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lunes, noviembre 04, 2013

'Insidious. Capítulo 2', supera a la original, pero no a 'Expediente Warren'

El más que notable precedente de Expediente Warren obligaba a recibir Insidious. Capítulo 2 de forma diferente a como se atendió la llegada de la primera película de esta saga. Aquella fue un gran éxito, cautivó enseguida al público y fue acumulando una espléndida reputación. Sin embargo, era una muestra de cómo es el cine de terror contemporáneo, con trampas muy evidentes, salidas muy fáciles, tópicos constantes y más vinculada al susto que al auténtico miedo. Previsible en bastantes sentidos aunque, insisto, satisfizo en general al aficionado. Pero Expediente Warren cambió las reglas porque colocó a su director, James Wan, en el camino del terror más clásico. Era, a diferencia de Insidious, más miedo que sustos. ¿Y qué sucede con Insidious. Capítulo 2? Pues que mezcla ambas sensaciones, superando así a la película original pero quedándose por debajo de su anterior trabajo.

Da la impresión de que James Wan sabe exactamente dónde pretende colocar cada una de sus películas. Y después de recuperar una forma clásica de hacer terror quería mostrar algo de lo que le catapultó a la fama. Insidious. Capítulo 2 se va convirtiendo poco a poco en una secuela que juega sus bazas con habilidad, que amplía y completa la historia ya conocida, sin dejar de lado la necesaria obligación de expandirse. Es en el encaje con la primera parte donde el filme alcanza sus propósitos con más claridad. Pero al mismo tiempo se que ésta contiene trampas muy similares a las de aquella: ausencias clamorosas y demasiado convenientes de personajes para propiciar el susto fácil, incluso repetición de elementos con los que asustar al espectador (el andador con luces y sonidos del bebé de la familia Lambert, el piano) y encuadres en los que resulta evidente de dónde va a venir el susto.

Pero también es cierto que Wan es buen creador de atmósferas de terror (incluso con, otra trampa más, la muy evidente música de género que ofrece Joseph Bishara, autor también de las partituras de las dos anteriores películas ya mencionadas del director, y las no sé sabe muy bien por qué obligatorias estridencias sonoras en determinados momentos). No hay nada especialmente rompedor en la historia, como tampoco lo había en el primer Insidious, pero en esta ocasión sí merece una atención más clara del espectador, porque propone un conjunto de tramas dobles (en cuanto a personajes y escenarios y en cuanto a tiempos) y eso aumenta la apuesta y provoca una sensación de estar viendo algo diferente dentro de lo mismo. Parece una obviedad en una secuela pero hay incontables ejemplos de películas en las que no sucede así. Incluso visitando entornos conocidos, no se tiene la sensación de repetición.

Insidious. Capítulo 2 acaba siendo, por esos detalles, una película lo suficientemente satisfactoria, mejor que la primera en muchos sentidos. Expediente Warren había elevado mucho el listón de su director y aumentado el interés por ver qué podía ser capaz de hacer con una secuela de una anterior película suya. Y Wan sale airoso de ese reto. Es factible que el espectador que no sea aficionado al terror la vea como un más de lo mismo, y en cierto modo no le faltará razón, por mucho que el aficionado la disfrute como una película de género más correctamente realizada. Pero su ajustada duración (106 minutos), su buen reparto (Rose Byrne amplía el personaje de la primera entrega, sigue siendo un placer ver a Barbara Hershey, ahora con más minutos en pantalla, y sobre todo sorprende el apreciable cambio de registro de Patrick Wilson, ya fetiche de Wan tras protagonizar también Expediente Warren) y algunos momentos de terror muy logrados justifican con creces la película como una apreciable, aunque sí, tramposa, muestra del cine de terror contemporáneo.

miércoles, julio 06, 2011

'Insidious', el terror moderno debe de ser esto

Insidious debe de ser un perfecto ejemplo de lo que es el terror para el cine moderno. Un terror facilón, producto de situaciones tópicas y de eliminar las luces, carente de imaginación y pendiente sólo de sorprender con giros inverosímiles del guión. Un terror que no ofrece nada nuevo, que no se mete en el cuerpo, que sólo busca un eventual salto en tu butaca que llega siempre cuando uno se lo espera, en la situación en la que parece claro que se va a producir. El terror moderno debe de ser esto. Pero a mí, la verdad, no me dice gran cosa. Añoro la sensación, al terminar una película, de mirar en todos los rincones a mi alrededor para asegurarme de que no hay nada ni nadie. La sensación que dejaban los grandes clásicos del género. La que uno siente al ver La semilla del diablo, El exorcista, La profecía. Las grandes. ¿Insidious? Parece que está gustando. Pero a mí esto no me produce terror.

