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miércoles, 21 de septiembre de 2011
El Catalejo (31) Espe nos mata

miércoles, 6 de abril de 2011
El Aula (7) Bachillerato segregado

domingo, 13 de febrero de 2011
El Aula (4) ¿Profesorado alienado?

Para Marx, (curiosamente, con la que está cayendo, resulta inevitable acudir a él aunque a más de uno le parezca démodé) la alienación es un proceso de alejamiento traumático de la propia naturaleza humana, motivada en este caso por condicionantes de tipo económico. Acordémonos de Charlot en “Tiempos Modernos” convertido en un engranaje más de la cinta transportadora y engullido finalmente por la máquina tragaldaba. Esta alienación se da a varios niveles: 1) respecto al producto del trabajo, 2) respecto a la propia actividad, 3) respecto al lugar de trabajo y 4) en relación al resto de los trabajadores. ¿Cómo aplicar esta teorización, pensada inicialmente en el contexto de las condiciones de trabajo en los albores de la Revolución Industrial, a la función docente de nuestros días? Intentémoslo, a ver qué resulta.
1) Si el producto de nuestro trabajo es la educación del alumnado podemos comprobar cómo éste, en realidad, nos es cada vez más ajeno. Nos hemos convertido en meros servidores de programaciones, objetivos curriculares, pruebas evaluativas y demás instrumental burocrático en el que no hemos participado y con respecto al cual no pintamos nada. El objetivo último ya no es la educación de los muchachos sino su guarda y custodia y la satisfacción de la clientela (transformada en votante / consumidor).
2) Como todo trabajador vendemos a quien nos paga nuestro tiempo de trabajo y nuestra capacidad. A cambio lo único que se nos pide es que cumplamos con las horas de trabajo estipuladas bajo cualquier condición -incluso si se muere el compañero en el aula de al lado, que, total, no es para tanto. Constatando esta relación meramente mercantil nadie está dispuesto a “dar un minuto más de tiempo” del estrictamente necesario.
3) El lugar de trabajo, el centro educativo, resulta un territorio hostil y extraño. Nada de un mínimo sentimiento de pertenencia. Son los espacios que la parte contratante ha puesto a nuestra disposición para cumplir con el horario profesional. Y punto. Es difícil por tanto establecer una relación de cuidado, complicidad y cooperación con el entorno en el que se encuentra la escuela. Lo que ocurra en él no es cosa nuestra.
4) Todo está diseñado para que el profesorado no pueda hablar de educación ni se relacione de manera cooperativa entre sí. No hay -ni interesa- una coordinación efectiva ni respecto a las áreas de conocimiento, ni en los claustros, ni en los equipos educativos, etc. Hablar de educación no es comentar la anécdotas del día ni “solucióneme usted lo mío”. Es hablar de los medios y de los fines. La creciente jerarquización en la organización de los centros, con la función directiva pensada como la de un capataz al frente de una cuadrilla, va en esa dirección. Obedecer a pies juntillas es más cómodo que pensar por uno mismo o que sentirse co-responsable de un proyecto colectivo.
Todo esto da lugar a un cierto proceso de “zombificación”. Y así nos quieren. Es imposible entender la escuela como una “comunidad de vida” de esta forma, lo cual es contradictorio con los nobles propósitos que suelen inspirar cualquier ley educativa. La educación, al menos en su dimensión pública, importa cada vez menos. El profesorado se siente ajeno a su propia profesión, a la que percibe como una especie de condena a trabajos forzados. De esta manera se consigue uno de los objetivos principales del entramado: mantener al personal al margen de este proceso de desmantelamiento del sistema educativo público.
¿Somos entonces un colectivo alienado o no?
lunes, 14 de septiembre de 2009
El impertinente (7) La educación invisible

Mi último artículo en Tangentes trata, por razones de calendario, sobre esta educación que nos quita, por lo menos a algunos, el sueño.
Ahora que comienza de nuevo el curso escolar podremos seguir asistiendo al progresivo abandono de la educación pública. Sumaremos un capítulo más ante el desinterés general. Habrá nuevas deserciones y desandaremos un poco más el camino. El grado de invisibilidad del mundo educativo, de sus problemas y demandas, de sus logros y aspiraciones, ha llegado a cotas alarmantes. Pero ¿es que queda alguien por ahí?
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.
Una vez resuelto dónde dejar a mi niño, con sus permanencias y actividades por las tardes, con sus muchas tareas y actividades para que esté convenientemente entretenido, al resto que le den. No es de extrañar, por tanto, que la educación ocupe un puesto significativamente bajo entre las preocupaciones de los canarios, tal y como reflejan las encuestas. ¿Es que tenemos un sistema educativo a la finlandesa con el que podemos sentirnos tranquilos? No parece. Hace poco un titular de prensa mostraba que casi un tercio del alumnado canario no conseguía obtener el título de educación secundaria. ¿Alguien se ha parado a valorar adecuadamente este dato? Que cada año uno de cada tres alumnos canarios no tenga una titulación educativa mínima, sumado al montante histórico acumulado de personas con baja o ninguna titulación, proporciona un retrato cuando menos desalentador de estas islas. ¿Dónde está el clamor popular? ¿Alguien exige responsabilidades? Claro que la liga de fútbol comienza pronto y al final el niño ya encontrará un enchufillo donde trabajar. Siempre está el taller o la peluquería de la familia para salir del paso, sobre todo ahora que la construcción ya no da para más.
La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.

La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.
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