Siempre he sido un gran admirador de Nietzsche. Hubo unos años -entre los 18 y los 20, más o menos- en que yo siempre decía lo mismo cuando me preguntaban que quiénes eran mis filósofos preferidos: "San Agustín y Nietzsche", respondía. Todo el mundo se quedaba un poco descolocado ante tan extraña pareja; desde luego, en cuanto al contenido de ideas, eran totalmente antagónicos, pero había algo en la forma de afrontar la tarea del escritor y del pensador -ese pensamiento apasionado, ese estilo desbordante, ese pathos filosófico- que me hacía admirarlos por encima de todo. Eran los tiempos en que también leía con devoción a Pascal, a Cioran, a Kierkegaard, a Schopenhauer, a Unamuno... En fin, todos los ilustres miembros del club del pensamiento apasionado, por así decirlo, que curiosamente -por algo será- copan también algunos de los primeros puestos en el escalafón de los mejores escritores de todos los tiempos. Son los que sienten y gritan sus ideas, y escriben como dioses.
Pues bien: dentro de la obra nietzscheana, siempre he tenido una especial predilección por Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es, una especie de autobiografía intelectual que escribió en sus ultimísimos momentos de lucidez (quizá ya estaba un poco tocado) y en el que hace un repaso somero pero muy contundente de todas sus obras. Su descaro, soberbia y brillantez siempre me emocionan. Para empezar, los títulos de los capítulos son desternillantes: "Por qué soy tan sabio, "Por qué soy tan inteligente", "Por qué escribo libros tan buenos"... A ver quién más se atreve a poner esos encabezamientos. No creo que haya un Índice tan ególatra en toda la historia de los libros.
La colección de frases memorables de este libro es tan grande que tendría que transcribir el libro entero, pero os dejo algunas. Se pueden leer como una colección de chistes de ese gran humorista que fue Friedrich Nietszche:
-Creo que el más alto honor que se puede tributar una persona a sí misma es tomar un libro mío entre sus manos; incluso acepto que se quite los guantes, y no digamos ya los zapatos, antes de hacerlo.
-Tampoco ha llegado mi hora. Hay quien nace póstumo.
-A cualquier lugar que llego -aquí en Turín, por ejemplo- todas las caras se alegran y se emocionan al verme. Lo que más me ha complacido hasta ahora es que algunas viejas vendedoras de fruta no descansan hasta haberme escogido sus mejores racimos de uva. Hay que ser filósofo hasta ese extremo.
-Vivo de la confianza que tengo en mí mismo, aunque afirmar que vivo no sea tal vez más que un prejuicio.
-Mi verdadera unidad de medida ha ido siendo cada vez más preguntar qué grado de verdad soporta un espíritu, qué dosis de verdad se atreve a afrontar.
-No es aquí un fanático el que habla, ni se predica ni se exige ninguna fe. Las palabras van cayendo una tras otra, gota a gota, desde una luz de plenitud infinita y una alegría de una hondura infinita.
Aunque en este caso es aún más evidente, los libros de Nietzsche siempre hablan más de sí mismo que de otra cosa. Lo que hizo Nietzsche desde la infancia fue ir contándose por escrito, libro a libro, y así nos fue contando también a los demás hombres, a lo que podemos llegar a ser.
Sigo pensando que Nietzsche es uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Y san Agustín también. Siempre es una gozada leerlos.