Sí, te tenía que explicar como surgió todo:
Marisol, Mary para los amigos y familia, era esa chica valiente que se plantó en casa del vecino de Melisa a las cuatro de la tarde con un disco de vinilo en la mano. Ella decía que no creía en el amor, que era una estupidez, pero todas sabíamos que estaba caladita hasta los huesos de aquel chico seis años mayor.
Estaba muy nerviosa, más de lo normal. Nunca había ido a la casa del chico de sus sueños con un regalo y sin ningún motivo. Bueno, motivos si que tenía. Quería conquistar a Mario como se conquista a un niño pequeño con su debilidad; y ella ya tenía el secreto. Sólo esperaba que fuese él quien abriese la puerta y que la casa estuviese vacía.
Toc, toc, toc.
(Que abra él la puerta, por favor que abra él la puerta...)
- Emm... Hola.
- ¡Hola!
- Esto... ¿tú por aquí?
- Venía a traerte un regalo. Últimamente he estado hablando con Melisa y me ha dicho que esto podría interesarte. Era de mi padre, pero como ya no lo escuchaba se lo cogí. En fin, que esa es la razón por la que he venido.
- Yo también he hablado con ella.
- ¿Y de qué?
- No, no... De nada importante.
(¿Por qué se habrá puesto tan vergonzoso ahora? y encima Melisa no me había dicho nada... ¿tendrá algo pensado?)
- Ah, vale.
- Entonces, ¿cual es el regalo?
- Toma. Es un disco de vinilo. Si no te gusta... ya me lo quedo yo otra vez.
- ¿Qué música tiene?
- De vals. Pensé que sería algo original y diferente y que a lo mejor no tendrías.
- Jajajaja. Pues a ver si es verdad que no lo tengo. Quizás esté repetido entre mis otros 38 de vals.
- ¿¡Qué!?
- Anda, anda. Pasa y vamos a escucharlo. Estamos solos.
- Vale.
(¿Aquel chico de ojos marrones me estaba invitando a pasar a su casa? No me lo podía creer, todo iba tan rápido. Ni me imaginaba que aceptaría el disco. Ya sólo con verlo caminar mi mente se nublaba y perdía la sensación de tener los pies en la tierra. ¿De verdad no estaba soñando?)
- Siento que la casa esté algo desordenada. No me avisaste que ibas a venir; si no hubiese limpiado y eso...
- No te preocupes, eso es que no has visto la mía.
- ¿Eres desordenada?
- A más no poder.
- Pues no me pega con tu estilo.
- ¿Con mi estilo?
- Sí, me refiero a tu forma de ser. No sé, me pareces la típica chica ordenada, divertida y empollona de la clase. O eso aparentas.
- Qué equivocado estás.
- ¿Mucho?
- No, mucho no. Demasiado.
- Bah, eso da igual. Tengo toda la tarde para conocerte mejor. Vamos a mi cuarto, allí escucharemos tu regalo.
(Me quedé sin palabras cuando entré en su habitación. Parecía tan antigua y tan... especial. Tenía en una estantería todos sus discos. Cuántos serían ¿100? ¿200? Una bandera de Inglaterra colgada en la pared daba un toque diferente. Se notaba mucho que era fan de los Beatles, por la cantidad de pósters y fotos de ellos. El cuarto estaba pintado de un tono beige y el suelo era de madera; al igual que todos los demás muebles. Su ventana daba al tejado, como en las típicas casas de película. La colcha era negra y las cortinas grises. Aquel lugar parecía estar estratégicamente ordenado. No podía haber mejor sitio que aquel para pasar un rato con Mario).
- Mi cuarto no es gran cosa, pero espero que te sientas cómoda.
- ¿Qué no es gran cosa dices? ¡Si todo es alucinante!
- Exageras. Sólo te sorprendes fácilmente.
- Para nada.
(Claro que no exageraba, esa habitación alcanzaba la perfección. Era como... si llevara su esencia. Me senté en la cama mientras él probaba el disco).
- ¿Funciona?
