jueves, 21 de agosto de 2008

Viel Spaß beim Einkaufen (Páselo muy bien comprando)


Tengo un mercado en frente de casa y me pregunta la frutera a veces qué tal salieron los champinhones y si les gustaron a mis amigos, por ejemplo.

Hay a quien le da miedo volar. A mí me ponen nerviosa las grandes superficies. Los precios en amarillo, los cartelones rojos, demorar la decisión de elegir una marca de guisantes entre quince, regatear unos céntimos sin que me enganhen el peso escurrido o el peso neto o el volumen. Entre un bote y otro de guisantes, sopesando, reparo en que pongo demasiados guisantes en mi dieta. Seguramente, si consulto con Simone Ortega, encontraré alguna pista para variar las guarniciones. Dejo la cesta tímidamente y busco la salida sin compra. Nadie me da los buenos días, pero el guardia de seguridad, a veces, me mira.

Hace un par de semanas fui a un centro comercial a por un ratón. Llevaba varios días, dos quizá sin utilizar el ordenador. Apenas recordaba algún atajo de teclado. Esa misma tarde me prestaron la bicicleta. Oscurecía y no había montado en bici en anhos, pero necesitaba el ratón. Angela me dijo que llenara de botellas la mochila para dejarlas en el sistema automático de reciclado. Le dije que no entendía. Señalaba la montaña de botellas vacías del jardín, decía que me darían casi 2 euros y sonreía. Yo también sonreí y seguí sin entender.

Pedaleando, pero sin mochila, fui al centro comercial. Busqué, sin moverme, el pasillo con los accesorios informáticos. Fui directamente, escogí un ratón entre trece opciones y me dirigí con paso ágil a las cajas. Por cada cuatro cajas había una cola. Orden, eficiencia, rapidez, todo bien, lo que es de esperar en Alemania. Cuando estaba a punto de tocarme, vi que no había cajeras, sino autómatas. No tenía claro cuál era el lector del código de barras. La máquina no aceptaba mi tarjeta y las palabras eran demasiado largas, demasiado compuestas como para entender las indicaciones de la pantalla. Una chica peruana que esperaba a mi lado me salvó del desastre. Sonreía, y le sorprendió que fuera mi primera vez.

La vigilante, sin abandonar su puesto al lado del arco magnético, movía la cabeza, condescendiente. Nadie hizo ademán de protesta. Volví a casa ya de noche, carril bici adelante. No pisé más centro comercial, cambié de supermercado. Aprendí a utilizar el sistema automático de reciclaje y me dieron 1,60 € por dos bolsas grandes de botellas.
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Intenté escribir desde Berlín, y tenía media entrada guardada en borrador. Así llega, sin acabar muy bien. Ya vendrán más (c)entradas. En Berlín nada pasó en español, quizá por eso me cuesta escribir. Hoy cené con amigos y los champis de la frutería de abajo salieron fenomenal. Al ajillo esta vez. Siempre son muy frescos, una apuesta segura.

Esta vez, es Claudia quien me da pie. Leí su entrada Grizzly Man justo después de meter las botellas en el sistema automático de separación y reciclaje del súper.

sábado, 2 de agosto de 2008

Berlin, ganz plötzlich



(Berlín, de repente)

Hay veces que llegan noticias de repente, y no suelen ser buenas. Se murió de repente, por ejemplo. Yo, de repente, me voy a Berlín. Se me hizo largo el verano (de repente) y he dejado de ser hormiga que guarda para el invierno. Nací cigarra, ¿qué se le va a hacer? Intentaré ser una cigarra prudente, pero si no lo consigo, ya mendigaré por los hormigueros.