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07 octubre, 2012

SAINT-ÉMILION



Vue au pied du clocher - Autor desconocido
A finales de primavera, me acerqué de nuevo a las riberas del Dordoña. Los de junio son días tapizados de verdor en la vecina planicie aquitana: El verde de los trigales, el de las viñas rebrotadas, un bellísimo cuadro de entre ríos, magnífica y esperanzada estampa postal. Cuando uno se allega a la campiña bordelesa, sucumbe a la tentación de perderse por entre los capilares de macadán que fragmentan los viñedos, jalonados por châteaux en los que se cultiva con mimo la variedad de uva reina de la zona: el merlot. El paisaje de majuelos perfectamente roturados y divididos en bancales de cepas es francamente inspirador, conque es recomendable alquilar una gîte o casa rural durante los días de estancia en la región. Por cierto, nunca he visto tantos salpicados de amapolas como en la primavera de Saint-Émilion, cerquita de Burdeos, el pequeño pueblo medieval en el que concretamente estuve.  
Situado sobre un altozano frente al Dordoña, y cercado por un mar de viñedos, Saint-Émilion es uno de los más populares santuarios mundiales del vino, de visita obligada para quienes tenemos cierta devoción por los buenos caldos y por las piedras. Y es que, con sus calles estrechas y escarpadas, la arquitectura del lugar forma una suerte de casco protector alrededor de su bella ermita monolítica, parecida a un baptisterio excavado en la oquedad de un pequeño acantilado. El pueblo, en sí, se recorre tranquilamente en un día, en el que, además del mencionado templete, se pueden ver y visitar el Castillo del Rey, la Colegiata, el Palacio Cardenalicio, el Convento de los Cordeliers (como llaman a los franciscanos), las fosas y los viejos muros que rodean el conjunto.
Como sea, Saint-Émilion da buena cuenta de una parte fundamental de su historia a través del comercio, singularmente representado por numerosas tiendas de vinos, que en general responden más al concepto francés de boutique que al nuestro de vinatería. Son establecimientos cuidados, algunos de ellos con nobles y lujosos escaparates, en los que lucen botellas de los vinos más acreditados de toda la región de Burdeos. Saltan a la vista los Margaux, Latour, Lafite Rothschild, el más popular y celebrado Sauternes... En fin, envuelto por el agradable espejismo de ver tanta delicia junta, el último día me acerqué —eso sí, con el bolsillo encogido— hasta la tienda del Museo del Vino, a la que entré con alguna referencia y de la que salí con un Pécharmant y dos botellas de Château Trapaud, que ya había probado y que guardo para Navidad. También me traje de allí el recuerdo vivo de una pequeña vid, cuya variedad he olvidado y que, por cierto, sobrevive en un hermoso tiesto, en mi terraza, comenzando a dorarse de otoño. Y ya, ya sé que no disfruta del espacio ni de la espléndida tierra que tenía en la primavera de Saint-Émilion, pero prometo compensar con celo todo aquello que, a lo largo de las estaciones vitorianas, le pudiera faltar. 

24 junio, 2012

BURDEOS

Les quais de Bordeaux - Smith

Que Burdeos esté catalogada como Patrimonio Mundial por la UNESCO, es motivo suficiente para hacer una escapada de puente, e incluso de finde para quienes la tenemos a tiro de piedra. Porque esta no es una ciudad cualquiera y, de ello, uno se da pronto cuenta, a la vista de sus magníficas construcciones, amplias avenidas y grandes plazas. Plazas como la del Parlament, configurada por edificios nobles y cafés de pobladas terrazas, dispuestas alrededor de una espléndida fuente neo-renacentista, y que se inserta en el animado barrio de Saint-Pierre, del viejo Burdeos, un entretejido de callejas adoquinadas, llenas de coquetos restaurantes para todos los gustos y bolsillos.

Cerca de la Place du Parlament, se halla la de la Comédie y su Gran Teatro, de estilo clásico, provisto de una característica y regia columnata, en cuya fachada superior destacan doce estatuas de musas y diosas que dotan al edificio de una robusta y singular belleza.

Tocante a los templos religiosos, son sugestivas la catedral gótica de Saint André, en cuyo interior veremos un espectacular órgano catedralicio, y la curiosa basílica de Saint Michel, de la que llama la atención su imponente torre en aguja, de 114 metros de altura. A su alrededor, los fines de semana hay un variopinto mercadillo de puces (objetos de ocasión), en el que pequeños anticuarios y chamarileros, venden todo tipo de objetos de decoración, utensilios y cachivaches.

