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Thursday, June 26, 2008

Ecce homo, de Nietzsche

Siempre he sido un gran admirador de Nietzsche. Hubo unos años -entre los 18 y los 20, más o menos- en que yo siempre decía lo mismo cuando me preguntaban que quiénes eran mis filósofos preferidos: "San Agustín y Nietzsche", respondía. Todo el mundo se quedaba un poco descolocado ante tan extraña pareja; desde luego, en cuanto al contenido de ideas, eran totalmente antagónicos, pero había algo en la forma de afrontar la tarea del escritor y del pensador -ese pensamiento apasionado, ese estilo desbordante, ese pathos filosófico- que me hacía admirarlos por encima de todo. Eran los tiempos en que también leía con devoción a Pascal, a Cioran, a Kierkegaard, a Schopenhauer, a Unamuno... En fin, todos los ilustres miembros del club del pensamiento apasionado, por así decirlo, que curiosamente -por algo será- copan también algunos de los primeros puestos en el escalafón de los mejores escritores de todos los tiempos. Son los que sienten y gritan sus ideas, y escriben como dioses.
Pues bien: dentro de la obra nietzscheana, siempre he tenido una especial predilección por Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es, una especie de autobiografía intelectual que escribió en sus ultimísimos momentos de lucidez (quizá ya estaba un poco tocado) y en el que hace un repaso somero pero muy contundente de todas sus obras. Su descaro, soberbia y brillantez siempre me emocionan. Para empezar, los títulos de los capítulos son desternillantes: "Por qué soy tan sabio, "Por qué soy tan inteligente", "Por qué escribo libros tan buenos"... A ver quién más se atreve a poner esos encabezamientos. No creo que haya un Índice tan ególatra en toda la historia de los libros.
La colección de frases memorables de este libro es tan grande que tendría que transcribir el libro entero, pero os dejo algunas. Se pueden leer como una colección de chistes de ese gran humorista que fue Friedrich Nietszche:
-Creo que el más alto honor que se puede tributar una persona a sí misma es tomar un libro mío entre sus manos; incluso acepto que se quite los guantes, y no digamos ya los zapatos, antes de hacerlo.
-Tampoco ha llegado mi hora. Hay quien nace póstumo.
-A cualquier lugar que llego -aquí en Turín, por ejemplo- todas las caras se alegran y se emocionan al verme. Lo que más me ha complacido hasta ahora es que algunas viejas vendedoras de fruta no descansan hasta haberme escogido sus mejores racimos de uva. Hay que ser filósofo hasta ese extremo.
-Vivo de la confianza que tengo en mí mismo, aunque afirmar que vivo no sea tal vez más que un prejuicio.
-Mi verdadera unidad de medida ha ido siendo cada vez más preguntar qué grado de verdad soporta un espíritu, qué dosis de verdad se atreve a afrontar.
-No es aquí un fanático el que habla, ni se predica ni se exige ninguna fe. Las palabras van cayendo una tras otra, gota a gota, desde una luz de plenitud infinita y una alegría de una hondura infinita.
Aunque en este caso es aún más evidente, los libros de Nietzsche siempre hablan más de sí mismo que de otra cosa. Lo que hizo Nietzsche desde la infancia fue ir contándose por escrito, libro a libro, y así nos fue contando también a los demás hombres, a lo que podemos llegar a ser.
Sigo pensando que Nietzsche es uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Y san Agustín también. Siempre es una gozada leerlos.

