Había visto tantas veces esa flecha a la salida de casa, que hacía ya mucho tiempo que no reparaba en ella.
Pasa que cuando vemos insistentemente una imagen, paradojicamente, dejamos de fijarnos. Y eso mismo le pasaba a ella.
La flecha señalaba a la derecha que era el camino que debía coger cada mañana para dirigirse al mundo. Siempre a la derecha señalaban las flechas en varias manzanas, luego alguna a la izquierda, otras manzanas, otras flechas señalaban al frente, y así imperceptiblemente (de tanto tener las flechas delante de sus narices no existían ya) iba abriéndose paso por la vida.
Pero aquella mañana hubiera debido prestar más atención y haberse fijado en la dirección que apuntaba la flecha que había justo al salir de su casa. La habían cambiado. Ya no señalaba a la derecha como siempre. Ahora señalaba a la izquierda, pero ella de tanta rutina acumulada no se había dado cuenta. Y sin querer su vida fue desde entonces un caminar profundo y pesado a contra corriente.