Por lo demás, el comercio de Burdeos es sorprendente por su alto nivel. Para apreciarlo, basta con recorrer los vistosos escaparates de las boutiques del centro histórico, de las mejores marcas. La calle comercial por excelencia es la rue Sainte-Cathérine, en la que hay de todo, incluidas tiendas de baratillo, según nos acercamos a otra de las grandes plazas de la ciudad: la Place de la Concorde.

Un más que agradable paseo es el de la ribera del poderoso Garona, parando en la place de la Bourse, de bellísima factura, con su fuente de las Tres Gracias, junto al celebrado Espejo de Agua. Tras ella, vadearemos la vasta explanada de Quinconces y su monumento a los girondinos (¡majestuoso!), para llegar hasta el barrio de Chartrons, de mansiones, bodegas y almacenes que dan buena muestra del dinamismo económico de la ciudad. Antiguamente en él vivían los armadores y negociantes de vino, y en sus muelles se puede disfrutar un mercado dominical al que muchos bordeleses acuden para degustar ostras y vino blanco.

Y una última observación, ya gastronómica: La oferta alimentaria de toda la región de Aquitania es fenomenal, destacando sus excelentes y archiconocidos vinos, el fuagrás y la repostería. Un dulce típico de Burdeos es el cannelé y los más populares son los de Baillardran, que se pueden adquirir en diferentes puntos de la ciudad y que, doy fe, están bien ricos.


08 abril, 2012

EL PÉRIGORD NEGRO

Primavera - Millet

El Périgord es una de las regiones francesas que goza de mayor encanto y muy especialmente en primavera o en otoño, cuando no hay demasiada gente. Es una tierra de castillos, célebre por sus bellos pueblos y surcada por el limpísimo Dordoña. En mi primera visita a la comarca, recorrí el llamado Périgord Noir, cuya joya por excelencia es Sarlat, una localidad que tomó auge alrededor de una gran abadía benedictina y que, gracias a sus preciosos edificios medievales y a sus palacetes renacentistas, tiene el mayor número de construcciones protegidas (por m2) de Europa.
Saliendo de Sarlat, rumbo a Montignac está la Cueva de Lascaux II, considerada la Capilla Sixtina de la Prehistoria: una reproducción exacta de la gruta original. Las explicaciones que guían la visita son en francés, pero uno puede informarse en internet antes de ir, para tener una idea de lo que va a ver, en todo caso una maravilla.
En el valle del Dordoña, se sitúan la mayor parte de los castillos y manoirs (palacetes) de la región. Varias de las localidades de esta zona figuran entre los pueblos más bellos de Francia: la bastida de Domme, La Roque Gageac, junto a un abrupto acantilado, Belvès o Castelnaud. Cualquiera de ellos, merece una relajada visita. En La Roque, por ejemplo, es obligado tomar una gabarra para navegar por el Dordoña, durante una hora, y ver desde ahí las boscosas riberas. Sobre éstas, y de cada lado del río, resaltan espléndidos los castillos medievales de Beynac y de Castelnaud.
En el valle del Vézère se puede pasar por el acantilado de la Roque Saint-Christophe, un pueblo troglodita (la Madeleine) y el pueblo de Saint-Léon-sur-Vézère, con su coqueta iglesia románica. Hay muchos monumentos y lugares que, por su notable interés prehistórico están incluidos en el Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta opción es para quien se interese por ver y saber cómo vivían algunos de nuestros más lejanos antepasados.
Por cierto, se dice del Périgord Negro que es una región que se visita con el paladar. Su generosa naturaleza ofrece productos deliciosos como el foie gras, las trufas, setas, nueces, el queso cabécou (de cabra), los vinos, etc. A la hora de comprar y comer, el rey de la gastronomía del suroeste francés es precisamente el foie-gras, o sea el hígado de pato o de oca, a no confundir con el paté, que es una mezcla de carnes, bastante más barato y que, en los restaurantes, se sirve en porciones o terrines (recomendable). Finalmente, un buen vino de la zona es el Monbazillac, blanco y dulce, de un precioso color entre pajizo y dorado, que acompaña estupendamente al foie gras como aperitivo; pero también hay otros blancos de Bergerac, algo más sencillos e igualmente sugerentes, muy en sintonía con lo que es y brinda toda esta atractiva región.

