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miércoles, 21 de septiembre de 2011

El Catalejo (31) Espe nos mata

Envalentonada por su nueva y holgada mayoría electoral la ubicua Esperanza Aguirre nos desvela un día sí y otro también el “programa oculto” del Partido Popular. Esta pirómana metida a política de toda la vida considera lo público como el patio trastero de su casa (precisamente en el momento en el que toca hacer limpieza). Y puestos a meter tijera de dónde mejor que aquellos servicios públicos que atienden a la chusma. En el orden natural de las cosas la calidad solo está al alcance de quienes se lo pueden permitir, de la casta elegida por los dioses para mostrarnos a los demás qué significa saber vivir. Esta plutocracia que nos gobierna es incapaz de entender lo público como un bien común. Es difícil que alguien que hace uso habitual de la sanidad o la escuela privada tenga un mínimo sentido de la protección de lo público. Sin embargo, lo que me llama poderosamente la atención es que haya tantos ciudadanos que votan y jalean a personajes de esta especie. ¿Qué pasa?, ¿la mayoría de la población de este país tiene llenos los bolsillos y debería pagar el impuesto de patrimonio?, ¿ahora resulta que todo el mundo piensa que la enseñanza no estrictamente obligatoria debería ser de pago?, ¿qué el profesorado de la pública es una pandilla de vagos que no trabajan sino 18 horas a la semana?, ¿que hay que cerrar ambulatorios aquí y allá?, pero ¿sabe la gente realmente lo que vota?, ¿tiene el españolito (lo guarde Dios) que esperar a comprobar en sus propias carnes lo que supone aupar al poder al Tea Party patrio? Lo malo de todo esto es que la Sra. Aguirre se ha convertido en la luminaria que muestra el camino al resto de la troupe, la Juana de Arco de la derechona que blande la espada contra todo sospechoso de posturas socializantes. Si por lo menos existiera un átomo de aquella conciencia de clase de las que nos hablaban los denostados teóricos de las utopías socialistas, el común de los mortales tendría mucho cuidado en elegir como su representante a los que nada tienen que ver con ellos. ¿De verdad piensa un parado que un ricacho metido a político pierde el sueño con el 21% de desempleo? En fin… estaba esta tarde leyendo el periódico en una terraza de un bar, asqueado de las ocurrencias de la Espe, indignado con lo que le están haciendo al pueblo griego y algunas otras nimiedades como estas cuando en la mesa de al lado estalló una discusión a cuenta de un penalti anulado a un equipo de fútbol cuyo encuentro estaba siendo retransmitido por el super plasma colocado estratégicamente. ¡Todo en orden! –pensé.

miércoles, 6 de abril de 2011

El Aula (7) Bachillerato segregado

El “Bachillerato de excelencia” que la Comunidad de Madrid se ha sacado de la manga está, lógicamente, dando mucho que hablar. A primera vista podría parecer una de esas medidas de calidad que tan perentoriamente necesita el sistema educativo pero a poco que acerquemos la lupa la cosa empieza a oler a chamusquina. Lo habitual en la derecha es la formación de las élites sociales, esto es, de sus propios vástagos, normalmente. Aunque el acceso a ese bachillerato pueda ser gracias a una nota media lo cierto es que, a poco que se haga un estudio rudimentario, podrá determinarse claramente la variable posición socieconómica / rendimiento académico. Por eso estas medidas, a la postre, si no vienen insertadas en una política más amplia de carácter social (cosa a la que es alérgica la derecha) terminan convirtiéndose en otro espejismo más de los muchos a los que estamos acostumbrados en nuestro sistema educativo. Un problema nada menor es que conceptúa al resto del bachillerato, sobre todo aquel que se imparte en los centros públicos, como un bachillerato de segunda. En un momento en que los recursos públicos (dicen) son tan escasos canta un poco que se destinen partidas a montar centros de élite en vez de contribuir a elevar el nivel medio de la enseñanza en general. Para que luego digan que en estas cuestiones la ideología no es importante. Un centro educativo al igual que debe atender al alumnado con dificultades de aprendizaje debe (o debería) hacerlo con el alumnado con un rendimiento excepcional. Pero, al final ¿por qué no se hace? Este es el tipo de reflexión que habría que hacer y al que también suele ser ajena la derecha. Desvelaría seguramente las carencias del sistema. Y estas no se resuelven creando una red paralela de centros exclusivos -receta facilona y que en el fondo no arregla nada, por lo menos de lo sustancial. No se trata, además, de que cuestionar esta medida suponga atrincherarse en el igualitarismo propio de la izquierda. Se trata de que esto atenta, sencillamente, contra la necesaria pluralidad del aula. Una de las cosas que más daño le ha hecho a la escuela pública han sido los conciertos educativos. Esto provocó una huida importante de las clases medias hacia una escuela, anteriormente privada, a la que siempre consideraron, con fundamento o no, como un lugar de excelencia. La consecuencia fue un “empobrecimiento” (digámoslo de esta manera) de la escuela pública, al menos desde su configuración socio-económica. El papel que se le asignó fue prácticamente asistencial. Y para “cuidar” al conjunto de la población no hacen falta tantos recursos. Con esta nueva filosofía pasará otro tanto: la segregación del alumnado más brillante tendrá como efecto un aumento de la brecha con el resto en la que la parte más débil siempre termina siendo la más perjudicada. Prefiero la filosofía del “educarnos todos y todas juntos en mutua cooperación y convivencia”. Estoy convencido de que de esta manera el alumnado de mayores capacidades también saldrá ganando.

domingo, 13 de febrero de 2011

El Aula (4) ¿Profesorado alienado?

