Showing posts with label personajes. Show all posts
Showing posts with label personajes. Show all posts

Wednesday, December 02, 2009

El vuelo de Franz Reichelt (en varias tomas)

El 4 de febrero de 1912 un sastre austriaco llamado Franz Reichelt efectuó su primer (y último) intento de volar cual águila por los aires parisinos lanzándose desde la torre Eiffel vestido con un traje aerodinámico (sic) que él mismo había diseñado inspirándose en algunos bocetos de Leonardo Da Vinci.
Toma 1: Franz Reichelt, tocado con una gorra y enorme mostacho parisién, posa ante las cámaras girando sobre sí mismo con cierta torpeza. Se quita la gorra para saludar a la audiencia. Toma 2: Franz Reichelt, ataviado como un pájaro con chubasquero, agita las alas subido a una silla subida a una mesa en el pretil de la torre Eiffel. El primer Batman de la historia observa su atuendo sin mucha convicción. Agita los brazos, diríase que comprobando la fortaleza de las costuras e hilvanes, de fabricación propia. Toma 3: Franz Reichelt posa el pie derecho en la barandilla, mira a cámara y abre un poco los brazos (sigue observando su diseño sin gran convencimiento). Mira al vacío, parece que se dispone a lanzarse. Hace varios ademanes, varios movimientos de aproximación. Parece bastante nervioso y dubitativo. Toma 4: Franz Reichelt duda. Duda mucho. No tiene claro si lanzarse o no. Se arrepiente de haberse empeñado en una aventura tan absurda. Quiere bajarse a suelo firme y volverse a casa andando, tranquilamente. Pero ya no puede ser: ha congregado a los pies de la torre a una gran multitud deseosa de ver su salto, ha avisado a los medios de comunicación y ha luchado lo indecible por conseguir el permiso policial frente a la oposición de las autoridades de la torre. Franz nota la presión. Sigue haciendo ademanes de tirarse: ¿cuál será la mejor forma de tomar impulso, de lanzarse? Toma 5: Franz Reichelt flexiona las piernas y se lanza al vacío. Toma 6: Franz Reichelt cae a plomo desde la torre al suelo. Al contactar con la tierra se levanta una nube de polvo. Toma 7: El cadáver de Franz Reichelt es portado en brazos por varios hombres. Los demás observan, atónitos.




La autopsia declaró que Franz Reichelt había muerto de un ataque cardíaco antes de tocar el suelo. No sé por qué, pero me cuesta creerlo.

Wednesday, November 18, 2009

De Sica/Zavattini Vs pornografía sentimental

Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán, Umberto D, El limpiabotas… Este Vittorio de Sica nunca me falla. Como director, sólo por esa nómina tendría que figurar entre los mejores de cualquier lista. La duda es hasta qué punto lo que nos gusta de lo que estamos viendo le “pertenece” a él o a Cesare Zavattini, su guionista. Bueno, quizás no tenga sentido hacerse esa pregunta. Todo es de los dos. De Sica y Zavattini formaron un tándem perfecto, como en España Berlanga y Azcona. Me da envidia de esa capacidad de trabajo en grupo (de dos, no más) y me gustaría poder hacer las cosas de esa manera, porque creo que así pueden salir cosas más interesantes, el equilibrio perfecto; lo difícil es encontrar con quién; no es nada sencillo congeniar creativamente de esa manera. Donde uno no llega lo hace el otro; de lo que éste carece lo cubre el primero; etc.
Las dos últimas películas que he visto del tandem De Sica-Zavattini son Dos mujeres y El jardín de los Finzi-Contini, que también me han gustado. Hasta cuando por momentos se nos ponen más melodramáticos, De Sica y Zavattini saben mantener la compostura de lo real, de lo natural, lo no fingido, lo que consigue parecer verdadero. No sé, hay siempre como una dignidad de lo humano, de las personas. Nada que ver con la pornografía sentimental.

Llamo pornografía sentimental a lo que hicieron, por ejemplo, en teatro los sureños norteamericanos (O’Neill, Tenesse Williams, etc) y que en el ámbito del cine representan -para mi gusto- mucho de lo que hizo Elia Kazan, bastante de lo de Ingmar Bergman y algo de lo de Antonioni (grandes directores los tres, curiosamente). Toda esa casquería espiritual me molesta muchísimo. Se creen que para “expresar sentimientos” tienen que presentar a sus personajes gimiendo, gritando, teatralizando exageradamente sus emociones, diciendo una y otra lo mucho que sufren y sienten (a veces, más exageradamente aún, con gestos mudos), psiconanalizándose hasta el ridículo. Nada menos natural que esos sentimientos verbalizados y exagerados; nada menos sensible que esa hiperestesia patética. Además, las mujeres que nos muestran los pornógrafos sentimentales son siempre unas histéricas o unas pedantes, o sea, pesadísimas. Básicamente son seres coñazo. Y ellos suelen ser unos pedorros, de camisetas ajustadas en el drama sureño, quizás por el predominio de la mirada gay; o penosos intelectualillos en el drama existencialista sueco.
Conclusión: es mucho más sentida y verdadera esa lágrima traicionera que se nos escapa pese a que uno intenta a toda costa aguantarla, que ese grito desesperado que trata de expresar pomposamente el Gran Sufrimiento del Alma Humana.
Las mujeres de De Sica/Zavattini (como las ingridbergmans de Rossellini) también sienten y padecen, pero de forma real. Ésa es la gran diferencia.

Monday, September 07, 2009

Confesiones de un surrealista confeso

El personaje en cuestión se llamaba George Melly (1926-2007), un cantante de jazz y crítico de cine que al final de la II Guerra Mundial se alistó en la Royal Navy porque, según le dijo al de la oficina de reclutamientos, «sus uniformes son mucho más bonitos». Sus libros autobiográficos deben de ser muy buenos.
Un dato curioso es que en el 17 de Beak Street, en el Soho londinense, estaba el restaurante Barcelona, donde se reunían, en curiosa mezcla, los republicanos españoles exiliados y los surrealistas ingleses comandados por Melly: Read, Penrose, Jennings, Brunius, Ithell Colquhoun, Agar, Rimmington, Hayter, Sewter, Pailthorpe, Mednikoff, Banting, Onslow-Ford, Howard... Sus nombres no nos dicen nada.

