07 octubre, 2012
SAINT-ÉMILION
24 junio, 2012
BURDEOS

Que Burdeos esté catalogada como Patrimonio Mundial por la UNESCO, es motivo suficiente para hacer una escapada de puente, e incluso de finde para quienes la tenemos a tiro de piedra. Porque esta no es una ciudad cualquiera y, de ello, uno se da pronto cuenta, a la vista de sus magníficas construcciones, amplias avenidas y grandes plazas. Plazas como la del Parlament, configurada por edificios nobles y cafés de pobladas terrazas, dispuestas alrededor de una espléndida fuente neo-renacentista, y que se inserta en el animado barrio de Saint-Pierre, del viejo Burdeos, un entretejido de callejas adoquinadas, llenas de coquetos restaurantes para todos los gustos y bolsillos.
Cerca de la Place du Parlament, se halla la de la Comédie y su Gran Teatro, de estilo clásico, provisto de una característica y regia columnata, en cuya fachada superior destacan doce estatuas de musas y diosas que dotan al edificio de una robusta y singular belleza.
Tocante a los templos religiosos, son sugestivas la catedral gótica de Saint André, en cuyo interior veremos un espectacular órgano catedralicio, y la curiosa basílica de Saint Michel, de la que llama la atención su imponente torre en aguja, de 114 metros de altura. A su alrededor, los fines de semana hay un variopinto mercadillo de puces (objetos de ocasión), en el que pequeños anticuarios y chamarileros, venden todo tipo de objetos de decoración, utensilios y cachivaches.
Por lo demás, el comercio de Burdeos es sorprendente por su alto nivel. Para apreciarlo, basta con recorrer los vistosos escaparates de las boutiques del centro histórico, de las mejores marcas. La calle comercial por excelencia es la rue Sainte-Cathérine, en la que hay de todo, incluidas tiendas de baratillo, según nos acercamos a otra de las grandes plazas de la ciudad: la Place de la Concorde.
Un más que agradable paseo es el de la ribera del poderoso Garona, parando en la place de la Bourse, de bellísima factura, con su fuente de las Tres Gracias, junto al celebrado Espejo de Agua. Tras ella, vadearemos la vasta explanada de Quinconces y su monumento a los girondinos (¡majestuoso!), para llegar hasta el barrio de Chartrons, de mansiones, bodegas y almacenes que dan buena muestra del dinamismo económico de la ciudad. Antiguamente en él vivían los armadores y negociantes de vino, y en sus muelles se puede disfrutar un mercado dominical al que muchos bordeleses acuden para degustar ostras y vino blanco.
Y una última observación, ya gastronómica: La oferta alimentaria de toda la región de Aquitania es fenomenal, destacando sus excelentes y archiconocidos vinos, el fuagrás y la repostería. Un dulce típico de Burdeos es el cannelé y los más populares son los de Baillardran, que se pueden adquirir en diferentes puntos de la ciudad y que, doy fe, están bien ricos.
08 abril, 2012
EL PÉRIGORD NEGRO
En el valle del Dordoña, se sitúan la mayor parte de los castillos y manoirs (palacetes) de la región. Varias de las localidades de esta zona figuran entre los pueblos más bellos de Francia: la bastida de Domme, La Roque Gageac, junto a un abrupto acantilado, Belvès o Castelnaud. Cualquiera de ellos, merece una relajada visita. En La Roque, por ejemplo, es obligado tomar una gabarra para navegar por el Dordoña, durante una hora, y ver desde ahí las boscosas riberas. Sobre éstas, y de cada lado del río, resaltan espléndidos los castillos medievales de Beynac y de Castelnaud.
En el valle del Vézère se puede pasar por el acantilado de la Roque Saint-Christophe, un pueblo troglodita (la Madeleine) y el pueblo de Saint-Léon-sur-Vézère, con su coqueta iglesia románica. Hay muchos monumentos y lugares que, por su notable interés prehistórico están incluidos en el Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta opción es para quien se interese por ver y saber cómo vivían algunos de nuestros más lejanos antepasados.
02 octubre, 2011
CUATRO NOTAS PARISINAS
Orsay: Quien tema perderse en el imponente Louvre, puede muy bien dejarse embelesar por las maravillosas telas del impresionismo francés, a través del museo de la Gare d’Orsay. Contemplar el Angelus de Millet, el Bal du moulin de Renoir o Les coquelicots de Monet constituye una experiencia casi mística. La vieja estación de tren transformada en pinacoteca, es uno de los prodigios parisinos del que se puede dar buena cuenta en tan solo una mañana.