- Espera... un momento.
Y empezó a sonar una melodía cargada de sensaciones. Cuántos recuerdos me traía escuchar ese disco.
- Ahí tienes la respuesta.
- Entonces, ¿ya lo tenías antes?
- No.
(Menos mal)
- Me alegra mucho haber oído eso.
- ¿Sí? ¿Por qué?
- Porque si ya tuvieses ese disco repetido haber venido habría sido en vano.
- Eso nunca.
(¿Eso nunca? ¿Acaso quería que lo fuese a visitar? Mi corazón estaba experimentando reacciones que jamás había tenido y me estaban haciendo sentir genial).
- ¿Sabes bailar vals?
- ¿Es un chiste?
- No.
- Entonces no sé bailar vals.
- ¿Pero no sabes nada de nada? ¿Ni lo básico?
- ¿1, 2, 3?
- ¿Ves? Algo sí que sabías.
(¿Me estaba tomando el pelo? Yo eso lo había dicho en broma. No pensé que eso sería así).
- Bueno... esto.. es que..
- Sshhh calla. Ahora ven aquí.
- ¿Y si no quiero?
- Claro que quieres. Sino te obligaría.
- No podrías.
- No estés tan segura.
(Muchas indirectas, algo pasa. No me quedó de otra que obedecerle. En el fondo me estaba muriendo de ganas. Fui hacia donde estaba él. Me agarró de la cintura y me acercó más hacia su cuerpo. Puse mi mano sobre su hombro. Cogió mi otra mano y nos preparamos para comenzar a bailar. Estaba totalmente perdida en el marrón de sus ojos. Su manera de mirarme me hacia notar cosquillas en el estómago. ¿Sería eso a lo que llaman sentir mariposas? Si era así, esperaba que aquella sensación no terminase nunca. Definitivamente nunca había estado tan enamorada).
- Ahora que ya sabes el marcaje del vals, ya lo sabes todo.
- ¡Pero si sólo sé lo del 1,2,3!
- No es más que eso. Ahora hay que pasarlo de la cabeza a los pies.
- Es más fácil decir que hacer.
- Ya verás como no pequeña.
Empezó a explicarme cómo mover los pies y me dejé guiar. Pasado un rato ya le había cogido el truco. Sí que era verdad que no es tan difícil como yo creía. Estuvimos hablando, conociéndonos más y riéndonos mucho. Demasiado fácil perder con él la noción del tiempo.
- ¿Quién te enseñó a bailar vals a ti?
- Mi abuela. De muy pequeño me cuidaba ella. Era una mujer muy sana y fuerte. Me subía sobre sus pies y ella llevaba el ritmo mientras escuchábamos los discos de vinilo que tenía. Así aprendí. Pasado los años ya parecíamos una pareja de baile perfecta. Son los mejores recuerdos que me quedan.
- ¿Acaso ella...?
- Sí... Un accidente. Algún día me tuvo que pasar algo malo; y fue eso lo peor que me pudo tocar. Pero con el tiempo se supera todo.
- Lo siento.
- Tú no tienes la culpa. De lo único que tienes la culpa es de saber hacerme feliz.
- ¿Y eso es malo?
- ¡Pues claro que sí!
- No digas estupideces.
- No las digo. Directamente soy un estúpido.
- Un estúpido increíble.
- Además de un gran profesor de baile. Mira que me costó mucho enseñarte a bailar. No sabía que eras tan patosa.
- ¡Oyeee! Cuidadito con lo que dices.
- ¿Qué me vas a hacer?
- Nunca lo sabrás.
Se hizo un silencio. Pero no era incómodo. La música seguía sonando y lo único que no dejaba de hacer era mirarle. Me soltó la mano, me agarró de la cintura y me dio un abrazo. Eso no lo pude entender, pero Mario me estaba gustando más de lo que creía.
- ¿Alguna vez has estado con alguien de mucha diferencia de edad?
- No.
- ¿Y lo harías alguna vez?
- ¿Lo dices porque quieres saber si tienes oportunidad conmigo?
