Repasada la cosaesfera no me olvido de la mejor revista gratuita literaria y neoliberal cool que deben ustedes leer: Hermano Cerdo. Reformada y bonita. Con un fan de Los Planetas inteligente. Sin pdf's, extended and uncut. Mauricio Salvador es mi disidente favorito y si les digo lo que me parece su nuevo cuento, Jardín, les estoy lanzando hipérboles al aire. Leánlo y unánse al coro.
Bueno, y tras The Intellectual Situation toca algo de autobombo rematado, que nunca viene mal. Tienen ustedes la oportunidad de seguir mis labores críticas en Ochoymedio.info: ¡Se le da caña a Iñárritu! ¡Se pone en su sitio a Jackson y su gorila! ¡Se reivindica Batman Begins! ¡Se ha visto La Jungla 4!
Más cerdos: los señores de HC, atentos a este joven desamparado, le han dado el Rincón Cinéfago como sección semanal. ¡Toma ya! ¡Hago honor a la expresión tan maltratada como es cinéfago! La cosa va de reviews epistolares: sí, es el high concept del mes y agradezcánselo a Javier. De hecho él, Portnoy y yo seremos los protagonistas de un repaso y reivindicación al cine de venganzas setentero: empiezo yo con el round 1, dispuesto a limpiar el buen nombre de la gloriosa y manchada (ideológicamente) Death Wish.
Por fin, Venal & Sons ha publicado el primer volumen tan largamente esperado de las listas de ropa de Metterling (Las listas completas ropa de Hans Metterling, vol 1: 437 páginas con uina introducción de XXXII págs ; índice; $ 18,75) un comentario erudito del conocido estudioso de Metterling, Gunther Eisenbud. La decisión de publicar la obra por separado, antes de la finalización de la inmensa oeuvre en cuatro volúmenes, es satisfactoria e inteligente ya que este libro contumaz y espumante dejará de inmediato sin efectos los desagradables rumores de que Venal & Sons, después de haber cosechado ganancias sustancosas con las novelas, obras de teatro, cuadernas de anotaciones, diarios y cartas de Metterling, sólo buscaba seguir recibiendo beneficios del mismo material. ¡Cuán errados han estado los propagadores de rumores! Por cierto, la mismísima primera lista de ropa de Metterling
Easy To Love de Cole Porter tuvo su mejor versión en Billie Holiday y la orquestra comandada por Teddy Wilson. La ironía de la letra del exquisito Porter se convertía en una desdicha por la voz de Holiday, que convertía el sarcasmo en tragedia y es la misma sensación que obtengo al terminar de ver Todo Lo Demás: hay un montón de sarcasmo y risas, pero a poco que uno piense intuye el sinsabor. Wilson, que había trabajado con codo con Benny Goodman para aprender las bases de un buen trío, llevó al jazz orquestral a un territorio sumamente melancólico y contó con cómplices muy preparados para ello como Roy Eldridge o Lester Young. El saxofón tenor de Lester Young, qué compartió con Holiday una de sus grabaciones más exquisitas (7 cedés editados por Verve, el tesoro obligatorio de cualquier investigador de la belleza), es el que cierra la película de Allen con There will be another you. La arrolladora belleza de Holiday arrastra siempre a Jerry Falk en la tienda de discos: que el personaje diga que odia los cedés no es una forma de nostalgia, sino de escuchar la música y entender el cine, Allen no sabe hacer películas digitales y remasterizadas. Y Todo Lo demás es una definición bella de ello, sin más nostalgia que la de la reflexión.
Si Misterioso Asesinato en Manhattan fue otra aventura de Annie y Alvy (que al final sí terminaron juntos), Todo lo Demás es una revisitación planteada desde el desdén, tan válida y tan necesaria como las aportaciones de Charlie Kaufmann y Michael Gondry. El personaje de Christina Ricci es Amanda: tan neurótica como sexy, apenas proporciona otra cosa a Jerry que disgustos. Pero su atracción hacia ella es tan inevitable que no puede no estar con ella. Tras la sinuosidad de Ricci se esconde una neurosis y un egoísmo tan ejemplar como contradictorio: cuando rompen sellan su relación con el sexo que no tenían en meses.
