Eso es lo que hice ayer, irme p’al monte. A pesar del calor que se esperaba, a pesar de que tenía -tengo- la garganta hecha unos zorros, me fui p’al monte. No hay mejor remedio para el mal rollete que había acumulado durante la semana.
Unos ocho o diez kilómetros por la ruta amarilla de Monfragüe, algunas fotos rápidas, dos o tres lugares de umbría (la fuente del Alisal o la de los Tres Caños, por ejemplo), casi todo llano con alguna pendiente suavecita, el Tiétar… La única dificultad, el sol de plano en la mayor parte del camino…
El esfuerzo tuvo su recompensa porque me encontré un cervatillo entre los matorrales de una ladera. Se escondió enseguida, asustado del ruido de mis pasos. Después vimos a una hembra con su cría, que se alejaron en cuanto nos oyeron llegar.
Y luego estuvo mi portesgeist particular. Mientras caminábamos por un espacio descubierto y hacía un sol radiante, durante un buen trecho me cayeron gotas fresquitas desde el cielo. Gotas gruesas, como de lluvia de verano. Pocas y espaciadas, eso sí. No tendría misterio, de no ser porque al Cautivo, que caminaba delante o detrás, no le caía nada. Ni me creía cuando se lo decía, hasta que vio por sí mismo las pequeñas marcas de humedad en mi camiseta, y cómo se me estampaba una gota enorme en el antebrazo y otra en la mano. Je je je. Igual fue por la electronegatividad que había estado acumulando durante toda la semana, que descargó de pronto, atrayendo hacia mí esas gotitas, como un regalo.
Foto propia: Fuente del Alisar. Monfragüe. Coolpix. P6000. F/4.7, 1/29 seg. ISO 64.