Wednesday, September 02, 2009

Robert O. Evans, cazador de supernovas

"Cuando el cielo está despejado y no brilla demasiado la Luna, el reverendo Roberts Evans, un individuo tranquilo y animoso, arrastra un voluminoso telescopio hasta la solana de la parte de atrás de su casa de las montañas Azules de Australia, unos ochenta kilómetros al oeste de Sidney, y hace algo extraordinario: atisba las profundidades del pasado buscando estrellas moribundas.
Lo de mirar en el pasado es, claro está, la parte fácil. Mira hacia el cielo nocturno y lo que ve es historia, y mucha historia... No las estrellas como son ahora, sino como eran cuando la luz las dejó. La Estrella Polar, esa fiel acompañante, podría haberse apagado en realidad, por lo que sabemos, tanto en el pasado mes de enero de 1854 como en cualquier momento a partir de principios del siglo XIV. Y la noticia de ese hecho podría simplemente no haber llegado aún hasta nosotros. Lo máximo que podemos decir -que podemos decir siempre- es que todavía estaba ardiendo en esa fecha de hace 680 años. Mueren estrellas constantemente. Lo que Bob Evans hace mejor que nadie que lo haya intentado anteriormente es localizar esos momentos de despedida celeste.
Evans es, durante el día, un ministro bonachón y semijubilado de la Iglesia Unitaria Australiana, que hace algunas tareas como suplente e investiga la historia de los movimientos religiosos del siglo XIX. Pero de noche es, a su manera despreocupada, un titán del firmamento: caza supernovas.
Una supernova se produce cuando una estrella gigante (mucho mayor que nuestro Sol) se colapsa y explota espectacularmente, liberando en un instante la energía de 100.000 millones de soles y ardiendo durante un periodo con mayor luminosidad que todas las estrellas de su galaxia.
-Es como un billón de bombas de hidrógeno que estallasen a la vez -dijo Evans.
Si se produjese la explosión de una supernova a quinientos anos luz de la Tierra, pereceríamos; según Evans:
-Pondría fin al asunto -dijo alegremente."
(Bill Bryson, Una breve historia de casi todo)

Saturday, December 27, 2008

Villancicos yonquis

Mi banda sonora de estas navidades, mientras releo a Stifter, es Amy Winehouse. Suena en mi casa el disco de los villancicos yonquis. Hay que reconocer que entre raya, porro y copa (de ella, no mías) la Winehouse destila una voz muy bonita y sugerente.
Pero no sabe uno qué hacer con esa imagen de chica mala que parece salida de un episodio de Los Picapiedra después de que Pablo Mármol le pegara una paliza...
Definitivamente es mucho mejor escucharla que verla: You know I´m no good, Love is a losing game, Tears dry on their own, Back to Black. Y aquí haciendo de las suyas con el amigo Doherty, otro que tal baila.
Aunque después de ver a Papá Noel asesinando a nueve personas, creo que mis navidades sangrientas no eran para tanto.

Friday, December 19, 2008

La calavera de André Tchaikowsky

Nació como Robert Andrzej Krauthammer, fue circuncidado y enseguida aprendió a tocar el piano bajo la supervisión de su madre, pero a los siete años se vio rebautizado como André Tchaikowsky: era 1942, en una Polonia invadida a medias por rusos y nazis, cuando el pequeño André huyó del gueto judío de Varsovia junto a su abuela Celina, con falsos papeles y nuevo nombre.
Terminada la guerra (su madre fue asesinada en el campo de exterminio de Treblinka), André reemprendió las clases de piano
, primero en el Colegio Estatal de Lodz y después en el Conservatorio de París, donde enseguida empezó a asombrar a los profesores y a dar muestras de su talento. Lo demás se resume rápido: primeras composiciones, primeros conciertos, primeras grabaciones, primeras giras. André se convierte en un virtuoso del piano y recorre el mundo interpretando, entre otros, a su admirado Chopin.
En 1960 se trasladó de París a Londres y desde entonces compaginó los conciertos con la composición. Los conciertos le daban lo suficiente para vivir, y así tenía tiempo para dedicarse a sus hobbies preferidos: jugar al bridge con sus amigos, escribir cartas y asistir a las representaciones de obras de Shakespeare (solía acercarse al pueblo natal del escritor: Stratford-upon-Avon). Y eso fue todo hasta el 26 de junio de 1982, cuando murió de cáncer de colon, a los 46 años de edad.
Pero entonces llegó lo mejor: en su testamento donaba su calavera a la Royal Shakespeare Company. Su última voluntad: «Quiero que utilicen mi cráneo para representar Hamlet».
Veintiséis años después, la calavera de André ha cumplido su sueño.

Sunday, August 17, 2008

Usain Bolt

Bolt es el único campeón olímpico que nos puede gustar a los perdedores, a los que no tenemos ansia de ganar, a los que preferimos perder porque no nos gusta ganar, porque vencer con esfuerzo nos parece de mal gusto. Preferimos perder (ganar por ganar nos hace sentirnos mal) y hacemos lo que está en nuestra mano para conseguirlo.
Bolt tiene el detalle genial de dejarse llevar en los últimos metros, celebrando su triunfo por anticipado y reivindicándose ante el mundo, ante la grada. No es chulería (aunque lo parezca) sino elegancia y gusto por la vida. Es la única forma elegante de ganar, como sin esfuerzo. Cualquier otro hubiese apurado las fuerzas para batir con más claridad el récord mundial, machacando al crono y a los otros, con repugnante avaricia. Pero él supo ver que la vida no es sólo cuestión de números, de cifras, de datos, y le hizo una concesión a la estética. Cuando sobra calidad, uno tiene la obligación de ser espléndido, generoso... y disfrutar del momento.
La soltura de Bolt, esa facilidad con la que corre, esa potencia ligera, esa suavidad de movimientos... son atributos indudables de la belleza (me recuerdan a Zidane). Y si el triunfo no está subordinado a la belleza, no tiene ningún valor, ningún sentido.




Bolt: el más rapido de los rápidos, con mucha diferencia.

Saludando al tendido. Impresionante.

