domingo, 8 de noviembre de 2009

"El ocaso del sol" - Sol Zurita Aleñá


El ocaso del sol



Ahh! Por qué no habré quemado mis ojos

cuando escucharon venir tus pasos

en el alba desnuda de un andén.


Allí penetraba tu lívido morbo.

Endulzado de magnolias;

erguía en mi sangre desierta

el vértigo balsámico de tu ira.


Símbolos pérfidos de tus hadas

se unen como átomos para engendrar

en mi; lánguida desesperanza.


Mas callo la furia de estas bestias

y recibo ávida el ramo inerte

de la tortura.


Despojos sonoros,

clamores silenciados.


Los sueños navegando por el asfalto

empañados como alas

hijas de la incesante agonía.


Busqué desesperada

por cada rincón del miedo

en la bruma de epitafios

frente a cada proyección

de formas destruidas.


Vi rostros como calles

y jugué entre los diálogos

del desconcertante, sórdido e impúdico parque

iridiscente de sus besos arcaicos


y aún así

las sombras me apartaron del viento,

la creciente noche quieta

ante la blandura de mi cuerpo

me dejó vestida

de arenas turistas

residentes en congojas.


El follaje insólito de tus pieles

desarmaron de lo que en mí

quedaba aún.


Ohh! Por qué no habré quemado tus ojos

con el incendio crónico que escapaba de mis manos

por qué he de consagrar el trono de la muerte

cada vez que te miro

con mi reflejo colmado de soledad,

aterrada de los sueños

y de este perenne encuentro.


Autora: Sol Zurita Aleñá. Centro Cultural Belgrano R.

Fotografía: Fabián San Miguel.


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domingo, 23 de agosto de 2009

"Sólo por las noches" - Alejandro Candelario


Sólo por las noches

Mami saluda a Lerú, me da el beso de las buenas noches y se va. Apaga la luz porque ya soy grande, pero deja la puerta apenas abierta, por las dudas. Ahora estoy solo. Mami siempre dice que no me asuste, pero mira mucho los rincones, como cuando ve un bicho y después lo siente por todos lados.
Salen sólo por las noches; ojalá fueran bichos.
Trato de dormirme antes que mis papis; mientras estén despiertos no pasará nada. Pero hoy se acuestan temprano y yo sigo dando vueltas, escuchando mi respiración; enseguida empiezan los otros ruidos.
Me acomodo bien en el medio de la cama, lejos de los bordes, escondido bajo la sábana. Tengo la crucecita de Abu en el pecho y el oso Lerú para que me defienda. Nunca se acercan demasiado.
Mami dice que es mi imaginación, pero yo los escucho. Dice que es la madera, que la casa es vieja; pero también dice que no debo levantarme y que tengo que dormir solito. Y ella duerme con papi, y yo los escucho y no es la madera.
¿Qué es ese ruido?
Diosito, Diosito, no dejes que se acerquen y seré bueno. Que sea de día Diosito, que sea de día rápido.
El único que me cree es mi amigo Juan, y dice que soy una nena: él tenía un monstruo en el armario, y abrió la puerta y le gritó y nunca volvió. Una vez, casi bajo de la cama para prender la luz. Me destapé y me quedé arrodillado, mirando para todos lados y escuchando con atención. Bajé un pie despacito, los dedos estirados tanteando la oscuridad, tratando de llegar al piso; algo me rozó el talón y grité y grité. Esa noche mis papis cerraron mi pieza con llave, para que no me asuste, y me llevaron a dormir con ellos.
Hace un rato largo que están en silencio, esperando.
De a poco, me asomo para ver si ya se hace de día. Está muy oscuro y la única luz es la del pasillo, apenas una raya en el borde de la puerta. Me escondo otra vez, antes de que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. Cuando lo hacen empiezo a ver cosas feas. Se mueven, se acercan, tiran de la colcha. A veces también se ríen. No quiero que me agarren.
¿Cuánto falta?
No puedo dormir y la noche es muy larga. Otra vez los ruidos. No quiero llorar porque soy grande, pero abrazo a Lerú y las lágrimas se me escapan.
Ya tiene que ser de día, no puede durar tanto.
Me vuelvo a asomar, con el corazón latiendo muy rápido. Empiezo a llorar más fuerte: sigue todo muy oscuro, pero los escucho muy cerca.
-Mamá, papá. Vengan.
En los rincones las sombras se mueven, Diosito, se están moviendo.
-¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá!
Escucho sus pasos en el pasillo. Ya llegan. Que sea rápido.
-¡Mamá, papá!
¿Por qué tardan tanto?
Están ahí afuera, sin entrar. Hablan en voz baja y no entiendo lo que dicen. ¿Por qué no prenden la luz? ¿Por qué no me sacan de acá?
La raya de luz se hace cada vez más fina y desaparece, ahora está más oscuro todavía; algo se ríe a mis pies. Cierran la puerta con llave. Las voces de mis papis se alejan y quedo solo, casi sin respirar. Las lágrimas se detienen, y luego caen, una tras otra.
Mi mirada, de a poco, se acostumbra a la oscuridad.
Los veo trepar a la cama.

Autor: Alejandro Candelario. Centro Cultural Aníbal Troilo.