Allen teje su resituación de la crónica de Alvy en un mundo definitivamente peor: él perfila a su mejor personaje, David Dobel, loco psicopáta hijo de la paranoia sionista y del miedo post11S (amante de las armas y maestro de nociones casi imaginarias, un Pepito Grillo en estado puro), esta vez irse a California es una salida. Por eso, posiblemente, Todo lo demás no gustó tanto a los críticos no conocedores del Allen: hacía falta entender el valor que tuvo California en anteriores propuestas del maestro, para comprobar la melancolía existente en ésta. Ello no es óbice para crear estupendos personajes secundarios, directamente emigrados de Broadway Danny Rose: Paula y Harvey proporcionan los momentos más singularmente cómicos de toda la función. Si a eso le añadimos una presencia de gags casi continuada adobada con ese tono desencantado el resultado borda la perfección: Anything Else es casi un testimonio a una despedida de Nueva York, que encontraría en Melinda y Melinda en la última película, hasta ahora, del genio en su escenario habitual.
Pura Anarquía reproduce con fidelidad el chiste de Woody Allen acerca de Nietzsche, lo varia y lo vuelve a poner en lo que es una declaración de amor: una especie de fiesta concéntrica de todos sus relatos para, de forma irremediable, terminar yendo más allá. Como en aquél momento de Deconstructing Harry que Allen se congregaba con sus personajes, Pura Anarquía recopilatorio de los últimso veinticinco años funciona como triunfal regreso más que como voluntarioso greatest hits, por mucho que a ratos tenga de lo segundo, no puede evitar ser más de lo primero.
Las locuras de Allen ven su irreverencia actualizada (ese relato de Garcia Márquez queriendo guionizar los Tres Chiflados) y con una frescura divertidísima, sorprendente que recupera el sabor de antaño (y sino vean Tirar demasiado de la cuerda, relato de chistes mecánicos de un autor que logra suenen novísimos): Mere Anarchy, precioso título original estropeado en su traducción, es la confirmación de que Allen sigue muy vivo para sus seguidores y para los que no son tantos, capaz de garantizar un humor y unas risas que todavía, a la espera de una cierta continuidad en la obra del aventajado Todd Solondz y que pueda ver con toda la calma del mundo Californication, no ha encontrado un sucesor a la altura. ¡Y ni falta que hace! Como si de un regreso a su etapa más juguetona se tratara, Mere Anarchy demuestra que Allen puede volver a escribir como si todavía dirigiera Bananas o El dormilón, y esto no es un consuelo, es una constatación. En el apartado de reproches, puede que muchos hubieran preferido más de sus célebres obras en un acto o que el chiste de receta Nietzscheana les suene a planto recalentado: pero nada más lejos de la realidad, un autor capaz de reproducir en un juicio a personajes de Disney su universo personal y que todo ello funcione harmónicamente (entre sonrisas y fascinación) no está nada cuerdo ni aplacado por el tiempo.
Adulterios es una broma muy bien encajada. Parecen tres variaciones sobre la infidelidad pero no, ahí su mayor sorpresa pese a que en las tres obras tengan relevancia. Son tres variaciones sobre tres Allens distintos: el primero, Riverside Drive, sobre el de Delitos y Faltas o Match Point ; el segundo, Old Saybrook, sobre Deconstructing Harry o Stardust Memories y el último, Central Park West, entroncaría en su vena Maridos y Mujeres.
Riverside Drive es un Allen teatral pero también hace desear al lector que ojalá su somnífera Cassandra se hubiera parecido a ella: es un retelling de Match Point pero desde el final y que toda surge en un acto (como el resto de obras) como diálogo entre psicótico vagabundo y el hombre infiel y débil. Maravillosa de principio a fin, su variación dostoievskiana es del todo interesante: el hombre psicótico, casi una fantasia, aparece para salvar la vida de un hombre corriente (y empuieza y termina con gags del mejor Allen) todo por amor al arte. Es maravillos como eso nos lleva a sus personajes artistas-locos de Balas sobre Broadway más que a las variaciones Ripley de sus últimas películas.
Old Saybrook es estupenda: una reflexión acerca de las decisiones narrativas que mueven la ficción, que contiene a un Allen loco y al que sin duda es el mejor de las tres obras. Su capacidad para ir liando la historia nos sorprenderá y enamorará: Max Krolian, el escritor-autor, es el verdadero alter ego alleniano y la verdad es que pocos se podrán resistir a amarla como una reconstrucción del bloqueo creativo y de la historia de infidelidad como algo que se puede combinar con la amargura y el mejor de los happy endings.
