In memoriam Christa Leem
De haber
acudido Platón con asiduidad a los espectáculos de cabaret, la humanidad
carecería en estos momentos de la alegoría de la caverna.
i. Antes los lectores pasaban las páginas en la sombra y ese
leve rumor hacía soñar a los autores. ¿Me preguntas por hoy?
ii. No hay desgracia mayor para un autor que ver un lector
comprando su libro. El hueco que deja en la mesa del librero ya está ocupado
por otro título.
iii. Un libro se parece a un joven de nuestros días. El autor
lo quisiera ver aquí y allá, viviendo una aventura independiente, pero el libro
no sale de su casa. Aunque alguien lo haya publicado.
iv. Aquel que viendo la masa que acude al estadio pone un
tenderete con sus libros. «Mejor que un partido», clama. «¿En qué página marcan
el gol?», le preguntan.
v. Por captar lectores (¿o son compradores?) tantos son
quienes le dan al botón para que asesinen a alguien en cada uno de sus libros.
vi. Hay quien piensa que por sentarse en una terraza y que se
acerque Ganimedes (Γανυμήδης) a preguntarle qué desea ya mantiene parentesco con Zeus.
vii. No estoy convencido de que me interese
cuanto se ensalza de Picasso. ¿He de volver a la Academia o me basta con
quedarme en las salas del Museo Ramón Gaya?
viii. Quieres ser famoso como escritor y lo
comprendo. Lo primero es que tus libros los escriba otro y a ti ni se te ocurra
leerlos.
ix. No sé cómo permites que celebren tu
belleza. Es como alabar de una cereza su pedúnculo.
x. Nadie sabe lo que se esconde
detrás de un sentimiento amoroso. Hay incluso quien se atreve a afirmar que es
amor.
xi. Siempre hay quien cree que merece, por
haber nacido, más que el resto de los mortales. Y algunos, hasta el momento de
su deceso, no dan crédito a que algo así pueda ocurrir.
xii. Banco de piedra en el atrio, pajarería
abundante, mochilas en el suelo y el cansancio de la caminata disimulado en los
chistes del momento. Si se derrumbara el muro, todo seguiría igual.
xiii. Cuando se separaron de madrugada, tras la
noche en la que se habían conocido, sintieron el dolor de un abandono.
xiv. Han televisado los debates parlamentarios
y se han quedado los seriales sin audiencia.
xv. Lo más sorprendente —me dijo el día en el
que me acerqué a felicitarle por su sexagésimo aniversario— es que he estado
vivo todo este tiempo. La verdad, nunca lo hubiera dicho.
xvi. Es una desgracia que por temor a no estar
a la altura no haya más libros no escritos que matrimonios frustrados por miedo
a que dijera que no.
xvii. Cada escritor debería cuidar el bosque de
donde sale el papel para sus libros.
xviii. Cuando un locutor de radio dice,
gratuitamente, una palabra grosera debería regalar, como compensación, un
diccionario de uso a una escuela. Así dejaría de ser un hábito gratuito.
xix. Si a alguien se le ocurre, aprovechando la
circunstancia, crear un coro de toses, ¿le molestará que tosa el público, aquí
y allá, antes de la función?
xx. Hay quien piensa que el sillón
más cómodo, la pieza de carne más jugosa y la porción de pastel más grande han
sido ideadas para su personal disfrute.
xxi. Sabio es aquel cuyos errores son
considerados, durante un tiempo, aciertos.
xxii. Una liebre, y no un gato, debió encerrar Schrödinger
en su célebre caja. Hay civilizaciones para la que el conejo es símbolo de la
castidad y para otras lo es de la lujuria. He ahí un buen ejemplo de cultura
cuántica.
xxiii. Si alguien te dice que prefiere soñarte
desnudo a vestido, Apolo, es mejor que guardes la anécdota para cuando estés
necesitado de imaginación.
xxiv. La mala tipografía o la falta de puntos y
acentos en el menú de un restaurante hace desconfiar sobre la fiabilidad de su
cocina.
xxv. ¿Que has escrito tu mejor libro me dices?
