En el marco de las actividades desarrolladas con
motivo de XV aniversario de la revista Ágora,
y como complemento a la exposición ARTE EN LIBERTAD, el viernes, 30 de
agosto, tuvo lugar una lectura poética de Emilio Amor en
la Biblioteca Jovellanos. Presenté a mi amigo con estas palabras:
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Foto de Juan Garay |
Hay hombres que nacen antes de tiempo y tratan, como
pueden, de aproximarse al futuro que les estaba señalado. Julio Verne fue uno
de ellos y viajó en sus libros a la edad que, de verdad, le pertenecía. Y hay
otros que llegan a la vida mucho después de lo que hubiesen deseado. Estos
últimos regresan a menudo sobre un rastro imaginario al mundo que perdieron,
pero al que no renuncian. Emilio Amor habría dado sus botas de caña alta y su
camisa desabrochada a cambio de conducir el automóvil Amilcar en que una
chalina con maneras de cobra estranguló a Isadora Duncan, no mucho después, por
cierto, de que la diva gritara “Adieu, mes amis. Je vais à la gloire “. Y a fe que su frase fue premonitoria. Sucedía
aquello en Niza, en 1927.
No
lejos de allí, en Cannes, pero ya en 1965 los periódicos de la época daban la
noticia de la muerte Samuel Stauwton, quien habría fallecido en compañía de la
Vizcondesa de Neully y después de una vida azarosa.
Stauwton había nacido en Londres en 1898. Estudió en
Cambridge. Se trasladó a París donde
conoció a Paul Valery, Cocteau, Proust y Gómez de la Serna. Tras morir su padre
y heredar una considerable fortuna, viajó desde Egipto al Lejano Oriente. Con
el pseudónimo de Cecil Bishop publicó Cuaderno de Bitácora. Se trasladó a
Nueva York, donde queda deslumbrado por el jazz y el cine. Visitó el Oeste
Americano, el Caribe y Sudamérica. Al finalizar la II Guerra Mundial vendió su
mansión y el negocio de té familiar, recluyéndose en Trieste para recuperarse
de una dolencia del pulmón. Comenzó por entonces su irrefrenable decadencia,
que lo llevó a la ruina por casinos y
tabernas. En 1964 se casó con la Vizcondesa de Neully. Un año más tarde,
Stauwton y su esposa, fueron encontrados muertos, abrazados y desnudos.
Gracias
a las Crónicas de Samuel Stawton conocí a Emilio Amor. Aquel libro,
apócrifo o robado, le valió el Premio Cálamo y se publicó en una edición
hermosamente ilustrada por Miguel Ángel Bonhome. A partir de entonces, además
de amigos, hemos perseguido juntos la verdad sobre Stawton.
El
segundo libro stauwtoniano que Emilio Amor llevó a imprenta fue el titulado Canciones
de Amor en los Campos de Marte. Para entonces sabíamos ya que Samuel
Stauwton había fingido su muerte, que el cadáver hallado junto a su esposa era
el de un amante polaco de ésta y que el escritor inglés vivía en el anonimato
en un pueblo del sur de Irlanda, dedicado con pasión a la astronomía, la
cartografía y la colombofilia.
Todas las
personas que, como Stawton, han hecho del continuo peregrinaje una forma de
vida (Rimbaud, Byron, Stevenson, Gauguin), no hacen sino huir permanentemente:
de la familia, de la propia historia, de algún pasado ignominioso o de quién
sabe qué desencanto. Siempre tratan de olvidar. Y al no fijar en parte alguna
sus raíces, se convierten en refinados impostores, en actores formidables. Y hasta
acaban ellos mismos creyéndose la historia inventada de sus vidas.
Quizás
forme parte de ese teatro lo que se dijo también sobre esos versos del segundo
libro firmado por Emilio Amor, las Canciones de Amor en los Campos de Marte,
aquello de que eran sólo un brillante ejercicio literario de un joven ucraniano,
Cecil Sevchenko, con quien convivió el viejo escritor durante sus últimos años,
un aventurero que llegó al puerto de Cork después de que encallase el decrépito
carguero en el que viajaba, un marino alto y robusto como la chimenea de un
vapor, con cabellos rubios y una estridente risa tabernaria, que gustaba a la
mujeres fuertes y a los hombres sensibles.
Sea
como fuere, Stauwton pervive en un montón de poemas sobrecuya autoría no existe
una certeza absoluta, que quizá sean en parte suyos y en parte sólo
simulaciones, plagios o traducciones recreadas. Y es con esos mimbres con los
que se urde también Transgresión del Edén, el tercero de los libros, hasta ahora,
que Emilio ha firmado, versionando ciertos textos manuscritos encontrados en el
subsuelo de Dublín en octubre de 2001 y que los investigadores han atribuido a
un póstumo Stauwton.