Central Park West es una tragicomedia en un único espacio muy inteligente (un piso típicamente neoyorquino) también, donde se demuestra otra vez que alterego Alleniano reside muchas veces en sus personajes femeninos: Phyllis representa aquí el pensamiento alleniano al dedillo y la variación de los maridos, la ausencia de un personaje abiertamente neurótico hacen de esta obra deseable para que él la lleve a la gran pantalla.
El resultado en conjunto es muy desigual: la primera y la última no están a la altura de la pieza central, la más divertida y espectacular (en sus giros, cada vez más locos y bellos). A pesar de ello es irreprochable y hasta deprimente ver como Allen consigue variar mejor sus esquemas en otros medios que no en sus películas: el Allen teatral es, siempre, más juguetón y menos sujeto a la presión de añadir una serie de características que bien podrían haber sido esquivas. Adulterios son tres obras que nos demuestran la validez de Allen como ensayista de la infidelidad capaz de aunar una reflexión de calado moral con un chiste y de llevarse al límite de una forma que no lo hemos visto nunca desde hace, al menos, tres años.
-Spoileracos Included - La última gran película de Woody Allen, Melinda y Melinda, concluía con el grupo de amigos que sirve de eje para la reflexión acerca de las dos historias, firmando la victoria definitiva de la comedia sobre la tragedia. Acto seguido, Allen nos da la espalda y firma Match Point, una reactualización de Delitos y Faltas pero centrada en la ascensión en la escala social como algo paralelo a la ausencia de moral que tenía mucha más ironía de la que se veía. La segunda parte de su trilogía londinense, Scoop, aunaba ya sorprendentemente comedia que romance, y a pesar del espectacular regreso de Allen como Sid Waterman, la cosa era mucho más light de lo habitual. Cassandra's Dream el cierre de su aventura londinense es la peor de todas: la comedia aparece casi súbitamente, como intentando sobrevivir en la mente de un creador que ha renunciado a sus principios y se ha vuelto un payaso con ganas de ejecutar tragedias del todo plúmbeas, nunca superiores a las que hace referencia (Dostoievski, Shakespeare, Eurípides) y renunciando casi siempre en su esencia de lo trágico, tramas de auténtico y puritito cine negro.
Mientras que Match Point se dedicaba a mantener suspense con un giro final estupendo, El sueño de Cassandra es una película mediocre dirigida por un director genial. Esto significa: actores colosales, un personaje estupendo (el tío Howard, incomparable), escenas con ideas realmente buenas (¡esas pistolas de madera y ese asesinato alargadísimo y con errores!), alguna frase inequívocamente cómica (¡Por dios deja que vaya a ver su madre!) y un descubrimiento para el recuerdo: mucho más expresiva y elegante que Scarlett Johansson está Hayley Atwell, cuya voz y gestos llenan la pantalla. Por otro lado, El sueño de Cassandra presenta un montón de situaciones inexplicables y desaprovechadas: ¿por qué Angela desaparece de la función, presentada como femme fatale? ¿Por qué Kate deja de espiar a los dos hermanos? Si a eso le sumamos un final abrupto, el resultado es una película prescindible, capaz de agotar a los fans, y de hacernos preguntas como si a Allen debería interesarle jubilar su etapa europea y volver, por favor, a Nueva York o si debe escribir esa novela que nos prometió. O al menos libros tan geniales como Pura Anarquía.
Estimados señores empezamos antes de tiempo la Segunda Semana Woodyalleniana básicamente porqué el acontecimiento más notable de nuestro neurótico favorito va a ser literario: se llama Mere Anarchy y aquí encontramos a un Allen condensado y divertidísimo.
Bueno y para empezar los tutubos allenianos más exclusivos.:
Personajes: Sally (Judy Davis) y Paul (Timothy Jerome).
Caso: Mientras ella se toma de un descanso con su matrimonio con Jack (Sidney Pollack) intenta tener lo que se conoce como otras citas. En medio de ésta (en casa de él) ella no puede evitar llamar a su marido, ante el perplejo de su cita.