Solo puedo expresarte mi pésame. Acaba de empezar tu decadencia.
xxvi. Porque no beba contigo ni a tu ritmo no
has de considerarme un adversario. Solo un abstemio.
xxvii. Redactar epigramas airados a menudo
ocasiona catarros.
xxviii. Me gustan los domingos por la mañana a
horas tempranas por su variedad. Se cruzan quienes lucen un cabello y una piel relucientes
y quienes con el pelo lacio y despeinado exhiben ojeras.
xxix. Me cuentan que te han visto preparando
una charla con las fotocopias de un artículo de otro autor. Al menos podías
haber comprado el libro.
xxx. Quería ser poeta y acabó como
editor. Hubiera preferido, la verdad, que hubiese querido ser editor y acabara
como simple poeta.
xxxi. De joven me gustaba lucir una melena
larga y rizada. De mayor me conformo con tener algo de pelo. ¿Quién opina que
los principios son inmutables?
xxxii. Uno de los enigmas de lo humano es por
qué hay personas que nos caen mal desde el día en el que las conocemos, y no se
pierde nunca oportunidad de acrecentarlo.
xxxiii. Hay dos tipos de escritores. Los que
piensan en cada frase cómo la entenderán sus lectores y los que piensan en cómo
la entenderá la propia frase que escriben. Obviamente, solo venden libros los
primeros.
xxxiv. La intimidad fue, en otra época y aunque
parezca mentira, un estímulo amoroso; igual que hoy lo es la publicidad.
xxxv. Censuras en la tertulia tantos poemas amorosos
que han sido escritos con pudor. Impúdicos, sin duda, los disfrutarías más,
pero pertenecerían a otro subgénero.
xxxvi. El tema de los dobles resulta arriesgado
como asunto narrativo. Induce a la bebida.
xxxvii. Prometo no volver a decir que los
argumentos de ciencia ficción me resultan inverosímiles. A partir de ahora los
clasificaré como costumbristas.
xxxviii. Me entretienes más cuando me cuentas
lo que te han contado que cuando lo has vivido tú.
xxxix. Me gustaba ver imprimir a la vieja
Minerva. El rítmico sonido, el olor acre, la sincronía de los movimientos, la
suciedad del proceso, la lentitud, y lo inmaculada que quedaba la página
impresa. El presente parece más espiritual: zumbidos, asepsia, plástico y
rapidez.
xl. La envidia, que ya fue el motor
de la historia, ahora conduce patinetes que quisieran ser bicicletas.
xli. En cierta ocasión vi a un encantador de
serpientes. Creo que la traía ya encantada de casa. Se parecía más a la frase hecha que a la realidad.
xlii. Lo que permanece quieto y al mismo tiempo
no cesa de moverse —las brasas, un cauce, las nubes, la brisa en la copa del
álamo— incentivan desde antiguo el pensamiento. La calefacción, el grifo, las
pérgolas y el automóvil ignoro qué han propiciado.
xliii. De vez en cuando un jabalí baja del
monte, corretea por las calles y hoza en los cubos de basura. Debe de pensar
que ha descubierto Potosí.
xliv. Me dices que acabas de leer un libro cuyo
argumento ya me contaste el mes pasado. El librero, de saber que le sacarías
tanto partido, debería haberte cobrado el doble.
xlv. Es cierto y tienes razón: me acomplejaba
escribir libros que nunca llegaran a las cien páginas. Hasta el día en el que
tomé uno tuyo, de quinientas, y lo abandoné en la cincuenta. Te gano por el
doble.
xlvi. Cuando conduzco por la autopista he
observado que modero la velocidad en los tramos por donde circulo en solitario
y la aumento en aquellos con densidad de tráfico. Si me preguntaran, diría que
hago lo contrario.
xlvii. Confiesas que te preocupa decidir si has
de ser inhumado o bastará que deslicen el féretro hasta el horno. Tierra o
fuego. Prefiero el dilema entre aire o agua. Y que me manden a una nube.
xlviii. ¿Y si el lugar más seguro para una
gallina es la jaula del zorro, que prefiere que se la sirvan desplumada?
xlix. Me
pregunta un niño si los gorriones de ciudad también tienen segunda residencia
en el campo donde ir los fines de semana. No sé qué responderle para que no se
enfade su padre si se lo cuenta.
l. Si tuviera que disertar sobre los
efectos del epigrama haría hincapié en su «agudeza». Como inyección, su
pinchazo cura; como enfermedad, la agrava. Cada cual, que elija.
li. Sé de un zoológico que se quedó sin leones
y disfrazó una hiena con melenas y molicie. Y al cabo, cuando regresaron los
auténticos le rindieron pleitesía al falso, por si las moscas.
