Continuando con la que promete ser una nueva serie en este
humilde rincón de libertad, me llama la atención un término que igualmente se
ha popularizado para definir el superlativo del gusto o la afición por algo: muy fan. Seguro que el amable
lector ha escuchado, leído o muy probablemente proferido frases similares a la siguiente:
-
“Soy muy fan de las bolsas reutilizables del Harrods”.
Le dice una maleni
a otra a la salida de un curso sobre la elaboración de cupcakes para fiestas de jalogüen
y recién llegada de la escapada de puente con su Mr. (ponga aquí la inicial del ufano esposo a conveniencia). Además de cursi, la maleni,
no es consciente de que las bolsas de Harrods son de plástico y las han vendido
como souvenir toda la vida, mucho antes de que a Al Gore se le ocurriese ir
evangelizando –y ganando un dineral- con lo del cambio climático, y a Carrefour cobrar por ellas.
-
“Muy fan
de (ponga el nombre del diseñador
absolutamente desconocido que se le ocurra pero que acaba de firmar una
colección para H&M)”.
Escrito por una egoblogger
en tuiter después de conocer la noticia del fichaje del diseñador de marras para hacer
camisetas a seis euros. Nótese que el colmo del refinamiento en el uso del muy fan es utilizarlo sin el verbo
correspondiente. Esto nos indica lo totalizador de la expresión y, por ende, lo
intelectual de su empleo como
superlativo.
Porque el muy fan
viene a sustituir expresiones más tradicionales –demodé que dirían el argot- como “a mi me encanta”, “me gusta
muchísimo”, “me parece extraordinario”, etc. En su lugar se coloca la
abreviatura de fanático, es decir, fan,
llevada al siguiente nivel o superlativo: muy.
La palabra fan antiguamente –hace un
par de años- sólo se empleaba para las jóvenes que gritaban en los conciertos
de música moderna. Así, lo que existían eran fans de The Beatles o de los
Rolling Stones. Quizá alguna de Miguel Bosé en los primeros ochenta.
Ahora, sin embargo, somos fans de todo. De marcas de ropa, de tiendas, de fotógrafos, de
periodistas, de ciudades y hasta de músicos barrocos. El otro día me descubrí a
mi mismo diciendo “es que yo soy muy
fan de Glenn Gould”. Sí, ciertamente
me siento un gran aficionado a las grabaciones del pianista más genial que dio
el siglo XX. Puede que incluso sea fanático en tanto que lo escucho continuamente y lo recomiendo a propios y extraños. Pero, ¿fan?. A partir de ahí dejé de usar el término, si es que
lo había hecho con anterioridad, lo cual no pongo en duda, pero sí en
cuarentena.
Seamos sinceros. La expresión ha alcanzado un nivel de
popularidad que sus creadores y propagadores nunca imaginaron. Muy fan, estimado lector, no es el
superlativo de nada, como no lo es lo
siguiente. Si se trata de enfatizar algo, hagámoslo con expresiones
conocidas tradicionales de las que tan rico hacen nuestro idioma. No recurramos
a artificios lingüísticos propios del lenguaje de los 140 caracteres. Por mucho
que la RAE se empeñe en incorporar a su diccionario cualquier modismo que pasa
por la puerta, o por feisbuk.