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jueves, 20 de noviembre de 2008

Del subdesarrollo al surrealismo

Aunque suene reiterativo, a nadie se le escapa que Costa Rica tiene un serio déficit en infraestructuras, una educación pública universalizada pero de calidad decreciente, al igual que la sanidad, amén de un problema creciente de inseguridad ciudadana. Tampoco se nos puede quedar atrás la cifra de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza.

Todo ello, junto con otros datos macroeconómicos que omito destacar, hace que este sea un país de los denominados “subdesarrollados”. Odio el eufemismo “en vías de desarrollo”, calificativo que pudo ser aplicable hace años, pero, hoy por hoy, las “vías” no las veo por ningún sitio.

Pues bien, con ese panorama ciertamente desolador, nuestros diputados miran para otro lado y se dedican a aprobar leyes que promueven una falsa democracia participativa. Me refiero a la ley ambiental que crea el referendo cantonal (La Nación, pág. 4, sábado 1 de noviembre).

Resulta que ahora un 10% de los votantes de una comunidad –¡bendita palabra!– pueden convocar un referendo para que los vecinos opinen sobre la conveniencia, o no, de que se realice un proyecto.

Por “proyecto” se entiende cualquier tema que previamente haya pasado por todo el tortuoso proceso de permisos, incluida la Setena. Desde construir una casa en un lote hasta realizar una mina a cielo abierto.

De esta forma, las ya maltrechas economías municipales tendrán que consignar en sus presupuestos las correspondientes partidas para la celebración de referendos. ¿O es que alguien pensó que estos plebiscitos los iban a sufragar los solicitantes?

En algunos casos se me antoja que le van a faltar fechas al calendario para su realización, a no ser que se permita agruparlos. Sin hablar de que muchos presupuestos municipales no alcanzarán para tanto llamamiento a la “democracia participativa”.

A todas luces, esta ley supone el fin del desarrollo en este país. Ahora ya no bastará con invertir cientos de millones de colones en todo el ya de por sí kafkiano proceso de obtener la aprobación de unas catorce administraciones públicas, incluidas las municipalidades, por cierto. Procesos que, en no pocas ocasiones, tienen un período superior a los dos años. Con la espada de Damocles del referendo popular todo será más caro, más lento y, lo peor de todo, más incierto, dada la inseguridad jurídica que genera.

Como decía al principio, en Costa Rica hay mil problemas que solucionar con un presupuesto muy limitado. Sin embargo, en lugar de destinarlo a mejorar infraestructuras, seguridad, educación o salud, estamos pensando en dedicar recursos a entrabar aún más el desarrollo, en otras palabras: a profundizar aún más en el subdesarrollo.

Las consecuencias de continuar por este camino de autodestrucción las explicó magistralmente aquí el doctor Jaime Gutiérrez Góngora ( Página Quince , sábado 1 de noviembre). Y es que aquí algunos, como mi paisano el diputado Merino del Río, impulsor de esta ley, se han empeñado en llevar a Costa Rica al borde del colapso.

Subidos a los estrados políticos, universitarios y mediáticos, nos hacen creer que el desarrollo y el progreso es cosa de ricos. Nuestros políticos, todos, les hacen la ola, dado que aquellos se encuentran investidos de una falsa superioridad moral que es aceptada de facto por estos.

Los diputados, esos señores que se dedican, entre otras cosas, a quedarse en la puerta del plenario para no hacer quórum, nos están dejando claro que sacar a Costar Rica del subdesarrollo no les interesa. Aprueban por unanimidad leyes en contra del desarrollo, mientras dejan dormir el sueño de los justos a leyes como la de concesión de obra pública, o frenan a toda costa la definitiva aprobación del TLC. Esta gente, si no la detenemos, nos va a llevar del subdesarrollo al surrealismo.

Publicado en La Nación de Costa Rica el 20 de noviembre de 2008.

viernes, 8 de agosto de 2008

La ecología y la elegancia


No, no voy a realizar una disertación acerca de lo poco elegantes que son esos individuos que se autoproclaman “ecologistas” y van vestidos de camuflaje declarando a los cuatro vientos lo amantes de la naturaleza que son. Tanto es así que se visten de cazadores. Curiosa paradoja. Tampoco voy a extenderme hablando de lo maltratada que está la Madre Tierra, o Pachamama que decían los quechuas, tribu andina que, por cierto, da nombre a una conocida marca de reconocido prestigio entre el ecologismo militante.

