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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ingeniería social y lenguaje (parte 2): muy fan


Continuando con la que promete ser una nueva serie en este humilde rincón de libertad, me llama la atención un término que igualmente se ha popularizado para definir el superlativo del gusto o la afición por algo: muy fan. Seguro que el amable lector ha escuchado, leído o muy probablemente proferido frases similares a la siguiente:

            - “Soy muy fan de las bolsas reutilizables del Harrods”.

Le dice una maleni a otra a la salida de un curso sobre la elaboración de cupcakes para fiestas de jalogüen y recién llegada de la escapada de puente con su Mr. (ponga aquí la inicial del ufano esposo a conveniencia). Además de cursi, la maleni, no es consciente de que las bolsas de Harrods son de plástico y las han vendido como souvenir toda la vida, mucho antes de que a Al Gore se le ocurriese ir evangelizando –y ganando un dineral- con lo del cambio climático, y a Carrefour cobrar por ellas.

-       “Muy fan de (ponga el nombre del diseñador absolutamente desconocido que se le ocurra pero que acaba de firmar una colección para H&M)”.

Escrito por una egoblogger en tuiter después de conocer la noticia del fichaje del diseñador de marras para hacer camisetas a seis euros. Nótese que el colmo del refinamiento en el uso del muy fan es utilizarlo sin el verbo correspondiente. Esto nos indica lo totalizador de la expresión y, por ende, lo intelectual de su empleo como superlativo.

Porque el muy fan viene a sustituir expresiones más tradicionales –demodé que dirían el argot- como “a mi me encanta”, “me gusta muchísimo”, “me parece extraordinario”, etc. En su lugar se coloca la abreviatura de fanático, es decir, fan, llevada al siguiente nivel o superlativo: muy. La palabra fan antiguamente –hace un par de años- sólo se empleaba para las jóvenes que gritaban en los conciertos de música moderna. Así, lo que existían eran fans de The Beatles o de los Rolling Stones. Quizá alguna de Miguel Bosé en los primeros ochenta.

Ahora, sin embargo, somos fans de todo. De marcas de ropa, de tiendas, de fotógrafos, de periodistas, de ciudades y hasta de músicos barrocos. El otro día me descubrí a mi mismo diciendo “es que yo soy muy fan de Glenn Gould”. Sí, ciertamente me siento un gran aficionado a las grabaciones del pianista más genial que dio el siglo XX. Puede que incluso sea fanático en tanto que lo escucho continuamente y lo recomiendo a propios y extraños. Pero, ¿fan?. A partir de ahí dejé de usar el término, si es que lo había hecho con anterioridad, lo cual no pongo en duda, pero sí en cuarentena.

Seamos sinceros. La expresión ha alcanzado un nivel de popularidad que sus creadores y propagadores nunca imaginaron. Muy fan, estimado lector, no es el superlativo de nada, como no lo es lo siguiente. Si se trata de enfatizar algo, hagámoslo con expresiones conocidas tradicionales de las que tan rico hacen nuestro idioma. No recurramos a artificios lingüísticos propios del lenguaje de los 140 caracteres. Por mucho que la RAE se empeñe en incorporar a su diccionario cualquier modismo que pasa por la puerta, o por feisbuk.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ingeniería social y lenguaje: lo siguiente


El lenguaje es como un ser vivo. Evoluciona con el paso del tiempo, con el cambio de las costumbres. Aunque también va cambiando por medio de la creatividad de algunos seres humanos. Así nacen algunas expresiones que terminan imponiéndose. Muchas de ellas porque resultan simpáticas o atractivas de usar. En la mayor parte de los casos porque queremos integrarnos más al emplearlas.

Un ejemplo de esto es la expresión de nuevo cuño “lo siguiente”.:

-       - No estoy reventada, lo siguiente.

Frase real que podemos leer en uno de las muchas redes sociales. Lo siguiente viene a emplearse como el superlativo/imaginativo en el lenguaje popular/ocurrente. Yo, sinceramente, necesito una aclaración cuando alguien emite esta sentencia. ¿Qué es lo siguiente a reventada?. ¿Destrozada como si le hubiese pasado un camión por encima?. ¿Extenuada física y mentalmente?. O a mi no me queda claro, o la creadora de tal afirmación pretende que el resto de la Humanidad dejemos volar la imaginación y pongamos nombre y apellido a ese lo siguiente.

-       - Este tío no es gilipollas, sino lo siguiente.

Otra oración muy común en bares y festejos populares entre los infectados por este nuevo sarampión que podríamos bautizar como siguientismo. De nuevo, ¿qué es lo siguiente?.  ¿Gilipollas integral?. ¿Un poquito menos imbécil que tú?.

