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lunes, 7 de octubre de 2019

2 X 1: "EL FERROVIARIO" y "EL HOMBRE DE PAJA" (Pietro Germi) (II)

El ferroviario (Il ferroviere, 1956)

Hoy, por primera vez en la sección "dos por uno", repetimos director, entre otras cosas porque reconocemos nuestra debilidad por el realizador genovés Pietro Germi. La culpa la tienen películas como las comentadas aquí, u obras maestras como Un maldito embrollo. Precisamente, justo antes de esta, su obra magna, realizó dos cintas donde también era el actor protagonista.

En esa época, segunda mitad de los cincuenta, Germi seguía cultivando el melodrama en filmes de corte neorrealista aún lejos de las comedias por las que sería recordado. El primero de los dramas que hoy traemos, El ferroviario, narraba la crisis laboral y también personal del maquinista del título:

Después de un accidente (el atropello de un suicida que se lanza a las vías del tren), el personaje interpretado por Germi cae en una depresión que termina por influir en su matrimonio, en sus hijos mayores y, lo que es peor, en el pequeño que lo tiene por un dios, pero que ve cómo su padre le falla por primera vez. El cambio a un trabajo menos cualificado, y el no secundar la huelga convocada por sus amigos, hace que el ferroviario inicie un descenso a los infiernos con amistades poco convenientes.


Premiada con galardones en Cannes y San Sebastián, el largometraje estuvo a punto de ser interpretado por un actor de Hollywood. En concreto por Spencer Tracy, al que Carlo Ponti, a la sazón productor de la película, quería contratar. El magnate pretendía continuar con su particular política comercial después de haber conseguido, entre otros, a Anthony Quinn o a Kirk Douglas para La Strada o Ulises, respectivamente. Solo la insistencia de Germi en hacerse con el papel ––amenazó a Carlo Ponti, con no ponerse al frente del rodaje si no accedía a su petición–– provocó que Ponti desistiera de sus intenciones.

Creemos que la elección de Pietro Germi como protagonista fue providencial, no solo por el resultado final del filme ––excelente–– sino porque abrió las puertas al director para hacerse con el control de sus siguientes películas. Todo un ejemplo de cine de autor mucho antes de que la nouvelle vague y otros movimientos del estilo hicieran su aparición.

El hombre de paja (L’uomo di paglia, 1958)

No sabemos si ese tira y afloja entre Germi y Carlo Ponti fue la causa que provocó que nunca más colaborasen en otra película. Lo cierto es que en el siguiente largometraje del director, El hombre de paja, Pietro Germi, asumía con otra productora los mismos roles que en su cinta anterior: el de director, guionista y actor principal.

El argumento de El hombre paja, también de Germi, y la estructura del libreto eran muy similares a las de El ferroviario: de nuevo la trama se centraba en la crisis del protagonista, esta vez provocada por una infidelidad en lugar de un accidente laboral. La progresivamente deteriorada relación entre el personaje interpretado por Germi y su mujer e hijos iba a desembocar otra vez en una espiral de autodestrucción, que solo el hijo pequeño y su amigo íntimo (Saro Urzì, en un papel exacto al de la cinta anterior) podían resolver.


El dramón se vuelve a disfrazar de cuento de Navidad (más claro en El ferroviario que aquí) cuando la conclusión coincide con las fiestas de Año Nuevo. Lo que cambia en El hombre de paja es el regusto amargo que le queda al espectador después de un final que no es tan feliz como parece, todo lo contrario: algo ha cambiado en la “familia ideal” para que las cosas ya no vuelvan a ser como antes.

Se trata, por tanto, de un melodrama triangular ambientado en el mismo entorno humilde de barrio de obreros (ahora una fábrica, antes el sector ferroviario), con cierto estilo neorrealista y fotografía expresionista en los momentos más duros. Elementos que dotan a las dos cintas del atractivo de los melodramas de, por ejemplo, Raffaello Matarazzo, solo que mejorados sensiblemente gracias a la mano firme de Pietro Germi a un lado y otro del objetivo.



lunes, 3 de septiembre de 2018

2 X 1: "EL CAMINO DE LA ESPERANZA" y "LA CIUDAD SE DEFIENDE" (Pietro Germi) (I)



El camino de la esperanza (Il cammino della speranza, 1950)

El drama de la inmigración ha sido siempre un tema muy tratado en el cine, en general, y en el neorrealismo, en particular. El nuevo movimiento creado a mediados de los años cuarenta ofreció dentro del panorama cinematográfico diversificaciones tan interesantes como las relativas a la guerra recién acabada, las referidas a la etapa de la crónica, o las que tenían que ver con la clase obrera.

