18.2.25

OSCAR MARINE, EL DISEÑO TOTAL.


    


 OSCAR MARINÉ es al diseño lo que María Callas a la ópera: la totalidad. Hoy desplegó sus juguetes en el Ateneo. Desde aquellos anuncios para vender camisetas pegados a mano, hasta fotolitos históricos, maquetas de revistas de MadridMeMata, carteles, cajas de zapatos, relojes y vodka… donde no ha puesto su firma Mariné? El diseñador total porque no es diseñador. O sí. Diseñador, grafista, tipógrafo, pintor…Un artista con mayúsculas! Design is everything. 


    







Ha sabido estar al servicio del cliente y crear su propia huella. De MadridmeMata a Matadero, todo es Mariné. Hasta el Todo sobre mi madre almodovariano. Este hijo de cineasta aprendió del padre a educar su ojo. Y ha sabido con su técnica y sus sueños poner cartelas hasta en  el cielo. Podía ser un chico de Nueva York, que también le mata. Pero Oscar es puro Madrid. Es decir, universal.

Javier Martin-Dominguez

16.2.25

50 AÑOS DE SATURDAY NIGHT LIVE

 50 AÑOS DE SATURDAY NIGHT LIVE:

 “YO SOY CHAVE CHASE, Y TU NO”




Parece poco comprensible que sea sábado noche en Nueva York y te quedes en casa. Pero ¿cómo ibas a perderte el capítulo semanal de Saturday Night Live? Solo después de unas buenas carcajadas gracias al único programa un poco inteligente de la televisión estadounidenses podías lanzarte a la incomparable noche neoyorquina. Se convirtió en habito, en necesidad; no de meses, ni de años. ¡Ha durado décadas! Y promete durar aún más.

Saturday Night Live ha cumplido los cincuenta. Mantener en antena un programa televisivo durante medio siglo es una proeza tal como culminar la escalada al Everest. Un imposible, que solo un grupo de increíbles cómicos, sagaces guionistas y un productor visionario y tenaz han podido conseguir.

SNL es una suma de sketches humorísticos, pero también había un hueco para las noticias desternillantes. Weekend update.  El presentador anunciaba una última hora. “This just in: Generalísimo Francisco Franco is still dead” “Franco todavía sigue muerto” Unos nacían y otro morían. El nacimiento de SNL fue precisamente en 1975, el año de la larga agonía y muerte del dictador. Por eso, el sketch dedicado a las noticias incluido en el formato de comedia recuperaba una semana si y otra también la incrédula noticia de que Franco seguía muriendo o seguía muerto. Era Chevy Chase el encargado de contarlo (“Yo soy Chevy Chase, y usted no”, era su carta de presentación)  bajo la mirada escéptica de sus compañera de mesa  Jane Curtin, o la cara alucinada de Gilda Radner, cuyo personaje de  Roseanne Roseannadana hacia del equívoco verbal el chiste de un editorial que  por ejemplo confundía a los sordos (deaf) con los muertos (death) “Para que vamos a seguir dedicando dinero a comprar aparatos para los muertos”   Cuando el presentador principal le hacía ver su error,  su respuesta era siempre aquel hilarante “Never mind” ( un déjalo estar). 



Y unas semanas después el noticiario de Chevy Chase insistía. “Generalísimo Francisco Franco esta críticamente muerto ya por once semanas, y los médicos rehúsan especular cuanto puede durar en su presente situación”.  Hubo chistes para Carter, para Reagan, Gorbachov, Dukakis… y sigue la lista de gloriosos damnificados.


SNL hizo muy muy grande a la pequeña pantalla. Bien lo saben sus desconocidos comediantes convertidos gracias al show en grandes estrellas de cine. De ahí salieron los Steve Martin, Bill Murray, John Belushi y Dan Aykroyd (alias The Blues Brothers), los citados Chevy Chase, Gilda Radner y Jane Curtin. Y les seguirían Eddy Murphy, el otro Belushi, Jim, Billy Cristal, Joe Piscopo, Joan Cusack, Martin Short, Robert Downey Jr. y muchos más por hablar aquí solo de las dos primeras dos décadas.

Hubo momentos memorables como los de la avispa. Aparecía Belushi y el resto con unas antenitas y embutidos con un traje a rayas negras y amarillas con pantis negros que ya les convertían en un hazmerreir. Tanto que Belushi llegó a odiar este número y se negaría a seguir interpretándolo. El alocado e imposible John Belushi, con su vida acelerada, sus baños turcos en el East Village, el del humor bestia y sarcástico, corrió tan deprisa en la escalera la fama, que acabó consigo mismo de una sobre dosis. Tal fue la dimensión del personaje en los acelerados ochentas que el reportero del Watergate, Bob Woodward, llegó a dedicarle todo un libro, Wired (Enganchado).

Otra caracterización de traca fue la de los coneheads (cabezas de cono), imitando a extraterrestres de serie a lo StarTrek. Hubo hasta un personaje icónico, Mr. Bill, una galleta de plastilina que sufría todo tipo de atropellos y vejaciones, rota en pedazos s para acabar el sketch con la frasecita de “Oh no, Mr. Bill” Pequeños detalles que daban un tono peculiar al F formato.

Tras una apertura con una situación actuada por el grupo, un invitado especial (quien no paso por SNL es que no estaba en el star system americano) o alguno de los comediantes pronunciaba la voz de alerta. “Live from New York, en vivo desde Nueva York, esto es Saturday Night Live”. También se incluía siempre una actuación musical relevante. Todos los importantes del mundo de la música querían pasar por allí, un gran honor y una inmejorable promoción.

 Quien encendió la bombilla del formato fue Lorne Michaels. Mezclar humor, un toque subversivo, música en vivo, unas notas de actualidad en los segmentos de comedia y también en el falso informativo, más un actor/invitado especial que actuaba con el grupo de comediantes estable y…. todo ello con una sola una semana para preparar otro programa tan complejo. Contra pronóstico, en la noche tonta del sábado, cuando la gente ha salido a cenar y divertirse, SNL se hizo un hueco en el competitivo mundo de la televisión comercial americana. El show perdura medio siglo después, y aquellos chicos de Chicago, Nueva York o Los Ángeles que querían hacerte reír desde la tele se hicieron estrellas de Hollywood que hoy conocemos en el mundo entero. ¿Verdad Bill Murray? 

JMD

                  

15.2.25

BARCELÖ SALTA AL RUEDO







Orgánico y lúdico, el último trabajo del pintor mallorquín está tan lleno de color como de valentía. Una explosión de colores en cada lienzo, con amarillos dominando el centro emulando al albero  taurino y con variaciones de azules, verdes, rojos que parecen salir de una paleta de un niño. Hay hasta siete variaciones de ruedos y corridas, en lienzos de distintos tamaños h hasta en cerámicas. 

Hay un desparpajo picassiano- simple y descarado - en la temática y la resolución de estos cuadros taurinos. Matéricos, con mucha pintura física en los lienzos, llenos de luz y de acción. Este Barceló emparenta con aquel de las paellas gigantes, el de siempre que ama el mundo del toro y el arte del toreo, del que viene su inspiración y al que rinde homenaje.  Aquí están la fuerza de la batalla y la belleza del rito. De la tierra al Mar. Siempre los elementos básicos. 


