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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hace tres años me pidió que dejara de quererla. Quizás por miedo, quizás porque no podía querer a otra persona sabiendo que yo la seguía esperando. Hace tres años me vi perdido y sombrío. Me vi mis lágrimas, después de mucho tiempo sin recordar su sabor. Y me vi famélico, dispuesto a morir por mi causa, que no era más que una consecuencia. La de ser consecuente con el deseo que me asolaba, con la desolación que sentí la única vez que, inesperadamente, la vi abrazar con su mano a otra mano que no era la mía, y con la sorpresa al descubrir que todo aquello no era suficiente para rendirme. Nunca tuve fuerzas para hacerlo. Simplemente no las tuve, aunque aquel fuera el otoño de mi vida, donde se me cayeron todas las hojas y perdí el aroma que tanto me gustaba compartir. Me fui acercando al precipicio, y muchas noches pensé: "hoy salto", y sin embargo, cuando quería dar el último paso no podía más que avanzar la mitad de la distancia que me separaba del abismo. Había algo allí que me lo impedía, y así nunca pude entregarme al olvido.
Y en el peor momento, cuando todo parecía perdido, volvió a aparecer. 
Esta vez tal y como la recordaba. Ya no me hablaba de desamor, sino que sus ojos tenían sed y buscaban a los míos. ¡A los míos! ¿Te das cuenta? 
Y dos semanas después llegó la noche más feliz de mi vida. 
Nunca he sabido escribir sobre aquello. Todavía no he encontrado las palabras que le hagan justicia a tal derroche de alegría. Fue la noche que volé por primera vez, improvisando. Y sin darnos cuenta llamó a su ventana el amanecer, y nació a la vez un nuevo día, un nuevo mes, un nuevo año, un nuevo lustro, una nueva década y una nueva primavera al sur de mi alma. Allí donde todo parecía yermo empezó a brotar la ilusión. Y me devolvió en un instante todo lo que se había llevado, que no era más que un corazón torpe y extraño, pero al fin y al cabo era el mío. Lo pienso ahora y me tiemblan los huesos. Me hubiese quedado a vivir en aquella cama de colcha infantil, que aunque los pies al final de mis piernas encogidas tocaran su armario, era para mí una luna entera por recorrer. Después seguí improvisando. Todo era nuevo para mí. Ella me iba guiando con su relativa experiencia, y yo iba pisando con cautela cada nuevo día a su lado, por el miedo a que descubriese que no tenía la más remota idea de cómo conseguir que sintiese lo mucho que la amaba. 
Y el miedo me traicionó.
La segunda vez que me pidió que dejara de quererla me enfadé mucho. No tanto por ella, sino por haberme precipitado yo mismo a la misma situación de nuevo. Por haberla obligado a decir basta, después de saber con absoluta certeza que ella era la que vuela y que la iba a querer hasta que me muriese. No cabían más culpas en mis manos y todos los tangos parecían escritos para mí. Me supliqué a mi mismo dejar de perseguirla e irme lejos, para que pudiese vivir en paz y recuperar el tiempo que le había robado. Me posé otra vez frente al acantilado, pero hasta en aquella soledad llegó su ayuda. Cuando rompí a llorar delante de mi familia comprendí que me guiaba aún en su ausencia. Me ayudó a liberarme, a poder decirle a mis padres que, igual que a ella, no tenía ni idea de quererles, pero que les quería. Que no tenía ni idea de hacia dónde encaminar mi vida, pero que soy una buena persona. Que necesitaba que me perdonaran. Y me maravilló. Tuve que volver aunque precipitadamente a contarle que la vida sin ella no tenía sentido. Y caí de golpe en todos los tópicos que siempre me habían parecido irreales. Y le encontré el verdadero sentido a todos los poemas que hablaban de amor y distancia. Y me volví a enamorar de Benedetti. Y la vi a ella escondida en su corazón coraza y se lo quise arrancar precipitadamente, ahora que sabía ser yo mismo y me sentía capaz de hacerla feliz de nuevo. Volvimos a volar juntos, sin embargo, arrastrábamos demasiado peso, y esta vez fue la prisa mi error.
La última vez que me pidió que dejara de quererla yo sabía perfectamente que no iba a ser capaz. Pero esta vez no me entregué a mis viejos errores. 
Dejé de cargar mis enfados, culpas y auto-compasiones. Alguien me dijo que el amor que sentía por ella era surrealista, demasiado loco y novelesco, demasiado intenso. Lejos de entenderlo como un atenuante a mi actitud, lo acepté como la razón por la que soy lo que soy. Y me liberé completamente. Sin enfados, sin reproches ni malos recuerdos. Aprendí a no necesitarlos. 
Dejé de necesitar que me recordase lo importante que era para ella. En su ausencia me hizo estar orgulloso de ser quien soy. Algo de lo que ni yo mismo supe convencerme nunca. Me recordó que soy un soñador y que no sé rendirme. Que en el fondo sólo soy un niño que quiere jugar a su lado, aunque a veces me disfrace de poeta para aclarar mis pensamientos. De sus silencios absorbo más energía que de todas las palabras que hay en los libros de mi estantería. Es algo que nadie ajeno al sentimiento puede comprender. Perdí el miedo, aprendí a bancarme el amor y me abracé a la esperanza de saber que aunque frágilmente, algunas noches todavía remaba hacia mi recuerdo, y me encontraba en algún que otro sueño. Y aunque doloroso, fue un otoño feliz esta vez. Hace diez días volví a hablar con ella. Con ella de verdad. Y ya no me hablaba de dolor, sino de recuerdos felices. No necesito más que eso. 
No necesito que me reserve su cama. No necesito arrastrarla a mi lado. 
Puedo seguir queriéndola sin tenerla. Puedo verla sin abrir los ojos. 
Hemos volado juntos. ¿Qué más se puede pedir?