Friday, February 15, 2008

Francesca y el horóscopo

A Lara Moreno, que escribe.
Podemos aventurar, así, a bote pronto, que si te llamas Francisca la has cagao. Y si encima la gente tiene la manía de llamarte Paca ya ni te cuento. Te has caído con todo el equipo. Pero si eres italiana y te llamas Francesca (léase Franchesca) y además eres simpática y resultona y tienes una sonrisa profident, pues entonces suena bastante mejor. Hasta mola y todo. Ciao, Francesca, come stai? Sei molto bella, Francesca. Francesca, dov'è la pasta? Ti va di venire, Francesca?
Francesca fue mi profesora de italiano durante dos semanas. Tenía unos 35 años, estaba soltera y era una fanática de la New Age. Yo me la imaginaba de noche en su casa, con las velas y los inciensos y haciendo meditación zen y escuchando música relajante y tirándose pedos sibilinos y bienolorosos. Todo muy oriental.
Cuando te conocía lo primero que te preguntaba, casi antes que tu nombre, era de qué signo del zodiaco eras. Hasta ahí, fácil. Pero cuando acto seguido te preguntaba "¿Y ascendente?", entonces la cosa se complicaba.
-¿Ascendente?
-Sí, ascendente.
-Pues de mi padre y de mi madre, como todo el mundo...
-No. Que de qué signo. Por ejemplo: yo soy Géminis ascendente Libra, y eso significa que blablabla -y te soltaba una retahíla de incoherencias.
-Ahhhh... Pues ni idea. Yo creo que soy huérfano de eso...
Francesca estaba en forma. Debía de hacer taichi, yoga, aerobic y pilates por las tardes. Todo a la vez, o por turnos. Siempre iba con su sonrisa a todas partes. Ya sabéis, ese buen rollismo universal, ese talante de masajear al mundo con la mirada, de mantener las distancias a toda costa para no causar ni sufrir daños, de negar la realidad para que nada nos entristezca... Ante todo, mucha calma. En fin, los chacras y las buenas vibraciones, paz, hermano, paz, lo importante es uno mismo... todo ese egoísmo supino disfrazado de altruismo espiritual y de amor al cosmos.
Un día estábamos hablando en clase de las supersticiones de los distintos países (el gato negro, el espejo que se rompe, pasar debajo de una escalera, etc) y no se me ocurrió otra cosa que decir que a mí todo eso del zodíaco y de los horóscopos también me parecía una superstición pura y dura. A Francesca se le puso la cara lívida. Se quedó callada, como pensativa o indignada. Yo creo que nadie le había dicho nunca algo tan horrible. Y nunca se había parado a pensar que algo así podría ser cierto. No, no podía tener nada que ver una cosa con las otras. No, imposible. Hasta se puso un poco roja. Después de un rato de meditación, me respondió:
-¡Qué dices! Si eso es antiquísimo, si existe desde hace miles y miles de años, desde las culturas más antiguas.
-Claro, como cuando adoraban al Sol Nocturno o hacían sacrificios humanos para festejar a sus dioses...
A partir de entonces ya no me sonreía tanto. El mundo profident tenía telarañas. Me miraba seria. Supongo que le caía mal.
Y a mí, curiosamente, me empezó a caer bien desde ese día, desde que vi que se podía enfadar, que tenía sangre en las venas, que podía tener un mal día y poner mala cara y protestar por esto o molestarse por lo otro y ser un ser humano vivito y coleando, de carne y hueso, no un mero pedrusco espiritual, buenrollista y sonriente.
Al final también conseguí caerle bien. Siempre se paraba a hablar conmigo cuando nos encontrábamos por los pasillos, y me contaba sus cosas y me preguntaba por las mías. Muy maja.
Antes de volverme a España nos despedimos, y me parece que sintió un poquito de pena.

(PD: Parole di burro era una de sus canciones favoritas. Nos la puso varias veces en clase para descifrar la letra y acabamos sacando todo tipo de interpretaciones -a cual más surrealista- sobre su significado. No está mal. Que paséis buen finde).

Sunday, April 22, 2007

Personajes de la infancia

Hay personajes de la infancia de nombres sonorosos y cervantinos que se quedan con nosotros para siempre, agazapados en el subconsciente más profundo, y de vez en cuando asoman su cabecita para amenizarnos los sueños nocturnos. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a Charolín y Mediasuela, Pepe Pótamo y Só-só, Maguila el Gorila, Yogui y Bubu, Yaqui y Nuca, Woody Woodpecker (más conocido como el Pájaro Loco), el lagarto Juancho, Willy Fog, Pierre Nodoyuna, Pixie y Dixie (como decía la ministra de Incultura), la pequeña Lulú, el gallo Claudio, Scooby y Shaggy, la Hormiga Atómica, etcétera? El último gran héroe de esta secta debería ser, sin duda, Chorizón.

Pepe Pótamo y Só-só.
Puede parecer una tontería, pero yo creo que todos estos personajes e historias han marcado nuestro destino de algún modo. No me preguntéis cómo, pero podéis especular. Se admiten hipótesis.
Nunca olvidaré que mi primer mito erótico fue Milady, la gata mala de los Mosqueperros, paradigma de femme fatale, siempre tan sexi y misteriosa, que aparecía sólo un instante entre las cortinillas de su carroza con los ojos brillantes y su sonrisa arrebatadora, remarcada por una musiquilla muy sensual (era un instante de puro sexo, creo yo; una petit mort, que dicen los cursis, esto es, los gabachos y gabachófilos).
La abeja Maya y Lilly (la compañera de Sport Billy) quisieron robarme el corazón, pero la que me tuvo enamorado de verdad, colgadísimo, fue la sobrina de los Monster (véase la foto de abajo). Por el contrario, Ruth, la de Barrio Sésamo, ha representado siempre para mí el tipo de tía que me desagrada, que no puedo soportar, ni física ni intelectualmente (¿y a que el panadero Chema es "ese amigo amable y porrero que nunca querrá salir del armario"?). No sé, es ver una Ruth por la calle y me entra el mal rollo, no sé por qué... Y todo por culpa de Espinete, ese erizo de color rosa que andaba todo el día en bolas y se ponía pijama para dormir (como dijo nosequién en un monólogo de la tele).
La maravillosa Marilyn Monster.
PD: Una duda trascendental: ¿Esto me lo he inventado yo, o en la serie de Calimero la canción del final decía: "¡Calimero, blanco y negro, bebámonos un vaso de vinillo blanco y tinto...!" (juro que me suena eso, pero me extraña mucho, claro).
PD2: A medida que vaya recordando más cosas, iré prolongando este post sobre personajes de la infancia, que promete ser infinito, como "aquellos veranos de mercromina y nocilla" (esta frase genial, de lo mejor que he oído últimamente, se la leí el otro día a mi querida amiga Desconvencida). Podéis ayudarme a recordar, please.

Friday, April 13, 2007

Frances Farmer: carácter y destino

Actriz de fuerte carácter, inteligente y muy atractiva, Frances Farmer nació en Seattle el 19 de septiembre de 1913. Se puede decir que, hasta que se le torció el destino a los 29 años, fue una mujer de éxito moderado en el Hollywood de los años treinta. Con su habitual prosa cruda y afilada, así cuenta Kenneth Anger su descenso a los infiernos:
Su derrumbe empezó con un accidente banal: arresto por una violación de tráfico sin importancia la noche del 19 de octubre de 1942, en Santa Mónica. Fue multada por conducir sin licencia y ebria, llevando los faros apagados, en cierta zona de la carretera de la costa del Pacífico. Frances odiaba a los policías; a partir de ese momento se convirtieron en sus demonios personales. A los patrulleros que la insultaron y trataron con arrogancia, se les enfrentó con paralela hostilidad, y tras el combate verbal terminó arrastrada a la cárcel de Santa Mónica.

No mucho después, la arrestaron en el hotel Knickerbocker de Hollywood por incomparecencia ante el oficial de guardia; todo esto ocurrió en medio de un comportamiento histérico, durante el cual dislocó la mandíbula de su peluquera en el Estudio, perdió su jersey en medio de una etílica batalla en un club nocturno y, como guinda, salió corriendo topless en medio del tráfico de Sunset Strip. Los policías reavivaron su paranoia golpeando violentamente su puerta y abriéndola con una llave maestra para entrar armados y con esposas. Ella se escondió en el cuarto de baño. Los agentes forzaron la cerradura y, tras un salvaje forcejeo, la arrastraron desnuda hasta el vestíbulo del Knickerbocker. En la comisaría de Hollywood pegaron un respingo cuando la "nueva Garbo" rellenó el espacio dedicado a "Profesión" con la palabra "Mamona".Cuando el juez la interrogó acerca de su dependencia de la bebida, Frances replicó en voz alta: "Oiga usted, acostumbro a poner alcohol en mi leche. Y en mi café. Y en mi zumo de naranja. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me muera de hambre? Bebo todo lo que puedo conseguir, incluida la benzedrina".
Frances se negó a participar en los trabajos manuales de la prisión. La empujaron hasta una clínica privada, donde hubo de enfrentarse durante tres meses al pavoroso tratamiento diario de la insulina (un método totalmente descartado hoy día).
En 1944 fue declarada loca y confinada en Steilacoom, Washington. Dijo: "Nenes, al fin y al cabo estoy de nuevo en casa".

