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miércoles, 18 de abril de 2012

Gracias por recortarme

¡Ya está aquí!, ¡ya llegó! El sistema público de educación está apunto de ser completamente dinamitado. Los cabuqueros del gobierno tienen bien dispuestas los explosivos para propiciar una voladura controlada. Y empleo el término 'controlada' no porque el derrumbamiento sea una perfecta obra de ingeniería sino porque han conseguido que, en realidad, no le importe a nadie. Esta mañana me enteré en el centro de que hay partido Madrid / Barça el fin de semana. Un partido decisivo, por lo visto, donde se va a dilucidar quién va a ganar la Liga. El personal no cabe en sí de emoción. Por contra, el encadenamiento de noticias, rumores y previsiones de todo tipo no levantan más que un gesto de hastío y resignación. Todo está consumado. Lo que hace unos lustros parecía algo imposible se ha demostrado como la cosa más natural del mundo. Ya no se pretende otra cosa que los centros educativos públicos mantengan sus puertas abiertas con una especie de profesorado de guardia en servicios mínimos permanente. Hablar de calidad y excelencia educativa a estas alturas ya no provoca otra cosa que una sonora carcajada. ¿Competencias básicas de qué? ¿Algún responsable político pretende que se puede trabajar con un mínimo de rigor a base de aumentar de manera inmisericorde las ratios y las horas lectivas del profesorado al mismo tiempo que se retira del sistema millones y millones de euros? Qué lejos parecen aquellos años, al comienzo de esta crisis en forma de estafa, cuando se decían aquellas cosas de que para salir del agujero en lo que no se debía recortar era en educación. O cuando Sarkozy, en un extraño alarde socialdemócrata, dijo aquello de que esta era la crisis del capitalismo financiero y que había que volver a un capitalismo del trabajo. (Risas enlatadas). En esta partida de cartas (en las que algunos juegan con el As de Picas marcado) los jugadores profesionales se han impuesto a los advenedizos y nos han colado pulpo como animal de compañía. Terminaremos apaleados y dándole gracias a los matones. No otra es la sensación que se te queda en el cuerpo cuando lees una encuesta en la que un porcentaje importante de la ciudadanía justifica y entiende esta política de “ajustes” y “recortes”. ¡No se puede hacer otra cosa!, ¡no hay dinero!, ¡es la crisis..! No cabe duda de que el emporio mediático cumple a rajatabla con su función. Y eso que tiene mucho trabajo últimamente, con el Jefe del Estado de cacería y media clase política afanándose los restos del gran festín. Pero, ¡tranquilos! La Liga está en su punto álgido. ¡Es el momento de dar los últimos hachazos a lo que queda de esa cosa antigua llamada 'sistema público de educación'! El que quiera calidad educativa  (y el que quiera que le operen un tumor antes de que se convierta en una marabunta) que se lo pague. Y, si no, haber nacido rico, ¡ostias!

miércoles, 19 de octubre de 2011

El Aula (16) La soledad del profesorado

Decía Marx que una de las formas de alienación de los trabajadores es impedirles que se comuniquen entre ellos en el trabajo. Ahora que los vientos educativos, con la Aguirre a la cabeza, soplan en la dirección de reducir la actividad docente a prácticamente las horas lectivas esto se va a convertir en un sepulcro blanqueado. Dentro de una perspectiva tecnócrata los profesores no tienen nada de qué hablar, únicamente aplicar las programaciones y protocolos que les vienen dadas. Todo lo demás son zarandajas y pérdidas de tiempo que no van a ser financiadas con dinero público. En cualquier caso, para eso ya están las sesudas mentes pedagógicas que trabajan para los gestores de lo público, a parte de ver por dónde seguir metiendo la tijera, en emitir decretos a destajo que, generalmente a destiempo, aumentan todavía más la confusión del personal. Por eso no es de extrañar que en los pocos huecos que van quedando el profesorado aproveche para compartir sus dudas, temores y desconciertos, a veces de manera vehemente y deslavazada. Lo peor, sin duda, es que una parte importante de los docentes han terminado por interiorizar que esto no tiene salida. Una vez que la formación ha quedado reducida en gran parte a programas de teleformación, cuando la mayorías de las horas complementarias que van quedando están destinadas a guardias (una especie de vigilante de grandes almacenes sin porra ni esposas), o a partir de que la prioridad absoluta sea que un grupo de alumnos no se quede sin un profesor en el aula (aunque la cosa consista en que el profe de inglés les reparta unos ejercicios que casi nadie hace) entonces empieza a ser difícil seguir hablando del compromiso del profesor con su profesión. Para cerrar el círculo ya se han ocupado (los supuestamente encargados de defender la enseñanza pública) de difundir la idea de que la profesión docente es una especie de vacaciones permanentes remuneradas. Esto no tiene remedio mientras el profesorado no se empodere de nuevo, mientras no se decida a protagonizar el verdadero cambio educativo que todo el mundo reclama y nadie sabe o quiere cómo hacerlo, mientras no se decida a hablar sin tapujos ni complejos de todo aquello que le afecta y constituye el núcleo de la imprescindible y noble tarea de enseñar.

