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—Buenos días, pequeña, ¿puedes
abrir el bolso…?
—¿Por qué?
—Pues porque esto es una aduana, y debemos revisar todos los bolsos y
maletas para que no entren en el país materiales peligrosos. ¿Quieres abrirlo?
—Creo que no, llevo mis juguetes… mi papá es el que lleva las maletas, él
se lo enseña todo.
—Vamos a ver… tienes que enseñar el contenido de tu bolsa, como todos los
ocupantes del avión.
—Pero es qué… no creo que sea una buena idea señor aduanero.
—¡Mira niña, ahora mismo dejas en la mesa el bolso abierto y me enseñas
el interior, no podemos perder más tiempo, la gente se está impacientando!
—¡Vale! Pero tenga cuidado y no la asuste…
—¿Asustar? ¡Ahhhg qué es esto…!
—Se lo he dicho, tenga cuidado y no es esto, es esta… es mi amiga Catalina.
—¡Pero…pero niña… esto es un monstruo, es una bicha! ¡Por Dios, apártala
de mí! ¿Dónde está tu padre? ¿Qué haces tú con esta alimaña?
—Mi padre está ahí deshaciendo las maletas para que las vea el señor que
es como usted; y Catalina no es una bicha ni ningún monstruo, es una pitón real
bebé y es mi amiga…
—¡Amiga! ¡Pero como va a ser tu amiga semejante bicharraco! ¡Niña, esto
no se puede pasar, ahora traigo una caja y la metes ahí hasta que decida mi
Jefe.
—Yo no voy a meter a Catalina en ninguna caja, no me voy de aquí sin
ella. ¡Papiiiiiiiiiiiiii!
—¡Ely, ¿por qué chillas de esa manera?
—¡Me quiere quitar a Catalina…!
—Señor, ¿no sabe usted que no se pueden traer animales exóticos y
peligrosos? ¿Usted tenía conocimiento de lo que llevaba su hija en el bolso?
—No, por supuesto que no, creía que había convencido a mi hija para
liberarla en el lugar del que venimos. Pero veo que no ha sido así.
—Pues yo tengo que requisarla…
—Hombre, sea usted comprensivo, es Navidad, está muy encariñada con ella,
¿no podría hacer una excepción?, son muy amigas… Además no es peligrosa.
—Mire, yo lo siento, pero este animal no puede pasar por muy amiga que
sea de su hija, las leyes son para algo… Nada de animales exóticos y
peligrosos…
—Papi yo no me voy sin Cata…
—Ely, cállate por favor…
—Niña, suelta a la bicha, y déjala en la caja…
—¡Qué no, y no, y no… yo de ella no me separo, me quedo con ella…
***
Después de largas horas de discusiones y de utilizar mucha diplomacia,
Catalina fue adoptada en el zoo de la ciudad. Su amiga tuvo que ceder a las
leyes que les prohibían estar juntas. La visitaba siempre que tenía tiempo
libre, hasta el día que tuvo que volver a cambiar de localidad. Meses después,
la cuidadora de los ofidios envió una carta muy cariñosa. Comunicaba que
Catalina había muerto víctima de una enfermedad desconocida para los veterinarios
del lugar.
Ely siempre pensó que murió de tristeza.