(Kenneth Anger, Hollywood Babilonia)

Friday, March 16, 2007

Tolstoi guionista

Toma 1. Exterior. Día. El amanecer de una ciudad gloriosa en un frío día de invierno:

Moscú estaba en calma. Sólo se dejaba sentir de tarde en tarde el crujir de algunas ruedas sobre la nieve. No había luz en las ventanas y hacía rato que los faroles habían sido apagados. Se oían las campanas de las iglesias anunciando la llegada del día. No había nadie por las calles; únicamente el cochero, intentando mantenerse despierto, permanecía a la espera de algún rezagado. En la iglesia, débilmente iluminada por la luz de algunos cirios (que se reflejaban en los dorados de las imágenes), había alguna vieja que otra.
La población trabajadora, después de una larga noche de reposo, se disponía a emprender las rudas faenas del día. Pero para los señores era de noche aún.
Por una de las ventanas del hotel Chevalier se filtraba la luz (que prohibía el reglamento) a través de las rendijas. Ante la puerta del hotel permanecía un coche y una troica de postas. El portero, acurrucado y envuelto en su pelliza, parecía estar escondido en el portal de la casa.
De la habitación vecina llegan las voces de tres jóvenes. Están sentados a la mesa, en la que aparecen restos de la cena y del vino.
(León Tolstoi, Los cosacos)



El conde Tolstoi, que escribió unas cuantas obras maestras (mis preferidas son las narraciones cortas, como La muerte de Ivan Illich y La sonata a Kreutzer), empezó llevando una alocada vida de joven juerguista, metido hasta las trancas en esa Santísima Trinidad del catecismo hedonista que son las mujeres, el alcohol y el juego. No sé si sería por la ingesta excesiva de vodka, pero el caso es que se le acabó yendo la cabeza: se dejó barba de profeta bíblico y decidió tomar partido por la Utopía, esto es, por el fracaso más absoluto. De ahí que proclamara a los cuatro vientos los principios del cristianismo libertario, se convirtiera en vegetariano y pacifista recalcitrante y defendiera enérgicamente el esperanto como lengua oficial de la humanidad. Acabó viviendo solo en el campo, donde se afanó en un oficio más honrado que el de novelista: el de zapatero remendón. Como digo, se le fue bastante la olla.
Murió heroicamente, como sólo los grandes pueden hacerlo, en el lugar más hermoso que hay para decir adiós a la vida: una estación de ferrocarril perdida en la estepa rusa. La causa: una neumonía. La fecha: 20 de noviembre de 1910.
[Addenda de Mabalot: Tolstoi se larga de casa, a sus ochenta y tres años, por una discusión con su mujer, que debió ser de escándalo para que el viejo, ya gloria nacional, se las pire como un vagabundo aristócrata. La primera noche la pasa en un monasterio. A la mañana siguiente se va en dirección a Rostov, que es no sé dónde, pero que debía ser lejos, y no llega, se pone malo en Astàpovo, donde no hay nada, ni fonda, ni hotel ni nada de nada. No habría ni fuente. Lo meten en el cuarto del jefe de estación, y allí pasa sus dos últimos días el más grande escritor ruso del momento. Acuden periodistas, curiosos, escritores... y su mujer e hijos. Palma después de una lenta agonía de dos días, según el tomo de Ana Karenina que tengo delante, el 7 de noviembre de 1910. Será calendario ruso. Ya sabemos que la Revolución de Octubre no fue en octubre.]
[Addenda 2, de Martín L. L.: Una estación ferroviaria en medio de la estepa rusa, finis vitae de León Tolstoi; perdido en el pacifismo, en un cristianismo propio de primeros tiempos, y de máxima espera. Yo entiendo que Tolstoi se pierde en lo utópico, aquello que no va a ninguna parte: allí, un sitio admirable, ha encontrado el lugar de una paz aún mejor que el pacifismo que predica ad usum de las masas. Si ha encontrado la esperanza, la propia y de nadie más, no sé si se puede decir que haya perdido la razón, a no ser que ésta haya de abonarse al escepticismo. Me imagino al viejo Tolstoi arrastrando a ninguna parte la razón suya que por fin ha encontrado.]

Monday, February 05, 2007

De compras con un poeta maldito

El poeta en cuestión se llamaba -y se sigue llamando, porque, pese a todo, el tío sigue viviendo tan ricamente (y eso que fuma como un carretero)- Leopoldo María Panero. Muchos lo consideran un exiliado del Parnaso, un protegido de los dioses, un genio sin par, un auténtico Ser Superior (como decía el Buitre de Florentino Pérez); otros piensan, en cambio, que es cáscara sin nuez, puro fuego de artificio, una mezcla ridícula de locura fingida, blasfemia y escatología (o sea, un poquito de "Dios ha muerto" y otro tanto de "caca culo pedo pis", todo bien aderezado con los excesos de una biografía escandalosa). Lo que sí parece claro es que nos encontramos ante el único superviviente de una raza extinta: L. M. PANERO, EL ÚLTIMO POETA MALDITO.
[Vaya por delante que a mí me gusta -y mucho- su poesía]