02 octubre, 2011

CUATRO NOTAS PARISINAS

París por la ventana - Chagall

Acercarse a las viejas ciudades europeas es un saludable ejercicio para el corazón viajero, entre otros motivos porque esa historia inmemorial que las suele identificar, invade y contagia a todo aquél que recorre sus callejas o sus grandes avenidas y bulevares, transportándole no sólo en el espacio, también en el tiempo. París es una de estas magníficas urbes, imperial y seductora, en la que, por mucho que uno la haya visitado media docena de veces, siempre encontrará bellos rincones que desconocía y más de un feliz motivo por el que prometerse volver. Precisamente para quien tiene esta intención, dejo aquí cuatro notas de mis últimos paseos por la Ciudad de la Luz, así llamada por ser la primera urbe en dotar a sus calles y edificios notables de luz eléctrica:
Orsay: Quien tema perderse en el imponente Louvre, puede muy bien dejarse embelesar por las maravillosas telas del impresionismo francés, a través del museo de la Gare d’Orsay. Contemplar el Angelus de Millet, el Bal du moulin de Renoir o Les coquelicots de Monet constituye una experiencia casi mística. La vieja estación de tren transformada en pinacoteca, es uno de los prodigios parisinos del que se puede dar buena cuenta en tan solo una mañana.
Sainte Chapelle: En la Isla de la Cité, junto a la Conciergerie, se encuentra esta primorosa joya de pureza gótica, concebida en el siglo XIII para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo. Con dos esbeltas plantas, sus enormes y esplendorosos vitrales recogen la luz diurna como un milagroso calidoscopio, encandilando a quien accede al interior del pequeño templo, observa durante unos minutos su magistral factura y respira la luminosa y colorida belleza que lo inunda.
Torres: De la basílica del Sacre-Coeur, en Montmartre, y de la catedral de Notre-Dame, kilómetro 0 de todas las rutas francesas, en la Île, nada cabe añadir a todo lo que se ha dicho y escrito. Sin embargo, es muy recomendable subir a sus torres. La panorámica general de la ciudad que se nos ofrece desde el Dôme del Sagrado Corazón es un apetecible regalo para la vista; y lo mismo sucede cuando, en el corazón de la villa, coronamos los centenares de escalones del interior de Notre-Dame, para asomarnos entre gárgolas a la vieja Cité, como lo hiciera miles de veces Quasimodo, el infortunado jorobado que inmortalizó Hugo en Nuestra Señora de París. (Para rentabilizar estas y otras visitas, conviene adquirir el Paris Pass Museum, que economiza costes y evita colas al facilitar, aunque no siempre, un acceso rápido con su presentación.)
Galerías: La Isla de San Luis, al paso del Sena, es un recoleto enclave parisino que acoge un selecto comercio, en el que destacan especialmente sus coquetas galerías de pintura. Otra opción de recreo artístico es la porticada Plaza de los Vosgos, en el barrio del Marais, repleta de sencillas tiendas de arte, junto a las cuales resulta muy agradable pasear... y entre las que encontraremos y podremos visitar, si nos cuadra, la casa de Víctor Hugo, hoy convertida en un pequeño museo...
Como sea, la actual Lutecia jamás defrauda. Por eso, cuando planifiquemos una salida, nos convendrá tener presente que, como reza el viejo dicho, si algo nos falla o nos va mal, no importa: siempre nos quedará París.