martes, 7 de agosto de 2012



Primero te pediría que vinieras a pasar una última noche conmigo.
A volar por última vez. A soñar nuestro último despertar.
Después te advertiría de que carezco de valor para olvidarte.
De que todavía recuerdo el olor de tu perfume y el perfume de tu voz.
Por último te suplicaría con todas mis fuerzas que no vinieras, 
que me abandonases para siempre en algún desván de tus olvidos,
porque en el caso de que decidieras volver a volar conmigo, 
una vez estuviéramos allí arriba, tendría que secuestrarte 
construirte un palacio de nubes del que no quisieras regresar jamás.



David Rebollo

miércoles, 13 de junio de 2012

Eres estúpido. Eso es lo primordial.
Tienes buen corazón, pero no es eso lo que los demás ven en ti.
Al principio ven a un tipo raro. Encuentran misterio en tu rareza.
Eso es bueno. Pero cuando dejas de ser silencio todo se complica.
Eres una contradicción. Por eso no confías en ti mismo.
No sabes valorar lo que tienes, eres consciente de ello y aún así 
cuando lo pierdes te odias. Y entonces, tan contradictorio como 
eres, hay días que sientes que eres el culpable de todo lo que te
está ocurriendo, y otros en los que lo aceptas como inevitable.
No sabes darte a conocer, y de hecho no te importa. No te gusta
que sepan cómo eres de verdad porque te infravaloras y piensas
que a nadie puede gustarle tu extraña manera de ver las cosas.
Sabes perfectamente que todo lo que ha pasado con el tiempo 
terminará por arreglarse, pero aún así, cuando lo piensas, te
angustia saber que no depende de ti. Piensas demasiado.
Tonto de ti, pensabas que eras inteligente. Tuvo que venir ella
para hacerte ver que la persona inteligente es la que sabe 
hacerse feliz. Y sin embargo, ahora que sabes que eres 
absurdamente ignorante, te gustas más. Hasta eso debes 
agradecerle. Eso lo haces bien. Siempre le has agradecido
lo mucho que te ha regalado, aunque a veces de una forma 
difusa, y otras exagerada, lo cual ha dado pie a que te piensen
como una apariencia, pero de eso no debes preocuparte.
Eres un soñador. Has intentado hacer soñar a gente de la que
sólo has arrancado bostezos. Pero también has conseguido 
volar. Y hacer volar. Nunca pensaste que podrías hacer feliz a
alguien, hasta que un día cualquiera, sin más, ocurrió.
Eres frágil, te aferras al afecto que te ofrecen. Te enamoras de 
ideales y recuerdos, y cuando desaparecen, sin quererlo,
parece que hagas cualquier cosa para evitarlo, y que todo
sean planes y estrategias. Eso es lo que proyectas en los demás.
Por ello has hecho sentir culpable a quien no lo merecía, y sé
que lo has lamentado profundamente. Porque rechazas el 
egoísmo, pero a veces el amor te ciega, y parece que todo tenga
que ocurrir cómo y cuando tú quieras que ocurra. Y entonces
entras en una espiral de actos irracionales, que sólo hacen que 
desconcertar a quien los presencia, y ya no te ven como siempre
has sido, sino la imagen que esa fragilidad proyecta en ti.
No sabes estar solo. Aún así, cuando estás con alguien, parece 
que te guste evadirte y empezar a navegar por tu mente. Eres
una especie de adicto a una soledad que odias profundamente.
Te gusta el dolor, porque te inspira, y eso te hace sentir vivo.
Te crees un poeta. Piensas que con palabras puedes conseguir
lo que te propongas, pero sueles defraudar con tus hechos.
Haces que esperen de ti más de lo que puedes ofrecerles.
Sé que eso te hace sentir un incapaz, pero debes saberlo.
Siempre has sido muy soberbio, y me alegra que hayas 
aprendido a corregirlo. Dale las gracias a ella, una vez más.
Te crees un revolucionario, pero te pasas el día sentado
delante de una pantalla que está haciendo de ti un esclavo.
Quieres cambiar el mundo pero te acuestas cuando amanece 
y no sueles tener ni la decencia de comer con tu familia. 
Convives con tres personas que te desconocen por completo.
Sabes que te aman con todo su corazón, pero no eres capaz
de devolverles ni la mitad de lo mucho que te ofrecen.
Te sientes argentino, pero no te gustan las patrias.
Defraudas a tus padres continuamente, y ellos todavía hacen
ver que tienen algún tipo de esperanza en ti.
No tienes ni la más remota idea de lo que vas a hacer con tu
vida. No te gusta pensar en eso. Tu futuro son quince minutos.
Sin embargo, empiezas a imaginar que acabarás preso de una
horrible rutina. Por favor, no permitas que eso ocurra.
Sabes que eres diferente. Demasiado diferente. Sabes que 
con tu edad, nadie hace estas cosas. Ves cómo los demás
dedican su tiempo en abstraerse de todo lo que les pueda
preocupar. Te gustaría ser así, y sin embargo tú te sumerges 
en tus problemas, porque necesitas sentir que eres capaz 
de resolverlos. Y parece que no aceptes ayudas de nadie. 
Que sea un rompecabezas eterno que tú mismo te has asignado.
Eres bondad pura, pero en el afán de demostrarlo, te equivocas.
Te queda el consuelo de ser una persona única. Mediocre tal
vez, pero única al fin y al cabo. Eso te ayudará y complicará 
la vida a partes iguales. Dejaste de conmoverte, pero te estás
reencontrando poco a poco. No nos abandones nunca por favor.
Yo te necesito. Necesito que vuelvas a creer en ti para existir.
Sé que gastas tiempo mirando fotografías de tu infancia y
añorándote, pero conservas el mismo ceño fruncido y la misma
manera de ver el mundo. Sabes que sigues siendo aquel niño.
Y también sé que te duele leerme y escribirte, pero como 
dice papá, este es tu don, y tienes la suerte de haber nacido 
con uno. Muy poca gente puede sentir lo que tú sientes. 
Ahora que te estremece leerte o escucharte, y hasta lloras 
al hacerlo, eres pura pasión y sentimiento. Y lo echarás de 
menos cuando no ocurra, míralo así. Y mañana cuando te
despiertes nada será diferente. Ellos no te conocerán más, 
ella no te llamará, y tú no te sentirás más dueño de tu futuro.
Pero todo eso ocurrirá. Ocurrirá cuando menos te lo esperes.
Todo está en tus manos David. Puedes confiar en mí.

