Melancolía - Pérez Villalta
Hoy mi cielo está gris y
atormentado, Miralles. Miro aprensivamente sobre mí, evaluando su cenicienta
amenaza, y me confieso inquieto, pensando cómo proteger de la temperie mi corazón
desguarnecido. Pero, vaya; no te alarmes, en cualquier caso, cuando te
preguntas qué me aflige, porque, aunque tampoco te sabría responder, mi
desaliento es discreto y no estoy derrumbado. Es un sumatorio, una cadena de
circunstancias, un no sé lo que me pasa, que es precisamente lo que me pasa;
algo difícil de desvelar a fuerza de razones, pues dudo que lo que siento tenga
una entidad definible. Simplemente sucede... Pero, como te digo, esta especie
de confusión no me desconsuela. La percibo, como una pequeña herida que dejo
sangrar y observo, y no busco entender el desorden que representa, pues creo que
nadie comprende algo realmente hasta que no toma cierta distancia, hasta que no
lo abandona. Y no es esta mi situación, porque me encuentro precisamente en el
epicentro de un incómodo desasosiego y no acierto a aligerar mi carga. Tal vez
por ello te busco hoy, querida Miralles, intentando también que me veas como
soy, es decir, como estoy... Y te busco disfrazando el silencio en que me sumerjo,
cuando cansado del mundo regreso a mí mismo buscando la paz: esa tranquilidad
del orden, que decía San Agustín. Así, como un ascua de precaria combustión
rodeada de cenizas, te busco, necesitado de tu mirada, del aliento vital que me
transmites y que tanto me aviva y conforta...
Ay, Miralles. Conoces mi manera de ser, y adivinas
que lamento llegarte con una flor de pétalos deslucidos. Pero eres una suerte
de refugio para mí; sabes que entre mis corresponsales ocupas un lugar
predilecto, que tu afecto es irreemplazable entre mis afectos. Por eso, ahora
que la vida se disfraza de cortesana y me tiende extrañas emboscadas que no sé eludir,
garabateo por hacerme un hueco a tu lado, mi fiel amiga, mi dulce bálsamo. Sonríes
compasiva, me lees con ternura, no haces preguntas... y noto que, esa antigua
complicidad que entre nosotros existe, es suficiente para mitigar la melancolía
de mortecino brillo que ahora mismo presiento en mi mirada.
Por eso también te doy las
gracias, Miralles, por la caricia de tu presencia incondicional. Necesitaba
rasgar el velo de silencio que me envuelve y coger tu mano, siquiera un
instante, mientras tomo a ojos cerrados este aire fresco y penetrante que
preludia la restauración de la primavera. Según lo respiro, me comprometo a luchar
y a mejorar mi condición y mi tono, me aplicaré en hacerlo... Fíjate: ahora que
concluyo, advierto incluso un repentino alivio. Respiro de nuevo, profundamente,
me siento algo mejor, y pienso que tiene que ver con el consuelo que me confiere
saberte ahí, querida Miralles, firme, alumbrando discretamente mi penumbra,
leal y cómplice, en el centro de mi cielo, tú... como un inalcanzable lucero.
Post Scriptum: Fue Ortega quien
dijo: No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.