14 noviembre, 2010

ANNECY

Lago de Annecy - Cézanne

Era la segunda opción para la jornada y ya que, llegando a Ginebra, amenazaba lluvia, decidimos cambiar el plan, cruzar la frontera francesa y hacer unos kilómetros más a través de la Alta Saboya, para ver Annecy-le-Vieux.
El día gris y otoñal no nubló en absoluto la visita. Dejando el coche en las inmediaciones del lago, el paseo por su ribera, esmeradamente ajardinada, resultó un agradable anticipo... Porque el perímetro del lago de Annecy, rodeado en casi su totalidad por colinas y montes, tiene unos horizontes de tarjeta postal dondequiera que uno se sitúe. Una de sus orillas, precisamente, se vierte en el río Thiou para adentrarse tras los embarcaderos en el corazón del viejo Annecy, a través de varios canales que sugieren la idea de ir a transitar por una pequeña y coqueta Venecia. En efecto, cuando uno comienza a explorar sus callejuelas, se da de bruces con el Palais de l’Isle, vieja prisión convertida en una suerte de símbolo para la ciudad, incesantemente fotografiado. Luego, va descubriendo sus estrechas rúas, colmadas de bellas casas, mesones, restaurantes, comercios artesanales y rincones recoletos, casi siempre engalanados por floridos jardines. Construcciones perfectamente conservadas, que apenas parecen haber cambiado en los últimos cinco siglos. La Rue Royale con sus numerosas boutiques, viene a ser el corazón palpitante de la vida comercial de la ciudad. De hecho, tuvimos la suerte de caer en uno de los tres días semanales en que, anticuarios, brocanteurs y comerciantes de lo viejo despliegan sus pequeños tesoros por entre las callejas, para recreo del paseante y deleite de aficionados y compradores. Sea por el mercado de antigüedades o por la foire des puces, comercio de objetos viejos y quincallerías, uno puede deambular con calma, participando de esa sensación de remanso temporal que a una villa vieja le confieren la historia de cada una de sus piedras y rincones.
Decidir un lugar en el que comer, puede ser todo un ejercicio de descartes, dada la cantidad de mesones que se ofrecen y la interesante competencia de los precios. Una recomendación, Le vieux Necy, cálido restaurante con solera en el que se puede degustar uno de los platos más típicos y consistentes de la región, la Tartiflette al más puro estilo saboyano.
A no obviar la visita al macizo castillo de la ciudad, residencia en su día de los condes de Ginebra, que destaca sobre otras edificaciones. Desde su terraza pueden verse las callejuelas del viejo Annecy y sus tejados caprichosamente entreverados.
En fin, una pequeña ciudad de ensueño de la que uno parte con un agradable sabor en el alma.

12 septiembre, 2010

EN BTT JUNTO AL LOIRA

Tándem - Casas

Uno de estos días de vacaciones, hice una preciosa ruta en bicicleta junto al Loira, un río que me conquistó hace ya mucho tiempo y que, desde entonces, baña mi corazón. Tantas veces como lo he admirado, me ha regalado lo mejor de sus paisajes estacionales y su cambiante y preciosa luminosidad. Si uno se acerca por los alrededores de Angers, especialmente entre mayo y octubre, y tiene oportunidad de agenciarse una bici todo terreno, que no dude en comenzar a pedalear para disfrutar de los parajes que acompañan el curso del río, con sus pueblitos y sus fértiles vegas engalanadas de viñedos.
Arrancamos a primera hora de una tarde desde Bouchemaine, en La Pointe, el precioso lugar en el que el Maine y el Loira hermanan sus cauces, e hicimos, sin ninguna prisa, una veintena de kilómetros por lugares apenas visibles sobre el mapa, y con nombres lógicamente extraños para quien no conoce la zona, pero igualmente bellos y llenos de historia y encanto. Como, por ejemplo, Béhuard, con apenas doscientos habitantes, cuya coqueta capilla del siglo XV, construida sobre una roca, sirvió en numerosas ocasiones de refugio a la pequeña población, ante las crecidas del Loira. Merece ver su interior, una de cuyas paredes está constituida por el propio e irregular peñasco a la que permanece adherido.
De Béhuard, cruzando pistas seguras, perfectamente señalizadas, se puede acceder a la zona vitivinícola de Savennières y atravesar los viñedos que dan nombre a la denominación de unos espléndidos blancos, secos o dulces, estos últimos ideales para tomar como aperitivo o acompañando un foie-gras. Los esmerados rótulos que hacen referencia a los domaines (propiedades) y a los châteaux (casas de los viñedos, algunas verdaderos palacios), comenzaban a proliferar según cruzábamos la región. Dando un rodeo, llegamos a Chalonnes, una isleta del Loira, con una preciosa ribera (muy cerca de otro lugar con indudable encanto, Rochefort-sur-Loire), y desde la que regresamos para acabar en La Possonière. Allí pudimos repostar en una de las tan célebres guinguette francesas, una suerte de merenderos ubicados en las orillas de los ríos, donde se disfruta del ambiente francés más típico y tradicional, tomando y picando algo y, en los fines de semana, escuchando canciones populares, interpretadas normalmente por el tan clásico acordeón. La guinguette de La Possonière tiene de muy especial su enclave sobre el Loira. En ella, sentados alrededor de un velador, vimos morir la tarde, con un vino fresco y joven del país, mientras una vez más me dejaba embelesar por el río, disfrutando en esta ocasión de la serena y plateada luz con la que replicaba el paisaje de sus orillas...