martes, 5 de junio de 2012

No es tu recuerdo lo que me atormenta.
Es tu piel lejana, que se me vuelve extranjera.
Es tu elección de salvarte,
y mis ganas de salvarte de ella.
El deambular entre bostezos, esperando recostarme
en tu sueño, igual que vos paseás por los míos,
y sos raíz de mis árboles. Y en ellos te encuentro
como te recordaba, mansa y esquiva, y sólo sufro 
cuando descubro que estoy soñando, porque 
presiento que el despertar me supone una derrota.

No es tu recuerdo lo que me enamora.
Son tus defectos y ausencias.
Son las ganas de hacerte el amor y quedar empate.
De tocar el violín en tu espalda, y durante dieciséis
primaveras eternas no dejar de rozar tus cuerdas, 
sin esperar a cambio nada más que tus temblores.
Y después, abrazar tu cabeza en mi pecho, y
escribirte un paraíso de caricias, navegando en
la paz de tu respiración, para que cuando nos
durmamos, pueda encontrarte dentro del sueño, 
y convencerte, simplemente mirándote a los ojos,
de quedarnos a vivir en la casa que, noche tras
noche, allí te estoy construyendo.



David.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Ya sé que son sólo palabras. Y sé lo cómodo que resulta el velo y las horas muertas. Ojalá pudiera regalarte hechos, pues tengo un saco lleno de ellos, pero no quieren abrumarte más. Han aprendido a ser pacientes y a ocurrir sólo cuando alguien desee que ocurran, porque no quieren dar lugar a falsas deducciones, ni a que los pienses disfrazados de chantaje o coacción. Si eso ocurriese ninguno de ellos tendría sentido, porque su sentido no es una finalidad, sino el simple y despreocupado acto de que sucedan, y nos ofrezcan la excusa perfecta para compartir por compartir, y tal vez, arrancarnos alguna sonrisa de imprevisto y arrojarla al cielo, para recuperarla cuando estemos alejados, pintada de recuerdo.
Y ya sé que siguen siendo sólo palabras, pero sólo son en la medida que vos las lees. Y sólo esconden la interpretación que vos les das cuando es una interpretación bondadosa, y son las antípodas cuando malpensás sobre ellas.
Tengo escritos estos rostros tuyos de mi puño y letra (mala letra, vos sabés). Los voy recopilando guardaditos y tal vez algún día lleguen a tus manos los originales. Ahora no porque sería obligarte a leerme, y no te merecés esa tortura. Por mi parte todo bien. Si en algún momento te angustiase no saber de mí e intentar descifrar mis pensamientos y haceres, quiero que sepas que puedes estar en paz y tranquila, y creerme si te digo que nada de lo que vivo ningún daño te haría, todo lo contrario. Estoy limpiándome de miedos para abrazarte con la fuerza del sol cuando nos reencontremos.
Por último te quería decir que disfruto mucho escribiéndote. Es un momento a solas con vos. Con el vos que hay dentro de mí. Y no creas que los escribo como quien escribe un monólogo, sino que me resulta parecido a una correspondencia, porque sé la cara que estás poniendo ahora, y lo poco que queda para que arrojes la ceniza del cigarro, y la sonrisa que se te acaba de dibujar en la cara. Vos sí que sos grande, inabarcable. 



Por cierto, ayer entré en una cafetería, me senté a seguir leyendo el libro más hermoso que existe, que es el que vos me regalaste, y empezó a sonar Manolo García. No te podés imaginar la sonrisa de mis labios. Y cuando terminé y empecé a caminar por Via Laietana, las personas que me cruzaban, vestidas de fantasmas con caras tristes, me miraban con sorpresa, como preguntándose qué clase de maga podría hacer durar tanto una alegría.




David

miércoles, 16 de mayo de 2012

















16/05/2012

Es muy posible que yo no sea sino tu ángel.
Alguien que inexplicablemente, pase lo que pase,
permanece en tu vida como una estrella en el cielo,
y se ofrece en cuerpo y alma a tu felicidad, y vive para ella.
Esto lo he ido descubriendo con el tiempo, y me sorprende 
igual que a vos. El hecho de que no entiendas por qué 
sigo existiendo de esta forma me vuelve tan mágico… 
Y me da la certeza absoluta de que nadie más en el 
mundo sabría cómo hacerlo. Ni tan siquiera se atrevería.
Pero si el devenir me condena a ser un recuerdo 
en tu vida, lo cual no espero ni deseo, me gustaría 
al menos ser el mejor de los recuerdos,
porque no atesoro más que bondad hacia vos,
que sos una primavera eterna de alegrías.
El trabajo de ángel lo conservo de todas maneras.
Y en esto sí que soy… irreductible.




David Rebollo

domingo, 13 de mayo de 2012

11/05/2012

Hoy he soñado con una tierra aislada del resto de planetas.
Estaba muy cerca del sol, casi podía abrazarlo.
Parecía querer derretirse en su fuego.
Tal vez sea yo esa Tierra, o quizás sea su luna.





















13/05/2012

¿Es posible enamorar a una mujer sin poesía?
¿Puede uno conformarse con la tranquilidad de lo terrenal
después de probar un dolor tan placentero como el
de volar relleno de vértigo hasta los huesos?
¿Se puede engañar al corazón con las falsas 
promesas de lo sencillo, preso de la euforia de lo factible?
¿Será el tiempo el motivo de salvarse de las 
preocupaciones por las que realmente merece la pena
vivir, y aceptar lo venidero como esperanzador,
aunque de ello no dejemos escapar ni una gota
de improvisación? ¿O será el miedo cruel que nos invade?
Tal vez las mujeres terrenales sean un invento de Dios
para distraer a los poetas, o conformar a los serenos.
Un descanso ante el camino eterno de mis besos.
¿Pero a nosotros, que ya probamos la sangre de lo volátil,
quién puede seducirnos lejos de nuestra historia? 
¿Qué flor sabríamos llegar a oler fuera del edén?
Tal vez, y sólo tal vez, algún día olvides mi voz, 
pero reencuentres la inspiración que creías enterrada, 
y vuelvas a escribir pensando en mí, o en quién sabe quién.
Qué más dará el destinatario, si ese día volverá a florecer
en vos el cielo más brillante que unos ojos puedan soportar.
Y tal vez, y sólo tal vez, en el preciso instante que hagas
de tu alma poesía, vuelvan el resto de planetas a su
órbita natural, y el sol ya no sea un astro incandescente,
sino una mujer y un hombre haciendo el amor.