Sainte Chapelle: En la Isla de la Cité, junto a la Conciergerie, se encuentra esta primorosa joya de pureza gótica, concebida en el siglo XIII para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo. Con dos esbeltas plantas, sus enormes y esplendorosos vitrales recogen la luz diurna como un milagroso calidoscopio, encandilando a quien accede al interior del pequeño templo, observa durante unos minutos su magistral factura y respira la luminosa y colorida belleza que lo inunda.
Torres: De la basílica del Sacre-Coeur, en Montmartre, y de la catedral de Notre-Dame, kilómetro 0 de todas las rutas francesas, en la Île, nada cabe añadir a todo lo que se ha dicho y escrito. Sin embargo, es muy recomendable subir a sus torres. La panorámica general de la ciudad que se nos ofrece desde el Dôme del Sagrado Corazón es un apetecible regalo para la vista; y lo mismo sucede cuando, en el corazón de la villa, coronamos los centenares de escalones del interior de Notre-Dame, para asomarnos entre gárgolas a la vieja Cité, como lo hiciera miles de veces Quasimodo, el infortunado jorobado que inmortalizó Hugo en Nuestra Señora de París. (Para rentabilizar estas y otras visitas, conviene adquirir el Paris Pass Museum, que economiza costes y evita colas al facilitar, aunque no siempre, un acceso rápido con su presentación.)
Galerías: La Isla de San Luis, al paso del Sena, es un recoleto enclave parisino que acoge un selecto comercio, en el que destacan especialmente sus coquetas galerías de pintura. Otra opción de recreo artístico es la porticada Plaza de los Vosgos, en el barrio del Marais, repleta de sencillas tiendas de arte, junto a las cuales resulta muy agradable pasear... y entre las que encontraremos y podremos visitar, si nos cuadra, la casa de Víctor Hugo, hoy convertida en un pequeño museo...
Como sea, la actual Lutecia jamás defrauda. Por eso, cuando planifiquemos una salida, nos convendrá tener presente que, como reza el viejo dicho, si algo nos falla o nos va mal, no importa: siempre nos quedará París.
14 noviembre, 2010
ANNECY
El día gris y otoñal no nubló en absoluto la visita. Dejando el coche en las inmediaciones del lago, el paseo por su ribera, esmeradamente ajardinada, resultó un agradable anticipo... Porque el perímetro del lago de Annecy, rodeado en casi su totalidad por colinas y montes, tiene unos horizontes de tarjeta postal dondequiera que uno se sitúe. Una de sus orillas, precisamente, se vierte en el río Thiou para adentrarse tras los embarcaderos en el corazón del viejo Annecy, a través de varios canales que sugieren la idea de ir a transitar por una pequeña y coqueta Venecia. En efecto, cuando uno comienza a explorar sus callejuelas, se da de bruces con el Palais de l’Isle, vieja prisión convertida en una suerte de símbolo para la ciudad, incesantemente fotografiado. Luego, va descubriendo sus estrechas rúas, colmadas de bellas casas, mesones, restaurantes, comercios artesanales y rincones recoletos, casi siempre engalanados por floridos jardines. Construcciones perfectamente conservadas, que apenas parecen haber cambiado en los últimos cinco siglos. La Rue Royale con sus numerosas boutiques, viene a ser el corazón palpitante de la vida comercial de la ciudad. De hecho, tuvimos la suerte de caer en uno de los tres días semanales en que, anticuarios, brocanteurs y comerciantes de lo viejo despliegan sus pequeños tesoros por entre las callejas, para recreo del paseante y deleite de aficionados y compradores. Sea por el mercado de antigüedades o por la foire des puces, comercio de objetos viejos y quincallerías, uno puede deambular con calma, participando de esa sensación de remanso temporal que a una villa vieja le confieren la historia de cada una de sus piedras y rincones.
Decidir un lugar en el que comer, puede ser todo un ejercicio de descartes, dada la cantidad de mesones que se ofrecen y la interesante competencia de los precios. Una recomendación, Le vieux Necy, cálido restaurante con solera en el que se puede degustar uno de los platos más típicos y consistentes de la región, la Tartiflette al más puro estilo saboyano.