Bueno, a lo que iba...
Yo tendría unos 20 años (hace nueve, por tanto). Era media tarde. Acababa de ver en vídeo con mi hermano Después de tantos años, la segunda parte de El Desencanto, el famoso documental sobre la familia Panero.
Salí a la calle para cortarme el pelo. Cuál fue mi sorpresa cuando, al pasar por El Corte Inglés de Princesa, veo salir por la puerta a Leopoldo María Panero. Sí, allí estaba, en carne y hueso, el mismo personaje que acababa de ver -tan mitificado, tan literario, tan truculento- en el largometraje de Ricardo Franco.
Seguramente, si no hubiera visto cinco minutos antes aquel documental, ni se me hubiese pasado por la cabeza acercarme a Panero, pero como tenía tan vívidas y recientes aquellas imágenes del poeta maldito (sobre todo las del final, cuando se acerca al banco donde está sentado su hermano Michi, y se ve a los dos paseando por el parque, satisfechos con el reencuentro) me planteé rápidamente la situación y sopesé los riesgos: desde luego, este hombre no está muy bien de la cabeza y nunca se sabe cómo puede reaccionar alguien así. Lo mismo se quiere casar contigo que te manda a la mierda o te da un mal golpe... Pero su apariencia era tan frágil, tan desvalida, tan tierna, que no había nada que temer.
Iba solo, mirando al suelo, fumando un cigarro. Lo que más me llamó la atención es lo limpito y bien vestido que iba el tío, hecho un pincel, con el pelo canoso perfectamente cortado al cepillo. Caminaba despacio, en dirección hacia plaza de España.
Me puse a su altura. Me acerqué y le dije, con mi educación habitual:
-Perdone, ¿es usted Leopoldo María Panero?
Fue como si le despertase de su empanado mundo de ensueño:
-Eh, sí...
Miraba sin mirar, como quien tiene miedo a algo que no sabe descifrar.
-Es que... bueno, he leído algunos libros suyos y me gustan mucho...
-Ahhhh, gracias... -me dijo sin mirarme, como si no le importase lo más mínimo. Su voz era más un balbuceo gangoso que un lenguaje articulado. De pronto, maquinalmente, se giró hacia mí y me espetó-: Oye, ¿puedes hacerme un favor?
-Sí, claro... -dije, sorprendido.
Yo ya empezaba a temerme lo peor. A ver qué favor me pedía ahora éste. Lo mismo acababa metido en un lío de drogas o me hacía una proposición indecente, qué sé yo. ¿Quién me habría mandado ponerme a hablar con un loco?
-¿Sabes dónde está Sara? -me preguntó.
-¿Cómo?
Pensé que ya estaba delirando. Seguramente se había escapado del psiquiátrico y no había tomado la medicación.
-Que si sabes dónde está "Zssara", que me han dicho que está por aquí...
-Ahhh, ¿Zara? Sí, creo que está ahí enfrente... Ah, no, ése es de señoras. Espere, que le voy a preguntar a alguien.
Le pregunté a una señora dónde estaba el Zara de caballeros y me lo indicó.
-Pues me ha dicho esta señora que está por allí, en la otra acera, después de cruzar el semáforo... -le señalé a Panero.
Él miraba mis indicaciones con cara de no enterarse de nada, como si aquello fuese un jeroglífico dificilísimo o un enigma imposible de resolver... Imagino que tampoco tenía muchas ganas de esforzarse y concentrar la atención en aquellas nimiedades.
-¿Me puedes acompañar, por favor? -dijo, con voz de pena, casi suplicante, como si fuese un niño perdido en la feria del mundo.
-Sí, claro...
Emprendimos el rumbo hacia Zara, a paso muy despacio. Él me hablaba mirando al suelo, fumando sin parar. Le daba hondísimas caladas al cigarro, como con desgana. Después de varias caladas, lo tiraba al suelo y se encendía otro. (Panero, esa tortuga que fuma...)
Íbamos tan despacio que el trayecto duró unos diez minutos. La verdad es que me hacía gracia la situación. Me sentía un poco como Tom Cruise en Rain Man llevándole la bolsa de deportes a Dustin Hoffman.
Fuimos hablando todo el rato. Pero no penséis que hablamos de la muerte de Dios ni del futuro de la literatura, ni de "la tecnología del yo" de Michel Foucault o del cuervo de Poe o de los maravillosos Cantos de Maldoror, ni de sus intentos de suicidio o de sus estancias en el manicomio o de la muerte de su madre Felicidad Blanc. No. Lo cierto es que sólo hablamos de tiendas, precios de ropa, calcetines, calzoncillos y cosas similares. Lo juro.
-¿Y Zara es barato? -me preguntó.
-Pues... Bueno, supongo. Yo creo que sí.
-Es que estos cabrones -se refería a los de El Corte Inglés- me querían cobrar no sé cuánto por unos calzoncillos y una camiseta... No te jode.
-Es que es lo que tiene El Corte Inglés -razoné, con toda la sabiduría que Dios me ha dado-, que tienen de todo pero es un poco más caro... Zara sólo tiene ropa y es más barato.
-¿Y venden calzoncillos en Zara?
-Pues no estoy seguro, pero me imagino que sí...
De este estilo fue toda nuestra conversación.
Sólo un par de veces insistió en preguntarme, un poco desconfiado:
-¿Seguro que vamos bien por aquí?
-Sí, sí, si está ya aquí al lado.
Cuando llegamos a la puerta del Zara, preferí hacer mutis por el foro. Pensé que lo mismo a Panero le daría por bajarse los pantalones delante de las dependientas para probarse los calzoncillos y que se iba a montar un escándalo circense en el que prefería no verme envuelto.
-Bueno, pues ya estamos aquí -le dije señalándole la entrada de Zara-. Yo le dejo, que tengo que ir a cortarme el pelo...
-Muchas gracias -me dijo.
Parecía un agradecimiento muy sincero, como si le hubiese rescatado de un naufragio o algo por el estilo. Mientras me marchaba, me giré para echar un vistazo y vi cómo entraba en la tienda el último poeta maldito.

PD: Cuando llegué a casa y se lo conté a mi hermano (que había estado un rato antes viendo el documental conmigo), os podéis imaginar su sorpresa.

[Ya sé lo que os estaréis preguntando, y sí, la respuesta es sí: me cortaron bien el pelo]


En fin, aquí os dejo con un vídeo del susodicho que acabo de encontrar. Bunbury no queda mal del todo, pero el otro da una vergüenza ajena tremenda. Es como el que les ríe las gracias a los tenistas o a los monarcas, pero a otro nivel:


Saturday, February 03, 2007

Oda a Zinedine Zidane


Ahora que Ronaldo ha vuelto a las Italias y el Madrid de las estrellas se ahoga en el fango de su propia decadencia como los grandes Imperios del pasado, es hora de recordar al futbolista más elegante de todos los tiempos, ese adorador sublime del balón, ese artista del cuerpo en movimiento, ese deportista genial sólo comparable -en nuestra época- a Carl Lewis o Michael Jordan.
Estoy hablando del único ídolo que he tenido en mi vida: Zinedine Yazid Zidane.
Divino Nureyev de los rectángulos de juego, Zidane ha reencarnado en nuestros días el anhelo de triunfo y el canon de la perfección que impulsaba, como sueño esforzado e ideal regulativo, a los atletas de la Antigua Grecia. Si Fidias esculpió las figuras de éstos en mármol y Píndaro cantó sus triunfos como hazañas gloriosas en el campo de batalla, había que dedicarle -al menos- un homenaje al héroe marsellés desde este humilde blog.
Hasta su última obra de arte -el cabezazo a Materazzi en la final del Mundial- es un destello ejemplar de elegancia, nobleza y pundonor. Si todos actuásemos así en la vida con la gente que se lo merece (tramposos, rastreros, mediocres, cobardes...), el mundo sería mucho más justo y habitable.
Gracias, Zinedine, por lo tantísimo que nos has hecho disfrutar.

Moraleja colateral: El abanico de la humanidad se despliega entre dos polos opuestos: genios y mediocres, mozarts y salieris, zidanes y materazzis.