También nos regala mundos acuáticos, peces y pulpos que juegan por los lienzos o en los barros cerámicos pintados con gusto. Barceló brilla en su madurez jugando con sus fijaciones de infancia. Cuadros, acuarelas, cerámicas en la galería de Elvira González. Un paseo por los mundos de un pintor que vive en la tierra como si soñase con el cielo de su infancia. 

Javier Martin-Dominguez

11.2.25

CALLAS. EL TIEMPO DE LA MELANCOLIA.





 CALLAS. EL TIEMPO DE LA MELANCOLIA. - Se acerca el final y la melancolía se ancla en el corazón.  Sin la voz que la hacía gigantesca, sin lazos familiares que la arroparan y sin el amor que la hizo sentir una mujer plena, la diva desprovista de escenario busca en el rescoldo del pasado, tan añorado como denostado.  Asistimos al paseo por el jardín de los recuerdos de la más grande, de María Callas, y la encontramos altanera y triste. No ha perdido su don de mando, pero ya solo lo ejerce con su pareja de sirvientes, su familia postrera.  Esta María Callas, bien encarnada en Angelina Jolie, fastuosamente retratada por el maestro  Ed Lachmann, con unas frases de guion agudas y medidas firmadas por Steven Knight, está dirigida por un Pablo Larraín especializado ya en los biopics. Una película muy difícil de partida- como encarar a una diva, como evitar el tópico, como ir más allá de lo documental -, pero maravillosa en su resolución. Vivimos  las emociones  del personaje que en el tramo final de la vida- su última semana -se desnuda a pesar de su pretendido hieratismo, se confiesa sobre los deseos frustrados y se sienta a la mesa camilla casera para un juego de cartas, para una confesión ante los suyos: el chofer y la cocinera. La soledad final del que todo lo tuvo, éxito y tesoros, pero que añora las capacidades perdidas y el amor naufragado. Sus desplantes en los años de diva, su filtreo con los poderosos, las tensiones con sus padres van desgranándose ante nosotros como si nos dejasen entrar en la alcoba del mito para entender que también es humano. Culmina con esa escena de la Callas con un Onassis en el lecho de muerte: la conversación de enamorados que no pudieron consumar su felicidad, y la propuesta de una última cita de ensueño: sentarse juntos en dos sillas de lona en el puerto de  El Pireo, para que la eternidad no les prive de su sentimiento más verdadero.  JMD

4.2.25

NACIONES UNIDAS 80.


 

NACIONES UNIDAS, 80 AÑOS: 

LUCES, SOMBRAS, ESPÍAS Y PELÍCULAS

 

Javier Martín-Domínguez

 

Cumple Naciones Unidas la edad provecta de los 80 años, entre luces y sombras en su misión por apaciguar- que no resolver -las turbulencias del mundo. 

 

 

Nueva York.- Con más sombras que luces en sus últimos años, la Organización de las Naciones Unidas sigue desplegando una acción planetaria, desde Gaza a las orillas del rio Este de Nueva York. Ochenta años de actividad, casi siempre criticada pero también siempre esperanzadora. Durante mis años de corresponsal en la gran manzana, mas de una década, las Naciones Unidas, la ONU ocupaba un lugar preferente como centro de información y como pararrayos mundial. Las reuniones del Consejo de Seguridad, especialmente por asuntos del Oriente Medio, las tensiones ruso-americanas en la larga Guerra Fría y los casos de descolonización (incluidos Gibraltar y el Sahara), así como las solemnes Asambleas Generales atendidas por los principales lideres del mundo- de Reagan a Gorbachev, Fidel Castro y el papa Juan Pablo II –nos daban para historia segura. La felicidad del corresponsal para colocar la crónica del día.

Nacida para consagrar el nuevo orden mundial resultado de la Segunda Guerra Mundial, su altiva estampa en la ladera este de Manhattan, junto al East River, confería a la organización un halo de poder, aunque mas bien lo era de observatorio del pulso internacional. La ONU terminaba siendo como una trituradora o quizá como una aplanadora de las crisis. El conflicto que entraba allí, bajaba de intensidad o se larvaba, aunque difícilmente se daba por resuelto o concluido. Para unos el paradigma de la diplomacia, para otros el túnel del tiempo perdido. De cualquier manera, todavía era un observatorio privilegiado en los cambiantes años ochenta.

Radio Televisión Española situó su corresponsalía a tiro de piedra del edificio que albergaba la organización mundial: en la Segunda Avenida, esquina con la Calle 42. Allí se instalaron Jesús Hermida y Cirilo Rodríguez, los primeros corresponsales de la casa. Y allí seguimos durante un tiempo- antes de movernos a la Avenida Madison –Pedro Erquicia y yo mismo, sus sucesores en la televisión y en la radio desde Nueva York.  También quedaban muy a mano la agencia UPI y la sede del Daily News, donde se rodó precisamente en los ochenta el primer film de la nueva saga de Superman con Christopher Reeve y la estelar aparición de Marlon Brando en el reparto como todopoderosa figura paternal en el planeta Krypton. Atravesabas Tudor City (edificios de apartamentos propiedad de los Rockefeller, como también lo fue el terreno donde se ubicó la sede del organismo internacional), y por unas escalerillas llegabas enseguida a la Primera Avenida justo en frente del edificio de la Secretaría General. Era como un balcón urbano, un lugar perfecto para hacer las entradillas o presentaciones para los telediarios. 

Aunque la distancia fuese corta, los horarios para entrar en los boletines de la radio o editar para televisión obligaban a algunas carreras que te dejaban sin resuello.

Otros colegas tenían mesa- que no oficina –dentro del edificio. Solo las agencias, como la española Efe, tenían espacio propio con ventanal. Nuestro centinela de los ochenta fue Julián Martínez, un hombre con sonrisa perenne, siempre afable y cooperador. Antes o despues pasaron por allí Miguel Larraya y Silvia Odoriz, y muchos mas… incluido José Sobrino, que terminó trabajando en la oficina del portavoz del secretario general. Como tambien lo hizo el peruano Mario Zamorano, con el que volví a encontrarme en Paris trabajando en la UNESCO. Los mas veteranos de corresponsalía eran Gustavo Valverde, primero del Ya, luego de Tiempo, y José María Carrascal de ABC. Además de Julio Camarero que tras dejar Pueblo enviaba sus crónicas para la SER y Felipe Sahagún que cubría la corresponsalía del diario Informaciones al inicio de los ochenta.

 

NIDO DE ESPIAS EN LA GRAN MANZANA

 

En los años 70 y 80 aún era muy noticiable la ONU. Después solo lo sigue siendo cuando alguien- sobre todos los presidentes americanos –la vilipendian o la dejan sin fondos. El representante español legendario fue Jaime de Pinies, con su inefable bigote, charla socarrona y conocimiento exacto y cabal de los mecanismos de relojería de la organización. Allí se la breó durante el franquismo y también más tarde, estrella primero en las sesiones sobre la cuestión de Gibraltar y después en la democratización del régimen español. “Voy por mi sexto coctel, ¡que dura es la vida del diplomático!” Su chascarrillo escondía muchas verdades pese al aire inicial de frivolidad. 

La ONU era una base fundamental para hacer contactos, para arreglar malos entendidos, para jugar a los imposibles cuando la guerra fría no permitía reuniones abiertas. Y servía  también, como no,  como gran tapadera oficial para deslizarse como espía por las calles de Nueva York y los entresijos de la primera potencia mundial. De eso los rusos, los cubanos y otros muchos mas sabían muy bien lo que hacían. Para que no se las prometieran muy felices, las autoridades americanas a veces restringían sus movimientos a unas pocas millas a la redonda del centro de Manhattan, lejos de instalaciones militares o centros logísticos de interés.