Diagnóstico: Muy postitivo. Antes de que realizadores mucho más vulgares (Alejandro González Iñárritu y la comunidad indie en general) redescubrieran mal la vigorosidad de filmar cámara en mano, con sensibilidad Cassevetiana, en 1992 y en medio de su momento más tumultoso, Woody Allen filmaba una obra llamada a ser maestra en todos los aspectos. La escena en sí alterna momentos divertídisimos (Don't defend your sex!) con otros enormemente dramáticos, perfectamente ejemplificados en el rostro desolado de Judy Davis.
Caso: El hombre y su obra. Sandy es incapaz de afrontar su relación con Dorrie y el público no admite este reciente cambio de él hacia otros senderos artísticos.
Diagnóstico: Preclaro. Woody Allen rodó en 1980 una película en la que se propuso dialogar ocn el público tras el fracaso de Interiores (1978) plúmbeo sermón bergmaniano que fue una semilla necesaria para esa maravilla que es Hannah y sus hermanas. Además son los mejores 7 minutos de una película Alleniana: pasa de la parodia, al diálogo surrealista propio de sus mejores cuentos. Ah, si, la Moonlight Serenade de Glenn Miller es algo más que el fondo, como Gershwin en aquella cinta del 79.
Personajes: Louis Levy (Martin S. Bergmann), en voz en off.
Caso: Ben (Sam Waterston) ya se ha quedado ciego (completamente) y repasa la trayectoria del ser humano en uno de los discursos más sintéticos del pensamiento de Allen (mucho más cerca de Levy que no de sus alter egos).
Diagnóstico: Emotivo. Este es uno de esos momentos cinematográficos capaz de resumir lo miserable y lo bello (una dualidad que también explora toda la obra de Allen) de nuestras existencias con un tono inigualablemente universal. Como en el resto de la mejor película del maestro.
Personajes: Kleinmann (Woody Allen), Irmy (Mia Farrow), Spiro (Charles Cragin) y la policía (Greg Stebner, John C. Reilly, etc.)
Caso: La policía quiere usar a Kleinmann para capturar a un terrible asesino. Como siempre las cosas no saldrán tal y como estaban previstas.
Diagnóstico: Sorprendente. Woody Allen adapta una obra teatral y mezcla una trama del falso culpable Hitchockiano, con un ambiente de cine de terror sacado del expresionismo alemán, con un ambiente extraño e inolvidable. Puede que la mejor comedia de terror de todos los tiempos.
Personajes: Robin Simon (Judy Davis) y Rita (Bebe Neuwrith).
Caso: Una recién divorciada y renacida Robin acude a clases de fellatio con Rita, una prostituta, que le enseñará como superar sus dificultades sexuales con una banana.
Diagnóstico: Educativo. Debería proyectarse en las escuelas, no sólo es un manual excelente sino también un retrato de nuestros tabúes a través de un chiste. Si, esa es la gracia de Allen.
Caso: Mickey, viéndose estéril y con un fracaso con Hannah y su hermana, sentimental, infeliz por su trabajo va a suicidarse. Pero el CINE le salva.
Diagnóstico: Bella. Aunando chistes con amor cinéfilo bien entendido, Allen es capaz de convencernos de que la vida vale la pena, en una escena que parece un descarte beuno de Manhattan.
Personajes: Fielding Mellish (Woody Allen) y los matones del metro (Sylvester Stallone y Anthony Caso).
Caso: Los clásicos matones del metro neoyorquino acosan a los pasajeros del vagón. Fielding va a intentar ajusticiarle, con visos bronsonianos.
Diagnóstico: Hilarante. Cuando muchos creen que el humor de Allen se basa íntegramente en la fuerza de muchos de sus chistes verbales, aquí Woody da una lección de humor mudo y físico que ya les gustaría. Woody vs. Stallone. Irresistible.
La casa de cera (House of Wax, 2005) es posiblemente la mejor película que ha producido la Dark Castle, por encima incluso de la muy divertida House on Haunted Hill (la película inaugural) y seguramente de su próxima apuesta, una adaptación del cómic Whiteout con Kate Beckinsale como reclamo, para una película quizá deudora del éxito de la adaptación de Sin City. En todo caso la que nos ocupa es infinitamente superior a las ocasionalmente simpáticas Barco Fantasma y 13 Fantasmas, producciones que no lograban ni recuperar el encanto de William Castle, la primera, ni resultar la segunda una digna reinterpretación del esquema de Alien trasladado a ambientes góticos canónicos.Y también es, con toda seguridad, la única que podrá ser vista como clásico del género dentro de un tiempo.
