Cuando joven,
mi profesora de literatura hispánica,
doña Elena,
me enseñó que la seducción
era un arte que se ejercía pausado
y que la lentitud y el sosiego eran sus aliados.
Por las noches de los sábados,
a la inmensidad chicas por las que me sentía atraído,
a las que propondría matrimonio
con tal de conocer el sabor de sus labios,
-y no digamos su orografía
y la existencia real de las palabras
que buscaba en el diccionario-
huían precipitadamente con los que tenían moto.
Si amo a Cortázar, García Márquez, Borges, Onetti
Vargas LLosa, Donoso y tantos maestros
se lo debo a los reiterados suspensos en el ritmo de la seducción.
Los peatones somos de natural gafotas e ilustradosy con una historia sentimental que no precisa apuntes.
© Mariano Crespo
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