20 junio, 2010

PERROS-GUIREC

Regatas en Perros-Guirec - Denis

Bretaña es tierra de costas barridas por fuertes vientos y mareas vivas, con campos de un intenso verdor, bosques frondosos y multitud de riachuelos. Sus casonas de granito denotan la arraigada identidad de un país marcado por sus orígenes celtas, sus historias de druidas y las leyendas medievales de los caballeros de la Tabla Redonda. Tomada en su conjunto, Bretaña pasa por ser la región mejor conservada de Francia.
En el noroeste de la comarca, se sitúa el departamento de Armor, la tierra asomada al mar, donde encontramos uno de los lugares más encantadores de la vieja Breizh: La costa de granito rosa, que debe su nombre a la original tonalidad de sus acantilados. Esta franja se extiende entre Trébeurden y Paimpol y, justo enfrente de la misma, están las Siete Islas, abrigo de la mayor reserva ornitológica de Francia.
Precisamente en el corazón de la costa de granito rosa, se sitúa Perros-Guirec, un lugar con verdadero encanto, al que merece dedicar como poco un fin de semana. El enclave es de una gran belleza natural. Es obligado hacer el Sendero de los Aduaneros que, arrancando de Perros llega hasta Ploumanach, bordeando los preciosos acantilados que dan al Mar de la Mancha. El camino, jalonado por matas de tojo y espino, discurre junto a enormes formaciones graníticas, modeladas desde tiempos inmemoriales por la fuerza del viento y del mar. Apenas en una hora y media de agradable caminata, por entre rocas y landas, se llega a la pequeña y hermosa playa de Saint Guirec, resguardada entre dos pequeños picos. Allí se encuentra el oratorio del mismo santo, un curioso monumento, construido sobre un montón de peñascos, sumergido por los flujos en marea alta, que tiene su origen en el siglo XII.
De vuelta a Perros, la playa, los paseos por el puerto o por la pequeña zona comercial que rodea la Plaza del Ayuntamiento, son opciones para pasar agradablemente una jornada de primavera entrada o de verano, los mejores momentos para visitar una comarca con tan alta pluviosidad como la bretona. Para comer, en Perros-Guirec hay varios restaurantes típicos en la zona portuaria, en los que degustar un sabroso pescado fresco (la raya, exquisita) o el plato más típico de la región: los mejillones, preparados de más de una docena de diferentes maneras. Y, hablando de pequeñas delicias palatinas, una buena opción es la de comprar las típicas galletas bretonas de mantequilla (las mejores: las Traou Mad), en sus pintorescas cajas de hojalata. Un bonito detalle para regalar y ofrecer a los nuestros.

