Bué. No me queda otra que escribir algo sobre la Navidad.
Mi viejo siempre fue ateo y socialista, si no contamos su breve pasaje por un seminario salesiano a los doce años, del que se hizo echar tirándole un misal por la cabeza a un compañero. Así que en casa, de Jesús, nada. No sólo en casa. Mi país es tan, pero tan laico, que da asco. Hasta hace muy pocos años, en nuestros almanaques, el 25 de diciembre figuraba como
“Día de la Familia” y la Semana Santa como
“Semana de Turismo”.
Sí, en Uruguay Turismo va con mayúscula y dios con minúscula.
No me acuerdo cuando fue que en casa empezaron a armar el arbolito y a ponerle aquellas pelotas que entonces eran de vidrio y se rompían con facilidad.
“Por los nenes, viste?”
Y también armaban un pesebre que nos gustaba por el puentecito y el agua, que la hacían con un espejo, pero ese bebé y esos señores no significaban mucho. Y de Santa Claus nada, por supuesto. Acá no existía. La gran fiesta infantil era el 6 de enero, porque ahí sí venían esos tres muñequitos de yeso, enturbantados y en camello que también estaban en el pesebre y nos dejaban regalos a cambio de pasto y agua.
El 24 de diciembre no había regalitos. Lo que había eran unos enormes familiones que se reunían en torno a unas mesas gigantescas al aire libre con el único fin de devorar corderos y lechones a las brasas con desesperación , y a veces pavo y pizza y también ravioles por las dudas y turrones y budín inglés y pan dulce y frutas secas y avellanas y nueces y almendras y dátiles y fruta glaceada y todas las cosas hipercalóricas del hemisferio norte en los 40º a la sombra de nuestro diciembre montevideano.
Y la bebida!!! Obligatorio beber como cosacos suicidas. Sidra, espumante rojo, medio y medio, caña, grappa, muuuucho vino, muuuucha cerveza, cerveza cortada con cocacola, algún whisky, y el infaltable
“vermucito” para las doñas. Ah, me olvidaba del famoso y ya un poco en desuso
“clericot”, especie de complicada sangría de composición incierta.
Y bueno, en ese contexto de increíbles excesos, Jesús era el gran ausente. Puedo jurar que nadie se acordaba de él. Ni un poquito. Pero nos quedaba el noble concepto de
“familia unida” para sacralizar la fiesta.
Todo marchaba bien y la felicidad en aumento hasta las 12 PM, ahí era el clímax, el momento en que toda la familia se propinaba sonoros y etílicos besos y se juraba babeante amor eterno y dejar atrás los agravios, todo con el telón de fondo sonoro del descorchar de las botellas y los fuegos de artificio. Nudos en la garganta, ojos vidriosos, ráfagas incontenibles de ternura.
Pero mañana, 25 de diciembre, día de Navidad, había que volver al mediodía a terminar con los restos del nocturno festín.
Y ahí sí, con la resaca y la luz del sol, salían a relucir los viejos conflictos no resueltos, entre cuñadas, entre cuñados, entre suegras y nueras y todo terminaba en una ruidosa y patética tragicomedia italiana y todos los parientes se iban yendo a la mierda y quedaba una desolada anfitriona, con la casa desmantelada y sumergida en una masa infame de huesos pelados, manteles sucios, pegotes en las mesas y en el piso, moscas por todos lados y los perros lamiéndolo todo. Y entonces se oía el mismo discurso de todos los años, condimentado por sollozos que habían sido contenidos por horas:
“Estoy podrida!!! Repodrida!!! Harta!! Recontraharta de romperme el orto un mes entero para preparar todo y atender a tus parientes que no se lo merecen para que después se vayan todos a la mierda peleados y sin lavar un vaso, y vos, VOS, que sos incapaz de decirle nada a la yegua de tu hermana ni a la bruja de tu madre cuando me tratan como el culo pero bien que se desparraman en los sillones criando concha para que yo las atienda y tus primitos que vienen una vez por año solamente a comer con todos esos engendros malcriados y no ponen un peso. ES LA ÚLTIMA VEZ QUE SE FESTEJA LA NAVIDAD EN ESTA CASA!!, ME OÍSTE!!! LA ÚLTIMA VEZ!!! Y QUE EL 31 SE VAYAN A COMER A LA RECONCHA DE SU MADRE!!!!