David Rebollo

jueves, 10 de mayo de 2012



















10/05/2012

Qué cerca me siento en tu lejanía
y qué pronto me siento en tu recuerdo
para quedarme dormidito a la sombra de
tus ojos, que son olivos en flor cuando
se abrazan a las palabras de estas cartas,
y a través de ellas vuelven a sentir las
yemas de mis dedos moldeándolos
en silencio, atentas a tu pestañeo.

Y así se entregan a tu voluntad
de abrirlos y encontrar su luz,
o de cerrarlos y apagar la pasión.
Y te ayudan a ello, sea lo que sea.
Y me alegra, igual que a vos,
esa libertad infinita que nos conceden.

Porque al fin reencontré la felicidad
del que no espera recibir de la vida
más que frágiles bocanadas de
magia repartidas por los rincones.

Y vuelvo a ser quien se conmueve
al ver un pájaro alzar el vuelo.

Mientras me pregunto si yo seré él.


Att;

ElAstronauta

lunes, 7 de mayo de 2012













07/05/2012


Quién pudiera vivir de viejos presagios. De palabras.
Y entenderlas como yo, no como débiles susurros.
He venido a contarle que las noches a su lado son las más luminosas.
Aunque nos veamos incómodos el uno del otro y no lo entendamos.
Aunque nos sintamos lejos en las medianeras. Y tan cerca acá.
Hoy vine para que me recuerde así. Porque así es como soy.
Y así me voy por un tiempo, lleno de temblores.
Dejando estos rostros de vos como único rastro.
Para que siempre me encuentre en ellos.
Y detrás de mí, a usted si lo necesita.
Porque nada me hace más feliz que saberme un niño.
Y viajar a la luna llena. A esperar.
Y plantar allí un jardín de nostalgia.
Para que cualquier noche
pueda señalarla con el dedo,
y explicarle a sus amigos,
a sus padres o a sus hijos,
que allí vive el astronauta.



jueves, 3 de mayo de 2012

















Porque tú eres así, unos días de colores, otros días gris.
A veces te reconoces en los espejos, otras ni te encuentras.
Algunas noches me añoras, otras huyes de mí.
O entras aquí, esperando qué se yo,
mis palabras supongo, que te gustan porque en ellas
siempre eres de colores, te reconoces y me añoras.
Y por eso las lees una y otra vez, para verte feliz,
en paz, sabiendo que hay alguien enamorado de vos,
no de tu cuerpo, sino de vos. No de tu alegría, sino de vos.
Alguien que está ahí, cuando crees que lo mereces,
y cuando crees que no, esperando, sin que comprendas
qué diablos ha visto en tus ojos, que siempre habían sido
mudos, presos de una muchacha insegura que no sabía
si podía volar, hasta que, valientes por fin, se lanzaron
junto a los míos al precipicio de lo que desconocían.
Eso es algo que siempre tendrán en cuenta,
porque es más que todo lo que puedas negarles.

Porque tú eres así, a veces quieres silbar bajo mi balcón
y no te atreves. Y otras quieres escribirme y no eres
capaz de encontrar las palabras. Porque yo te las robé.
Y escuchas las canciones que te escribo mientras lloras
sonriendo, e ingenua de ti, crees que me debes algo,
y eso te bloquea y te hace exigirte imposibles,
cuando imposible era para mí deshacerme de mis
fronteras y aprender a escribir llorando de alegría.
Porque tú eres así, a veces bebes para no pensar,
y te entregas a aquello que no te complica la vida,
y otras veces darías lo que fuera por perderte en
mis laberintos, que son los más bonitos que has
conocido, y pasear de mi brazo oliendo flores.
Y a veces te obligas y otras te escapas de la jaula
para volar hasta mí, y volver a sonreír,
no por no llorar, sino sonreír rebosante de felicidad
al recordarme entregado a ti sin pedir nada a cambio,
tan ilógico como siempre, lleno de detalles inexplicables,
como escapado de una película de bajo presupuesto.
E intentas imaginar la siguiente sorpresa que te tengo
preparada, pero sin embargo, el mundo entero se
pone a mi favor, y misteriosamente, vuelves a sentirte
la persona más afortunada del universo.

Pero qué injusto el miedo que a veces compartimos
y que nos hace ser como no somos, y no saber lo que
decimos. Qué injusto que le gustemos tanto y nos traiga
de nuevo nubes a nuestro cielo, ese que tantas noches
nos ha llevado construir y llenar de estrellas y lunares.
Qué injusto que nos haya visitado y nos quiera matar
la sonrisa de esta manera tan inocente e inmerecida.
Pero qué justo es el tiempo, que borra los miedos,
y los convierte en granitos de arena cuando nos
parecían montañas. Qué justo es el tiempo, que nos
ha demostrado tantas cosas y unido tantas veces.
Qué suerte que separe al farsante del enamorado
y sepa darle valor a todo aquello que nos escribo.
Qué suerte tenemos de que esté de nuestra parte y
no nos rocíe con su olvido maldito, que es el peor
veneno que puede inyectarse un humano.
Suerte, porque nos hemos hecho inmunes a él.