La película de Collet-Serra propone , desde la inclusión de Paris Hilton como líder de reparto, una relectura hiperbólica del concepto del grand guignol. No sólo se rescata la idea que ya sostuvo a la magnífica (y muy pulposa) película de Andre de Toth de 1953 sino que se da a la película un tono de repaso a la historia del cine completamente innovador. Vayamos, por partes.
El clásico esquema de slasher teen encuentra aquí a dos personajes definidos: dos hermanos, peleados, que serán nuestros protagonistas. Ella, una scream queen nata pero superviviente y él, un Justin Timberlake de visos superheroicos, capaz de todo para proteger a su hermana. El inolvidable escenario (el cine de terror es también un cine de espacios) en el que transcurre toda la acción es Ambrose, en Louisiana, un pueblo ficticio de visos art decó, un claro referente para el caníbal Aja en su posterior Las colinas 2006. En el cine de Ambrose proyectan sólo ¿Qué fue de Baby Jane? Un clásico del horror grand guignol, y aquí la película va de los cincuenta a los sesenta. Su prólogo es en 1974 lo que nos devuelve a todos los clásicos del american gothic: y por si fuera poco los retoños de Trudy Sinclair emparentan con otras famílias de otros estados, como los Hewitt. Y esta estética postmoderna y reflexiva nació en los 80: La casa de cera es, por encima de todo, una mirada al cine de terror de atrás a través de la acumulación (muy distinta, por ejemplo a la del mucho más ensayístico Rob Zombie) de elementos, logrando un resultado interesantísimo y atractivo. Como cualquier cinta del género incluye una cierta sensibilidad por lo bizarro, que aquí se representan en la poética muerta de Paris Hilton que no hace falta que sea de cera, en el trabajo de Vincent como artista del cuerpo, capaz de reproducir la belleza artificial que le ha sido negado de forma natural y en esa Elisha Cuthbert de labios ensagrentados y dedo cortado, capaz de representar una nueva scream queen mucho más bellamente icónica por la sangre que la envuelve.
La recién estrenada por estos lares sexta temporada de 24 se la juega hasta llegar a la incomprensión generalizada: sus guionistas admitieron que no tenían nada planeado (como en la perfecta quinta)y que eso puede ser la razón de su fracaso. Para mi es la razón de su éxito frente a otras menos locas como la tercera, por ejemplo, pero también está el hecho de que la cosa se desbalaze como en la segunda, contando la temporada con dos mitades muy marcadas.
En todo caso, 24: Season 6 tiene un delirio que pocas veces será apreciado, más allá de la reaparición de Charles Logan, y es, empezemos, como la presencia de JAMES CROMWELL haciendo de DAD BAUER. Esto es lo evidente, pero en los primeros episodios hay lo que yo llamo el fanatismo pop. La serie de Cochran/Surnow se ha especializado tanto en supermalos árabes que ahora ya sólo les queda la parodia, perdida la credibildad.
Y el momento es el siguiente: una honrada família norteamericana asiste a la detención del padre de Ahmed Amar (Kal Penn) y le protege de la xenofobia reinante por unos atentados. Pero... cuando su hijo se acerca de protegerle del ataque de un xenófobo, descubre que trabaja para los malos. Y Ahmed le dice: Estoy harto de vosotros (y demás perorata de terrorista conversa)... Ni siquiera sabéis pronunciar mi nombre. Mi nombre no es AMED sino AH(J)MED.
Recapitulemos: si a la idea ya de por si arbitraria de colocar a un cómico, o mejor dicho AL cómico de Dos Colgados Fumados (¡Kumar! ¡el maldito Kumar!) de terrorista ya es de por sí irresistible, le sumamos el cabreo por la mala pronunciación como signo inequívoco de que se trata de un terrible integrista islámico tenemos un resultado tan arrebatador y delirante que sólo el resto del episodio puede superar. Esto es el líder pacifista del movimiento islámico, Asad, enseñando a Bauer como se tortura a un traidor a su causa. Ya no me acuerdo de como se hacía esto, dice con pereza y desidia crepuscular McClaniana Jack Bauer. Si no pueden apreciar la cantidad de momentos sublimes, equivalentes en trayectoria al punto alcanzado por Death Wish 3-6, que, perdida la intensidad dramática de otras temporadas, es capaz de atesorar esta sexta temporada, huyan.