Jaime de Pinies ya se hizo popular en los tiempos de la tele en blanco y negro con sus apariciones en defensa de la soberanía sobre Gibraltar en pleno franquismo. Estuvo destinado en distintos puestos en Nueva York desde el 68 al 72. Y de nuevo del 73 al 85.  Dicen que le encantó a Felipe González en su primer viaje a los Estados Unidos y le mantuvieron en este puesto clave. Encantador, sin duda, pero también cortante y a veces altivo, su capacidad de diplomático fue indiscutible. Reinaba en la colonia española desde el town house propiedad del estado situado cerca del Metropolitan Museum donde las cenas y recepciones tomaban una dimensión imperial. El edificio tienen una escalinata de aire hitchkoniano que sube del hall de entrada al salón y comedor de la primera planta. La visité de nuevo, con los recuerdos merodeando mi cabeza, con ocasión de una visita en la que el ministro Miguel Ángel Moratinos cumplía años y el embajador organizó una cena de ambiente distendido pero llena de guiños a la situación mundial entre los comensales de distintos países, degustando la comida sobre platos historiados con el escudo de España grabado en la cerámica.

Pinies también tuvo algo que ver con uno de los incidentes mas sonados en la historia de las Naciones Unidas: el zapatazo de Kruchev. Los hechos lo relacionan con el enfado del líder soviético tras el discurso entreguista y pro americano de un embajador filipino. El vehemente Nikita Kruchev primero golpeo con sus puños el estrado y después se reiteró en la protesta zapato en mano. Su nieta Nina  Jrushchova relató en el año 2000 que su abuelo estrenaba zapatos ese día, y al apretarle se los había sacado para relajarse. Cuando la emprendió a puñetazos contra la mesa, se le cayó el reloj y al recogerlo del suelo se encontró con el zapato y lo utilizó como arma ruidosa…        Pero la versión en la memorias del mandatario soviético pone el zapateado en relación con España. Al haber lanzado una serie de acusaciones contra el régimen de Franco, el embajador español precisamente Jaime de Pinies -solicitó el derecho de replica, que fue replicado así mismo tras el discurso por un abucheo de los países socialista del Este. Entonces, escribió en sus memorias , quizá trastocando la historia, que "recordando informes que había leído sobre las sesiones de la Duma rusa, decidí agregar un poco más de calor. Por lo que me saqué un zapato y lo golpeé sobre el escritorio, para que la protesta fuese aún mayor".

Competía en teatralidad, en ese mismo escenario con fondo de madera y atril de mármol veteado en blanco y verde, Fidel Castro. La armó por todo lo alto en su primera intervención ante la Asamblea en 1960. Volvió en el 79, en mi primer año de corresponsal, y ocupó la tribuna embutido en su uniforme de comandante verde oliva y con el mismo tono grandilocuente para denunciar el hambre y la injusticia. “Si hay gente con hambre en el mundo, para que sirven las Naciones Unidas, para que sirve el mundo”  clamaba Fidel. Volvió en el 95 y en el 2000 porque a pesar del bloqueo americano, de las crisis como la de los misiles y las denuncias de infiltración de espías en uno y otro país, el acceso a Nueva York gracias a la ONU estaba garantizado a todos, amigos o enemigos de los Estados Unidos.

Fidel había pasado su luna de miel del matrimonio con Mirta Díaz Balart en el 155 West de la Calle 82 de Manhattan y todos cuentan que sentía debilidad por la Gran Manzana.  El ponía color y vistosidad a las Asambleas Generales, y los sucesivos embajadores cubanos siempre eran los de verbo mas fino y afilado en la sesiones del Consejo de Seguridad. Tanto ellos, como los rusos, o en su momentos los iraníes eran vigilados con lupa durante sus movimientos por la Gran Manzana. Aunque territorio internacional, el temor a sus labores de espionaje les ponía en la lista de fichados por los

servicios secretos americanos. Como se confirmo años después, los cubanos tuvieron infiltrado el aparato americano de espionaje que trataba de espiarlos a ellos. Hilaban muy fino.


  

 




DE HICTHCOCK A NICOLE KIDMAN Y GALINDEZ

 

Los casos de espionaje se remontan al mismo inicio de la función de la ONU en territorio neoyorquino. Ya hubo sospechas en el “caso Galindez” sobre el miembro del Partido Nacionalista Vasco desaparecido en la ciudad y que noveló Manuel Vázquez Montalbán y llevó al cine Gerardo Herrero. Pero el mayor conocedor del rocambolesco episodio de Ángel Galindez y la conexión del PNV en el exilio con la Administración norteamericana del momento era el viejo profesor de blancas y pobladas cejas Mario de Salegui. Con su esposa norteamericana vivía en un espacio piso cerca de la Universidad de Columbia, y le gustaba regodearse con esta y otras peripecias del exilio en las tertulias que mantuvimos, muchas en compañía del cantante catalán Xabier Ribalta. Su potente presencia física y su cara enigmática me llevaron a ofrecerle un papel en un cortometraje que rodé a primeros de los años ochenta en distintas localizaciones de Manhattan, titulado “Improvisadores de ilusiones”. El titulo se lo debo al filósofo rumano Emil Cioran que califica con ese apelativo a los españoles en uno de los capítulos de su obra La tentación de existir.

 

Había que sacar entrada, que siempre te concedían como prensa si sobraba espacio, para asistir a las reuniones del Consejo de Seguridad que suelen ser publicas. Tambien para la Asamblea que yo seguía desde las peceras para radio y televisión, similares a las que tenían los interpretes de las lenguas cooficiales. Allí permanecía alerta y con su cara de funcionario impenetrable Eduardo Mendoza, que así se ganaba el sueldo en sus años neoyorquinos y luego escribía historias en ocasiones hilarantes. Un perfecto ejemplo de lo que se escondía bajo la estampa recta del gran edificio de bahía Tortuga, que diseñador al alimón y con fuertes tensiones Niemeyer y Le Courboisser. El proyecto numero 32 del brasileño y el 23 del francés, que sus auxiliares casaron hasta alcanzar la disposición actual del alto edificio de la Secretaría General, y el panzudo de la Asamblea, con el del Consejo entremedias, y un auditórium a la derecha.

Allí tenían lugar actuaciones y conciertos, tan memorables como el de Alicia de la Rocha o muy especialmente los de nuestro querido trovador catalán Xavier Ribalta, con el que compartimos músicas, risas, y viejas historias de conspiración.  Años mas tarde, en 2005, los escenarios de la Asamblea, y las peceras para interpretes, mas otros rincones del gran edificio, fueron muy sabiamente utilizados en la película de Sídney Pollack protagonizada por Nicole Kidman y Sean Penn, titulada precisamente The interpreter, que es el rol del personaje de Kidman en la película. Conocí finalmente al guionista que tuvo la idea de esta historia, Martin Stellman, al que invité para ser jurado en el festival de Cine de Sevilla en los años que lo dirigí. La película ha tenido una gran éxito sobre todo en el circuito televisivo porque no hay año que no la proyecte alguna cadena. Martin me confesó que ya pasa de verla, aunque no se cansa nunca de mirarla su esposa gaditana. Sin duda una historia compleja y bien hilada, que retrata perfectamente todos los detalles de acceso al edificio de Naciones Unidas, desde el aire y desde dentro.

