De un certero bocado, le arrebató el
pincel que sujetaba con sus finos dedos. La “vaca comepinceles”,
como a ella le gustaba llamar, se escondió tras unas rocas para
rumiar en paz. Los pájaros, que se habían escapado del lienzo,
posaban plácidamente sobre las manecillas del reloj de pared;
miraban absortos a la pequeña que volvía a sacar otro pincel de
detrás de su oreja. Pintó otra vez unas nubes azules y un sol
dorado que las mariposas habían borrado antes. La serpiente, que
estaba enroscada en la rama del árbol, le ofreció una manzana a la
niña. Pero Evita ya tenía la lección bien aprendida.
Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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6 de diciembre de 2016
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