Tuesday, January 23, 2007

Salón de pasos perdidos

Aproximadamente una vez al año, como los niños de San Ildefonso o las golondrinas de Bécquer (pero con menos puntualidad), llega a nuestras librerías un nuevo tomo del Salón de pasos perdidos, la novela en marcha en forma de diario que Andrés Trapiello lleva publicando desde 1990. Entonces sus lectores recuperamos nuestra otra existencia "en marcha": esos personajes llenos de vida, esos ambientes tan familiares, las opiniones del protagonista (como siempre, unas nos parecen certeras y otras totalmente equivocadas), sus gustos literarios (unos más discutibles que otros), sus disputas insignificantes... Y disfrutamos un buen rato, que es de lo que se trata.
Hipótesis y/o sospechas:
A. T. debe de ser el escritor con más enemigos por metro cuadrado de las Españas. Tiene más odiadores en vida que los que le han salido a Cela de muerto, que ya es decir. Quizás por eso nos cae tan bien.
Imagino que cuando sale del portal de su casa mira con temor hacia los lados, no vaya a ser que se le abalance uno de los personajes de su diario y le increpe agarrándole de las solapas de la chaqueta. También teme que, desde la otra acera de Conde de Xiquena, algún escritor fracasado o herido en su orgullo le lance un pedrusco a la cabeza. Todo parece indicar que el protagonista de los diarios de A. T. se ha ido convirtiendo en un ser más desconfiado, menos abierto o natural, menos sentimental y mucho más cínico que antes. Ahora que tiene éxito puede parapetarse en sus premios, pero antes tenía que ser -a la fuerza- una cuestión de puro unamunismo, esa curiosa mezcla de dignidad, egolatría y gamberrismo. Conciencia de uno mismo frente a los otros. Si pasan de mí o me tocan las narices, me impongo por cojones. Sí señor.
He oído que se ha organizado una Asociación de Damnificados de Trapiello. La preside una profesora de Elche. A veces A. T. se arrepiente de haberse metido en tanto embolado (se mueve a la defensiva, como diciendo: "Oye, que en el fondo soy una buena persona"), pero ya no hay marcha atrás. Sólo queda buscar aliados para enfrentarse al enemigo.
Pero, bueno, todo eso forma parte de la anécdota (que no da más de sí), la charla de portera editorial, el duelo de espadachines de un mundillo ridículo -el literario- que algunos se toman demasiado en serio. Sus diarios son mucho más que eso. Sí. La vida hecha literatura... y viceversa.
No exagero si digo que Andrés Trapiello nos ha enseñado a ver las cosas de otra manera, nos ha ayudado a sacarle más jugo a la vida, a pensarla y mirarla con ojos antiguos, sentimentales, poéticos, más conscientes del paso del tiempo. El secreto está en extraer lo eterno de lo transitorio (en eso consiste, precisamente, según Baudelaire, la tarea del artista moderno). ¿De cuántos escritores podemos decir eso?
Recuerdos:
Cuando terminé la carrera y me puse a dar clases de Filosofía en una academia de la calle Piamonte, me cruzaba muchas veces con A. T. por las mañanas. Vivía -supongo que sigue viviendo- allí al lado. Nunca me paré a hablar con él ni le dije nada; a él no lo conocía, pero sí al protagonista de sus diarios (los había ido leyendo, a salto de mata, durante mis años de universidad). Prefería quedarme al margen, como un simple habitante anónimo de la vida -una cara fugaz, un chico paseante-, antes que irrumpir groseramente en la marcha del escritor (en cualquier caso, es posible que salga de "extra" en alguna de las páginas de sus diarios, nunca se sabe).
Los lunes tenía una hora libre y solía irme a desayunar un café con churros (aprovechaba para hojear el periódico, leer un libro o preparar la siguiente clase). Después me daba un paseo por el barrio (Barquillo, Fernando VI, Recoletos...) y era entonces cuando solía cruzarme con A. T. Creo recordar que salió como personaje en alguno de mis "cuadernos de letra pequeña".
Profecía:
Allá por el 2073, cuando la mayor parte de nosotros -incluidos A. T. y sus enemigos- estemos criando malvas, saldrá la edición definitiva del Salón de pasos perdidos. Será considerada por todos los expertos como un acontecimiento cultural de primer orden: "Sin duda alguna, nos encontramos ante una de las cumbres de la literatura contemporánea", escribirá el Harold Bloom de la época. Venderá como churros (ojo: porque el precio será asequible). En los últimos años de su vida, el autor, en un rapto de lucidez, había hecho una poda de los párrafos que consideraba más aburridos o sobrantes, y había añadido notas a pie de página desvelando las identidades ocultas de los personajes. La obra final cabe en 10 tomos de 300 páginas cada uno, que ya está bien ¿no?
Me da una envidia tremenda de esos lectores de finales del siglo XXI. Podrán disfrutar de la vida doblemente: en la realidad y entre las páginas de un libro. Vivirán dos veces. La distancia temporal multiplicará la intensidad vital -o como se diga- de las historias contadas y, en consecuencia, el goce del lector y el valor de la obra.
Conclusión:
Afortunadamente, el protagonista de los diarios de A. T. es un hombre con sus grandezas y sus miserias, sus verdades y sus mentiras, sus virtudes y sus defectos, sus lealtades y sus rencores. Un hombre, no un maniquí o una idea. Como deben ser los personajes de la literatura...
Qué buenos ratos nos ha hecho pasar el tío. Gracias, don Trapiello.

Monday, January 15, 2007

La agonía de Nietzsche

Observa su mano temblorosa, su mirada hundida. La nada. Ahí acaba todo. Tanto esfuerzo por horadarlo todo, luchando a brazo partido con el pasado para celebrar la vida, cavando en la durísima roca de Occidente para mostrar al mundo -por fin- el cadáver de Dios, esa quimera. Y al final acabar así, inerte, descerebrado, inválido, sin palabras, con la cabeza llena... de paja... de pájaros.
Viene la enfermera, le limpia los brazos, le da la papilla, le pone la cuña. Una mosca se posa en su nariz pero no le inquieta. Dionisos contra el Crucificado. El puño cerrado es un último destello de la voluntad de poder (Wille zur Macht), que se ha trastocado en dolorosa impotencia. Se rompió la cuerda sobre el abismo, se derrumbaron los pilares del puente: el que un día soñó con erigirse en superhombre ha involucionado al estado vegetal (el momento del hundimiento definitivo se produjo, precisamente, al compadecerse de un animal). Ironía darwinista.
Caben varias lecturas exaltadas, pero no es momento de venganzas sarcásticas o teologizantes ("es lo que tiene tocarle las narices a Dios firmando el acta de su muerte", "ya sabes, el síndrome Titanic") ni de mitificaciones postreras ("vio más de lo que puede soportar un ser humano", "la lucidez extrema deviene indefectiblemente locura"). Sólo es tiempo de constatar nuestro estado de ánimo: las imágenes de la agonía de Nietzsche nos producen lástima. Sucumbimos a esa manía de débiles que es la compasión: "pobre Nietzsche, acabar así". Otra ironía del destino; en este caso, la regresión de los valores.
La malvada hermana viene de vez en cuando a partirle el alma al loco y cuidar de su bigote. Aparentemente, ya no siente ni padece. No se le revuelve el estómago ante la visita. No hay síntomas de decadencia. A ratos parece atemorizado (se marca la calavera en su gesto inmóvil); en general se muestra indiferente (con una indiferencia absoluta, mayestática, divina). Pero por dentro no sabemos... Seguro que desea escribir, siempre escribir. La palabra escrita es la verdadera salvación, la redención inmanente, la única que permanece fiel al sentido de la tierra, porque no invade mundos ajenos (más allá de la muerte o lo visible), porque segrega hormonas creativas, porque se agota en su feliz autorreferencia. El eterno retorno de la letra: "¡Ha sido ésta la vida! ¡Que vuelva a empezar de nuevo, que se repita!"
Sí, es cierto. Te has dado cuenta a la primera. La mantita a cuadros es lo más acogedor del mundo. Es síntoma de tranquilidad, de convalecencia, de reposo. También la almohada mullida entre la mecedora y la espalda. Detrás de la ventana está el campo, los árboles, el río, la luz del sol que hace brillar el cabello de las mujeres hermosas (con sus escotes de carne), los carros de caballos, los caminos polvorientos, el frío de las montañas, el horizonte del mar... En fin, la vida en toda su ebullición. Nada más y nada menos que la vida.
La pared blanca ratifica la buena nueva del Anticristo: más allá del bien y del mal hay un árbol que no da sombra: el silencio.

