domingo, 2 de diciembre de 2007
Entrevista a RAFO LEÓN
No es un simple turista. Rafo León es un viajero. Ahí radica, quizás, la clave del éxito de su programa de televisión Tiempo de viaje, el mismo que, en un medio tan difícil como el nuestro, ha logrado llegar a los ocho años de existencia.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Tiempo de viaje cumple ocho años. ¿Qué recuerdas de los inicios?
Recuerdo casi lo mismo que siento ahora. Una especie de sudoración en las manos y de ansiedad cada vez que empiezo un viaje. Fíjate que son 180 programas. Pero la incertidumbre, la inquietud, el interés, la motivación, a pesar de tantos años, se mantienen. Y eso tiene que ver con dos cosas: primero, con el hecho de que el Perú resulta inagotable, no sólo turísticamente, culturalmente, socialmente. Y tiene que ver también con la actitud personal y del equipo de Tiempo de viaje que hace que nos siga gustando, que nos siga interesando. Porque también es difícil, es exigente. Armar y desarmar equipaje, hay que tener pierna fuerte, hay que tener buen estado físico.
Ocho años en el aire no se cumplen así nomás…
Es cierto, en este momento programas de esa data son muy pocos, Sonaly, que tiene un poco menos que nosotros, y la gran Magaly, que hace turismo, pero en la vida privada de la gente (risas).
Imaginabas entrar a la televisión y durar tanto…
Sí y no. Por un lado, hace ocho años tenía 49 y no me imaginé que a esa edad se me iba a presentar la oportunidad de salir en televisión conduciendo un programa de viajes. Pero por otra parte, por el hecho de haber viajado bastante por el Perú desde muy joven, tenía un capital de experiencia. Y bueno, la realidad a veces tiene una lógica. Tienes un capital y alguna vez se dará la oportunidad de convertirlo en un producto.
Tú eres, más que un turista, un viajero…
Sí, y esa diferencia no la he inventado yo, esa diferencia la conocí por primera vez en una novela de Paul Bowles. El pertenece a una generación de post-guerra. Con artistas plásticos, músicos y dramaturgos formaban una especie de manchita en Nueva York. Ellos quedaron sumamente insatisfechos con el resultado del mundo después de la guerra. No se sentían identificados con un país imperial como los Estados Unidos. La recomposición moral del planeta les parecía infame. Deciden entonces buscar un lugar donde hubiera un mensaje distinto, más relacionado con la naturaleza, con culturas ancestrales y menos relacionado con esta carrera armamentista, monetarista, imperial. Al final terminan en Tánger, Marruecos. Y allí se quedan. Bowles muere allí. Y en la primera página de su novela El cielo protector, que es medio autobiográfica, él habla de tres personajes y dice que no eran turistas, que eran viajeros.
El hace el deslinde entre ambos conceptos…
Turista es aquel que sale de su lugar de origen con una cantidad de dinero en el bolsillo, con una cantidad de tiempo muy precisa y una serie de pautas para conocer el lugar. El viajero trata, en lo posible, de no someterse al tiempo, de que la relación fluya, y de prescindir de sí mismo, integrarse al lugar. Y esto último tiene un significado especial para mí. Y tiene que ver, según Bowles, con el hecho de que el viajero suele ser una persona que no está muy bien acomodada en su ciudad de origen. Y hace que uno esté, aunque sea utópicamente, buscando lugares que lo conecten con ese fondo interior en el que uno todavía confía, y en donde uno piense que todavía es posible una humanidad diferente. No quiero sonar a un estúpido utopista con esto que te digo, pero creo que hay mucho de cierto.
¿Recuerdas algún lugar que te haya impresionado gratamente, de manera especial?
