Aunque aún no lo he terminado, lo que llevo leído de este libro es más que suficiente para recomendarlo de manera exultante. Así que, por fin, ¡Harpo habla! (Seix Barral 2010). Hacía muchos años que estas memorias de Arthur Marx no se reeditaban. Es motivo de celebración, por tanto, para la legión de incondicionales de los Hermanos Marx, entre los que, por supuesto, me encuentro. Este libro viene a corroborar algunas cosas que intuíamos. Sobre todo que en el caso de los Hermanos Marx no había una distancia significativa entre los personajes que representaron y las vidas que vivieron fuera de los escenarios. Groucho tenía un punto de intelectual atormentado, Chico era un buscavidas ingenioso que tenía una habilidad innata para meterse en problemas y Harpo era, sencillamente, un tipo ingenuo y perspicaz al mismo tiempo (Gummo y Zeppo fueron más bien anecdóticos). Este grupo fue el producto de la personalidad insistente y arrolladora de la madre que los parió, Minnie. Fue también obra de las circunstancias, de la pobreza y de la necesidad de agudizar el ingenio ante la adversidad. Fueron un grupo de autodidactas que empezaron a triunfar cuando dieron rienda suelta a su ingenio e hicieron volar por los aires las pautas del vodevil y la comedia musical.
Claro que para llegar a gozar de la fama tuvieron que hacer miles de kilómetros recorriendo todos los antros de la Norteamerica profunda, comiendo basura, durmiendo en hostales llenos de chinches y soportando las estafas de los empresarios y el desprecio del público. Toda una escuela de calor. El caso es que Harpo sí sabía hablar. No éramos pocos los que pensábamos en nuestras primeras experiencias con el universo de los Marx que Harpo era el “pobre mudo” de la familia y al que seguramente “le faltaba un agua”. Harpo tenía una voz atiplada y en sus primeras representaciones le aconsejaron que mejor se quedaba calladito. Así que Harpo desarrolló un estilo entre clown, mimo y salvaje desatado que se convirtió en un mito. Lo de Harpo fue una cosa verdaderamente especial. Fue, quizás, del trío de hermanos el que llevó a la postre una vida más serena. Como él mismo decía dejó de estudiar a los ocho años y al final, y para su propia sorpresa, muchos intelectuales, escritores y prebostes de todo tipo venían a pedirle consejo. La bocina, la peluca, la super gabardina, el gag de dar el pie en vez de la mano, van a apareciendo, página tras página, en este libro delicioso. Hágase un favor y regaleselo o regálelo (no tengo comisión alguna con Seix Barral, por cierto).
Qué mejor que acabar el año hablando de libros. ¡Feliz 2011! Que sea el año en el que las desigualdades, las injusticias y el libro electrónico retrocedan y que triunfe de una vez la sensatez.
Claro que para llegar a gozar de la fama tuvieron que hacer miles de kilómetros recorriendo todos los antros de la Norteamerica profunda, comiendo basura, durmiendo en hostales llenos de chinches y soportando las estafas de los empresarios y el desprecio del público. Toda una escuela de calor. El caso es que Harpo sí sabía hablar. No éramos pocos los que pensábamos en nuestras primeras experiencias con el universo de los Marx que Harpo era el “pobre mudo” de la familia y al que seguramente “le faltaba un agua”. Harpo tenía una voz atiplada y en sus primeras representaciones le aconsejaron que mejor se quedaba calladito. Así que Harpo desarrolló un estilo entre clown, mimo y salvaje desatado que se convirtió en un mito. Lo de Harpo fue una cosa verdaderamente especial. Fue, quizás, del trío de hermanos el que llevó a la postre una vida más serena. Como él mismo decía dejó de estudiar a los ocho años y al final, y para su propia sorpresa, muchos intelectuales, escritores y prebostes de todo tipo venían a pedirle consejo. La bocina, la peluca, la super gabardina, el gag de dar el pie en vez de la mano, van a apareciendo, página tras página, en este libro delicioso. Hágase un favor y regaleselo o regálelo (no tengo comisión alguna con Seix Barral, por cierto).
Qué mejor que acabar el año hablando de libros. ¡Feliz 2011! Que sea el año en el que las desigualdades, las injusticias y el libro electrónico retrocedan y que triunfe de una vez la sensatez.