Estaba en una
recepción con gente
que vestía como
tipos de clase alta
los que cuando no llevan corbata llevan raqueta
aunque luego
descubrí que se desnudaban
desclasadamente.
Se servían canapés minimalistas
con nombres como del magín de un de pintor
abstracto
o bautizados por un poeta ebrio.
El que me parecía que sabía a chorizo
se llamaba inversiones de riesgoA mi me gusto especialmente el de queso
al que bauticé como "Ubres y cuernos".
La gente comenzó a comentar sus gustos
entre los que predominaban las colecciones.
Yo, como el aristícrata de Berlanga, dijo un
banquero
me regocijo en una de pelos de pubis
con el nombre de la propietaria.
Las más eran sofisticadas:
figuritas de jade,
primeras ediciones de clásicos,
edelweis de variadas nieves,
muebles de época,
pintores cuya sola firma es un plan de pensiones,
originales de poetas,
elefantes de oro y diamantes.
De repente
todos se volvieron hacia míporque los camareros no opinan.
Tuve un momento de duda estúpida
como cuando me da por decir la verdad,
así por las buenassin atenerme a las consecuencias.
Mentí:
Colecciono fracasos.
Mi respuesta tuvo éxito
porque la burguesía decadente
tiene un sentido del dolor
perfumado de ingenio.
Hasta hace poco se batían en duelo
por un adjetivo fuera de contexto.
Gracias a esa salida frívola
conocí esa noche como se desnuda una dama
cuando ama en las cuadrasy el desconcierto cuando huelen Chanel las yeguas.
Me desperté y supe que jamás podría asistir
a ese tipo de recepciones.
Cómo explicar
que solo he coleccionado billetes de autobús
con número capicúa.
Cómo explicar que Molotov es el único cocktail que conozco.
Cómo explicar que de safari solo he ido al zoológico
y que a los polvos
mejor que por la nariz
los busco morada en el coño.
A mi edad es sumamente difícil hacerse un perfil
respetable
sobre todo cuando se tiene más empatía por el servicio
que por estos intelectuales de Jorge Javier Vázquez.
© Mariano Crespo