La semana se inició con Bolaño, transcurrió en hospitales y terminó con Bolaño. Las salas de espera de los hospitales son lugares excelentes para la lectura. El único inconveniente es que los asientos son incómodos. Si no fuera así, me trasladaría inmediatamente con Bernhard a una de esas salas a enfrentarme definitivamente con él.
Pero el principio es 2666, la obra teatral dirigida por Àlex Rigola adaptada de la novela de Bolaño por Pablo Ley. Es de agradecer el esfuerzo de actores y escenógrafos por captar la esencia de Bolaño, pero lamento decir que la obra de teatro no aporta nada a 2666, y se queda en una pobre revisión de los textos de Bolaño. Como toda obra que aspira a contener la totalidad del mundo, y eso es la novela de Bolaño, es imposible sintetizarla, comprimirla, resumirla. La adaptación teatral comete el error de ceñirse a la estructura de la novela y resumir cada una de las cinco partes en actos de menos de una hora de duración en la que los actores, en muchas ocasiones, parecen estar leyendo directamente la novela. De hecho, cuando de alguna manera se subvierte y se interpretan fragmentos de la novela, como sucede en La parte de Fate, se logra el mayor impacto teatral (no así en La parte de los crímenes en la que el efectismo, con ribetes sensacionalistas, incomoda más que conmueve). La irregularidad es la nota dominante en la obra de teatro, su fidelidad al texto su peor defecto.
No tengo tiempo de digerir la extraña sensación que me deja la obra.
Hospitales.
Entonces El Tercer Reich. Y volver a descubrir a Bolaño, la inquietante sensación de leer a Bolaño.
En contra de lo esperado El Tercer Reich no es un producto editorial que pretende aprovechar los restos de escritura que un autor fallecido. Es una novela completa si perdonamos que algunos de los capítulos finales precisen una revisión. Obviando ese detalle nos encontramos ante una obra acabada de un gran autor.
Pero yo soy una visita en un hospital, uno de esos seres anodinos y angustiados que miran por las ventanas y sienten que de alguna manera el mundo se ha detenido.
No es un asunto trágico. Provoca ansiedad, inseguridad. Pero finalmente todo va bien. Rutinario dentro de la imprevisión.
La lectura de los capítulos finales coincide con la tranquilidad de saber que todo va bien. El final de la novela casi coincide con el parte de alta médica.
En estas condiciones no soy un buen juez de esta novela de Bolaño.
Udo Berger es un extraño que vuelve al lugar de veraneo de su infancia con su novia Ingeborg y una obsesión con los juegos de guerra. Nada es lo mismo que en el pasado. Nada se ajusta a las necesidades de su obsesión. Una serie de personajes empieza a invadir el territorio en el que precisa estar solo y todo se tiñe de un ambiguo aire siniestro y malsano. El resto es literatura. Y la capacidad de Bolaño de crear un misterio a partir de situaciones anodinas, demostrando que el miedo y la angustia son sentimientos subjetivos de los personajes y consiguiendo que el lector comparta esas sensaciones.
A pesar de que nada parece suceder, a pesar de que todo parece ir bien, tenemos la manía de sospechar lo peor, de necesitar el terror y la inquietud para dinamizar nuestras vidas, para dramatizarlas, para darles sentido.
Hospitales.
Definitivamente no puedo ser un buen lector crítico de El Tercer Reich. La novela está demasiado ligada a las condiciones de su lectura. Vendrán otros y dirán que sí, que es una buena novela pero que no está a la altura de esta o de la otra, que es inferior a aquella pero no desmerece de la otra. Y aquellos que discutirán sobre el origen de la novela y las extrañas circunstancias por las que permaneció inédita hasta ahora y la licitud de esto y de lo otro.
Olvidemos todo eso.
El Tercer Reich es puro Bolaño.
(El único problema que le veo es que habrá que hacerle un sitio en el diagrama , porque, por lo que puedo deducir, habría que buscarle un sitio lindante con La pista de hielo y 2666)
Pero el principio es 2666, la obra teatral dirigida por Àlex Rigola adaptada de la novela de Bolaño por Pablo Ley. Es de agradecer el esfuerzo de actores y escenógrafos por captar la esencia de Bolaño, pero lamento decir que la obra de teatro no aporta nada a 2666, y se queda en una pobre revisión de los textos de Bolaño. Como toda obra que aspira a contener la totalidad del mundo, y eso es la novela de Bolaño, es imposible sintetizarla, comprimirla, resumirla. La adaptación teatral comete el error de ceñirse a la estructura de la novela y resumir cada una de las cinco partes en actos de menos de una hora de duración en la que los actores, en muchas ocasiones, parecen estar leyendo directamente la novela. De hecho, cuando de alguna manera se subvierte y se interpretan fragmentos de la novela, como sucede en La parte de Fate, se logra el mayor impacto teatral (no así en La parte de los crímenes en la que el efectismo, con ribetes sensacionalistas, incomoda más que conmueve). La irregularidad es la nota dominante en la obra de teatro, su fidelidad al texto su peor defecto.
No tengo tiempo de digerir la extraña sensación que me deja la obra.
Hospitales.
Entonces El Tercer Reich. Y volver a descubrir a Bolaño, la inquietante sensación de leer a Bolaño.
En contra de lo esperado El Tercer Reich no es un producto editorial que pretende aprovechar los restos de escritura que un autor fallecido. Es una novela completa si perdonamos que algunos de los capítulos finales precisen una revisión. Obviando ese detalle nos encontramos ante una obra acabada de un gran autor.
Pero yo soy una visita en un hospital, uno de esos seres anodinos y angustiados que miran por las ventanas y sienten que de alguna manera el mundo se ha detenido.
No es un asunto trágico. Provoca ansiedad, inseguridad. Pero finalmente todo va bien. Rutinario dentro de la imprevisión.
La lectura de los capítulos finales coincide con la tranquilidad de saber que todo va bien. El final de la novela casi coincide con el parte de alta médica.
En estas condiciones no soy un buen juez de esta novela de Bolaño.
Udo Berger es un extraño que vuelve al lugar de veraneo de su infancia con su novia Ingeborg y una obsesión con los juegos de guerra. Nada es lo mismo que en el pasado. Nada se ajusta a las necesidades de su obsesión. Una serie de personajes empieza a invadir el territorio en el que precisa estar solo y todo se tiñe de un ambiguo aire siniestro y malsano. El resto es literatura. Y la capacidad de Bolaño de crear un misterio a partir de situaciones anodinas, demostrando que el miedo y la angustia son sentimientos subjetivos de los personajes y consiguiendo que el lector comparta esas sensaciones.
A pesar de que nada parece suceder, a pesar de que todo parece ir bien, tenemos la manía de sospechar lo peor, de necesitar el terror y la inquietud para dinamizar nuestras vidas, para dramatizarlas, para darles sentido.
Hospitales.
Definitivamente no puedo ser un buen lector crítico de El Tercer Reich. La novela está demasiado ligada a las condiciones de su lectura. Vendrán otros y dirán que sí, que es una buena novela pero que no está a la altura de esta o de la otra, que es inferior a aquella pero no desmerece de la otra. Y aquellos que discutirán sobre el origen de la novela y las extrañas circunstancias por las que permaneció inédita hasta ahora y la licitud de esto y de lo otro.
Olvidemos todo eso.
El Tercer Reich es puro Bolaño.
(El único problema que le veo es que habrá que hacerle un sitio en el diagrama , porque, por lo que puedo deducir, habría que buscarle un sitio lindante con La pista de hielo y 2666)