Hasta ahora The Darjeeling Limited no está gustando nada al público, al Times y demás gente de bien. Lo curioso es que su Banda Sonora incluye Strangers de The Kinks (y dos temás más del Lola vs. Powerman: This time Tomorrow y Powerman). Y lo es porqué ya se hizo un montaje con esta canción y los Tenenbaums de fondo. No deja de ser maravilloso que, a veces, el fandom pueda ser a la par inteligente y profético.
Acerca de las críticas al film hay poco comentar, por un lado, yo todavía no he visto la película y por el otro, el llamado exceso de estilo me parece otro encantador eufemismo ante la perplejidad e incomprensión que les provoca alguna obra. Nótese que cuando este exceso de estilo del que hablan todos (es la expresión de moda, ahora, ya verán por los foros) puede ser ejercicio de estilo o virtuosismo. O en su summa máxima: virtuoso ejercicio de estilo. Cuando tenía doce años, no sabía de qué me hablaban los críticos con esas expresiones: el verdadero significado lo aprendí viendo Vestida para Matar y Doble Cuerpo. Pero esos no eran ya ejercicios de estilo, eran vulgares pastiches para la limpia y casta cinefilia.
david el día 05/09/2007 - 19:39 Los comentarios ya totalmente fuera de madre de Alvyn Singer me han obligado a borrar/editar los mensajes donde se pasa directamente a insultos mayores
Resulta curioso: la lógica terrorista (aplicamos la patriotic law por culpa de este desheredado) olvida totalmente los comentarios previos al mío en el que se llamaba chupapollas citando todos mis comentarios (los mensajes donde se pasa, el glorioso anonimato). Se reduce un párrafo de mi comentario, en el que contestaba con los mismos códigos al autor de los desprecios, a un plural (comentarios) y una hipérbole (fuera de madre). No se editó pues el párrafo de los tacos, dónde por cierto ya advertía de la reacción hipócrita, se reescribió lo sucedido. Así es como la blogoesfera, tan interactiva y llena de liberté en sus comentarios, se recuerda a si misma.
** Menos mal que llega Henrique y nos da a todos dignidad. Ante el razonamiento, juicio moral. Nada nos puede salvar de la moral: si hacemos una crítica más o menos elaborada, justificando, no importa. Somos unos creídos, carecemos de validez. Bendita moral, que nos curó de razón de espanto.
Si por algo se caracterizaron las manos veloces e inconfundibles de Django Reinhardt fueron por su profunda heterodoxia: convertir el swing a la velocidad de un sentir tradicionalmente gitano ayudaron con su cóctel a reformar los cimientos mismos de las muy desgastadas maneras del swing, para crear el jazz manouche, una suerte de variante de los esquemas más clásicos que, además, revivía los mejores momentos del Dixieland a través del virtuosismo imprevisible. El guitarrista francés convirtió el encorsetado y orquestrado swing en un son de la calle.
En una escena de Ratatatouille, asistimos a un paseo por el nuevo mundo de los roedores bajo los acordes propios de cualquier melodía de Reinhardt, lo que nos deja claro que el valor de Ratatouille puede ser exactamente el mismo que el del Minor Swing lo fue para todos los oyentes de la música más libre del mundo. Brad Bird ha tejido su carrera bajo la cultura pop y El gigante de hierro o Los Increíbles le dan crédito como amplio conocedor de la estética de un género, que él supo más que revivir o releer con conciencia irónica, acumular de forma excelente. Las fábulas de Bird siempre han estado llenas de personajes totalmente únicos que de un modo u otro son incapaces de convivir con el resto de la humanidad: Ratatatouille es la máxima expresión de esta fábula, la película con la que Bird mira atrás con diversión y se teje un futuro, para sí y para Pixar, más que brillante. Lo que en Cars es territorio perdido, en Ratatouille es pura y dura reflexión sobre el arte aderazada con la bella fábula de Rémy y Linguini completamente paralela a la de Dean y el Gigante de Hierro. Adoptando como siempre el escenario como elemento netamente pop (practicamente se hacen referencia a todas las ideas [románticas, ideales] acerca de París y su música que hemos visto en el último medio siglo), Bird construye una fábula de expresividad pura y emoción intacta.