Porque tú eres así, y a veces quieres borrarme de ti y
otras dejas una miga de esperanza allí donde sabes que
pasearé, para que la recoja y no olvide que yo también
puedo contar contigo aunque no sepas decírmelo.
Y en ocasiones te sientes la musa que eres,
y otras sólo la víctima de un montón de burda poesía.
Y a veces quieres dudar de mis escritos para aliviarte,
y otras me ves tan diferente al resto que te asusta
pensar en dejar de volar conmigo, tan loco y raro
como soy, y volver a poner los pies en la tierra de
los adultos, tan fría y llena de cálculos y de rutinas.
Y así soy yo en tu mente, a veces un agobio y otras
un luchador. A veces un iluso, otras un soñador.
A ratos un aburrido, a ratos una sorpresa constante.
Hay días que hago la mudanza en tus recuerdos,
y otros en los que me quedo a vivir con ellos.
Y qué suerte o desgracia que tengas que aguantarme.
A mí, la única persona en todo el planeta que sabe
coleccionar tus silencios y convertirlos en palabras,
que a veces te entristecen y otras se convierten en
razones para que seas la mujer más feliz del mundo.
Porque a veces yo soy tú, y a veces tú eres yo.
Todo según se mire.





David.

lunes, 23 de mayo de 2011



Desde la cornisa susurraban unas y otras en tono burlesco, esperando que Blanca volviera.
Pero ya era demasiado tarde; Blanca había decidido morir volando.



David Rebollo Genestar

jueves, 27 de enero de 2011





Cuando tu boca se llena de orgullo en su vacío se silencia y en ella duerme despierto el reproche.
Cuando el pan de ayer es la cena de mañana y las esquinas no nos cruzan sin opinar.
Siempre que nos duelen las muelas a rabiar y el dolor nos mole, y se consume el sol sin que nadie nos avise, perdidos y desengañados en disfraces y lugares sin lugar; espejos que no son el nuestro.
De pronto la vida nos hizo elegir entre el tiempo al tiempo o la muerte a la muerte, y decían que el tiempo todo lo cura, todo lo borra, también nuestras pieles y ojos. Y al final desayunamos una colección de ayeres que no fueron y de presentes impresentables. El futuro pasado, por alto y bajo tierra.
Pero ahí crece mi orgullo y es tu boca quien lo amansa, en la estresante tranquilidad de lo eterno.
Puede que el cielo sea menos cielo sin nubes, sin suelo, y que la madera sea el último cuadro que nos haga temblar los huesos.  Porque tus besos son tus besos, entre labios o palabras, y nadie es nadie cuando los encuentra si de cada segundo que me robas me devuelves cuatro vidas y mi autito de lata.

No me llevaré nada al cajón, pero él tampoco se llevará nada de mí. 
Este es mi pacto con la muerte.

David Rebollo Genestar


martes, 19 de octubre de 2010




Debiste aclarar que en los conflictos ideológicos sólo luchan las ideas.
Debiste estipular que las manos deben unirse a manos y no a gatillos.
Debiste olvidarte de repartir el hambre.
Debiste acordarte de repartirlo mejor.
Debiste desmentir proclamas en tu nombre.
Debiste cambiar tu nombre por el de libertad.
Debiste deshacernos a tu imagen y semejanza.
Debiste tratar mejor a los poetas.
Debiste recordarnos que el cielo está en la tierra.
Debiste impedir que el infierno también lo estuviese.
Debiste abrirnos los ojos y las puertas.
Debiste cerrarnos los odios y el dolor.
Debiste darnos la confianza de no necesitarte.
Debiste explicar que no existes. No lejos de un corazón.





Debiste remarcar la importancia del libre albedrío, 
                  pues se impuso la del libre mercado.





David Rebollo Genestar



lunes, 5 de julio de 2010

Desde pequeño hasta hoy, siempre tuve la costumbre de cerrar los ojos para evadirme. Sin querer darme cuenta llegaba a mundos inimaginables apretando fuertemente mis párpados, lo más fuerte que mi umbral de dolor permitiese. Éste es un secreto que nunca revelé a nadie, excepto a Soto, por puro compromiso de cuentista.