No respondí.
- Sé que te gusto, Mary.
- ¿De donde sacas esas ideas?
- De Mel. Ella me lo dijo.
- Ella jamás contaría mi secr... ¡Era una trampa! Tú no sabías eso y yo ahora por estúpida confirmé tus sospechas.
- Lo sabía desde que te vi en la puerta de mi casa. Incluso lo sabía desde que me fijé en que me observabas.
- Bueno, pues es verdad, te quiero demasiado. ¿Tienes algún inconveniente?
- Sí.
- ¿Cual? A ver dime qué problema tienes.
(Ojalá que no se le ocurra decir que no me corresponde, o que le parezco una niña pequeña, o peor aún, una cría. Ojalá que no me diga que no me quiere).
- Que yo a ti también te quiero.
- Mientes.
- ¿Crees que miento?
- Sí.
- ¿Y como quieres que te lo demuestre?
- Eso no lo sé yo. Tú decides. ¿De verdad quieres que me crea que me quieres así por las buenas si es la primera vez que hablamos tan seguido? Es que no tiene sent...
- Sshhh. Hablas mucho. Responde: ¿me dejas darte un beso?
- Idiota.
- ¿Y ahora por qué me dices eso?
- Porque los besos no se piden. Los besos se ro...
(Y me besó. Ni tan si quiera me dejó terminar la frase. ¿De verdad que todo esto no era un sueño? "Mi chico" me estaba besando. Ahora sí que se había parado el tiempo. Sí, aquello podía ser una de las cosas más mágicas que me había pasado en mi vida)
Ya era de noche y tampoco nos habíamos dado cuenta de que la música ya no sonaba.
- Ya sé que los besos se roban. Pero yo soy todo un caballero e intento ser educado.
- Pues lo estás consiguiendo.
Otro beso. Y otro más. Me mordía el labio, entrelazaba mi lengua con la suya. Más besos, más caricias, más abrazos. Absurda felicidad.
- Salgamos al tejado. Quiero enseñarte un secreto.
- De acuerdo.
Me cogió de la mano y salimos afuera. Ese tejado era de la parte trasera de la casa, así que nadie nos podría ver. Daba a su jardín, el cual tenía césped, piscina, árboles, barbacoa, hamaca... Pero su secreto no se encontraba allí abajo. Su secreto estaba millones de metros mas arriba.
- Ven, vamos a sentarnos. Ahora mira hacia el cielo. ¿Te gusta?
Se veía el cielo despejado y lleno de estrellas. Ver aquella inmensidad me hacía sentir más pequeña.
- Esto no me gusta; esto me encanta. Y más si esto es tu secreto. Nunca me había parado a contemplar así el cielo. No sabía que era tan bonito.
- Pues ya lo sabes. Pero como es un secreto tienes que guardarlo.
- Guardado. Tu secreto está en buenas manos, aunque con una condición.
- ¿Cual?
- No me dejes nunca.
- No te dejaré nunca si tu cumples mi condición.
- Eres un chantajista.
- Al igual que tú.
- Bueno... sí, es verdad. Da igual. Cuéntame que tengo que hacer para que no me dejes nunca.
- Convertirte en mi princesa.
- No me lo pensaría dos veces.
- Te quiero, payasa.
- Y yo a ti.
Así fue como nos contó todo Marisol al día siguiente. Que sea verdad o no es otra cosa. Pero más le vale que sea verdad que Mario nos invitó a todas a ir a su casa el próximo fin de semana. La idea de poder llevar al chico que nos dé la gana me encanta, y pasar una noche en casa ajena con las mejores amigas que una puede tener también.
Aún así, tengo mi duda. ¿Saldrá todo bien el sábado?
Lo que nunca llegó a saber Mary es que Mario también la habia estado vigilando útimamente y que de lo único que había hablado con Melisa era de ella; de lo mucho que significaa. Ella nunca llegaría a saber es que el chico de los ojos marrones estuvo esperando esa visita, y que todo ya estaba planeado.