Al final de la película, Anton Ego concluye que cualquier crítica negativa es bastante mediocre respecto a la obra torpe criticada: así Bird concluye su fábula inversa, que podría resumirse en “No es lo mismo que cualquiera pueda ser un artista (falso) a que un gran artista pueda ser cualquiera (cierto)”. Igual que Django señores: europeo y gitano, regaló al jazz sus mejores momentos, Ratatotuille demuestra que la clásica fábula Disney puede revelarse en un honesto y muy contemporáneo manifiesto sobre las relaciones del artista , su obra y su público.
Durante los últimos años el cómic ha adquirido un protagonismo en el terreno, digamos, mayor del cine: desde las adaptaciones de Marvel, pasando por los experimentos con Miller hasta las adaptaciones de Daniel Clowes. No deja de resultar lógico que la mejor película de superhéroes no sea una adaptación (me refiero claro a Los Increíbles) y que, como la mayoría de películas Bé de su tiempo, Ultravioleta haya sido entre ignorada y vilipendiada, reservada a una especie de segundo plano como versión menor de Kill Bill o la hermana de la también fracasada Aeon Flux con la Charlize Theron como estrella. Wimmer es un tipo con, sin duda, mala suerte: si uno observa con atención The Recruit verá muchos elementos muy divertidos, como esa puesta al día de espíritu Ultimate de James Bond llamada James Clayton ahora convertido en criptólogo e informático genial de día, camarero de bares molones de noche fichado por un Al Pacino que le enseña las maldades del mundo a través de las novelas de Kurt Vonnegut. Puede que el hecho de que sea un producto a la Pacino y que eso obstruya todo, pero uno intuye que si la película estuviera filmada por Wimmer sería distintísima y no una vulgar sucesión de giros ya de por sí vulgares y conjuntados que parecen más obra de una falta de medios para la acción y dos ex-artesanos en baja forma (Roger Donaldson-Robert-Towne). En realidad, Ultravioleta podría pasar por una versión scifi de Alias pero el fandom ha preferido depositar todos sus mimos en JJ Abrams e ignorar a Wimmer.
Kurt Wimmer se atrevió con Ultravioleta, cinta más alabada a nivel económico tras su Equilibrium, a realizar pura y llanamente un tebeo. Pero está muy alejado del experimento mimetico de Robert Rodriguez: Wimemr quiere revivir la sensación del to be continued de doce vibrantes números resumidos en ochenta divertidísimos minutos. Aunque no es perfecta (ni siquiera lo pretende) Ultravioleta tiene muchas más virtudes que hubieran firmado Warren Ellis o Grant Morrison para uno de sus tebeos-que-resulta-que-son-menores, a saber: superheroísmo bien entendido, imaginería desbocada casi postcyberpunk (con detalles gloriosos como los teléfonos móviles usados o la tarjeta de crédito convertido en pulsera), homenajes al Shogun Assasin (y no plagios a Tarantino señores), fantasía distópica al orden del día (con un montón de referencias acerca del gobierno como retroalimentador de los terroristas y creador de amenazas para justificar el totalitarismo: pura conspiranoia pop) y giros de argumento con doble filo, plenamente autoconscientes, con los que son verdaderos y los que fingen los personajes para confundir a los otros. ¿Qué mas podemos pedir? ¿Una love story innecesaria? Está bien: no hay lovestory pero si hay amor maternal con frases de pura sensibilidad pop de derribo (sueño con carreteras polvorientas con flores) y una Milla Jovovich de la que lo mejor que puedo decirles (y lo digo en serio) es que parece dibujada por el mejor Cassady.
Ultravioleta exhibe orgullosa su condición de neoB-Movie con la batalla final (pura economía de recursos y también homenaje orgulloso) y sus maravillosas elipsis sonoras: aléjense de las películas que la tildan de repetitiva o excesiva, Ultravioleta es una serie de viñetas con una composición excelente y que demuestra que ¡sí! Hay vida, mucha vida en el cinetebeo.
Mi nueva web favorita no sólo es Esnips, el tesoro descubierto por HT que es lo más parecido a la Quimera, sino también una de las expresiones más utilizadas por nuestro bloguero favorito: Noel Ceballos, del que todos hemos aprendido mucho, para bien (mejor) y para mal (no demasiado, ÉL SIGUE EN ACTIVO)