De repente, despertó sin sospechar lo que estaba sucediendo.
Soto tenía la heredada costumbre de demorarse largo rato tumbado en la cama al compás del amanecer. Su ritual consistía en mantener los ojos cerrados durante los instantes posteriores a su despertar. Era su mejor momento del día, pensaba en sus compromisos (si los había) y hacía su propia lista mental de todo lo que pretendía realizar en la jornada que recién empezaba.
Aquella mañana la inició con una sonrisa de oreja a oreja, puesto que volvería a ver a la mujer de pamela roja que había conocido dos noches antes en el Jazz Salon de la zona oeste con Gillespie sonando de fondo. Desconocía su nombre, lo cual sumaba misterio e intriga a una cita que ya de por sí se le antojaba apetecible. No le preocupaban las formalidades. En aquella calma matutina no se preocupaba por el traje que luciría para la ocasión, ni en recursos conversacionales dignos de convención comercial, a los que solía criticar en sus reuniones sociales, siendo éste a la vez, uno de sus recursos conversacionales preferidos.
Toda su atención la centraba pues, la hora y el lugar de su reunión. Los párpados se rozaban cada vez con más ímpetu. Era uno de sus ejercicios predilectos. Finalmente, los apretaba enérgicamente, protegiendo su cuenca ocular cual fortín. Ésta era una manía que conservaba desde crío, y era tal la potencia que aplicaba a su extravagancia que unos extraños puntitos llenos de misterio aparecían en la visión interna de sus córneas, ofreciéndole una danza coreográficamente digna del mejor cabaret de la ciudad. En la pizarra de su visión herméticamente cerrada era capaz de dibujar cualquier figura que se le antojase y allí se consolidaba, se tornaba una realidad innegable a su mente, mucho más cercana que cualquier pensamiento imaginativo. Las primeras veces que lo hizo se sintió confuso al ver que la oscuridad tardaba en desvanecerse tras abrir los ojos. Llegó a pensar que dicho ejercicio realizado de manera prolongada podía causar daños oculares irreversibles, pero tras un tiempo coqueteando con tan macabro pensamiento, decidió entregarse a semejante tarea de libertad artística (como a él le gustaba llamarlo), aunque le costara asimilar la idea de sentirse más libre con los ojos cerrados que abriéndolos de par en par.
Involuntariamente, detuvo su quehacer sensorial para focalizarlo hacia su sistema auditivo. Soto era de respiración silenciosa y lenta, pero una extraña variación acababa de interrumpir su ya detallado ritual. Caviló y dudó durante unos instantes, incluso meditó detener prematuramente búsqueda de paz espiritual diaria. En cualquier caso atribuyó la escucha a un lapsus de su oído y se entregó nuevamente a lo que realmente le interesaba.
Tras diez segundos de intensa presión en los párpados, empezó a reconocer aquellos puntos que tan buenos recuerdos y momentos supieron aportarle. Aquella mañana supo de antemano lo que quería presenciar en su “show” de colores y formas. Empezó imaginando una elegante silla, tallada en ébano de estampa señorial e imponente. Al lado apareció una mesita de noche esculpida en marfil, con cajones revestidos en madera de roble con una luz tenue de esas que tantos inolvidables momentos había bañado de intimidad y confidencia.