Vamos a partir de una base muy razonable para explicar la conclusión que acabo de exponer: el director de Insidious, James Wan, es el realizador de Saw y autor del argumento de la tercera parte de esa saga. Sé que Saw tiene seguidores. Quienes vean en esa saga auténtico terror, igual sí disfrutan de Insidous. No es mi caso. De todo modos, las historias de aquella y ésta están muy alejadas entre sí. De un asesino psicópata en aquella pasamos a una maldición con niño de por medio en esta. Un niño, elemento muy tradicional en el género de terror. Sólo eso ya produce una sensación de déjà vu, aunque es engañosa como va revelando la película, y que se acrecienta según van pasando los minutos. Pero como Wan parece ser consciente de eso, llega un momento en que su apuesta es la diferente, la de cambiar por completo el planteamiento de la película, hacer que sus personajes no sean lo que parecen ser (casi todos) y plagar la historia de giros inverosímiles. Difícil convivencia.

Pero estábamos en que esto es una película de terror. Luego tiene que provocarlo en el espectador. Si no, flaco favor le hacemos al género. Insidious tiene sustos, eso es innegable. ¿Pero es eso terror? Yo discrepo. En cualquier caso, hay muchos que se conforman con eso. Pero hay un problema con los sustos de Insidious: suceden exactamente cuando uno espera que van a suceder. Y eso, evidentemente, les resta efectividad. Los sustos, además, son fáciles. Porque hay considerar como algo muy fácil si simplemente basta con bajar la luz, llenar el escenario de vapor o hacer que un tipo disfrazado de monstruo salte dentro de plano para conseguir ese susto. No se recurre a la mente sino al estómago, no hay un terror psicológico sino uno visceral. Y esto es así a pesar de que, a diferencia de Saw, no hay nada de sangre en la pantalla. ¿Pero imaginación? Ninguna. Lo demuestra, además, el hecho de que la película intente beber de cuantiosos títulos del género, algunos clásicos como Poltergeist y otros más modernos como la sorprendentemente exitosa Paranormal activity.

El caso es que Insidious no genera terror, pero sí sustos. Que sus actores no son malos, pero tampoco notables (y quedan minimizados por la propia historia, que no desarrolla sus personajes lo más mínimo y cuando lo hace es por caminos insospechados y poco creíbles), porque ni Rose Byrne, ni Patrick Wilson consiguen hacer suya la película (quizá el mejor nombre sea el de Barbara Hershey, pero habiendo destacado tanto en Cisne Negro junto a Natalie Portman sabe a poco aquí). Que su dirección no aporta nada del otro mundo, e incluso se rebela torpe en algunos momentos, aunque para algunos sea suficiente... precisamente por los sustos. Es decir, que no hay nada en Insidious que permanezca en la memoria o, dicho de un modo más crudo, que merezca la pena en realidad. Ni siquiera su pretendidamente sorpresivo final, al que se llega después de no saber ya a qué venía toda la historia. Y el caso es que la película parece haber gustado. Será que yo no entiendo el terror moderno. Para gustos los colores.

sábado, enero 08, 2011

'Cisne negro', imponente Natalie Portman

Cuando veo por primera vez a un actor o a una actriz y me emocionad sin límite, ese intérprete tiene ganado mi corazón cinéfilo. Cuando veo que, con los años, aquel que me ganó tan fácilmente se queda estancado en la facilidad de una carrera mediática, me dan ganas de llorar. Natalie Portman encajaba en esa descripción. Me volvió loco con su desgarradora niña de Leon. El profesional. Y, por si necesitaba algo más, me enamoró perdidamente con su pizpireta chiquilla de Beautiful girls. Pero a partir de ahí vi a una Natalie Portman diferente. Hermosa siempre, pero aburrida en apariencia. Sin creerse la mayoría de los personajes que hacía. Notaréis que estoy hablando en pasado. Porque con Cisne negro ha vuelto Natalie Portman. Ha vuelto esa intérprete imponente, esa actriz maravillosa que me encandiló hace más de quince años. Su retrato de cisne blanco es tan hermoso como el de cisne negro. Sus miedos, su calidez, su atrevimiento, su ira, su vergüenza, su ilusión, su trabajo. Todo eso lo pone en pantalla. Y eso, de nuevo, ha hecho que me estremezca, ha conectado conmigo, ha alcanzado mis sentidos y, como antaño, me ha vuelto a enamorar.