Y es que el siguientismo tiene esa peculiaridad, que deja la duda. Yo siempre dudo entre si el siguientista quiere que yo ponga apellido al lo siguiente, se trata de una gracieta rayana con la intelectualidad, o es que es incapaz por si mismo de continuar con el superlativo que sigue al adjetivo en cuestión.

Internet está lleno de ejemplos del uso del siguientismo. Blogs con títulos como “Friki no, lo siguiente”, que debe ser una suerte de autobiografía del autor del blog. Hasta hay campañas  publicitarias que emplean el siguientismo, a todas luces con la intención de congraciarse con su público meta: el gregario.

Si lo que se quiere expresar es el grado superlativo de las cosas, yo opto por otra expresión más prosaica, menos intelectualoide e igualmente fruto de la evolución del lenguaje. Se trata de la afirmación superlativa en grado extremo “se caga la perra”.

-       - Me acabo de comer una langosta que se caga la perra.

Ahí no hay que explicar nada más. El citado manjar era el non plus ultra del placer culinario, expresado por medio de una afirmación rotunda: se caga la perra. Puede sonar ordinario, zafio, incluso vulgar, pero todo ello queda suplido por la absoluta ausencia de pretenciosidad. Se caga la perra es, en definitiva,  la antítesis de lo siguiente, aunque puedan parecer sinónimos.

Que el lenguaje evolucione está bien. Es natural. Lo malo es que se empiezan a adoptar a velocidades de vértigo giros y expresiones que rozan la idiotez supina, o lo siguiente, que es la más profunda ignorancia disfrazada de integración con el entorno. En otras palabras la absoluta falta de elegancia.

martes, 17 de enero de 2012

A vueltas con los nombres


Años atrás, con ocasión de los nacimientos de los hijos de algunas personas cercanas, tuve ocasión de desgranar la importancia de los nombres escogidos para los vástagos de cada uno. En aquella ocasión mis referencias eran muy evidentes. Las Jennifer o los Kevin, así como la nueva hornada de Isabellas que surgía de este lado de la Mar Océana, eran y continúan siendo una práctica señalada como poco elegante en cualquier foro que se precie.

Aquellas líneas me consta que fueron -y continúan siendo- muy visitadas por algunos padres, que veían en la Red una forma lícita de búsqueda del nombre de sus descendientes. Espero que sirvieran de algo al igual que éstas que el amable lector se digna a continuar recorriendo con su mirada.

Ahora en España la nomenclatura de la progenie se ha vuelto un poco más sofisticada. Huyendo de los nombres tradicionales se empieza a optar por variantes un poco más creativas, o bien se echa mano del Cantar del Mío Cid para ponerse en el otro extremo. Lo cual no deja de ser un acto de creatividad en mi humilde opinión.

Así, entre la golpeada clase media con pretensiones que pulula por la piel de toro, hace tiempo que empiezan a adoptarse como comunes nombres que no dejan de ser foráneos y versiones de los tradicionales. Martina seguramente es un nombre muy común en Argentina o Chile, pero no es propio de los nacidos en España. Lo mismo ocurre con Daniela o Andrea, por poner dos ejemplos que comienzan a poblar la fauna urbana patria. Como lo hacen los periquitos americanos, que campan por sus respetos en los parques públicos a los que acuden las criaturas que, ufanas, portan el nombre de alguna modelo, cantante o actriz.

Entre los varones hace furor Hugo. Nombre que tampoco es usual en la Madre Patria, pero que tan de moda han puesto entre cantantes y actores de series. Una variante de este caso son los que bautizan –por lo civil o por la Iglesia, tema sobre el que reflexionar otro día- Iker, Jordi o Pau a su retoño de nacimiento y profundas raíces extremeñas.


Particularmente me chocó saber que el más respetado de los toreros de nuestro país, Enrique Ponce, acaba de recetar a su neonata como nombre de pila Bianca. Lo cual sin duda debe ser una ocurrencia de su amada esposa, tan prototipo maleni ella. A todos los efectos es como llamarle Mía a la criatura, elección con mucho predicamento en estos tiempos que corren, al igual que Fiorella. Nombres que suenan genial cuando van acompañados de un apellido foráneo, pero que chirrían acompañados de los apellidos españoles.

Otra tendencia es el recorte y adaptación. Aparecen así los Leos, Teos y de mas eos, todos muy propios de vástagos de actores y actrices en busca de dar continuidad la saga familiar de histriones por la vía del nombre más o menos ocurrente. Véanse los Libertos, Albas, Lunas y demás elevaciones a la categoría de nombre de pila de sustantivos corrientes. A estos hemos de sumar los hipocorísticos que toman carta de naturaleza como nombres de pila, es decir, Lola en lugar de Dolores o Lolo en lugar de Manuel. Otra nota creativa con gran aceptación en el mundo de la farándula y sus más acérrimos seguidores.

