Hay momentos que uno se siente viejo de golpe, el legítimo
anhelo de la eterna juventud se diluye cual azucarillo. Las canas ya no son un accidente sino una señal de tu verdadera posición en la
sociedad. Adviertes entonces que estás
fingiendo para disfrazar una realidad imposible de camuflar: el paso del
tiempo. Presentas comportamientos que no se ajustan con el carnet de identidad,
poco a poco has arrinconado ciertos hábitos que ya no son de recibo pero mantienes otros que
mantienen viva la llama de ese cirio que le pones a veteasaberqué patrón de la
eterna juventud, no pretendes ser un Peter Pan pero sí un eterno joven sin
advertir que esa excepción que confirma la regla ya está “pillada” (¡¡¡¡maldito
Jordi Hurtado!!!!).
Y de todo eso te das cuenta cuando un compañero de generación,
inocente él, viendo que estás jugando con el móvil, en vez de prestar atención
al aburrido partido de fútbol que tu equipo preferido disputa en la pantalla
del bar te suelta:
“¡Quieres
dejar de jugar a marcianitos!”
¡Adiós juventud!, ¡hola serena madurez!