viernes, 23 de enero de 2009

"¿Caballan los cabalgos?" - Jorge Freiria


¿Caballan los cabalgos?

Extraño y aleccionador caso, donde una dificultad permite lograr fortuna y reconocimiento, aunque también siembra un dejo de duda.
Podría servir de ejemplo a tantos cursillos que buscan cómo hacer del defecto una virtud, modelo e imagen rediviva del legendario paradigma histórico, aquel tartamudo Demóstenes, supuesto padre de la Oratoria que, al ejercitarse hablando con piedras en la boca y gritando sus mensajes al mar, venció su discapacidad.
Pero en Matías no hubo tales ejercicios ni preocupación. Más bien buscó profundizar su inconveniente. Buen hombre, con todas las virtudes, al menos las que se esperan o se pregonan, de linda estampa, amable, cordial, conciliador si bien inconformista, tenía ese, digamos ¿defecto? de alterar las frases.
En la última Convención Bianual Rioplatense de Trastornos del Habla y Afecciones Conexas, un fonoaudiólogo del Hospital Piñero lo presentó como un cuadro nuevo, en tanto no consistía en un trastoque del orden de las sílabas -como algunos casos allí mostrados que vocalizaban “ceilo” en lugar de “cielo”-, agregando que quizás la afección de Matías estaría emparentada con aquella otra que expuso en el evento celebrado dos años atrás, un paciente que había concurrido a su consulta aduciendo que no podía decir “zapato” -mientras lo decía- y que cuando confundido lo interrogó —“Uds. lo recordarán, señor Presidente y estimados colegas”—, el hombre enunció perfectamente: “Domingo, Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, pero no me sale Sapato”, dando lugar a fructíferas discusiones en varios Talleres de la Convención, enfermo hoy felizmente recuperado, se cuidó en aclarar.
En cuanto a nosotros, el único antecedente de la particularidad de Matías que podríamos recordar es el de un gran maestro colombiano, autor de una extraordinaria “Serenata”, aunque no dudemos en pensar que puede haber muchos más.
Si nuestro héroe debía decir una sola palabra, no tenía problema; podemos quedarnos tranquilos, ante un incendio iba a gritar, previniendo, “Fuego, fuego”.
Pero el desparramo se hubiera producido al momento de pedir “Organ en salden”.
Podemos imaginarnos una vida objeto de mofas, padecedor de grandes dificultades en sus estudios primarios y secundarios, aun en los universitarios y cuando llevaba a cabo su especialización, ¿qué otras cosas que la Licenciatura en Letras y un post grado en Filología Sintáctica? Pero parece que su transcurrir no fue ni demasiado ni poco penoso para él, aunque en el camino de su tesis haya perdido sinnúmera cantidad de directores.
Los problemas los arrastró desde su pequeñez y se acostumbró a ellos. Hay quienes dicen que influyó su apellido —Martrónez Casti—, al presentarse en primer grado y compararse con sus compañeritos.
Casi no termina la escuela. Allí lo salvó el Director, amante del surrealismo que, contra la opinión de su entero plantel docente, el cual requería a viva voz fonoaudiólogos, foniatras, psicopedagogos, neurólogos y aun psiquiatras para Mati, encontró creativa su dicción y posteriormente la escritura y bregó, años tras año, para que aprobara.
No obstante, los convocados por sus maestros aparecieron agoreros, dejando escuchar aciagos oráculos. Por un lado quisieron ubicarlo en todo tipo de trastornos psicóticos, hablaron de anormalidades discursivas por estigmas demenciales, mencionaron autismo y escaso desarrollo de toda forma de lenguaje de matriz declarativo.
Reconozcamos que es cierto, mostraba -y muestra- una clase de dislalia disgráfica, trastornos de figuras discursivas y de producción de sentido en el campo de la verboescritura.
Otros profesionales, surgidos de no se sabe dónde, quisieron ubicarlo en todo tipo de patologías neurocerebrales, se pensó en disfunciones locutorias por lesión cerebral, se buscaron antecedentes familiares luéticos, hasta se habló de idiocia congénita, aunque no hacía más que engordar el diccionario y la gramática. Finalmente se pensó que su discurso expresaría alguna o varias, sino todas las alteraciones que puede sufrir el organismo, consecuencia de impactos y lesiones del hemisferio derecho sobre vocalizaciones y grafías.
—Atengámonos a los hechos —pontificó un gran catedrático—, en él se bloquean las fronteras discursivas, en su uso del lenguaje llega a alteraciones máximas, con un mal pronóstico que ni siquiera podemos imaginar. Sólo parece quedar el recurso a la cirugía.
Reconozcamos que es aceptado internacionalmente que una lesión en esa zona del cerebro en pacientes diestros, como lo es Matías, puede provocar alteraciones en la comunicación oral y escrita. Pero faltaban otras sintomatologías que confirmaran los graves diagnósticos, amén de que él no sufría de otra cosa ni nunca había tenido nada, ni la menor lesión en la cabeza o el cuerpo. Cuando otros jugaban fútbol, rugby u otros deportes de contacto con posibilidad de golpearse, él nadaba plácidamente o miraba a las chicas cuando se sentaba a secarse o tomar sol en la pileta cubierta.
La obstinada y decida oposición del Director lo salvó y convenció a sus padres de esperar para ver cómo se desarrollaba. Más todavía, el hombre estaba casi aterrorizado ante la posibilidad de que Matías perdiera esos dones.
—Como los niños prodigio, que al crecer se le esfuma la genialidad —repetía a todo aquel que se acercara a su dirección, mientras se regocijaba con la última creación de Mati sobre sus compañeritas, “niesas traviñas”.
— ¿La adolescencia y los estudios secundarios, se preguntarán Ustedes? Un calvario, cada una de estas cosas por separado y potenciadas al coincidir. ¿Se imaginan a un chico de 13 años diciendo en Geografía “Los Andes american Cruza de Norte a Sur” o en Literatura aquel ensayo de poesía épica que tituló “Caballan los cabalgos”? ¿Y cuándo proponía a los pocos amigos que tenía “Esta tarde cinamos al vaye”?
No se si les adelanté que le gustaban las chicas, mucho y siempre, pero cuál de ellas podía oír sin romper en carcajadas antes de salir corriendo, que él le dijera: —¿Querés conmigir solo?
El único trabajo que conservó y mantuvo ya grande, hasta alcanzar los presentes lauros académicos, fue el de repartidor. Ahí no tenía grandes dificultades, no podía “paquetear un lleve”, solo le quedaba llevar paquetes, aunque a veces confundió algunas direcciones, como cuando –aparentemente agravada su característica- quería ir a “Patrianida del Averca”.
Por suerte fue entendido, hasta polisémicamente diríamos, por María, su bonita compañera de la Facultad, cuando le dijo “Te aría, Mamo”.
Al querer entrar a la Universidad, tras un muy particular examen de ingreso, aparecieron nuevamente las posturas encontradas. En el mundo de las letras, se citaron obras y autoridades tales como “Los extrañamientos” de Peter Sloterdijk, las teorías de Adorno, Lukacs y los equívocos, “Lo obvio y lo obtuso en la Deliberación” de Roland Barthes, “La invención de lo cotidiano” de Michel de Certeau, se revivió a Jakobson, no faltó alguna invocación a Pierce ni a Tristan Todorov, como tampoco algún pésame elevado a de Saussure.
Por último se aceptó, no sin desacuerdos, que su particularidad sería muy similar al monólogo automático de los surrealistas puros, con la sola diferencia de que Martrónez Casti asume la tradición métrica, aun en prosa.
El Director de la escuela, ya jubilado, corrió esta noticia por todo el Consejo Escolar.
Entre los profesores y en los corrillos de los bares aledaños de la Facultad, se intentó aclarar diciendo que esta forma de expresarse tiene su origen más definido en el Conceptismo del Siglo XVI, de don Alonso de Ledesma o en las parodias del estilo culterano que realizaron Quevedo y Lope de Vega, en las que se alcanza a veces la ininteligibilidad o se usa el procedimiento para burlarse de retóricas clasiquinas.
Todo este barullo allanó su admisión a la Facultad de Filosofía, en la Carrera de Letras, donde es un secreto a voces que sus profesores hacían grandes esfuerzos por entenderlo, aun cuando se cuidaban de confesarlo, actualizando la historia de los burladores del rey y el paño maravilloso.
Una duda me queda y la quiero compartir con ustedes. ¿Esa dificultad para expresarse, se debía a que le resultaba imposible hablar como todos o no quería hacerlo por su inconformismo y la misma era intencional?