lii. La destreza en el plagio cada vez está
mejor valorada. Incluso, mejor condecorada. Cuando no quede nadie con ideas
originales, los plagiarios se copiarán entre ellos. Creo que nos acercamos a
ese estadio de la civilización.
liii. Cuando el ave cruza el cielo en un poema,
¿el autor se refiere al águila imperial o a la urraca?
liv. El grado de pertenencia a un lugar se
establece como en los cuarteles: se asciende en el escalafón por permanencia.
lv. El ideal horaciano de la vida apartada
tiene más panegíricos que adeptos. La demografía lo certifica.
lvi. En los días de sol se multiplican los elogios
a la lluvia.
lvii. Me confiesas que en los partidos de tenis
no consigues ir a favor de uno ni de otro, lo que te gustaría ser es la red.
Enseguida te pregunto: ¿Y por qué no el árbitro? No tengo buena vista, te
excusas.
lviii. Hay otros mejores, me dijo el vendedor
astuto al ver que me fijaba en un modelo corriente. Cierto, le respondí,
también hay quien gana más que yo.
lix. Los estafadores que ofrecen ganar un
premio como gancho deberían ser juzgados por aniquiladores de sueños.
lx. En cierto lugar vi el león de su
zoológico masticando un palillo entre los dientes. Cuando lo advertí, me
acusaron de clasista.
lxi. En el pueblo donde nació el Poeta pusieron
su nombre a una calle y al salón recreativo. El dueño de la papelería encargó
un montoncito de libros que pensaba vender bien. Aún lo tiene entero, aunque los
ofrezca a mitad de precio.
lxii. Me confiesas que cada noche suspiras por
la bienvenida de Penélope. Dado que aún no has partido hacia Troya, ¿no te
convendría mejor aprovechar la despedida?
lxiii. El mundo está mal repartido: los mejores
poetas destrozan sus versos al recitarlos, y los mejores rapsodas no consiguen
pasar por buenos los suyos.
lxiv. La ventaja de Adán es que todas las
desgracias le ocurrían por primera vez y no tenía quien le mirara de soslayo
con ironía cada vez que lo ensalzaba.
lxv. Basta que pases una semana en otro lugar
para que se te pegue el acento y no te reconozca las ideas cuando regresas. No
me preocupo, una semana después ya hablas como nosotros.
lxvi. Antigua tríada con la que se encaraba la
madurez: plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo. El medio ambiente
y el índice de natalidad indican que se ha reducido a un único propósito:
publicar un libro.
lxvii. ¿Hablamos?, le sugerí. Para qué, me
respondió, mejor nos insultamos.
lxviii. No hay aparato más perfecto e impecable
que aquel que luce en el escaparate de la tienda, me dice el Enamorado del
Amor. Qué razón tienes, le respondo, el mío cuando funciona siempre hace
ruiditos.
lxix. «Si no fuera de mármol», se dice por
dentro la profesora de Historia cuando explica el David. «Tampoco es para
tanto», musitan las alumnas leyéndole el pensamiento.
lxx. Nunca es mejor un libro que
cuando fue soñado. Al escribirlo siempre pierde algo. Al publicarlo se
desmoraliza un poco. En manos del crítico inepto se convierte en nimio. ¿Quién
le devolverá su cualidad de sueño?
lxxi. Recibo en el aparato móvil un redondel amarillo con
labios en forma de U. La tecnología es algo realmente notable, divulga incluso
el lenguaje de las cuevas paleolíticas.
lxxii. Hoy la fábula del Traje Nuevo del Emperador se tendría
que contar al revés: aunque una se vista como siempre, ¿por qué tiene la
impresión de que al mirarla están viéndola desnuda?
lxxiii. Basta con facilitar algo para que pierda valor. Y
basta con dificultarlo para que lo pierda del todo. Así están las cosas.
lxxiv. Los amantes que acaban por casarse es porque no
pierden la esperanza de volver a serlo.
lxxv. Ya sabía que no lo recuperaría como préstamo, así que
se lo di como regalo. Y me lo agradeció retirándome la palabra. Como tampoco se
lo puedo reclamar, no encuentro excusa para hablarle.