El domingo (hoy), por ejemplo, sale un programa sobre un lugar al que yo he vuelto, sin exagerarte, treinta veces: Piura. Tuve la suerte de descubrir un trabajo antropológico de Lucho Millones que se llama Todos los niños se van al cielo, donde analiza una costumbre muy antigua que se celebra el 1 de noviembre y que quizás sea única en el mundo. En Piura el 2 se celebra a los muertos, pero a los muertos adultos, y el 1 a los niños. Ese día, las madres, del campo sobre todo, que han perdido niños llegan a las plazas públicas de los caseríos o de las pequeñas ciudades. Llegan de todas las edades. Y llevan unos papeles con los nombres de los hijos fallecidos y sus edades, y empiezan a leerlo en voz alta. Una dice, por ejemplo, “Josecito, tres meses”. Y se acerca una señora con un bebé de tres meses. Y se hace un contacto entre ellas en donde el niño vivo por un rato es la encarnación del niño muerto. Y la madre del niño fallecido le hace una bendición y lo alimenta con miel. En términos emocionales, como te decía antes, te expresa que todavía es posible encontrar actos de amor. Esa relación entre esas dos mujeres es solidaridad pura. Para mí ha sido uno de los viajes más apasionantes. Y sin embargo no tiene que ver con el espacio geográfico. sino con la circunstancia.
¿Sueles leer literatura de viajes? ¿Qué autores, por ejemplo?
Mis escritores favoritos ahora son aquellos que se mueven en el terreno de la ficción y el viaje, como Sebald, que tiene ese maravilloso libro Los anillos de Saturno, o Los emigrados. También Claudio Magris y su libro El Danubio, que es el recorrido que él hace por toda la cuenca del Danubio y él va como develando las claves de la cultura de media Europa. Me gusta ese tipo de escritores. Ellos no están ahí, lo que está es el lugar.
*Fotografía de PAVEL UGAZ.
**Publicado en Correo el domingo 2/12/07.
sábado, 1 de diciembre de 2007
GARCIA FALCÓN: El cielo de Capri
Otra grata noticia. Aunque no conozco personalmente a Marco García Falcón, me alegra enterarme de la aparición de su segundo libro. Se trata, sin duda, de un autor más que interesante, que ya evidenció su talento con París personal, su primer libro de cuentos. En esta ocasión se trata de una novela titulada El cielo de Capri (Revuelta editores).
Se presenta el miércoles 5 de diciembre, a las 7:30 p.m. en la Sala de Conferencias del Centro Cultural de la PUCP (Camino Real 1075, San Isidro). Los comentarios estarán a cargo de Carlos Garayar, Pepe Guich y Gabriel Ruiz Ortega.
SUMALAVIA: Colección minúscula
Una muy grata noticia. Ediciones Copé –que ha adquirido mayor vuelo editorial con Pepe Donayre– acaba de anunciar la presentación de Colección minúscula, un muestrario de relatos breves compilado, precisamente, por uno de sus más conspicuos cultores en nuestro país: Ricardo Sumalavia.
Entre los autores peruanos figuran Carlos Eduardo Zavaleta, Carlos Herrera, Antonio Gálvez Ronceros, Fernando Iwasaki, Julio Ortega, César Silva Santisteban, José Adolph, Isaac Goldemberg, Mónica Belevan y Enrique Prochazka. Y también hay autores foráneos como el español José María Merino, los argentinos Raúl Brasca y Ana María Shua, el hispano-argentino Andrés Neuman, y el venezolano Luis Britto García.
La presentación se realizará el martes 11 de diciembre, a las 7:30 p.m. en el auditorio de la Oficina Principal de Petroperú (Canaval y Moreyra 150, San Isidro). Los comentarios estarán a cargo de Rocío Silva Santisteban y Carlos López Degregori.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Cuentos de DOSTOIEVSKI
La editorial Siruela (cuyas ediciones son realmente memorables) acaba de publicar una nueva traducción del ruso de los cuentos más importantes de Dostoievski. La edición ha estado a cargo de Bela Martinova. Según la información que me llega de la editorial: “Los cuentos de Fiódor M. Dostoievski (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881) intentan abarcar todo el período de su actividad como escritor, desde sus comienzos literarios en 1845 hasta 1877, año en que comienza a escribir Los hermanos Karamazov”.
Feria del Libro Ricardo Palma 2007
Destaca la presencia del periodista argentino Jorge Lanata, quien fundara el mítico diario bonaerense Página/12, y que viene a presentar la novela Muertos de amor (Alfaguara). Entre otras visitas ilustres tenemos al también argentino Francisco Solano López (una leyenda del cómic: quien dibujara por primera vez El Eternauta), a la chilena Vinka Jackson (que presenta un libro sobre abuso infantil), al colombiano Juan Carlos Galeano (nos trae un conjunto de relatos amazónicos) y al español Alberto Coto (se especula que puede realizar elefantiásicas operaciones matemáticas en contados segundos). En esta oportunidad, la Feria rendirá homenaje al escritor y periodista Jorge Salazar (autor de La medianoche del japonés, entre otros celebrados títulos) y a la historiadora María Rostworowski (quien posee una amplia bibliografía en torno a nuestra historia).