domingo, 13 de febrero de 2011

El Aula (4) ¿Profesorado alienado?

Después de asistir a una interesantísima mesa redonda sobre el estado de la educación canaria, promovida por Alternativa Sí Se Puede, en la que participaron auténticos “primeros espadas” de la docencia, me viene obsesivamente a la cabeza una pregunta: ¿somos el profesorado una clase alienada? ¿es posible que vivamos al margen de lo que está pasando? Para intentar aclararnos es interesante acudir -solo un momento- a la teoría clásica de la alienación.
Para Marx, (curiosamente, con la que está cayendo, resulta inevitable acudir a él aunque a más de uno le parezca démodé) la alienación es un proceso de alejamiento traumático de la propia naturaleza humana, motivada en este caso por condicionantes de tipo económico. Acordémonos de Charlot en “Tiempos Modernos” convertido en un engranaje más de la cinta transportadora y engullido finalmente por la máquina tragaldaba. Esta alienación se da a varios niveles: 1) respecto al producto del trabajo, 2) respecto a la propia actividad, 3) respecto al lugar de trabajo y 4) en relación al resto de los trabajadores. ¿Cómo aplicar esta teorización, pensada inicialmente en el contexto de las condiciones de trabajo en los albores de la Revolución Industrial, a la función docente de nuestros días? Intentémoslo, a ver qué resulta.
1) Si el producto de nuestro trabajo es la educación del alumnado podemos comprobar cómo éste, en realidad, nos es cada vez más ajeno. Nos hemos convertido en meros servidores de programaciones, objetivos curriculares, pruebas evaluativas y demás instrumental burocrático en el que no hemos participado y con respecto al cual no pintamos nada. El objetivo último ya no es la educación de los muchachos sino su guarda y custodia y la satisfacción de la clientela (transformada en votante / consumidor).
2) Como todo trabajador vendemos a quien nos paga nuestro tiempo de trabajo y nuestra capacidad. A cambio lo único que se nos pide es que cumplamos con las horas de trabajo estipuladas bajo cualquier condición -incluso si se muere el compañero en el aula de al lado, que, total, no es para tanto. Constatando esta relación meramente mercantil nadie está dispuesto a “dar un minuto más de tiempo” del estrictamente necesario.
3) El lugar de trabajo, el centro educativo, resulta un territorio hostil y extraño. Nada de un mínimo sentimiento de pertenencia. Son los espacios que la parte contratante ha puesto a nuestra disposición para cumplir con el horario profesional. Y punto. Es difícil por tanto establecer una relación de cuidado, complicidad y cooperación con el entorno en el que se encuentra la escuela. Lo que ocurra en él no es cosa nuestra.
4) Todo está diseñado para que el profesorado no pueda hablar de educación ni se relacione de manera cooperativa entre sí. No hay -ni interesa- una coordinación efectiva ni respecto a las áreas de conocimiento, ni en los claustros, ni en los equipos educativos, etc. Hablar de educación no es comentar la anécdotas del día ni “solucióneme usted lo mío”. Es hablar de los medios y de los fines. La creciente jerarquización en la organización de los centros, con la función directiva pensada como la de un capataz al frente de una cuadrilla, va en esa dirección. Obedecer a pies juntillas es más cómodo que pensar por uno mismo o que sentirse co-responsable de un proyecto colectivo.
Todo esto da lugar a un cierto proceso de “zombificación”. Y así nos quieren. Es imposible entender la escuela como una “comunidad de vida” de esta forma, lo cual es contradictorio con los nobles propósitos que suelen inspirar cualquier ley educativa. La educación, al menos en su dimensión pública, importa cada vez menos. El profesorado se siente ajeno a su propia profesión, a la que percibe como una especie de condena a trabajos forzados. De esta manera se consigue uno de los objetivos principales del entramado: mantener al personal al margen de este proceso de desmantelamiento del sistema educativo público.
¿Somos entonces un colectivo alienado o no?