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viernes, 10 de abril de 2009

"El Onirógrafo" ´El blog de Fabián San Miguel


El Onirógrafo - El Blog de Fabián San Miguel

Envia un texto, poema, fotografía o lo que quieras basado en un sueño: a elonirografo@gmail.com. Breve, por favor. El onirógrafo dará cuenta de él y como una máquina de gestar onirismos lo publicará en este blog:
http://elonirografo.blogspot.com/

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jueves, 19 de marzo de 2009

"Mi libro preso..." (fotografía) - Fabián San Miguel

Mi libro preso en una librería

Fotografía: Fabián San Miguel.

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miércoles, 18 de febrero de 2009

"Sueño 813" - Fabián San Miguel / Collage: Fernando Rodriguez Vilela (artista invitado)


Sueño 813 /

estoy guarecido en un maizal que se quiebra. Los relámpagos abren huellas en una habitación vacía, el lugar huele a campo abierto. Nado hasta uno de los rincones del cuarto, trato de comprender lo que sucede: en una ruta cerrada. Es de noche. No siento más que mis pies adormecidos. Las gotas de lluvia ocupan la totalidad de una mirada. El cuerpo, entrelazado en sueños, aún está seco y a cobijo. La ventana recobra mis sentidos para volverlos opacos, intransferibles. El negativo de una fotografía deja entrever a un caballo desbocado refugiarse más allá de la tormenta. Abro el vidrio y, apenas toco el aire, mis manos se estremecen. En el cielo, las cruces blancas se reflejan desde un costado del asfalto. Cuando regreso a la cama la luz me ahoga, el resto es lo que permanece en la retina.

Autor: Fabián San Miguel. Texto perteneciente al libro Sueño 800 (2003), Subsidio a la Creación Artística – Fundación Antorchas (2002).
Collage: Fernando Rodriguez Vilela - www.lordgaita.com.ar

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jueves, 29 de enero de 2009

"Recuerdos" (fragmento) - Juan Pablo Marinelli


Recuerdos (fragmento)

I

Me despierto, sobresaltado, al igual que en aquella mañana. Sobresaltado, por esos sueños, recurrentes, violentos; y hasta siento el humo en la boca, al igual, que en aquella mañana. Cuando escuché el relato, de Valenzuela, mi amigo, rodeado de humo; y hasta escucho los mismos ruidos, que escuché, en aquella mañana.

Me recuesto, la respiración apremiada, va cediendo: miro hacia afuera, más tranquilo; es de noche.


Cuando llegó, era de día, temprano; recuerdo su cara, cuando le abro la puerta.

Valenzuela, que sin dormir, y sobresaltado, me abraza, cuando le abro la puerta. Le digo que pase, cierro, se sienta, pausadamente, y le sirvo un trago. Se sienta, pausadamente, en un sillón del living, y empieza a llorar.

Dice que lo hizo, que lo tuvo que hacer; le digo qué.


Valenzuela, que sigue llorando, y repite que lo hizo, toma un trago, y me mira. Le prendo un cigarrillo, prendo otro para mí, y lo miro. Hacía mucho que no fumaba; y él, repite que lo hizo, que lo tuvo que hacer.

Le vuelvo a decir: qué.


Me pregunta, si recuerdo a Juan Pablo y a Mirta. Le digo que sí; dice: los mataron. ¿Cuándo?, pregunto. No sé, contesta. No están más, se los llevaron.

Es 1972, y todavía, no es costumbre.


Tuve que esperar muchas horas en un departamento, dijo esa mañana Valenzuela; tuve que esperar, enfrente, a donde él, va a almorzar los mediodías. Éramos dos, dijo Valenzuela con un vaso en la mano; éramos dos, en ese departamento, ese cuarto, esa mañana. Valenzuela se levanta, y camina, de un lado hacia otro; es temprano. Lo alquilaron, continua Valenzuela, caminando de un lado hacia otro, dos compañeros que trabajan con nosotros. Valenzuela se detiene, frente a mí, y me mira. Pasamos la noche ahí, retoma, y la mañana en ese departamento, dice, se hacía interminable. Nosotros teníamos que esperar, mientras los otros dos seguirían el trayecto del auto; en el cual, él, se dirigía junto a sus tres guardaespaldas, a almorzar. Todos los mediodías, de la oficina a ese bar. Cuando se están acercando, a la esquina, nuestros compañeros nos dan la señal: debemos bajar. Se detiene el auto, enfrente del edificio, el auto que lo lleva al bar; ya estamos en la puerta. El auto, ellos, enfrente nuestro. Ellos, que no sospechan nada. Nuestro auto, que se encuentra a la vuelta, espera para escapar.

Todavía no sospechan: su auto, ellos, enfrente nuestro.

Un guardaespaldas se baja primero, y le va a abrir al coronel; en ese momento, cruzando la calle, sacamos los fierros. Yo, y mi compañero: por Juan Pablo y por Mirta.


Son dos ráfagas precisas: cuatro muertos, dice un Valenzuela, que tuvo que disparar.

Autor: Juan Pablo Marinelli. Talleres particulares de Fabián San Miguel.
Este fragmento pertenece a la novela inédita Recuerdos.

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