Un eco lejano de clarines y trompetas se empezó a escuchar en la granja. Pensé que si me adentraba en el bosque y daba con su procedencia quizás, solo quizás, tendría algo de cobertura en el móvil. No soportaba tanta incomunicación. ¿Y si la música era producto de mi mente? Pero no podía quedarme quieto, y así, por lo menos, dejaría de oír a las vacas, cerdos y gallinas.
Me perdí. Llegué a un punto en el que no escuchaba nada. El psicólogo me iba a regañar de tanto perseguirlo. No son horas de andar picando puertas.