A no obviar la visita al macizo castillo de la ciudad, residencia en su día de los condes de Ginebra, que destaca sobre otras edificaciones. Desde su terraza pueden verse las callejuelas del viejo Annecy y sus tejados caprichosamente entreverados.
En fin, una pequeña ciudad de ensueño de la que uno parte con un agradable sabor en el alma.
12 septiembre, 2010
EN BTT JUNTO AL LOIRA
Arrancamos a primera hora de una tarde desde Bouchemaine, en La Pointe, el precioso lugar en el que el Maine y el Loira hermanan sus cauces, e hicimos, sin ninguna prisa, una veintena de kilómetros por lugares apenas visibles sobre el mapa, y con nombres lógicamente extraños para quien no conoce la zona, pero igualmente bellos y llenos de historia y encanto. Como, por ejemplo, Béhuard, con apenas doscientos habitantes, cuya coqueta capilla del siglo XV, construida sobre una roca, sirvió en numerosas ocasiones de refugio a la pequeña población, ante las crecidas del Loira. Merece ver su interior, una de cuyas paredes está constituida por el propio e irregular peñasco a la que permanece adherido.
De Béhuard, cruzando pistas seguras, perfectamente señalizadas, se puede acceder a la zona vitivinícola de Savennières y atravesar los viñedos que dan nombre a la denominación de unos espléndidos blancos, secos o dulces, estos últimos ideales para tomar como aperitivo o acompañando un foie-gras. Los esmerados rótulos que hacen referencia a los domaines (propiedades) y a los châteaux (casas de los viñedos, algunas verdaderos palacios), comenzaban a proliferar según cruzábamos la región. Dando un rodeo, llegamos a Chalonnes, una isleta del Loira, con una preciosa ribera (muy cerca de otro lugar con indudable encanto, Rochefort-sur-Loire), y desde la que regresamos para acabar en La Possonière. Allí pudimos repostar en una de las tan célebres guinguette francesas, una suerte de merenderos ubicados en las orillas de los ríos, donde se disfruta del ambiente francés más típico y tradicional, tomando y picando algo y, en los fines de semana, escuchando canciones populares, interpretadas normalmente por el tan clásico acordeón. La guinguette de La Possonière tiene de muy especial su enclave sobre el Loira. En ella, sentados alrededor de un velador, vimos morir la tarde, con un vino fresco y joven del país, mientras una vez más me dejaba embelesar por el río, disfrutando en esta ocasión de la serena y plateada luz con la que replicaba el paisaje de sus orillas...
20 junio, 2010
PERROS-GUIREC
En el noroeste de la comarca, se sitúa el departamento de Armor, la tierra asomada al mar, donde encontramos uno de los lugares más encantadores de la vieja Breizh: La costa de granito rosa, que debe su nombre a la original tonalidad de sus acantilados. Esta franja se extiende entre Trébeurden y Paimpol y, justo enfrente de la misma, están las Siete Islas, abrigo de la mayor reserva ornitológica de Francia.
Precisamente en el corazón de la costa de granito rosa, se sitúa Perros-Guirec, un lugar con verdadero encanto, al que merece dedicar como poco un fin de semana. El enclave es de una gran belleza natural. Es obligado hacer el Sendero de los Aduaneros que, arrancando de Perros llega hasta Ploumanach, bordeando los preciosos acantilados que dan al Mar de la Mancha. El camino, jalonado por matas de tojo y espino, discurre junto a enormes formaciones graníticas, modeladas desde tiempos inmemoriales por la fuerza del viento y del mar. Apenas en una hora y media de agradable caminata, por entre rocas y landas, se llega a la pequeña y hermosa playa de Saint Guirec, resguardada entre dos pequeños picos. Allí se encuentra el oratorio del mismo santo, un curioso monumento, construido sobre un montón de peñascos, sumergido por los flujos en marea alta, que tiene su origen en el siglo XII.
De vuelta a Perros, la playa, los paseos por el puerto o por la pequeña zona comercial que rodea la Plaza del Ayuntamiento, son opciones para pasar agradablemente una jornada de primavera entrada o de verano, los mejores momentos para visitar una comarca con tan alta pluviosidad como la bretona. Para comer, en Perros-Guirec hay varios restaurantes típicos en la zona portuaria, en los que degustar un sabroso pescado fresco (la raya, exquisita) o el plato más típico de la región: los mejillones, preparados de más de una docena de diferentes maneras. Y, hablando de pequeñas delicias palatinas, una buena opción es la de comprar las típicas galletas bretonas de mantequilla (las mejores: las Traou Mad), en sus pintorescas cajas de hojalata. Un bonito detalle para regalar y ofrecer a los nuestros.