02 mayo, 2010

VITORIA DE VERDE

El restaurante - Díaz Olano

Recomiendo visitar Vitoria entre mayo y julio. Si bien es verdad que las fiestas de La Blanca, en agosto, invitan al bullicioso ambiente que en ellas se respira, pasadas éstas, merced a una nefasta política comercial y hostelera, la ciudad permanece desierta, con la mayor parte de los negocios, bares y restaurantes cerrados para desolación del visitante.
Pero en primavera, como decía, Vitoria se viste de verde. Éste es sin duda su color, el de su anillo, sus paseos y parques. Si se va a pernoctar, propongo el Jardines de Uleta, un tranquilo hotel situado en Armentia, con apartamentos estupendamente dotados y a un precio bien asequible. Desde él hasta el corazón de la ciudad (veinte minutos) se desciende por La Senda, fresca y agradable, jalonada por castaños, plátanos y varias construcciones interesantes, sobre todo en el tramo de Fray Francisco, donde se ubican los palacios de Ajuria Enea y Augusti. Éste último es la sede del Museo de Bellas Artes de Álava, en el que merece visita la obra costumbrista de Díaz Olano, el pintor más destacado que ha dado esta ciudad. La Senda nos abocará al parque de la Florida, ya en el centro, desde el que podremos encaminarnos hacia la almendra medieval y, a través de sus calles gremiales, llegar a la catedral de Santa María.
Ver este santuario me parece obligado. La acertada apuesta del Abierto por reformas que preside el acceso al viejo y enfermo templo ha dado pie a que se lo realce en obras de Follet o Coelho. Un recorrido guiado por su interior (previa reserva), nos dará una idea del esfuerzo que está suponiendo mantener en pie un edificio rehecho a lo largo de los siglos y que, torcido y cansado, amenazaba con venirse abajo. Gracias al empeño de la fundación que lleva su nombre y a una tecnología puntera, la visita a esta UVI arquitectónica resulta un placer, al situarnos ante la halagüeña expectativa de que, efectivamente, por enferma que estuviera, poco a poco la catedral se recupera de sus males.
Llegada la hora de comer, las inmediaciones del lugar ofrecen varias opciones. En el Bar Santiago, de la calle Santo Domingo, modesto, chiquito, de mantel de hule, una ensalada ilustrada, su pulpo a feira (sabrosísimo) y unos mejillones con tomate nos dejarán espléndidamente, por un moderado precio. En otro y muy diferente plan, El Portalón es un genuino museo enclavado en una admirable casa medieval de la Plaza de las Burullerías. Su variada carta de cocina tradicional vasca, un deleite para los sentidos. Con crianza de Rioja alavesa, el cubierto rondará los cincuenta euros.
Tras el café en terraza (o la saludable opción de paseo y siesta), la tarde puede dedicarse a recorrer el centro de la ciudad: Plazas de la Virgen Blanca y de España, el Machete y Los Arquillos, Plaza de los Fueros... para terminar degustando unas tapas. Como opciones: Toloño, La Malquerida, en la calle Correría, Sagar-Toki, en Prado, o cualquiera de los bares del tramo central de la calle Dato; muy cerca entre sí, todos ellos.
El regreso a pie al aparthotel vendrá bien para bajar lo ingerido y predisponernos para un sueño reparador. Ni que decir tiene, en cualquier caso, que el hecho de coincidir con el siempre magnífico festival de jazz que todos los julios se celebra en Vitoria, merece una tarde-noche de concierto. Esta próxima edición promete, con Chick Corea, Dianne Reeves, Paco de Lucía...

28 febrero, 2010

UN RINCÓN DE ANJOU

La torre de la iglesia - De Haës

Hay días de invierno que dotan a ciertos paisajes naturales de un halo singular. Días que los embellecen con una pálida neblina, de etérea refulgencia, que parece exhalada de las aguas de los ríos, de la misma corteza de la tierra. En una de estas jornadas, visité la comarca más oriental de las tierras francesas del Ducado de Anjou y tomé estas notas:
Cuando uno deja atrás la villa de Saumur, con su admirable y magnífico castillo, para remontar la margen izquierda del Loira, comienza a vislumbrar en la pared rocosa que la jalona, las primeras bocas y agujeros que fueron, hace miles de años, moradas de un asentamiento troglodita. Estamos atravesando Dampierre y, al volante, casi de soslayo, entre los huecos prehistóricos pueden verse casas perfectamente adaptadas a la piedra, cavas de vinos, viveros de champiñones y hasta algún pequeño y coqueto hotel. Así llega uno a Montsoreau, un pueblo bello como pocos, con un adorable castillo erigido a pie del mismo río. Sus calles estrechas y empedradas, habitualmente tranquilas, resultan agradables de recorrer... Como igualmente lo son las de su aldea limítrofe: Candé-Saint-Martin, crecida sobre la loma que circunvala un meandro, a la que se accede por vías de viejo y pulido pavés, hasta encumbrarse para contemplar desde su otra cara un espléndido panorama: aquél que dibujan los majestuosos y caprichosos cauces del Loira y el Vienne en su eternizado encuentro. El paisaje, desde lo alto, es remansado y sereno, y sólo el lejano humo de los reactores nucleares de la central de Chinon levemente lo emborrona.
Si entonces atardece y se piensa en cenar sin dejar la zona, Fontevraud, conocido por su esplendorosa abadía, puede ser una buena opción. Por recomendación de unos amigos, La Licorne (El Unicornio) resultaría todo un acierto. Cálido, delicadamente decorado e iluminado, con una elegante puesta en escena. Los menús, cerrados sobre la carta, brindaban una amplia e interesante oferta: desde 25 hasta 70 euros. El económico, más que cumplido: Ravioli relleno de foie-gras, con una exquisita crema de champiñones; raya con guarnición de verduritas en tempura y un suflé con sorbete de mandarina. El vino, rico y joven tinto de Saumur, iba aparte, como el café y las tres deliciosas trufas que lo acompañaron.
En fin: una recomendable visita, para cualquier época del año, que se puede desarrollar en sólo un día y rematar, a primera hora de la noche, con un bien servido colofón.
 
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