La película hasta esa fecha que mejor partido había sacado del complejo de edificios proyectados por Le Courbusier y Niemeyer era La muerte en los talones, en el original North by Nortwest (1955), de Alfred Hitchcock, escrita por el reconocido guionista neoyorquino Ernest Lehman, un gran triunfador en Hollywood. La pelicucla tuvo su estreno mundial precisamente en el festival de Cine de San Sebastián. Y no era el único ingrediente español en este película con trasfondo de espionaje en la ONU. Parte de la compleja historia se basa en la operación Mincemeat de la Segunda Guerra Mundial, El cuerpo de un pobre galés aparece ahogado en las playas de Huelva es confundido con el de un general británico. La clave son unos documentos relativos a que los aliados no pretendía atacar Sicilia. Se trataba de un truco para que el material fuese devuelto por las autoridades franquistas a la Alemania nazi y engañar al enemigo. Con este trasfondo y el deseo de ambientar un asesinato en la ONU se montó el guion.

Para discutir de las películas de ficción y de las realidades, la oficina paralela de los periodistas españoles y amigos asimilados estaba unas calles mas al sur de la 42, en la Trattoria Frank, que realmente regentaba un gallego. Estaba especializado en traer langostas de Maine, tan crecidas como poco sabrosas, pero que aplacaban la gula por un cómodo precio. Tambien pasaría por este local, en una noche celebre, Rafael Albertí y su vistosa compañera italiana de los inicios de los ochenta, en el prime viaje a América del poeta comunista, que ya pudo saltarse aquel formulario de la aduana en el que se preguntaba si eras comunista como en los mejores años del macartismo.  Recuerdo en la mesa  Julián Martínez, Ribalta, el productor Juan Lebrón y algunos mas.

Rafael desplego sus encantos por la mañana en una gran sala de la universidad NYU, recitando de memoria sus poesías armónicas y divertidas. Por la noche no aguantaba mucho. Saludo, pintó en el mantel sus repetidas palomas, y nos dejo dar cuenta de las langostas, mientras se entregaba a un leve sueño. Hubo su jaleo a la hora de pagar, aunque las cuentas de Frank nunca eran muy altas. Pero la compañera pensó que dejar aquella propina de las palomas en el mantel de papel era mas que un pago… No se si Frank las llegó a enmarcar o si le salvaron finalmente de la subida de los alquileres, que parece le obligaron a volverse a su Galicia querida.

Tambien consiguió visado, en aquel tiempo de apertura estadounidense, el entonces líder de las Juventudes Comunistas de España, protagonista de otra simpática anécdota culinaria. La cena a la que asistió fue en un chino, quien sabe si por afinidad ideológica. A los postres, los comensales empezaron a contarse en voz en alto la frase de turno que contenía su “galleta de la suerte” que siempre adornaba el final de la comida en esos establecimientos. El joven comunista poco viajado no pudo contar la suya, porque se la había tragado entera, sin mirar. A pesar de aquella vieja prohibición de entrada a los que se declarasen comunistas en la hoja de inmigración que obligaban a rellenar en los aviones y entregar en aduana, lo cierto es que había un Partico Comunista nominalmente activo en el país cuyo líder se presentaba a las elecciones presidenciales cada cuatro años, y llevaba unos cuantos haciéndolo sin mucha fortuna.

 El ya legendario, por antiguo y entrado en años, secretario general de los comunistas de Norteamérica se llamaba Gus Hall. Tenia una pequeña oficina en la calle 23, casi enfrente del Hotel Chelsea y el restaurante El Quijote (que precisamente se incluyen también en la película The interpreter). Accedió a que le entrevistase y su anclaje en el pasado era tal que de España no sabía mucho mas allá de la Guerra Civil, episodio mítico en la historia especialmente para los miembros de la Brigada Lincoln, cuyos archivos custodiaba unas calles mas abajo, en Greenwich Village, la New York University.

 

PEREZ DE CUELLAR, LA ONU EN ESPAÑOL

 













Fue todo un evento para nosotros que las Naciones Unidas del mundo eligiesen por fin como secretario general a un hombre de habla hispana y apellido con reminiscencias segovianas. Javier Pérez de Cuellar, que inscribió su nombre en 1982 tras el de Kurt Walheim, el hierático austriaco que escondía entre  su piel enjuta un pasado nazi. Longevo, ha fallecido este año al cumplir los cien, Pérez de Cuellar  era afable, cordial, tranquilo, pero sin duda persistente, tenaz y autor de una diplomacia tranquila pero resolutiva. Cuando Rosa Montero vino a la ciudad para entrevistarle, recuero que tituló su entrevista para El País Semana “la gota del piso 39“, gota que no gotera, como la gota malaya incesante hasta conseguir su propósito.

Tuvimos acceso como nunca a la institución los periodistas españoles, tanto en grupo como cada uno. Conservo una querida fotos con Pérez de Cuellar como corresponsal de radio nacional de España y sentados atentos en la mesa mis compañeros Gustavo Valverde de, José María Carrascal, Ramón Vilaró de El País, Julio Camarero de la SER, Luis Foix de La Vanguardia, Rafael Ramos y José Sobrino de Efe y Mario Zamorano, su portavoz. Todos bien encorbatados como requería la Organización.

Para acceder al comedor de delegados- una salón  de tremendas dimensiones, con grandes ventanales abiertos al East River –la corbata era obligatoria. Si el día era bochornoso como es el verano de Nueva York y se te ocurría ir sin la odiosa prenda que aprisiona el cuello, no había problema. Amablemente te la prestaban en el ropero situado a la entrada. Algo parecido ocurría en el sofisticado restaurante de las fenecidas Torres gemelas al sur de Manhattan, Windows of the world, con sus espectaculares vistas hacia Brooklyn. Allí estaban prohibidos los vaqueros, y recuerdo a una amiga que al ser reprendida por el portero en la base del edificio recurrió, durante el trayecto de ascensor, a remangarse los vaqueros por encima de la medida de su gabardina y pasar toda la cena con la prenda puesta, pero al fin sin amargarnos la noche de haber perdido la cena por culpa de la etiqueta.

Tendrá muchas y buenas memorias de Naciones Unidas el diplomático español Chencho Arias, que las vivió como jefe de la misión y muchas veces como director de la OID, la Oficina de Información Diplomática, con ministros de todo signo.  Con su carácter abierto, campechano, directo conseguía que hasta algún ministro lenguaraz o poco preparado cambiase sin alharacas por ninguna de las partes una declaración improvisada para los periodistas. La batalla cada cierto tiempo era la de conseguir meter a España en el Consejo. Lo que permitía jugar un papel primordial en el concierto internacional y lucirse también en las declaraciones para la prensa española.

En un viaje de Felipe González su intervención ante la Asamblea General coincidió con la alerta ante la llegada de un huracán a Nueva York. Recuerdo poniendo cinta trasversal en las ventanas de mi apartamento porque tras años de bonanza este viento se prometía fuerte. Aguantamos el tirón y la espera al discurso presidencial, confiando en que se suspendería su visita prevista a Washington, mas al sur, en el camino de la tormenta tropical. Si no era así. Lo mas prudente parecía ir en Amtrak, por tren en un viaje que dura poco mas de dos horas. Pero al final, la decisión fue que lo importante era la reunión con Ronald Reagan, que no podía suspenderse y que el viaje se haría…en el avión presidencial con el que González había viajado desde Madrid. Imprudencia temeraria. La tormenta, el huracán nos pillo de pleno. El vuelo fue un vaivén continuo. Chencho que hacia su función de “pastorear” a la prensa en los pasillos del aparato de repente dio un triple salto mortal y apareció cinco filas mas allá por desafiar la difícil gravedad. Llegamos sin muchas magulladuras a un Washington torrencial, con ramas caídas por el furor de la tormenta, pero dispuestos a seguir la cobertura y vernos a la mañana siguiente a las puertas de el asa Blanca que había adoptado un aire imperial con Ronald Reagan en el despacho Oval.