lxxvi. El haber publicado alguna vez me ha convertido en
confesor de vocaciones frustradas por la vida, pero que prometían un éxito arrollador:
«No como tus libros —me dicen— que no los lee nadie».
lxxvii. Algunos ladrones urbanos se aceran llamando «amigo» a
la víctima, y con una sonrisa extienden su brazo sobre el hombro. Antes de dar
el sablazo usan un tono de colega que cada vez más identifico en ciertos
personajes cuando hablan en público.
lxxviii. Supe de un maestro de escuela al que solo le relajaba
de la tensión de las clases pasear por el cementerio. Sobre todo, imagino, cuando lee su nombre en alguna
lápida.
lxxix. Me admiran las personas que se ocultan para no cumplir
con las tareas propias de su oficio. Tienen empaque de ministros de cultura.
lxxx. A veces todo empieza después de haber perdido el último
tren. Aunque no siempre.
lxxxi. Decidió tomar la escalera del ascenso social, pero
entre peldaño y peldaño había tanta distancia que solo pudo agarrarse con las
manos, el cuerpo al aire. El ejercicio le sirvió para que le contrataran en un
circo.
lxxxii. Que en las casas abandonadas se caiga primero el
tejado y se sostengan las paredes es un símbolo de la civilización cuyo sentido
no he conseguido aún descifrar.
lxxxiii. Compró un
perro para no salir solo, pero luego no sabía dónde dejarlo para volver
acompañado.
lxxxiv. Hay quien se muere por etiquetar a las personas por
calidades, como si fueran productos del mercado. Lo peor es cuando quien así
piensa es elegido para un cargo público.
lxxxv.
—Creo que me he dejado aquí la cartera, cuando antes la he
sacado para pagar.
—En efecto, así es.
—Bien, gracias.
—¿No le interesa recuperarla?
— En absoluto. Ya tengo la certeza de dónde la he
perdido.
lxxxvi. Descubrí mi vecino ideal cuando se fue de vacaciones
y se llevó con él la banda sonora de su vida que con tanta generosidad le
gustaba compartir.
lxxxvii. Te empeñas en que me tome una copa, aunque te repita
que soy abstemio. «Pues te he visto con una en la mano», me dices. Y no me
queda más remedio que sincerarme: «Pero no me la tomaba contigo».
lxxxviii. Es difícil hacerse a la idea de la muerte porque en
el resto de asuntos la gente suele ser más dubitativa.
lxxxix. Que le digan a uno cosas al oído en público estará
mal visto, pero hace cosquillas.
xc. Los amantes en secreto tienen una ventaja sobre todos los
demás: evitan caer en la costumbre.
xci.
Las ventanas son artistas dubitativos. Pasan del hiperrealismo de los días de
sol al arte abstracto de los lluviosos. No pintan para las salas de los museos,
solo para las exposiciones temporales.
xcii.
No conozco ningún cesto que se queje de los olores que le echan dentro. Ni sé
tampoco de nadie que, después de cocinados los alimentos, siente a su mesa el
cesto con el que los trajo crudos. ¿Estarán ambas verdades relacionadas?
xciii.
Los días de intensa lluvia y frío, tras los cristales empañados por el calor,
los muertos parecen aún más desamparados.
xciv.
Cientos de personas se reunieron en una céntrica plaza para lograr un récord
mundial de besos, que, para que pueda ser consignado, siempre será un 50% menor
al número de participantes.
xcv.
A algunos políticos habría que votarles solo si se comprometen a permanecer en
silencio.
xcvi.
Hay quien entra en la ducha con paraguas, y resbala luego al salir.
xcvii.
Cuando el cine se hizo sonoro se consiguió lo mismo que cuando se inventó la
escritura: multiplicar las redundancias.
xcviii.
La justicia poética, a diferencia de la penal, tiene las reglas muy claras: en
vida da la razón a los mediocres, pero cuando mueren se la quita. Y al
contrario ocurre con los genios. De ahí que ahora sea tan fácil decidir.
xcix.
Cada tarde mi padre invitaba a una cerveza al albañil que arreglaba el tejado.
Hasta que un día, en confianza, le dijo: «Los que dan algo a cambio de nada son
idiotas». Mi padre no le respondió, pero zanjó la costumbre.
c. A mi abuela le gustaba mirar los libros que
yo leía. Y a mí anudarme la bufanda que se pasaba las tardes tejiendo.
(11 de febrero - 25 de mayo, 2020)