Esa
fijación por el personaje de Stauwton, un tipo mundano, culto, amante canalla y
poeta maldito, es la que me lleva a creer que Emilio Amor hubiera deseado
encarnar a un hombre así, en una época como aquella. La heteronimia puede ser
para tales pruritos un eficaz atajo. Dado, por tanto, que Emilio Amor no tuvo la
fortuna deseada con su fecha de nacimiento, les aproximaré en un esbozo
biográfico los datos reales de nuestro protagonista de hoy: Emilio Amor,
pintor, escultor y poeta, nació en Gijón en 1955. En los años 70 actuó en los
grupos de teatro La Máscara, La Caterva y Margen. Cofunda el Gruva,
grupo de arte vanguardista, en 1981, con el que colaboró en Una Cantata Celeste, elaborando la obra
sonora Cuaderno de Bitácora. En 1983 es uno de los organizadores de Arte en la calle. En 1999 gana el
premio Cálamo de poesía erótica con el libro Crónicas de Samuel Stauwton.
Pasa entonces a formar parte del Grupo Cálamo,
dirigiendo, además, la sección Ágora
Libertina de la revista Ágora, que publica la Sociedad
Cultural Gesto. En ese rincón de la revista le ha dedicado espacio a
Apollinaire, a Lautréamont, a Alfred Jarry, a Cocteau, a Anais Nin, a Georges
Bataille, a Rimbaud, a Germain Nouveau, a Baudelaire, a Max Jacob, a René Char,
al Divino Marqués, a Cravan, Shelley, a Dylan Thomas, o a Artaud. Toda una
nómina, como pueden observar, de románticos, libertinos y vanguardistas. A
partir de 2005, colabora con la Alianza Francesa en la celebración de la Primavera de los Poetas y pronuncia
algunas conferencias sobre Rimbaud, René Char y el Surrealismo. Ha publicado:
Cuaderno
de Bitácora,
1981 (en formato audio).
Crónicas
de Samuel Stauwton,
1999. XIII Premio Cálamo de Poesía Erótica (Cuadernos Cálamo Gesto)
Canciones
de Amor en los Campos de Marte, 2002 (Cuadernos del Bandolero)
Transgresión
del Edén, 2008 (Cuadernos
del Bandolero)
Ha participado también en los libros colectivos:
Gijón,
reflejos de ciudad,
2005 (Editorial Grupo Norte)
Cimavilla,
de recuerdos, pasiones y canallas, 2007 (Editorial Grupo Norte)
Próximamente aparecerán dos nuevos poemarios suyos: El
mar y los laberintos y Encaje de mar.
La poesía de Emilio resulta siempre torrencial. Como
de aluvión. Da siempre la impresión de estar escrita en días inspirados. Por
eso, quizás, sus versos produzcan cierta hipnosis en el lector, que se traslada
a su través a un buen número de escenarios surreales, coloristas, refinados,
marinos, lejanos. Son versos plagados de
imágenes apabullantes, de cadencias propias de quien piensa la vida en
verso, de quien siempre lleva en la memoria geografías emblemáticas, escritores
fetiche y pintores que se relacionan con ese mundo creativo que le resulta tan
querido al autor: el de las vanguardias y el del romanticismo exótico y aventurero.
Su poesía nunca tiembla, es firme aun en el empleo
del recurso literario más audaz. Está escrita con naturalidad, con aplomo.
Aprovecha el talento del autor, su confianza en la evocación visual, en la
sonoridad, en el poso que arrastran las
muchas lecturas y los cientos de cuadros que lleva impresos en la retina.
Pero mucho mejor que yo, el propio Emilio Amor
describe cómo es para él la poesía y cómo nacen sus poemas. Lo hace en unos
versos de su próximo libro Encaje de mar. Esa poética que está
a punto de publicarse dice así:
Nunca se sabe qué nos deparará un nuevo poema.
Se parte del hallazgo y la sorpresa:
los primeros versos son los únicos
dictados por los dioses.
Y luego,
a través de los caminos cruzados
de los sueños,
siempre se llega a un puerto desconocido.
Hay poemas redondos y asimétricos, nunca espirales,
pueden ser un aullido de dolor o un canto a la
alegría,
el himno de una hazaña o una alucinación;
pero, desde luego, todo poema lleva inscritos
los miedos y las inquietudes del poeta.
Les dejo con Samuel
Stauwton, Con Cecil Bishop, con Cecil
Sevchenko, con Emile L´Amour, con Emilio Amor… En fin, con el autor y sus
máscaras.