Dentro de este último subgénero destacaron las cintas que se enredaban en melodramas más o menos realistas con la búsqueda de trabajo como tema central; ya sea a modo de road movie, estilo Las uvas de la ira, o con una trama más estática como la de Arroz amargo (Riso amaro, Giuseppe De Santis, 1949) o, más tarde, con una de las cumbres del cine italiano: Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, Luchino Visconti, 1960). Una mezcla de las dos primeras es la que abordó la cinta que podríamos decir dio a conocer al excelente realizador transalpino Pietro Germi:



El camino de la esperanza arranca con la miseria de un grupo de sicilianos que se ven obligados a emigrar si no quieren morir de hambre, pero que gastan todos sus ahorros en un viaje que termina siendo una estafa. El drama, y hasta la tragedia presiden una trama en la que un triángulo amoroso cobra protagonismo. De nuevo Raf Vallone (como en la citada Arroz amargo, pero también presente en otros dramas rurales, entre ellos La venganza de Bardem) estaba al quite para rescatar a la protagonista de las garras de un delincuente.

El notable guion era de un joven escritor llamado Federico Fellini, que después de una década firmando libretos de altura se atrevería ese mismo año en dar el salto a la dirección con Luci del varietà (codirigida con Alberto Lattuada).

En El camino de la esperanza Pietro Germi ––y Fellini–– ya nos decían, entre otras cosas, que el fenómeno de la inmigración, el del tráfico ilegal, el del contrabando de seres humanos, era un tema candente al principio de los años cincuenta. Es decir, nada parece haber cambiado en más de medio siglo.







La ciudad se defiende (La città si difende, 1951)

La siguiente película de Pietro Germi sigue por los derroteros neorrealistas de El camino de la esperanza, y también cuenta con la participación en el guion de Federico Fellini, si bien, la trama en un principio parece sensiblemente diferente:

En un estadio de futbol cuatro ladrones cometen un atraco y son perseguidos por la justicia. Poco a poco, son acorralados por los policías y el final de cada uno, aunque moralizante, suena pesimista en un entorno de pobreza extrema y traición. Son cuatro historias diferentes las de los personajes que por uno u otro motivo se han visto obligados a delinquir.  

El arranque de La ciudad se defiende recuerda mucho al nuevo estilo del cine negro que triunfa en Estados Unidos. El tono de la cinta de Germi se emparenta con la coetánea La jungla de asfalto de John Huston (1950), en cuanto a la estructura y a las consecuencias trágicas del robo. La presencia de una femme fatale en el policíaco (Gina Lollobrigida en el comienzo de su carrera) también juega su baza para acercarse a lo que se hacía al otro lado del charco.



No obstante, Germi se diferencia del ciclo noir americano en el énfasis que pone en la situación de miseria de la posguerra, algo que también es el punto de partida de El camino de la esperanza. Igual que allí, en La ciudad se defiende la situación es desesperada: el paro, las penurias por las que pasa la sociedad, son las culpables. La ciudad, más que defenderse, asiste impasible al drama mientras margina a los personajes sin trabajo ni esperanza, a los que no les queda otro remedio que emigrar o, peor todavía, cometer un crimen.  

Los actores poco conocidos, la puesta en escena con predominio de exteriores, y la fotografía en blanco y negro, se unen a la causa de ofrecer un policíaco neorrealista, algo que luego será definitivo para consagrar a Pietro Germi. Nos referimos, claro está, a Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio, 1959), su obra maestra. Un filme con un añadido tono de comedia, de humor negro, que de haber tenido continuidad habría creado un género dentro del género; algo así como el polar en Francia.






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