Celebró en su imaginar el buen rumbo del que hacía gala su itinerario introspectivo, pero sin aviso ni intención por su parte, la luz tenue se apagó y todo quedó oscuro. Soto se molestó y dispuso a abandonar su rutina, cuando impactantemente, la luz reapareció ofreciendo el triple de claridad que en su anterior aparición. Y adivinen quién presidia la silla; la mujer de pamela roja apareció como aparecen los ángeles, desnuda, sin más abrigo que el de la prenda que la caracterizaba, inocente y desprevenida, con una sonrisa cómplice, el mejor desayuno que Soto hubiese sabido imaginar.
En el preciso instante en que los ojos cerrados del sujeto miraban fijamente las esmeraldas que eran los de la mujer, la luz hizo un fallo repentino que dejó la habitación a oscuras durante unas milésimas de segundo. Cuando por fin pudo observar de nuevo a la mujer, un escalofrío acompañado del sudor más helado recorrió su espalda.
La expresión facial de la mujer se había tornado siniestra, digna de la peor pesadilla inventada por una mente. El miedo se apoderó de Soto, que deseó con todas sus fuerzas regresar a la anterior escenificación que tan buen momento le ofreció y olvidarse del grotesco espectáculo que se mostraba ante él. La mirada profunda y tétrica de la mujer gritaba y gemía como si en su interior engendrase el peor dolor entremezclado con tristeza que una criatura hubiese conocido jamás. El sujeto escuchaba sus gritos que poco a poco se iban transformando en un llanto insufrible y desconsolado. Cuando quiso abrir los ojos, el seguimiento de las acciones se erigió en su contra y lo impidió. La mujer sombría abrió lentamente el cajón de la mesita de marfil e introdujo su mano en él. Cuando la extremidad regresó a la claridad, lo hizo acompañada de una Colt 9mm.
Soto se sentía destrozado. Su aventura había llegado hasta extremos que nunca alcanzó a sospechar. Por primera vez, empezaba a dudar de cuán ficticio era el montaje que, presuntamente, había creado su cerebro. La mujer no articuló palabra alguna, pero el llanto retumbaba cada vez con más potencia en la alcoba. Se podía sentir la vibración en las paredes, las ventanas y sobretodo en la cama, sobre la que Soto se mantenía recostado tras haber elegido un cojín como medio de protección ante los actos ajenos; cojín que le tapaba discontinuamente la visión de la tremebunda imagen presenciada.
Cuando ella empezó a caminar apuntándole entre los ojos sintió náuseas inmensamente puntiagudas en su estómago. Intentó por enésima vez escapar de su guión, sin éxito.
Sus pensamientos se vaciaron por completo, apenas quedaban esperanzas de reconducir la situación. Entre gritos de desconsuelo la mujer llegó a su lado y se acomodó con las piernas por fuera de las del sujeto, presionándolas mientras acariciaba la muerte residente en el gatillo de la pistola. El llanto empapó el pijama de aquel hombre y los gritos perforaron sus tímpanos. En el mar de crueldad de su visión no pudo más que ahogarse cuando cerró fuertemente sus párpados ya cerrados y sintió el leve “click” del gatillo y el cañón retrocediendo.
Todo olía a sangre, tal vez por ello no supo descansar en paz.
Así despertó, sin sospechar lo que estaba sucediendo.