De lo que yo quiero escribir es, como no, de la doble moral que impera en todo esto de la ecología. Una moda como otra cualquiera aunque quizá esta albergue algún tipo de beneficio para la Humanidad. Como toda moda impone modelos y genera un halo de falsa elegancia entre sus seguidores. Porque los que siguen esta moda no son sólo los que se identifican a pies juntillas el arquetipo del romántico fumador de marihuana orgánica, sino que, en mayor o menor medida, casi todo el mundo comulga con esto de la ecología.

Los que más creen, de puertas para fuera, claro está, en la importancia de la conciencia ecológica del personal son los que han hecho de ello una profesión, generalmente bastante lucrativa. El ejemplo más claro es el del mundialmente conocido “perdedor más exitoso del planeta", es decir, Al Gore. Este señor con su video de ciencia ficción, sus conferencias y sus libros sobre el cambio climático ingresó la nada despreciable cifra de 70 millones de euros. Su preocupación por salvar al planeta es tan importante para el resto de los mortales que él siempre viaja en avión privado, como cuando le entregaron el premio Príncipe de Asturias y dejó 20 toneladas de CO2 en el espacio aéreo, todo un síntoma de su “compromiso con el medio ambiente”.

En los EE UU, país que siempre lleva la ventaja en todo este tipo de grandes preocupaciones globales, lo ecológico hace furor y no escatiman en gastos para hacer que sus ciudadanos tomen conciencia con el ambiente. Así, en los baños de hoteles uno encuentra unos folletos muy bonitos, con muchas fotos y realizados en papel reciclado -¡faltaría más!- en los que nos advierten de lo mucho que podemos ayudar a la Madre Naturaleza si usamos dos veces la misma toalla o si apagamos las luces al salir de la habitación. Imagino que poco o nada tiene que ver el ahorro en gastos que este tipo de acciones tienen para los afanados administradores hoteleros, siempre proclives a minimizar los impactos "ambientales" de su operación.

Luego por la mañana uno va al bufé de desayuno y ve el despliegue de alimentos con el que los ecológicos huéspedes, los mismos que se secan dos veces con la misma toalla y apagan la luz –nunca el aire acondicionado- al salir, se llenan los platos dos o tres veces dejando sin consumir más de la mitad de lo que se sirven. Del mismo modo los camareros le sirven a uno el café en una suerte de baldes de medio litro de cabida y proceden a su puntual relleno cada cinco minutos. A la hora de comer y beber la ecología queda en un segundo plano.

Curiosamente ahora han sacado una campaña publicitaria, muy laureada por cierto, para crear conciencia acerca del consumo, se llama “Use only what you need”. Evidentemente la campaña va acompañada de todo tipo de material publicitario: vallas, folletos, sitio web e incluso un curioso montaje urbano compuesto por un muro de bidones metálicos vacíos y pintados de amarillo en el centro de Denver con el eslogan citado, amén del correspondiente material promocional: camisetas, gorras, pegatinas, etc. Sin duda todo de gran utilidad para el ser humano .

En el restaurante de enfrente del monumento al ahorro el trozo de carne más pequeño era de 12 onzas, unos 350 gramos, ni que decir tiene que el relleno de bebida carbonatada era gratis. ¿En qué quedamos?.

Resulta pasmoso ver cómo una sociedad basada llevar a la masa todo tipo de comodidades, en poner la cantidad por encima de la calidad y en la búsqueda de nuevas fuentes para la satisfacción personal de los individuos por medio del consumo, dedica tantos esfuerzos –y recursos- a la prédica de lo contrario. Por algo lo he bautizado "El Imperio del Mal Gusto".

viernes, 14 de septiembre de 2007

La solidaridad y la elegancia



Se ha comentado mucho aquí sobre la existencia de determinados principios y valores que marcan la elegancia de las personas, por encima del dinero, la ropa o los complementos de lujo. Ya en otro artículo hablábamos de la afición que los oficialmente elegantes del planeta por dedicar parte de su tiempo a las denominadas “causas justas”. Muy probablemente, la inmensa mayoría de los seguidores de este tipo de “celebridades” –nombrecito que se les otorga en este lado del Atlántico a los que salen más de dos veces en televisión a lo largo de un mes-, piensan que sus actos de caridad televisados son producto de la conciencia social e incluso que se trata de comportamientos “elegantes”. Nada más lejos de la realidad.