 

UN INTERPRETE DE LUJO

 

No sé si en esta, pero si en una visita de estado con todos los honores, fue el intérprete en Naciones Unidas Eduardo Mendoza quien haría de traductor en vivo para Reagan y González. Imposible encontrar alguien con mejores cualidades. Tambien recuerdo a Eduardo bien dotado para hacer alguna pirueta de baile en los buenos parys que disfrutamos en el Nueva York de la época. Felipe González supo cómo manejar la obligada “pareja de baile” que le tocó con el conservador Ronald Regan, demostrando sus dotes de político de estado para resolver una tirante relación entre la España socialista y el líder de la nueva revolución conservadora. Un panorama de posibles tiranteces muy similar al que vivimos actualmente entre Trump y Sánchez.

Mas allá de sus actos obligados, los discursos noticiables en el Asamblea y las votaciones del Consejo, los alrededores de Naciones Unidas tambien servían para ofrecer espacio noticiable a diferentes manifestantes. Por palestinos, antinucleares, cubanos en el exilio, pro palestinos, ecologistas…las vallas de la policía de Nueva York se ponían y quitaban a merced de las convocatorias. Allí pude ver y entrevistar a  un Pete Seeger que ya octogenario seguía protestando en compañía de los indios nativos. Para los neoyorquinos era un fastidio que venia incluido en el precio de vivir en la capital del mundo. El tráfico especialmente en el Midtown, en el centro de la cuadricula de Manhattan se atascaba con las numerosas limusinas, los autos de seguimiento con guardaespaldas y policía adicional... Se hacía misión imposible reservar una habitación de hotel a mediados de septiembre con toda la diplomacia mundial, lideres incluidos, ocupando Nueva York. El barullo externo devenía en un aire de pacifismo en el interior del edificio. Entrada por las puertas giratorias, subida por las escaleras mecánicas y allí el maestro de ceremonias deba la bienvenida los mandatarios. Las mullidas alfombras del gran edificio de “la Primera con la Cuarenta y dos” amortiguaban los recelos y el mundo parecía apacible, al menos por un buen rato.

A mediados de los años ochenta, arreciaba la batalla por Centroamérica. Tras la caída de Somoza en Nicaragua, tanto El Salvador, como Honduras eran un polvorín.  Estados Unidos activó a la conocida como La Contra para hostigar a los regímenes nacionalistas o procomunistas. En un viaje por la zona con Ronald Reagan, un grupo de periodistas nos apeamos de la gira en San Pedro Sula (Honduras) donde Reagan se reunió entre otros con el presidente guatemalteco y reconocido genocida, el general Ríos Montt y el resto de los colegas. Bajamos en coche hasta Tegucigalpa donde inopinadamente compartimos hotel con los pilotos norteamericanos que actuaban supuestamente en secreto como colaboradores de la Contra, y hasta nos topamos con el ministro israelí de defensa Ariel Sharon cuando subía escoltado al ascensor… Tiempo mas tarde saldría a la luz el escandalo Irán-Contra que efectivamente conectaba de forma inverosímil Oriente Medio con Centro América.

Los ecos del conflicto en Nueva York fueron constante en esa época, con las visitas tanto de los lideres oficiales de los países, como los de los partidos ilegales que luchaban en su contra. Gracias a las Naciones Unidas subían hasta la ciudad de los rascacielos y nos servían mucha información. En algunos casos fuera de la ONU, como los encuentros organizados por periodistas que habían cubierto repetidamente la zona, como la corresponsal del italiano L´Unita, Lucia Annunziata que prestaba el salón de su escueto apartamento del Village para facilitar los encuentros con la prensa internacional acreditaba en la ciudad. Años mas tarde Lucia accedería a la presidencia de la RAI, aunque por poco tiempo por desavenencias políticas. Extraña memoria la de aquel serio guerrillero nicaragüense Daniel Ortegahoy irreconocible en su paso de liberador a dictador.

 

DE PINIES A MORATINOS

En el año 1985, un incombustible Jaime de Pinies conseguía coronar su largo periplo en Nueva York con la presidencia de la Asamblea General justo en la celebración del periodo de sesiones número 40. Una doble celebración para el veteranísimo diplomático que acaba de contraer matrimonio tras enviudar con la norteamericana de origen italo-mexicano Julia Ghirardi.   Un momento dulce de su carrera, rodeado de los mas importantes dirigentes mundiales del momento que acudieron a la sesión, y lejos de la maniobras que debió hacer durante y después del franquismo sobre las cuestiones candentes para España en la ONU. Gibraltar y el Sahara, defendiendo tras la precipitada salida o abandono español del territorio la descolonización y el derecho de autodeterminación para los saharauis. Curiosamente sería el primer ministro socialista de Asuntos Exteriores tras la llegada de la democracia, Fernando Morán quien le sustituiría al frente de la Misión española ante Naciones Unidas.  Fui testigo unos años antes del viaje semi secreto que en su momento hizo Moran para entrevistarse con altos funcionarios del departamento de estado en Washington antes de que los socialistas accediesen al poder en España. Debió ser un sondeo mutuo, que Moran con gran discreción nos contó a algunos periodistas españoles en el Consulado de España en Nueva York, gracias a los oficios del entonces cónsul Dicenta.

Junto al edificio que alberga la ONU, quizá el rascacielos mas ancho de Manhattam, se levantaban unas chimeneas humeantes, señal de la combustión energética que produce el sistema de conducción que produce las famosas fumarolas que se escapan del asfalto neoyorquino. Ambas dos claras formas de identificar a la ciudad,. No se imagina uno NY sin sus humos tan cinematográficas, y sin las Naciones Unidas y su marchamo internacional. Tambien es cierto que ambos sistemas- el calorífico y el de la diplomacia multilateral - aparecen ahora como decadentes y casi en desuso. Yo les contemple en un periodo de pleno rendimiento y confieso que me identifique tanto con ellos, que no creo que el mudo futuro de Nueva York y del cosmopolitismo pueda sobrevivir sin el concurso de ambos.

Con la pandemia, Nueva York se libró de los incomodos atascos que producían las caravanas de los lideres mundiales durante el periodo de sesiones de la Asamblea general en el mes de septiembre. Esperado con interés el 75 aniversario de la organización, quedó finalmente deslucido. Ya no había cábalas sobre quien asistiría o no; todos se quedaban en casa. El mundo multipantalla tambien se instaló en el formato de dialogo de Naciones Unidas. Ahora los insultos cruzados, mas que las palabras conciliatorias, se disparaban desde el plasma de Trump al del líder chino Xi Jinping. El nuevo des-orden mundial quedaba a la vista de todos. El avance de la influencia china, económica y diplomática, resulta imparable. El cuestionamiento del método norteamericano con el Presidente Trump, tambien. Ante esta nueva situación multipolar, ¿se vestirá el mundo con la corbata e la ONU o recurrirá de nuevo al traje de combate? Cinco años más tarde, ya en el redondo cumpleaños de los ochenta, Naciones Unidas vive otro tiempo de zozobra a la espera de como meta la tijera de nuevo el reelegido presidente Trump.