Sólo por ella ya valdría la pena ver Cisne negro. Sólo por ella y sobre todo por ella, porque al final la película se me queda un poco escasa para lo que podría haber dado de sí. Pero a los defectos llegaré luego, porque los méritos que incorpora a este título Natalie Portman son tantos que merece la pena seguir deteniéndose en ellos. Nina es una bailarina que ansía conseguir el papel principal de una representación de El lago de los cisnes. Es una preciosa joven que vive con una madre muy posesiva, que apenas sabe relacionarse con chicas de su edad y que desprende mucha sensibilidad, con lo que su cisne blanco es perfecto. ¿Pero puede ser también el cisne negro? ¿Tiene dentro de sí lo que hace falta para representar al lado más oscuro de la personalidad de ese personaje? Ese es el descenso a los infiernos que narra Cisne negro. Ese es el espectacular ejercicio que muestra Natalie Portman, la transformación de una mujer por medio de sus experiencias. Son brillantes sus gestos, sus miradas, sus palabras y sus silencios. La actriz ha confesado que las exigencias físicas para el papel fueron terribles y casi acaban con ella. Todo eso se nota en la pantalla. Todo. Saca a flor de piel tantas sensaciones que es imposible enumerarlas.

El envoltorio que crean los demás intérpretes para Natalie Portman contribuye a que su personaje, para mí, sea ya legendario. Ojo a Mila Kunis, una actriz todavía no demasiado conocida y que aquí podría haber encontrado la consagración definitiva si la luz de Natalie Portman no eclipsara por momentos todo lo que gira a su alrededor. Su traicionero y misterioso retrato de una bailarina en apariencia tan amiga como enemiga de Nina es brillante. Ambas protagonizan una de las escenas de sexo más arriesgadas que se han visto en pantalla en los últimos años, una escena brillante, evocadora yperturbadora a partes iguales. Barbara Hershey da vida a la madre de Nina, y sólo cabe preguntarse por qué esta mujer, que alcanzó cierta relevancia a finales de los 70 y comienzos de los 80, no tiene más papeles. Brillante contrapunto el suyo a Natalie Portman, aunque su personaje quede de alguna manera sin resolverse en el guión. Winona Ryder tiene el pequeño papel de la protagonista de El lago de los cisnes a la que sucede Nina (¿metáfora del Hollywood actual y la tiranía de la imagen y la edad?). Un papel duro, arriesgado, complejo y, probablemente, lo mejor de su filmografía. Vicent Cassel completa un pentagrama interpretativo inmenso, dando vida al director de la obra.

Cisne negro es una película de Darren Aronofsky. Nunca he comprendido su cine. Desde la experimental Pi hasta la sobrevalorada El luchador, pasando por la para mí poco efectiva (aunque para muchos su obra maestra) Requiem por un sueño y la absurdamente psicodélica y pedante La fuente de la vida. El caso es que Aronofsky es un director que cuenta con una reputación consolidada y con una legión suficientemente numerosa de seguidores. Cisne negro es la primera película de este realizador que consigue transmitirme algo. Y creo que eso se debe mucho más a Natalie Portman y a otros elementos que al propio Aronofsky. Sí es cierto que rueda con energía y firmeza las secuencias de baile (empezando por el hipnótico comienzo, una onírica escena que desprende magia), y que en ocasiones compone bellísimos planos de espejos y reflejos. Pero también creo que Cisne negro es una película a ratos tramposa, en especial en su por otra parte fascinante escena final. Juega con la fantasía (imprescindible para manejar esta historia) de una forma que a veces engancha y otras deja la sensación de que se traiciona lo que aparece en pantalla.

Eso sin contar con la obsesiva repetición de innecesarios planos siguiendo el caminar de una Natalie Portman de espaldas (técnica, por cierto, que ya usó y me desesperó con Mickey Rourke en El luchador). Con esto, escamotea sin que se atisbe explicación alguna para comprender esa elección de posición de la cámara algunos momentos preciosos para lo que pretende ser la película, una inmersión en el alma de la bailarina. Inmersión en la que también contribuye decisivamente la música de la película. No podía ser de otro modo, tratándose de un filme ambientado en el ballet. Lástima que el trabajo de Clint Mansell no pueda optar al Oscar por estar basado en la música de Chaikovski para El lago de los cisnes, porque la atmósfera musical es tan mágica como la interpretación de Natalie Portman. Esto hace de Cisne negro una película especial, diferente y de obligado visionado, que, sin embargo, no es la obra maestra que podría haber sido, quizá, en manos de otro director.

Por cierto, ¿me puede explicar alguien por qué esta película que se estrenó en Estados Unidos el 5 de septiembre de 2010 no llegará a las pantallas españolas hasta el 18 de febrero de 2011? ¿Qué lógica tiene esperar casi cinco meses y medio para el estreno en España de una película tan esperada, de la que se ha hablado tanto y que tendrá nominaciones para los Oscar? Luego dicen que hay piratería, pero con eso sólo buscan ocultar la deficiente política de distribución de demasiadas películas.