02 mayo, 2010
VITORIA DE VERDE
Pero en primavera, como decía, Vitoria se viste de verde. Éste es sin duda su color, el de su anillo, sus paseos y parques. Si se va a pernoctar, propongo el Jardines de Uleta, un tranquilo hotel situado en Armentia, con apartamentos estupendamente dotados y a un precio bien asequible. Desde él hasta el corazón de la ciudad (veinte minutos) se desciende por La Senda, fresca y agradable, jalonada por castaños, plátanos y varias construcciones interesantes, sobre todo en el tramo de Fray Francisco, donde se ubican los palacios de Ajuria Enea y Augusti. Éste último es la sede del Museo de Bellas Artes de Álava, en el que merece visita la obra costumbrista de Díaz Olano, el pintor más destacado que ha dado esta ciudad. La Senda nos abocará al parque de la Florida, ya en el centro, desde el que podremos encaminarnos hacia la almendra medieval y, a través de sus calles gremiales, llegar a la catedral de Santa María.
Ver este santuario me parece obligado. La acertada apuesta del Abierto por reformas que preside el acceso al viejo y enfermo templo ha dado pie a que se lo realce en obras de Follet o Coelho. Un recorrido guiado por su interior (previa reserva), nos dará una idea del esfuerzo que está suponiendo mantener en pie un edificio rehecho a lo largo de los siglos y que, torcido y cansado, amenazaba con venirse abajo. Gracias al empeño de la fundación que lleva su nombre y a una tecnología puntera, la visita a esta UVI arquitectónica resulta un placer, al situarnos ante la halagüeña expectativa de que, efectivamente, por enferma que estuviera, poco a poco la catedral se recupera de sus males.
Llegada la hora de comer, las inmediaciones del lugar ofrecen varias opciones. En el Bar Santiago, de la calle Santo Domingo, modesto, chiquito, de mantel de hule, una ensalada ilustrada, su pulpo a feira (sabrosísimo) y unos mejillones con tomate nos dejarán espléndidamente, por un moderado precio. En otro y muy diferente plan, El Portalón es un genuino museo enclavado en una admirable casa medieval de la Plaza de las Burullerías. Su variada carta de cocina tradicional vasca, un deleite para los sentidos. Con crianza de Rioja alavesa, el cubierto rondará los cincuenta euros.
Tras el café en terraza (o la saludable opción de paseo y siesta), la tarde puede dedicarse a recorrer el centro de la ciudad: Plazas de la Virgen Blanca y de España, el Machete y Los Arquillos, Plaza de los Fueros... para terminar degustando unas tapas. Como opciones: Toloño, La Malquerida, en la calle Correría, Sagar-Toki, en Prado, o cualquiera de los bares del tramo central de la calle Dato; muy cerca entre sí, todos ellos.
El regreso a pie al aparthotel vendrá bien para bajar lo ingerido y predisponernos para un sueño reparador. Ni que decir tiene, en cualquier caso, que el hecho de coincidir con el siempre magnífico festival de jazz que todos los julios se celebra en Vitoria, merece una tarde-noche de concierto. Esta próxima edición promete, con Chick Corea, Dianne Reeves, Paco de Lucía...
28 febrero, 2010
UN RINCÓN DE ANJOU
Si entonces atardece y se piensa en cenar sin dejar la zona, Fontevraud, conocido por su esplendorosa abadía, puede ser una buena opción. Por recomendación de unos amigos, La Licorne (El Unicornio) resultaría todo un acierto. Cálido, delicadamente decorado e iluminado, con una elegante puesta en escena. Los menús, cerrados sobre la carta, brindaban una amplia e interesante oferta: desde 25 hasta 70 euros. El económico, más que cumplido: Ravioli relleno de foie-gras, con una exquisita crema de champiñones; raya con guarnición de verduritas en tempura y un suflé con sorbete de mandarina. El vino, rico y joven tinto de Saumur, iba aparte, como el café y las tres deliciosas trufas que lo acompañaron.
En fin: una recomendable visita, para cualquier época del año, que se puede desarrollar en sólo un día y rematar, a primera hora de la noche, con un bien servido colofón.