David Rebollo Genestar

domingo, 20 de junio de 2010

Para Joan y Adriana, quienes más supieron valorar éste escrito...


Dicen que el hombre solitario sabe escuchar el silencio. Sabe entenderlo y responderle. Es su himno. Dicen que dicha persona sólo puede pertenecer a su soledad. Conoce su patria, su lugar en el mundo. Su frontera no es una verja. Su frontera son las personas… es él mismo.

Nadie supo explicarme si la soledad es una elección. Ni tampoco convencerme de que es algo predestinado. Con el tiempo he deducido que el ser solitario está atrapado en un espiral eterno. Rehúye de una soledad que añora. El grado de misantropía que acumula lo mide el deseo que le empuja a rechazar una supuesta dependencia ajena. Pero ésto es lo de siempre… Intentar escapar de una dependencia implica entregarse a otra. El rol solitario es un rol bohemio y filmográfico. Es un rol cómodo e incluso interesante, misterioso. Cuando personas carentes de empatía intentan comprender al solitario, resulta el rechazo, la burla o la justificación típica del inefable incomprendido y loco rechazado por la justa sociedad.

Creo creer que hay varios tipos de soledad. Principalmente, la común y la crónica. La soledad común fue repartida por todo el mundo, a todos los estamentos, nadie se salva. Es la soledad fruto de los sentimientos y de las emociones. Es una soledad cutánea y empírica. Pero cuando se convierte en algo irreversible, cuando se cae en las agridulces garras de la necesidad, entonces se comprende que nada podrá curar los síntomas de tal patología.
La interpretación es un buen antibiótico. Desde que tuve uso de razón hasta hoy, tuve tiempo de darme cuenta de que este lugar está plagado de actores; actores que estrenan sus obras cada mañana y aún así nunca bajan el telón. Malos histriones, y lo que es peor, pésimos guionistas.
Soy de la opinión de que cuando mejor puede hacer su trabajo un actor es cuando nadie sabe que está trabajando. Todo lo demás son farsas pactadas entre público y comediante. Yo nací con la capacidad de abstracción bastante desarrollada. Sé entender a las personas, por mucho que me cueste analizarlas. De la misma forma, sé reconocer al bufón, al intérprete, aunque no use tal capacidad para ajusticiarles o para intentar convertir sus vidas en algo más que un guión. No me creo en el derecho de llevar a cabo tan contundentes acciones. Son gente fácil.
Pero el solitario es la viva paradoja de la complicación que encierra la simpleza más banal. Nadie es capaz de fingir la soledad. Nadie puede actuar la soledad para él mismo y olvidar que escenifica una mentira. Esa es la magia de esto; no existe el autoengaño. El ser solitario sabe que lo es, y el ser dubitativo es subliminalmente consciente de que no alcanzó el grado de misticismo necesario para entregarse a la nada, al vacío que deja la compañía de la sombra.

Puede parecer una elección difícil, pero lo más probable es que no sea una elección. A nadie debería preocuparle la soledad, porque es algo que no se puede ver, oler o degustar. No se puede buscar, ni escapar de su encuentro.
Aunque eso sí, se puede escuchar…

La respuesta está en el silencio.


Por David Rebollo
21 de Diciembre de 2009

Film "The Silence" 1963


 

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