Monday, January 15, 2007

La agonía de Nietzsche

Observa su mano temblorosa, su mirada hundida. La nada. Ahí acaba todo. Tanto esfuerzo por horadarlo todo, luchando a brazo partido con el pasado para celebrar la vida, cavando en la durísima roca de Occidente para mostrar al mundo -por fin- el cadáver de Dios, esa quimera. Y al final acabar así, inerte, descerebrado, inválido, sin palabras, con la cabeza llena... de paja... de pájaros.
Viene la enfermera, le limpia los brazos, le da la papilla, le pone la cuña. Una mosca se posa en su nariz pero no le inquieta. Dionisos contra el Crucificado. El puño cerrado es un último destello de la voluntad de poder (Wille zur Macht), que se ha trastocado en dolorosa impotencia. Se rompió la cuerda sobre el abismo, se derrumbaron los pilares del puente: el que un día soñó con erigirse en superhombre ha involucionado al estado vegetal (el momento del hundimiento definitivo se produjo, precisamente, al compadecerse de un animal). Ironía darwinista.
Caben varias lecturas exaltadas, pero no es momento de venganzas sarcásticas o teologizantes ("es lo que tiene tocarle las narices a Dios firmando el acta de su muerte", "ya sabes, el síndrome Titanic") ni de mitificaciones postreras ("vio más de lo que puede soportar un ser humano", "la lucidez extrema deviene indefectiblemente locura"). Sólo es tiempo de constatar nuestro estado de ánimo: las imágenes de la agonía de Nietzsche nos producen lástima. Sucumbimos a esa manía de débiles que es la compasión: "pobre Nietzsche, acabar así". Otra ironía del destino; en este caso, la regresión de los valores.
La malvada hermana viene de vez en cuando a partirle el alma al loco y cuidar de su bigote. Aparentemente, ya no siente ni padece. No se le revuelve el estómago ante la visita. No hay síntomas de decadencia. A ratos parece atemorizado (se marca la calavera en su gesto inmóvil); en general se muestra indiferente (con una indiferencia absoluta, mayestática, divina). Pero por dentro no sabemos... Seguro que desea escribir, siempre escribir. La palabra escrita es la verdadera salvación, la redención inmanente, la única que permanece fiel al sentido de la tierra, porque no invade mundos ajenos (más allá de la muerte o lo visible), porque segrega hormonas creativas, porque se agota en su feliz autorreferencia. El eterno retorno de la letra: "¡Ha sido ésta la vida! ¡Que vuelva a empezar de nuevo, que se repita!"
Sí, es cierto. Te has dado cuenta a la primera. La mantita a cuadros es lo más acogedor del mundo. Es síntoma de tranquilidad, de convalecencia, de reposo. También la almohada mullida entre la mecedora y la espalda. Detrás de la ventana está el campo, los árboles, el río, la luz del sol que hace brillar el cabello de las mujeres hermosas (con sus escotes de carne), los carros de caballos, los caminos polvorientos, el frío de las montañas, el horizonte del mar... En fin, la vida en toda su ebullición. Nada más y nada menos que la vida.
La pared blanca ratifica la buena nueva del Anticristo: más allá del bien y del mal hay un árbol que no da sombra: el silencio.

Esta secuencia -tan misteriosa, tan extraña, tan poderosa- parece ser en realidad un montaje realizado a partir de las fotos que Hans Olde le hizo a Nietzsche en 1899 durante su estancia en Weimar, poco antes de su muerte.

PD: Hay un fotograma en que Nietzsche, bizco y absorto en su locura, como intachable reo de manicomio, tiene un aire a Juan Ramón Jiménez (insigne marido de la Innombrable).

Saturday, November 04, 2006

Un Evangelio apócrifo de Nietzsche

Se publicó por primera vez en 1951, en inglés, con el título de My sister and I, en la editorial Boar's Head Books de Nueva York. Según ponía en la cubierta, el autor era Friedrich Nietzsche.
Oscar Levy, su traductor y prologuista, dice que Nietzsche escribió este libro mientras estaba recluido en el asilo para dementes de Jena y que lo hizo para vengarse de su madre y de su hermana, que habían impedido la publicación de Ecce homo, su autobiografía intelectual (que no apareció hasta 1908). Como no confiaba en su familia, le entregó el manuscrito a un compañero que iba a ser dado de alta, etcétera, etcétera... El caso es que el texto original, escrito en alemán, habría desaparecido en misteriosas circunstancias.
Todo apunta a que esta historia es una patraña total y que el libro fue escrito en realidad por un Pseudo Nietzsche que trató de suplantar la personalidad de su gran ídolo bastantes años después de su muerte. Ni lo sé ni me importa, la verdad. De hecho, quizá tenga más mérito así: resulta impresionante que alguien haya hecho ese esfuerzo tan grande de asimilación del alma nietzscheana para brindarnos esta especie de autobiografía espiritual del filósofo de Röcken. Lo realmente importante es que, al menos por momentos, su lectura se convierte en una experiencia única.
Brutal, sarcástico, descarnado, inteligente, poético, corrosivo, incestuoso... el narrador de este libro -sea quien sea- es pura dinamita:
Adelántanse los pies espontáneamente. Ciérranse los dedos en los puños. Levántanse las manos y caen como pistones de una máquina. Yo ni ante el más violento deseo me levanto. Me veo yacer, como otro apéndice vermiforme, entre mis muslos. ¿Cuánto deberá herir el amor para causar una hemorragia?
Si la obra de Nietzsche en su conjunto es un gran Evangelio de la Risa Absoluta, no podían faltar sus variantes apócrifas.