Esta secuencia -tan misteriosa, tan extraña, tan poderosa- parece ser en realidad un montaje realizado a partir de las fotos que Hans Olde le hizo a Nietzsche en 1899 durante su estancia en Weimar, poco antes de su muerte.

PD: Hay un fotograma en que Nietzsche, bizco y absorto en su locura, como intachable reo de manicomio, tiene un aire a Juan Ramón Jiménez (insigne marido de la Innombrable).

Saturday, December 23, 2006

Platónov y Baudelaire

Llevan la raya del pelo en distinto lado y quizás Baudelaire tiene un gesto más amenazador (de rencoroso cascarrabias), pero ¿a que tienen un aire?
Andréi Platónov (1899-1951)
"Sobre un hilo telegráfico se sienta un pequeño pajarillo que canta orgulloso. A su lado pasan los expresos. En los compartimentos follan los genios de la literatura. Y mientras, el pajarillo canta. Aún no se sabe quién saldrá ganando: los pájaros o los expresos" (De sus cuadernos de notas).
"La muerte. Un cementerio de caídos en la guerra. Se muestra a la vida aquello que tuvo que suceder pero no se produjo: las obras, el trabajo, las hazañas, el amor, todo el cuadro de una vida que no fue, y qué habría sido si ésta se hubiera dado. Se representa lo que se ha matado en realidad, no sólo los cuerpos. El gran cuadro de la vida y de las almas caídas y de sus posibilidades" (Ibídem).
"El abajo firmante reniega de toda su actividad literaria y artística pasada, tanto de la expresada en obras impresas como en las no publicadas. [...] he llegado a la conclusión de que mi labor prosaica, a pesar de sus positivas intenciones subjetivas, es por completo y contrarrevolucionariamente perniciosa para la consciencia de la sociedad proletaria" (De la carta enviada a los periódicos Pravda y Literatúrnaya Gazeta en respuesta a sus críticos).

Charles Baudelaire (1821-1867)

"Estoy absolutamente cansado de la vida de comensal y de inquilino de habitación amueblada de hotel. Eso me mata y me envenena. No sé cómo me he resistido. Estoy cansado de resfriados y migrañas y fiebres, y sobre todo de la necesidad de salir dos veces al día, y de la nieve y el fango y la lluvia. [...] Me falta de todo: muebles, ropa, trajes, incluso cacerolas, colchón. Y mis libros siguen extraviados en los talleres de diversos encuadernadores. Me hace falta de todo, y todo inmediatamente" (De una carta a su madre. París, 20 de diciembre de 1855).

"Siento que estoy en una crisis, en una fase en que debo tomar una gran decisión, hacer justo lo contrario de todo lo que he hecho, es decir, no amar más que la gloria, trabajar sin cesar, incluso sin esperanza de salario, suprimir todo placer y convertirme en eso que se llama una grandeza de alto rango. En fin, intentar hacer una pequeña fortuna. Desprecio a la gente que ama el dinero, pero tengo un miedo horrible a la servidumbre y a la miseria en la vejez" (Ídem. París, 10 de agosto de 1862).

Friday, December 15, 2006

El derecho a la pereza

Este señor de cabellos ondulados, bigote de mosquetero y tupé molón -como un Elvis Presley avant la lettre, o avant le siècle, o como se diga- se llamaba Paul Lafargue.
Nació en Santiago de Cuba en 1842, estudió Medicina en París, anduvo un tiempo medrando por las Españas y acabó casándose con la hija de Karl Marx. Tener a Marx por suegro no suena muy divertido, la verdad; todo apunta a que las comidas de los domingos, con el barbudo economista alemán haciendo la paella y bebiendo tintorro, no debían de ser la juerga padre, precisamente. Quizás por eso el matrimonio Lafargue tomó por anticipado una decisión irrevocable y fijó un límite a sus vidas: en ningún caso sobrepasarían los 70 años.
Cuando llegó la fecha señalada, un sábado de noviembre de 1911, después de haber ido al cine en la capital francesa y de haber degustado unos ricos pasteles, el matrimonio formado por Laura Marx y Paul Lafargue volvió a su casa de Draveil y se quitó la vida. Habían dejado perfectamente ordenada la distribución de sus bienes, incluyendo a la criada, al jardinero y al perro Nino. No sabemos qué película vieron aquella tarde, pero sí conocemos por el testamento las razones de su suicidio:

Sano de cuerpo y de espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno tras otro los placeres y los goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás.
Desde hace años me he prometido no sobrepasar los 70 años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, y preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico.

En 1883 Lafargue había publicado un auténtico Catecismo de la Risa Absoluta titulado El derecho a la pereza, que así comienza:

Una manía infernal carcome las entrañas de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una manía considerablemente extendida a toda la sociedad y que tiene por corolario innumerables miserias individuales y colectivas que están instaladas en la Humanidad desde hace dos siglos. Esa manía infernal es el amor al trabajo, el frenesí del trabajo, llevado hasta el consumo total de las fuerzas vitales del individuo y de su progenitura.
Imagino que en algunas escuelas de su Cuba natal empezarán las clases rezando, todos en pie y con la mano en el pecho, el Padrenuestro y el Credo del Capitalista, que Paul Lafargue instituyó:
Creo en el Capital que gobierna la materia y el espíritu. Creo en el Beneficio, su legítimo hijo, y en el Crédito, el Espíritu Santo, que procede de él y es adorado conjuntamente. Creo en la Renta al 5%, también al 4 y al 3, y en la Cotización auténtica de los valores. Creo en el Gran Libro de la Deuda Pública [...]. Creo en la Prolongación de la jornada de trabajo y en la Reducción de los salarios, como también en la Falsificación de los productos. Creo en el dogma sagrado "Comprar barato y vender caro", y también creo en los principios eternos de nuestra santísima Iglesia, la Economía política oficial. Amén.
No sé qué pensarían la criada, el jardinero y el perro Nino de todo esto. Nunca lo sabremos. Es la ironía que se vuelve contra sí misma...