Rodeado de discípulos que lo acompañan y sobre todo entienden y traducen, goza hoy de reconocimiento académico. Abrió caminos que rompieron la rigidez y tiranía de la lengua, aportando varios vocablos que aceptó la Academia, como el difundido “apoltrosillonarse”.
Sin embargo, en algunos corrillos empieza a correr una murmurada pero insistente versión, que nos recuerda que proviene de los gremios medievales y de mucho más atrás, la costumbre de usar códigos y lenguajes cifrados y que no sería mera casualidad la coincidencia que habría entre una comunidad de ladrones de bancos que tras estudiar el movimiento de una agencia financiera, cambiaria y mercantil de Villa Lugano para terminar saqueándola, inició una próspera como no desenmascarada cadena delictiva.
Las víctimas y testigos declararon que en sus comunicaciones usaban un discurso, aprendido del gasé rosarino, consistente en deformar las expresiones. Quienes quieran mayores detalles, pueden consultar las crónicas de la época, otoño del 92, sobre el gran y desconcertante robo del Banco de Asturias y América del Sur en villa Lugano.
Luego se los identificó como los mismos atracadores que llevaron a cabo una seguidilla de asaltos en distintas plazas bancarias del país, aun cuando había cambiado fundamentalmente la forma de comunicarse entre ellos, ya que usaban una jerigonza aparentemente inentendible.
Se murmura, aunque los que dejan entrever esto no aportan nada para su asidero, que uno de los integrantes de esa gavilla, de alguna manera, se enteró de lo que le pasaba a Matías y llevó ante él al resto de sus compinches, quienes se quedaron asombrados al escucharlo. Entrar a pensar si los instruyó o no, incorporado como asesor no operativo de la banda, implicaría que no solo que nos dejemos llevar por el chismorrerío, sino la maledicencia. Les pido disculpas si esto suena algo fuerte, tomenlo como una opinión, personal y discutible.
Aceptemos que un primer dinero que se le vio manejar, que no podía provenir de su magro salario de repartidor, no llamó mucho la atención. Pero después vino la compra de un auto, su mudanza a un PH en Almagro, el costearse los estudios, sus frecuentes salidas a lugares caros, acompañado de hermosas muchachas.
Una oscura poesía, perdida entre sus borradores no publicados, podría ser su confesión

Padición una afezco
secrable e incureta
quiosa contagizas.
Aunezcan malaparque
pando el mura
mi putidad, sanreza
ymiencia inoci
comdaprobas.

Pero, de nuevo, siempre queda la posibilidad de que esas elucubraciones críticas hacia su persona sean solo malos pensamientos, provocados por la envidia ante su éxito.

Autor: Jorge Freiria. Centro Cultural Aníbal Troilo.

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