Protagonista singular de estos procesos pacificadores es el exministro Moratinos, ahora con puesto de Secretario General adjunto de la Organización, como Alto Representante para la Alianza de Civilizaciones. Avezado negociador, bien relacionado en el proceloso mundo árabe y con los israelíes su voz es siempre escuchado con sumo interés para deshacer los nudos de esa maraña en la que se ha convertido desde hace años Oriente Próximo. Le he visto en acción den Qatar o en Nueva York y siempre sorprende su singular capacidad de análisis y su forma de encarrar cualquier cuestión con una fuerte dosis de posibilismo que facilita el dialogo hasta con los más intransigentes. Sin duda un buen ejemplo de lo que debe ser la acción diplomática estilo Naciones Unidas. Desde los años del mítico Piniés no ha habido otra figura con un perfil tan destacado y mediático entre los diplomáticos españoles que han pasado por el rascacielos del rio Este de Nueva York. Ejemplo de diplomático multipolar, es casi un rara avis en el plantel de la diplomacia española. Es sin duda un pata negra con pedigrí ONU, donde las crisis se templan con mucho dialogo y con amistades labradas entre colegas de año.

Al fin y al cabo, si las vilipendiadas Naciones Unidas no existieran habría que inventarla, porque siempre es necesario tener una casa donde poder dialogar, aunque esté llena de espías con los oídos bien abiertos, pero nada amenazantes. -

Javier Martin-Dominguez

 

 

 








































































































































 

5.11.24

LA PEOR CAMPAÑA DE LA HISTORIA. ELECCIONES´24




Ha habido campañas cruciales (Nixon vs. Kennedy), campañas insulsas (Bush vs Dukakis), campañas ideologizadas (Reagan v. Carter), … campañas de todo tipo y condición. Pero una campaña tan falta de seriedad como sobrada de insultos, tan llena de trivialidades y escasa de propuestas ante un mundo en estado de ebullición y guerra como es la actual, no se recuerda.  El repetidor Donald Trump frente a la inédita Kamala Harris. Más allá de las descalificaciones apenas aportan programas con soluciones para una situación mundial preocupante. Un prólogo de campaña tan pobre solo puede ser el augurio de una presidencia extremadamente problemática y quizá nefasta.



La frase más socorrida entre los votantes estadounidenses ante el día D de su democracia siempre ha sido una decepcionante: “Yo votaré por el menos malo”. Lo que deja a las claras la poca fe en las cualidades de los aspirantes a ocupar la Casa Blanca. Así sucede campaña tras campaña, y esta no es excepción.  Ni Trump, ni Kamala gustan o convencen por sí mismos. Y el voto que más arrastran es el de los que no quieren ver a su contrincante como vencedor. De ahí que las estrategias de campaña se jueguen sobre todo en un terreno emocional, que es el campo de batalla más utilizado en la actual política de la propaganda digital. Trump saca la cabeza cuando cultiva el exabrupto. Kamala recurre al adjetivo fascista cuando merma en los sondeos. Estamos ya en la recta final. Pero ante la escasa diferencia marcada en las encuestas hasta el último minuto puede ser crucial en esta campaña del 2024.

Diez meses dura oficialmente una campaña electoral americana. Desde los tempranos caucus de Iowa en enero hasta el primer martes después del primer lunes de noviembre cuando la suerte queda echada. Es una campaña larga y sinuosa, por tierra mar y aire. Dimensión continental y repercusión mundial. Tras haber cubierto tres campañas sobre el terreno (la primera en1980), y algunas más como analista, comentarista o contertulio en la distancia, llegas a la conclusión de que el largo rosario de mítines, primarias, convenciones, debates y propuestas de todo tipo se encierran en dos claves: liderazgo y espectáculo. Si un candidato no es capaz de cumplir con ambas, habrá tirado por tierra el sueño de su vida y cientos de millones de dólares a la basura de la historia.

 Es un juego de alto riesgo. Fama y dinero se dan la mano en una apuesta que puede perderse aun consiguiendo más votos que el contrario (como le sucedió a Hillary Clinton frente a Trump precisamente) o ganarse contra pronóstico (como consiguió el actor Reagan con una inesperada ayuda de los ayatolas). En esta ocasión, el factor de la retirada del presidente con derecho a repetir, Biden, para facilitar la candidatura de una mujer, y el regreso del candidato golpista han añadido más tinta de calamar a la campaña y hasta un tono épico sobre el que planea la sombra del asalto al Capitolio del presidente que no quiso perder. Trump es volver hacia atrás. No hay propuestas nuevas, sino su odio al inmigrante exacerbando. Kamala sería un Biden descafeinado, heredera de una presidencia que no ha marcado la historia, más allá de tener que lidiar con dos conflictos bélicos de envergadura sin encontrar solución para ellos.

            Expectante y siempre sorprendido, el mundo entero contempla cada cuatro años como la maquinaria electoral norteamericana necesita todo un año para descifrar el perfil del hombre que influirá como ningún otro en los destinos del planeta. La más larga de las campañas, iniciada entre las nieves en Iowa, culmina en noviembre, dejando un montón de cadáveres políticos en el tortuoso camino, y un ganador, la mayor parte de las veces imprevisto o al menos sorprendente: Un presidente católico en el país de los protestantes (Kennedy). Un granjero en la capital de los políticos profesionales (Carter). Un actor en el mundo de los políticos profesionales (Reagan). Un hijo de presidente, heredando cargo (los Bush). Un negro en la Casa Blanca (Obama). Un empresario sin escrúpulos, ni afiliación a partido (Trump). Todo es posible en la política americana. Y para que ese imposible se haga realidad se necesita cubrir una carrera de cincuenta estados a lo largo de diez meses antes de llegar a ese martes de gloria o de dolor. Para el periodista resulta tan agotadora como fascinante.

            Cada campaña es diferente, aunque el ritual de primarias, convenciones y debates marque unos hitos comunes, que este año tuvieron su elemento sorpresa con el fallido debate de Biden y su retirada forzosa. De cualquier forma, el regreso de Trump y la inédita Kamala han hecho saltar por los aires cualquier previsión o predicción sobre lo que pueda pasar. Hasta la pacifica entrega del poder ya fue puesta en duda por el otrora inquilino y de nuevo candidato a la Casa Blanca, tirando por tierra las ultimas esencias de democracia que le queda al sistema americano.

 

LA ERA INAUGURADA POR REAGAN

            Antes de que Trump forzase todo esquema normal hasta el límite, la campaña más inusual de la postguerra se vivió cuando un actor terminó saltando al mayor plató político del mundo, la Casa Blanca. Ronald Reagan barrió al presidente Jimmy Carter a pesar de parecer tenerlo todo en contra. Aquella campaña del 80 fue sin duda el comienzo de un nuevo modelo de hacer política electoral, que se mantiene hasta nuestros días con el nuevo aderezo de los medios digitales que son ahora tan determinantes como lo fue la todopoderosa televisión.  Con la guerra de Gaza en marcha y aquellos acuerdos de Abraham de Trump en Oriente Medio en suspenso, hay que recordar que Carter llevó a su espalda el estigma de la toma de la embajada americana en Teherán por los guardias revolucionarios jomeinistas acaecida justo un año antes de la fecha electoral.