Después de asistir a una interesantísima mesa redonda sobre el estado de la educación canaria, promovida por Alternativa Sí Se Puede, en la que participaron auténticos “primeros espadas” de la docencia, me viene obsesivamente a la cabeza una pregunta: ¿somos el profesorado una clase alienada? ¿es posible que vivamos al margen de lo que está pasando? Para intentar aclararnos es interesante acudir -solo un momento- a la teoría clásica de la alienación.
Para Marx, (curiosamente, con la que está cayendo, resulta inevitable acudir a él aunque a más de uno le parezca démodé) la alienación es un proceso de alejamiento traumático de la propia naturaleza humana, motivada en este caso por condicionantes de tipo económico. Acordémonos de Charlot en “Tiempos Modernos” convertido en un engranaje más de la cinta transportadora y engullido finalmente por la máquina tragaldaba. Esta alienación se da a varios niveles: 1) respecto al producto del trabajo, 2) respecto a la propia actividad, 3) respecto al lugar de trabajo y 4) en relación al resto de los trabajadores. ¿Cómo aplicar esta teorización, pensada inicialmente en el contexto de las condiciones de trabajo en los albores de la Revolución Industrial, a la función docente de nuestros días? Intentémoslo, a ver qué resulta.
1) Si el producto de nuestro trabajo es la educación del alumnado podemos comprobar cómo éste, en realidad, nos es cada vez más ajeno. Nos hemos convertido en meros servidores de programaciones, objetivos curriculares, pruebas evaluativas y demás instrumental burocrático en el que no hemos participado y con respecto al cual no pintamos nada. El objetivo último ya no es la educación de los muchachos sino su guarda y custodia y la satisfacción de la clientela (transformada en votante / consumidor).
2) Como todo trabajador vendemos a quien nos paga nuestro tiempo de trabajo y nuestra capacidad. A cambio lo único que se nos pide es que cumplamos con las horas de trabajo estipuladas bajo cualquier condición -incluso si se muere el compañero en el aula de al lado, que, total, no es para tanto. Constatando esta relación meramente mercantil nadie está dispuesto a “dar un minuto más de tiempo” del estrictamente necesario.
3) El lugar de trabajo, el centro educativo, resulta un territorio hostil y extraño. Nada de un mínimo sentimiento de pertenencia. Son los espacios que la parte contratante ha puesto a nuestra disposición para cumplir con el horario profesional. Y punto. Es difícil por tanto establecer una relación de cuidado, complicidad y cooperación con el entorno en el que se encuentra la escuela. Lo que ocurra en él no es cosa nuestra.
4) Todo está diseñado para que el profesorado no pueda hablar de educación ni se relacione de manera cooperativa entre sí. No hay -ni interesa- una coordinación efectiva ni respecto a las áreas de conocimiento, ni en los claustros, ni en los equipos educativos, etc. Hablar de educación no es comentar la anécdotas del día ni “solucióneme usted lo mío”. Es hablar de los medios y de los fines. La creciente jerarquización en la organización de los centros, con la función directiva pensada como la de un capataz al frente de una cuadrilla, va en esa dirección. Obedecer a pies juntillas es más cómodo que pensar por uno mismo o que sentirse co-responsable de un proyecto colectivo.
Todo esto da lugar a un cierto proceso de “zombificación”. Y así nos quieren. Es imposible entender la escuela como una “comunidad de vida” de esta forma, lo cual es contradictorio con los nobles propósitos que suelen inspirar cualquier ley educativa. La educación, al menos en su dimensión pública, importa cada vez menos. El profesorado se siente ajeno a su propia profesión, a la que percibe como una especie de condena a trabajos forzados. De esta manera se consigue uno de los objetivos principales del entramado: mantener al personal al margen de este proceso de desmantelamiento del sistema educativo público.
¿Somos entonces un colectivo alienado o no?

lunes, 14 de septiembre de 2009

El impertinente (7) La educación invisible

Mi último artículo en Tangentes trata, por razones de calendario, sobre esta educación que nos quita, por lo menos a algunos, el sueño.

Ahora que comienza de nuevo el curso escolar podremos seguir asistiendo al progresivo abandono de la educación pública. Sumaremos un capítulo más ante el desinterés general. Habrá nuevas deserciones y desandaremos un poco más el camino. El grado de invisibilidad del mundo educativo, de sus problemas y demandas, de sus logros y aspiraciones, ha llegado a cotas alarmantes. Pero ¿es que queda alguien por ahí?
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.
Una vez resuelto dónde dejar a mi niño, con sus permanencias y actividades por las tardes, con sus muchas tareas y actividades para que esté convenientemente entretenido, al resto que le den. No es de extrañar, por tanto, que la educación ocupe un puesto significativamente bajo entre las preocupaciones de los canarios, tal y como reflejan las encuestas. ¿Es que tenemos un sistema educativo a la finlandesa con el que podemos sentirnos tranquilos? No parece. Hace poco un titular de prensa mostraba que casi un tercio del alumnado canario no conseguía obtener el título de educación secundaria. ¿Alguien se ha parado a valorar adecuadamente este dato? Que cada año uno de cada tres alumnos canarios no tenga una titulación educativa mínima, sumado al montante histórico acumulado de personas con baja o ninguna titulación, proporciona un retrato cuando menos desalentador de estas islas. ¿Dónde está el clamor popular? ¿Alguien exige responsabilidades? Claro que la liga de fútbol comienza pronto y al final el niño ya encontrará un enchufillo donde trabajar. Siempre está el taller o la peluquería de la familia para salir del paso, sobre todo ahora que la construcción ya no da para más.
La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.