No piense el lector que lo que yo propugno es el santoral como única guía válida a la hora de nominar a nuestros hijos. Fíjense en esta nueva pléyade de infantes con nombres procedentes de lo más profundo de nuestras raíces cristianas, emparentando casi con los reyes godos. No es de extrañar recorrer las calles del barrio de Salamanca y escuchar como los afanados progenitores gritan a sus Covandongas, sus Iñigos y sus Pelayos. Sinceramente, y a riesgo de ser juzgado de poco aristocrático, tampoco lo veo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Marujas versus malenis, algo más que matices


En el imaginario popular español existe un personaje histórica e injustamente denostado, se trata de la maruja. Es el calificativo "maruja" el que se refiere a nuestra tradicional ama de casa. Generalmente una señora trabajadora en su hogar, que se preocupa de sus seres queridos sin mayor pretensión que la de recibir el afecto de los que la rodean.

Esta señora podríamos definirla por su humildad, su carácter amable y la sencillez en su forma de vida. Siendo la visita semanal a la peluquería, el mayor de sus tics sibaritas. Todo un ejemplo de cordura en estos tiempos que corren.

La maruja, sin embargo, es un ejemplar que inexorablemente va camino de la extinción. La incorporación de la mujer a la vida laboral, el cambio de rol -¡qué expresión más políticamente correcta, oiga!- del género femenino en la sociedad y la creciente complejidad de nuestro mundo, están acabando con la cálida, servicial y entrañable maruja. En su lugar se abre paso con fuerza en la jungla social un nuevo personaje con el firme propósito de sustituirla: la maleni.

La maleni es un ser plenamente integrado en la sociedad moderna. No necesariamente tiene que ser ama de casa como fundamento de su condición, es más, de serlo lo niega o hace lo imposible por no parecerlo. Algunas incluso trabajan en los más diversos oficios: esteticién, dependienta en una tienda de ropa rápida o hasta celadora en una clínica de cirugía plástica a crédito. Es decir, estamos ante una mujer profesional, independiente, segura de si misma… y cualquier otro tópico digno de los mejores presentadores de las pasarelas de los años 70.

En contra del conservadurismo propio de la maruja, la maleni es un ejemplar mucho más progresista y, por tanto, tiene inquietudes mucho más allá de las propias de buscar la excelencia en la ejecución de las tareas domésticas. De este modo, la maleni es una gran conocedora del mundo de la moda, si bien este conocimiento no se ve reflejado en su indumentaria. Y es que la maleni tiende más a imitar a sus ídolos televisivos, verbigracia Belén Esteban y Terelu Campos, antes que innovar y recubrirse de prendas que pudieran no causar sensación entre los selectos círculos sociales en los que se desenvuelve habitualmente.

A la maleni también le gusta viajar. Recordemos que los viajes son la quintaesencia de la sociedad moderna. Si no se está un poco viajado, no se puede despuntar en los influyentes grupos que frecuenta cualquier maleni que se precie. Por ejemplo en feisbuk. Porque la maleni tiene que tener su cuenta reglamentaria en la red social por excelencia y promulgar urbi et orbe su agitada agenda social. De esta forma el resto de la tribu puede perpetrar comentarios tipo “q bien q te lo montas wapa!!!”, en referencia a la foto con la piña colada, las trenzitas y un envidiable rojo carabinero en Cancún.

Las diferencias entre ambos personajes los podemos percibir en cualquier ámbito de la vida. Por ejemplo en la cocina. La maruja es fiel a la cocina tradicional. Con un poco de carne picada y unos ingredientes más, hace unas extraordinarias albóndigas; o unas exquisitas croquetas con los restos del cocido del día anterior. La maleni, más proclive a la comida precocinada, cuando se sumerge en la cocina requiere de toda clase de ingredientes exóticos, traídos de los rincones más insospechados del globo terráqueo, para poner encima de la mesa un plato medianamente comestible. Lógicamente estas sofisticadas viandas tienen que tener nombres a la altura de tan elaborada creación, como ejemplo los arrasadores cupcakes, que vienen a ser las magdalenas de toda la vida.

Como vemos esta suerte de sustitución entre especímenes de nuestra fauna social, no es una mera cuestión de matices. Mientras que la maruja es una persona con pocas pretensiones, la maleni representa justamente lo contrario. Refleja la maleni a esa clase media con pretensiones nacida al albur de los años del ladrillazo que se instaló para no marcharse y eso que pintan bastos. Se trata, por tanto, de la personificación de la elegancia perdida.


P.S. Mi agradecimiento a Raquel a volver a perpetrar un artículo ante el evidente abandono al que las musas de la inspiración -¡cursilada al canto!- me tenían sometido.