El epilogo fue realmente sobrecogedor: Mientras Reagan juraba su cargo en las escaleras del Capitolio frente a un cariacontecido Jimmy Carter, los rehenes eran liberados y salían en avión rumbo a los Estados Unidos. En el mismo momento, lo que dio pábulo a las sospechas de una negociación bajo la mesa entre los republicanos y Teherán.  El factor exterior jugaba y muy fuerte en la campaña interna. También ahora Ucrania y la guerra de Gaza hacen pesar un poco más de lo habitual la cuestión exterior entre los votantes americanos demasiado absortos en sus temas internos. Lo muestra a las claras las elecciones de los candidatos a la presidencia por ambos bandos que solo buscan acarrean votos de la América profunda. En el mundo sin duda se está más pendiente del resultado que en las últimas décadas ante los conflictos bélicos que han surgido tras el periodo de aislamiento de la pandemia. Europa en particular esta expectante ante un posible continuismo a lo Biden en la relación con Harris. O ante un resquebrajamiento de los acuerdos históricos sobre defensa entre los primos de los dos lados del atlántico.  Las posiciones de Trump en torno a Ucrania y Oriente Medio parecen más claras que las de Harris, cuya imagen ha quedado difuminada tras mantenerla Biden en el armario de la vicepresidencia hasta su forzado relanzamiento como candidata.

 

CARTER, EL MAS LONGEVO

 

            Debe recordarse ahora a Jimmy Carter recién cumplidos sus cien años- el presidente americano más longevo -, recordar su presidencia y su campaña electoral fallida. Con su nombre en diminutivo- ¡nada de James! -, y su pasado en el cultivo del cacahuete, Jimmy Earl Carter había llegado a la presidencia para alejarla por fin del hedor que causó el Watergate de Nixon y el coleo con su vicepresidente heredero Gerald Ford. Llevó una aíre de sencillez y pulcritud a un Washington degradado y corrupto. ¿Qué tramarían los republicanos para intentar recuperar el poder perdido?

            Para la próxima ceremonia de inauguración presidencial, el 20 de enero del 2025, Jimmy Carter todavía podría estar allí una vez más junto al presidente que jura. Con permiso de su alianza con la longevidad, habría asistido- tras la suya propia - a las inauguraciones de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump y Biden. Un récord histórico. Con su aire de hombre apacible y aplacado ante la adversidad, no podría dejar de pensar en aquel 20 de enero del 81 cuando pasó el relevo a Ronald Reagan, al tiempo que concluía la odisea de los rehenes estadounidenses de la embajada en Teherán. El punto más negro de su mandato que dominaría su campaña para intentar la reelección. Voluntario en actividades de ayuda a los necesitados, Carter ya había ido dejando una marca clara de activismo solidario en esos años que dominaba la política América, creando los inexistentes departamentos de Energía y Educación, y reforzando la legislación sobre protección medioambiental.

            En los cines de Georgetown se estrenó en aquellas fechas una película que resultó premonitoria y cuyos efectos se notarían en la inmediata campaña electoral. El síndrome de China, con Jane Fonda y Michael Douglas en papeles de reporteros de televisión. El guion se centraba en un accidente en una central nuclear, cuya eventual explosión de producirse de causaría-   decían literalmente - un agujero en la tierra que llegaría al otro lado del planeta, hasta China. El agujero real no llego a producirse, pero el escape de radiactividad al agua y a la atmosfera no tardó en hacerse realidad en el accidente de Three Mile Island, (la Isla de las Tres Millas) en la cercana Pensilvania. Inmediatamente apareció el movimiento antinuclear “No nukes” con multitudinarias manifestaciones en el gran mall washingtoniano, y más tarde en el sur de Manhattan, en la zona donde se desescombró el terreno donde se levantaron las Torres Gemelas y que usaban artistas para creaciones temporales en lo que se denominó “Art in the beach” (Arte en la playa).

            El funcionarial y anodino Washington se había convertido, de nuevo y de repente, en centro de protestas multitudinarias no conocidas desde el Vietnam y los movimientos raciales. Teníamos nuevo y fresco material para las crónicas de esta América que despertaba a la ecología, la defensa del medio ambiente, las energías limpias…, cuando ya quedaban escasos rescoldos de la era anti-Vietnam. En las mismas fechas se estrenó El cazador (The deer hunter) de Michael Cimino, que arrasó en los Oscar del año con cinco estatuillas y puso sobre la mesa con toda su crudeza las heridas abiertas por aquella guerra lejana que había traído a mucho mutilados físicos y psíquicos de vuelta a casa. Meryl Streep hacia su primera aparición estelar junto al inevitable Robert de Niro y a Christopher Walken. Si impacto fue tremendo. La resaca de Vietnam se hizo más evidente. Cimino se convirtió en director de culto y la película ya engrosa la lista de las mejores de la historia. En 1996 la Biblioteca del Congreso la catalogó como “cultural, histórica y estéticamente significativa”, siendo seleccionada para su preservación en el National Film Registry. También sucedía, su parte local, en Pensilvania, en la zona de Harrisburg, un feuda tradicionalmente demócrata por sus obreros de las acerías, que Trump consiguió en cambio atraer a su candidatura para conseguir su ascenso a la presidencia. Estos elementos iban creando un nuevo relato de fondo para la inminente campaña de reelección. Carter y su equipo iban abrazando estas nuevas ideas que suponían un choque contra interés de grandes corporaciones. Energías limpias, menos armamento, acuerdos de paz, …  Parecía que la protestas del 68 se institucionalizaba y que Carter era su buen pastor.

           

 

CONFIANZA Y RESPETO

            Una de las principales claves de un candidato a la presidencia es generar un aura de respeto, dentro de un clima de confianza.  ¿Es lo que busca Kamala con su sonrisa constante y sus trajes de chaqueta de corte militar? Jimmy Carter estaba en la mitad de la balanza. Un buenista para unos, un débil para otros. Desde el campo republicano se iban analizando sus flancos débiles para presentarle batalla en las inminentes elecciones. Iowa ya era el objetivo del enero del 80. Carter aceleró su acción en política exterior bajo la batuta de un impecable Secretario de Estado Cyrus Vance y la venta de sus logros a través de sus aseados portavoces: Hodding Carter y Jody Powell. Iban lanzados. No nos faltaba material para las crónicas. De repente, del siempre tenso y árido Oriente Medio u Oriente Próximo, del que escribíamos un día sí y otro también, sacaron un impensable fruto del desierto con los acuerdos de Camp David. Yasser Arafat en América, convertido en portada junto al halcón israelí Menachem Begin. La más extraña pareja, ahora unida. Había que verlo para creerlo. Además, firmó la controvertida cesión del Canal a la soberanía de Panamá, negoció el tratado SALT II para reducción de misiles con la Unión Soviética y culminó el proceso iniciado por Nixon estableciendo relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China. El flanco exterior bien protegido para afrontar una campaña frente a un probable novato republicano en estas cuestiones. Con la solidez de los años en pantalla, Walter Cronkite relataba cada noche en sus treinta minutos de la CBS esta nueva cara de América. Antes de su “And that´s the way it is”, asistíamos a una remodelación de la acción exterior de los Estados Unidos y a un creciente cambio en las reivindicaciones de las calles americanas. La resaca de Vietnam y del Watergate se iba evaporando. Era el informativo más seguido.

