos un Peter Parker adolescente. Tendría que chocar que, con ese planteamiento, el actor escogido para dar vida al personaje, Andrew Garfield (La red social), tenga 29 años. Pero miradle. Observad detenidamente su impresionante interpretación. Es Peter Parker, es un adolescente tímido y con problemas, solitario pero con ganas de hacer lo correcto. Garfield parece haber cobrado vida directamente desde las viñetas de los primeros cómics en los que apareció, por obra y gracia del mencionado Stan Lee y Steve Ditko. Y a su lado cobra vida una Gwen Stacy casi perfecta, con los rasgos de una Emma Stone que se consolida como una de las actrices del momento compaginando película como Criadas y señoras con este tipo de cine. Tienen tanta química juntos que ésta desborda escenas como el precioso intento de Peter de pedirle una cita a Gwen en los pasillos del instituto o la conversación que tienen en la azotea. Los dos están sencillamente maravillosos.

Marc Webb, director de este reboot, era una de las razones por las que cabía dudar de este proyecto. Su bagaje cinematográfico se limitaba a (500) días juntos. Y, sin embargo, parece entender a la perfección no sólo la naturaleza y la personalidad de Spiderman, sino también lo que necesitaba para que esta reinvención pudiera verse como algo totalmente diferente a las tres películas de Sam Raimi. El movimiento de Spiderman es asombroso y reconocible, el nivel de efectos especiales y la interacción con el villano de la película, el Lagarto (al que da vida con categoría en su mitad humana Rhys Ifans), es sobresaliente en todos sus encuentros, especialmente en el clímax final de la película, el momento en el que de verdad tiene sentido el 3D. Porque, sí, ver a Spiderman balanceándose entre los rascacielos de Nueva York en 3D es algo que merece la pena ver. No tanto el resto de la película, y de hecho algo más de la primera hora podría llevar a pensar en otro nuevo timo con las famosas gafas. Y si a eso se añade el placer de ver a secundarios como Michael Sheen, Sally Field (como los tíos de Peter, Ben y May) y Dennis Leary (como el capitán Stacy, padre de Gwen), pocas pegas se le puede poner a este espectáculo.

The Amazing Spider-Man tiene alguna escena que no termina de funcionar, como la detención del atracador de coches, y algún concepto demasiado cinematográfico que inunda una buena historia de cómics, y es que lo de la identidad secreta es algo para estudiar en el cine de superhéroes en general pero que en las cintas de Spiderman alcanza un grado superlativo. Y le tengo algo de manía al diseño del lagarto, demasiado alejado del cómic; al del traje de Spiderman, seguramente porque el de las películas de Sam Raimi me parecía perfecto; e incluso al 3D, aunque el final de esta película me congracia un poco con las dichosas gafas. Pero este filme es una demostración de cómo se puede hacer una espléndida historia de superhéroes que guste incluso a un público que no sienta especial entusiasmo por este tipo de personajes del ideario cultural norteamericano del siglo XX. Es una hermosa historia de desarrollo personal, la de un joven de 17 años cuya vida cambia de repente por un accidente pero que no deja de ser el clásico chaval de mirada embobada con la chica de sus sueños. Sí, hay un lagarto gigante, un tipo que se viste con spandex para luchar contra él y bastantes efectos especiales. Pero todo eso no deja de esconder una historia fantástica y muy, muy, muy entretenida.

Aquí, otra crítica de la película.
Aquí, fotografías de Andrew Garfield, Emma Stone, Rhys Ifans y Marc Webb en la presentación en Madrid del filme.
Aquí, un repaso a las películas de Spiderman que nunca se llegaron a hacer.