Hoy el sol no ha venido y el reloj también está perezoso y no avanza a un ritmo normal, y además es lunes, que ya de por sí es un tema escabroso y, sin embargo, yo estoy feliz porque he pasado un fin de semana estupendo (si nos olvidamos del espeluznante despertar al grito de "te vas a casar, la vas a cagar").
Tras dos días sin dormir bien y previa ingesta de una ayudita, me hallaba yo durmiendo plácidamente. Tan plácido era el sueño que ni siquiera había oído a Nacho llegar de su "noche de caretas y Vero" cuando, de pronto, un peculiar cántico me saca a patadas de mi ensoñación. Despego como puedo los párpados y vuelvo a tragarme el corazón y me encuentro con mi hermana, primas y amigas en la habitación, al pie de la cama.
Poco después, iba en un coche rumbo a Salamanca (Salamarcha mediante), vestida de princesa de barrio o centenaria inglesa en Benidorm, según se mire. El resto... Se queda para nosotras. Pero básicamente hubo muchas risas, poco descanso, sol y globos de agua, pelucas en venta, besos, baile y pasos vertiginosos (viva el Ferrari marcha atrás), abrazos, foto con Leia, hamburguesas en la barbacoa (¡Ani, riquísimas!), intento de sevillanas, magdalenas de chocolate postfiesta, "blackbetos" que no duermen, palabras nuevas, tours en coche sin contratarlos, vallas cerradas, regalos "curiosos" y un álbum con fotos que hacen llorar de emoción.
No hay modo de agradeceros el logro de hacerme desconectar de la vorágine de estos días, ni los buenos -buenísimos- ratos. Qué bonita la mezcla y qué bien teneros a todas juntas. Gracias, de verdad, por tantas emociones contrastadas (horror, ridículo, felicidad, melancolía...) y por una despedida de soltera inolvidable.
¡Os quiero, guapas!