           

¿TEHERAN TAMBIEN CONTROLA ESTA CAMPAÑA?

Para periodistas de la época aquello era un duermevela, pero para Jimmy Carter lo que se avecinaba era una pesadilla. Los republicanos querían volver al poder y lanzaron una avalancha de candidatos. George Bush iba en cabeza. Al hombre del petróleo de Texas no le gustaban las veleidades ecologistas del actual presidente. El equipo de Carter confiaba en mantenerse ante un hombre con mucho curricular pero falto de verbo y carisma. Bush había presidido la CIA, había sido primer embajador en China. Sobradamente preparado, pero con un perfil físico poco atractivo y un discurso cortante.

Lo que se veía como un asunto lejano- aunque tan ligado a la fuente del petróleo –como era la revolución que se había levantado en Irán, y que obligo a exiliarse al Sha, llegaría a tener una influencia crucial en las elecciones que ya se avecinaban. Carter accedió a que el Sha de Persia recibiese tratamiento médico en Estados Unidos y los radicales iraníes dieron una vuelta de tuerca más, acentuado la línea islamista extremista que se mantiene hasta nuestros días.

Lo que empezó como una algarada, tras un primer ataque a la Embajada norteamericana, se convirtió en la noticia de una crisis interminable. “América tomada como rehén” se titulaba un informativo especial a una hora inédita, las once de la noche, presentado por uno de los periodistas más destacados de la cadena ABC, Ted Coppel. Pasó de especial a informativo regular. Cada día se iba sumando una fecha más a los días de cautiverio. Nightline fue el nombre final del programa, seguido por un Día 23, día 57, día 128, … La noticia se contagió al mundo. Era un tema candente cada día y cada hora. Si salías de cena con los amigos, tenías que mantenérsete conectado, ir con el auricular de la radio puesta y sintonizada en 1010 WINS, la emisora Todo Noticias. (“Nos das 20 minutos y te damos el mundo”) porque en cualquier momento se esperaba el desenlace. Carter intento un rescate fallido antes de que los helicópteros llegase a Teherán. El punto y final no llegaría hasta que culminase por completo la campaña electoral. Tal era el cálculo que habían hecho los iraníes, que empezaban a tomar la medida al todopoderoso “Imperio Americano “, como años más tarde se la tomaría Bin Laden.

La campaña electoral del 80 se descompuso. Carter era un candidato herido. Los republicanos apretaron con un ticket compuesto por el locuaz y telegénico Reagan y el calculador maniobrero en la sombra George Bush padre. Además, alguien colocó a un tercer candidato republicano con trazas de independiente, John Anderson, para intentar robar votos demócratas. Cerca ya del verano del 80, Carter siguió prendiendo su antorcha de la política exterior para afianzar la inminente campaña electoral y con motivo de la cumbre del G7 en Venecia hizo un tour a la europea. Fue mi primer viaje internacional con la caravana presidencial, y asistí en butaca preferente al espectáculo de ver a la Casa Blanca al completo volando de país en país. Todos los servicios habituales de Washington se trasladaban de una capital a la siguiente. Se dormía poco, porque salíamos antes que el presidente para cubrir la llegada del Air Force One y cubríamos todos los eventos, photo calls, ruedas de prensa, … sin faltar un detalle.  Allí estaban los entonces nombres míticos de la política mundial ya barridos por el viento de la historia:  Valery Giscard d´Estaing, Helmund Schmidt, Cossiga, Trudeau… y Margaret Thacher.

 

Ni con las escalas europeas, para reforzar su imagen de líder mundial, pudo fortalecerse Carter. La estrella del presidente había palidecido. Llego a la convención de Nueva York, en el tórrido verano del 80, con los delegados suficientes para alcanzar la nominación, pero con el prestigio mermado. La estrella ascendente, que podría lograr salvar los muebles frente a la creciente amenaza republicana, era la del tercer Kennedy.

Aquel extraño cruce de caminos entre Irán y los Estados Unidos, había convertido la campaña electoral americana en doblemente atractiva California y Nueva York tendría que caer del lado de Carter. Texas y Florida para Reagan. Las cuentas estaban demasiado apretadas, y el ambiente estaba tan picante como la comida oriental.

En la noche electoral mirábamos a la pantalla que mostraba el mapa de los Estados Unidos tomando estado a estado un color cada vez más rojo, el color de los Republicanos, y de su pareja para derrotar al ticket Carter-Mondale, con Reagan y Bush. Nos acercamos a la fiesta del Partido Demócrata en un local de Times Square y la encontramos medio vacía. Se mascaba la derrota. Volvimos a hacer nuestras retrasmisiones ya de madrugada en Madrid, sus envíos para la agencia y contemplamos cariacontecidos como el país más poderoso del mundo había sido saboteado por los ayatolas, iniciándose una nueva era en cuya estela aún vivimos.

 

EL ACTOR PRESIDENTE, O VICEVERSA

            Un descrédito, parecido al soportado por Trump, envolvió desde el principio a la candidatura de Ronald Reagan, tachado de ultra, anticuado, insolvente…por ser amable en los adjetivos. El Village estaba lleno de carteles personalizados ridiculizando al «actor que quería convertirse en presidente». Lo cierto es que Reagan atesoraba otras cualidades. Aunque como actor nunca superó la barrera de secundario, fue líder sindical de su gremio y luego hizo tablas de marketing sobre el escenario como portavoz de la General Electric. Así que cuando los republicanos de California buscaron un recambio para el eterno gobernador republicano Brown en 1966, pensaron en él. La decisión la había tomado el sanedrín de los grandes empresarios del estado más rico de la Unión. Y sin duda fueron los pesos pesados que le apoyaron en su candidatura a la presidencia, superando a su buen posicionado contrincante George Bush padre, que le acompañó finalmente en la vicepresidencia.

            Cuando cuatro años más tarde vivimos la siguiente campaña. Reagan se había hecho un tótem de la revolución conservadora, junto a Margaret Tathcher en Inglaterra. Su dominio de la escena fue tan espectacular, como el giro que imprimió a sus políticas. Ahora es considerado como uno de los presidentes históricos del país. En la campaña del 88, la convención de Houston le volvió a coronar, mientras el demócrata Walter Mondale y la primera mujer en el ticket presidencial, Geraldine Ferraro de Nueva York, sucumbieron al peso de la apisonadora conservadora. Pasó finalmente el testigo al vicepresidente George Bush, padre que triunfaría sobre Mike Dukakis. Otras campañas en las que de nuevo el marketing mordió las esencias de la democracia en un proceso que no ve fin.

Campañas cada vez más caras, tensas (como la del recuento de las papeletas mariposa en Florida que dieron finalmente la pírrica victoria a Bush hijo sobre Al Gore), y también más novedosas con el empleo de los señuelos digitales (Obama). Un tweet ahora vale un buen puñado de votos. O eso nos hacen creer. Hasta que llegó Trump y rompió todos los moldes. Ahora lo importante es hacerse notar en redes. Los programas han quedado relegados.  Si no fuese porque las guerras claman una solución, pensaríamos que estamos ante un mero reality televisivo. Pero lo cierto es que el mundo se la juega a través del voto de los ciudadanos de los Estados Unidos, cada vez más confusos y perplejos ante unas opciones que no interesan, por repetidas o por desconocidas. Sin duda, la democracia americana ya no es lo que era

 

 

Javier Martin-Domínguez fue corresponsal en Estados Unidos durante una década.

 

 























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