En un elevadísimo porcentaje de los casos los actores, cantantes, directores y demás personajes del mundo del espectáculo se matricula en este tipo de actividades “solidarias” para conseguir publicidad. Una publicidad gratuita y normalmente patrocinada por alguna ONG, que genera muy buenos resultados, dado que en los períodos entre películas o entre discos, las ventas caen, o no los llaman para ofrecerles guiones. Entonces los programas de televisión del ramo y las revistas del género los sacan rodeados de niños somalíes con la barriga hinchada.

Lo primero que uno tiene que plantearse ante esta situación es lo siguiente. Si son tan “solidarios”, ¿por qué necesitan hacerse acompañar de cámaras de televisión y fotógrafos en sus giras por el Tercer Mundo?. Algún amable lector pensará que es parte del beneficio que generan los famosos cuando visitan una tribu en Zimbabwe, en cuya aldea por supuesto no pernoctan, sino que lo hacen en algún lujoso hotel de la capital, Harare. Porque las personas anónimas, cuando ven a Jennifer López –perfectamente vestida para la ocasión- saludando a los niñitos desnutridos y mugrientos, sienten el irrefrenable deseo de hacer una donación a Oxfam o a Médicos Sin Fronteras.

Ahora muchos famosos han logrado evitar las tediosas visitas a países pobres, a pesar de que algunos siguen considerándolo muy exótico. La última moda en esto de la “solidaridad” es el cambio climático. Al candidato fracasado a la presidencia de los EE UU, Al Gore, este tema le está dando más publicidad que cuando era el segundo de a bordo de Clinton. Este nuevo producto permite sustituir las giras al África Subsahariana por encantadoras veladas de recaudación de fondos en algún auditorio en Los Ángeles o Nueva York. Pero el gran problema de las galas solidarias es que impersonalizan a los protagonistas. Al ser multitudinarias el artista de turno tiene que compartir fotografías y tomas de televisión con otros, de modo que su “solidaridad” no es tan reconocida.

Sin embargo, el medioambiente siempre fue una de las grandes preocupaciones de futbolistas, actores, diseñadores, modelos y demás faranduleros. En su justa medida, claro está. Porque los mismos que posan para una ONG comprometida con la causa de la deforestación del Amazonas, no dudan en embolsarse sustanciosas sumas por ser la imagen de determinadas marcas e incentivar el consumo masivo de productos que poco o nada tienen de ecológicos.

Tenemos igualmente estrellas que continúan realizando largos viajes a países como Vietnam, Bostwana, Zaire o Etiopía. Algunos de ellos, como ya se ha dicho aquí, tienen la “solidaria” costumbre de adoptar a un niño de cada país al que viajan. Es el caso de los Pitt Jolie o como quiera que se llamen en realidad. Adoptar a un niño es una operación extremadamente larga, burocrática y compleja para cualquiera de nosotros, pero las estrellas de cine sólo tienen que señalar al infante que más se adapta a sus necesidades o gustos personales y subirlo a un avión, generalmente, privado. Esta actividad es la que más publicidad reporta a los famosos, porque cada vez que salen con el souvenir en brazos recuerdan al público lo preocupados que están por el bienestar de los menos favorecidos. Claro que en este caso el beneficiado es sólo uno, el cual pasa de pelear con sus hermanos o compañeros de orfanato por unos granos de arroz a vivir en el lujo extremo de Rodeo Drive. Es evidente que la Humanidad se ve tremendamente beneficiada con actos tan auténticamente “solidarios”.

La ONU es muy culpable de esta situación. El reparto de lo que podríamos denominar “embajadas VIP para famosos” se torna un tanto ridículo cuando resulta que son simples excusas publicitarias. Es lógico pensar que puede tratarse de una simbiosis positiva para las partes: para los organismos de la ONU se consigue visibilidad y para el conocido de turno la propaganda “solidaria” del momento. Pero la realidad es que esa visibilidad de la ONU es de consumo interno, en otras palabras, para que el secretario general de turno se haga la foto con Nicole Kidman y poco más.