Monday, November 27, 2006

"Into the night", de Cornell Woolrich

Se trata de un libro escrito a cuatro manos: dos de ellas pertenecen a un muerto y las otras dos a un vivo. El muerto es Cornell Woolrich (el de la foto de abajo, con sombrero de ala ancha y mirada triste), uno de los grandes de la literatura noir y de suspense; el vivo, un tal Lawrence Block, que tuvo que rellenar los huecos que aquél dejó en distintos lugares del manuscrito (es lo que tiene la muerte, que te pilla desprevenido y con las cosas a medio hacer).
El argumento de la novela es bastante burdo e inverosímil, la verdad, pero no sé qué tiene -será la atmósfera misteriosa, o el poder de seducción de la protagonista- que te engancha desde la primera línea. Empiezas a leerlo y no puedes parar. La cosa es como sigue.
Una joven llamada Madeline está sentada a oscuras en su habitación. Le abate una honda depresión, no aguanta más, no quiere seguir viviendo. Se levanta de la silla, trepa a una caja para alcanzar el estante más alto del armario y agarra una bolsa de terciopelo: en ella guarda la pistola que en una ocasión le regaló su padre alcohólico ("Por si acaso alguna vez quieres matar a alguien. O por si acaso alguna vez quieres matarte"). Después de pensárselo un buen rato, se mete el cañón de la pistola en la boca (nota el sabor del metal en la lengua), rectifica, apunta a la sien, al oído, al cuello... Sigue dudando. Pero no encuentra ninguna razón para no matarse.
Por fin apoya la pistola en la sien, alza el percutor y aprieta el gatillo. Clic. La recámara está vacía. De repente, recupera la ilusión de vivir. Se le han quitado todos los males. El mero hecho de vivir ya es un aliciente de por sí...
Enciende la luz, conecta la radio y se pone a bailar al compás de la música. Guarda el arma en la bolsa de terciopelo y la arroja sobre la mesa. Al chocar contra la superficie de la mesa, la pistola se dispara.
En fin, resumiendo y sin desvelar gran cosa (por si alguien lo quiere leer): resulta que el disparo ha salido por la ventana y ha matado a una chica que pasaba por la calle. Starr Bartlett es su nombre. La gente cree que le han disparado desde un coche que pasaba por allí.
Martirizada por el sentimiento de culpa, Madeline -que no dice nada a la policía- emprende una curiosa investigación siguiendo las huellas de la chica e intentando vivir su vida. Su razonamiento es irreprochable, por absurdo: "Starr -dice para sus adentros-, yo quería morir porque mi vida carecía de sentido. Ahora puedo encontrarle un sentido en vivir por ti, y tú puedes seguir viviendo por medio de mí". (Hasta aquí puedo leer)


Cornell Woolrich fue tan desgraciado en la vida real como sus personajes en la ficción. Vivió siempre agarrado a las faldas de su madre y, cuando ésta murió, inició su imparable decadencia física y moral. Diabético y alcohólico, se refugió en una habitación del Sheraton Russell Hotel de Manhattan, con la sola compañía del whisky. Le tuvieron que amputar una pierna por no curarse una herida y acabó postrado en una silla de ruedas. Murió en 1968, de una embolia. Había nacido el 4 de diciembre de 1903, en Nueva York.

Tuesday, November 21, 2006

El amigo Manso


Cuando llega el frío del invierno, es buen momento para refugiarse en casa acompañado de los libros de Galdós.
Sus historias transmiten una agradable sensación de hogar, de chimenea: el cómodo sillón, donde el cuerpo se hunde como si naufragase en una nube de pereza; la taza de café humeante; la pipa repartiendo por la boca su sabor de incienso y mirra; la gorra como un pan en la cabeza; la bufanda que protege con su abrazo a la garganta, para que no se enfríe; las alpargatas de enfermo, que tosen más que tú; el pastor alemán a los pies de la cama, soñando lo que quiera que sueñen los perros.
"Yo no existo... Soy -diciéndolo en lenguaje oscuro para que lo entiendan mejor- una condenación artística, diabólica hechura del pensamiento humano (ximia Dei), el cual, si coge entre sus dedos algo de estilo, se pone a imitar con él las obras que con la materia ha hecho Dios en el mundo físico.
Quimera soy, sueño de sueño y sombra de sombra, sospecha de una posibilidad, y recréandome en mi no ser, viendo transcurrir tontamente el tiempo infinito cuyo fastidio, por serlo tan grande, llega a convertirse en entretenimiento, me pregunto si el no ser equivale a ser todos, y si mi falta de atributos personales equivale a la posesión de los atributos del ser. Cosa es ésta que no he logrado poner en claro todavía, ni quiera Dios que lo ponga, para que no se desvanezca la ilusión de orgullo que siempre mitiga el frío aburrimiento de esos espacios de la idea."
Quien esto afirma se llama -no impunemente- Máximo Manso. Es asturiano, miope, metódico, ordenado, sobrio, de cabello oscuro y abundante, tiene 35 años... Vive en Madrid (más concretamente en la calle del Espíritu Santo), suele llevar chistera y capa, le gustan los garbanzos, es hijo de farmacéutico y da clases de Filosofía. No fuma, no bebe, no folla... y, por si fuera poco, se considera hegeliano y krausista. ¿Cabe mayor contradiós?

Wednesday, November 15, 2006

Arthur Cravan Vs Mina Loy

Arthur Cravan, poeta y boxeador. Nació en 1888, era sobrino de Oscar Wilde y fue uno de los precursores del Dadaísmo con su revista Maintenant, de la que era editor y redactor único (escribía en ella con distintos pseudónimos). Se dedicó básicamente a hacer tonterías para epatar al burgués (era una época en que todavía era posible el escándalo). De profesión provocador, fueron famosos sus insultos a Guillaume Apollinaire y a la mujer de éste, la pintora Marie Laurencin; obligado a "rectificar", escribió lo siguiente: Puesto que yo he dicho: "He aquí una que necesita que se le levanten las faldas y se le meta una gran ... en cierto sitio", yo pido simplemente que se debe entender: "He aquí una que necesita que se le levanten las faldas y se le meta una gran astronomía en el Teatro de Variedades". No sé si fue un castigo divino por tamaña grosería, pero Cravan desapareció en 1918 en una travesía por mar, en algún lugar del golfo de México. Su cadáver nunca fue encontrado.



Mina Loy, poetisa y pintora. Nació en 1882, estudió pintura en Londres y flirteó con el futurismo de Marinetti (quizá más con Marinetti que con el futurismo...). Además de escribir poesía, diseñaba muebles y pululaba por el mundillo bohemio de París. Se la puede calificar de "musa múltiple". Conoció a Arthur Cravan en Nueva York, se enamoraron y se casaron en Ciudad de México. Hasta su muerte -en Aspen, Colorado, con 87 años- vivió obsesionada con la misteriosa desaparición de Cravan.
Si ayer hablábamos de personajes de cine, estos dos personajes "literarios" -cuyos nombres verdaderos eran Fabien Avenarius Lloyd y Mina Gertrude Lowy, respectivamente- fabricaron sus máscaras para pasearse con cierto glamour por la vida. Seguramente fue ésa su mejor creación artística...