Entre las novedades tendremos la presentación de los libros Lo que nunca serás (Planeta) de Guillermo Niño de Guzmán, Aguardiente forever (Hipocampo) de Hildebrando Pérez, Cuentos de bolsillo (Universidad Ricardo Palma) de Harry Beleván, La manzana mordida (Fondo de Cultura Económica) de Germán Carnero Roqué, Lima freak (Planeta) de Juan Manuel Robles, Poemas (Tierra Nueva editores) de Alonso Rabí, El círculo invisible (Universidad Alas Peruanas) de Reynaldo Naranjo y Carlos “Chino” Domínguez, Unicroma (Santo Oficio) de Mónica Carrillo, entre otros.
Interesantes actividades –que se complementan con espectáculos de narración oral como el de Francois Valleys– que hacen de esta Feria un destino obligatorio.
MAS DATOS
Parque Kennedy, Miraflores. Inauguración: viernes 30 de noviembre. Anfiteatro Chabuca Granda (12.00 horas). Participan: José Chang (ministro de Educación), Luciana León (congresista), Manuel Masías (alcalde de Miraflores) y Gladis Díaz (presidenta de la CPL)
EXPOSICIÓN
Muestra PERCIPI
de la artista PATRICIA ARENA
Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Patricia Arena es una cazadora del instante, de aquellos detalles importantes que la velocidad de la vida moderna se empecina en negarnos. Es por ello que Arena está en un estado de alerta permanente. Siempre dispuesta a perennizar aquel retazo de realidad que al común mortal le resulta negado.
Por suerte está ella para mostrárnoslo. Como en esta exposición titulada, precisamente, “Percipi” (percepción), en la que nos invita a presenciar –casi a fisgonear– aquellos momentos mágicos que su lente ha sabido inmortalizar. Es como ingresar a un territorio íntimo, el de los personajes que pueblan las fotografías de la muestra. Detalles que advertimos como si nosotros, al igual que ella, estuviéramos detrás, al acecho de la mayor naturalidad, a la espera del instante preciso.
Los personajes de Patricia Arena son desconocidos. Ella no busca que posen ni tampoco pretende invadir sus espacios. Ella permanece inadvertida, es casi una sombra, una brisa tibia que los ronda, generalmente por detrás, sin que lo noten. Hasta el momento culminante del clic. Poco importa si aquellos personajes no están quietos. Por el contrario, Arena lo prefiere así: “Siento que las imágenes en movimiento preservan la energía del individuo”, sostiene.
Los museos y galerías son los espacios ideales para Patricia Arena. “Siento que la persona que va a un museo va con un estado de ánimo, no te digo melancólico, pero sí tranquilo –acota la artista–. Está haciendo un paréntesis en su día para tener un encuentro con el arte. No hay apuros. Se crea dentro del museo una atmósfera especial. Te podría decir que para mí es el hábitat perfecto para fotografiar personas”.
“Percipi” no sólo nos muestra aquellos instantes que pasan continuamente inadvertidos. También nos permite introducirnos en la propia mirada de la artista. Es decir, verla a través de lo que ella ha visto, y ha perennizado. La premisa del filósofo irlandés Berkeley –ser es ser percibido– resulta contundente. Los personajes de Arena existen porque ella los percibe, y la propia Arena existe porque a través de sus fotografías la percibimos a ella. Idea que tiende puentes con su muestra anterior, ilustrativamente titulada “Intuyo en mí algo de ti”. “Yo quería que este viaje interior suban al tren todos los espectadores de la muestra”, precisa Patricia Arena. Adentrarse en la galería del Británico, con aquella sinuosa cortina musical que ostenta la sala, resulta una experiencia sobrecogedora, sin duda. Y, al mismo tiempo, grata.
*Fotografía de LUIS IPARRAGUIRRE.
**Publicado en Correo el 28/11/07.
PRESENTACIÓN: Víctor Ruiz
lunes, 19 de noviembre de 2007
PABLO GUEVARA: dos libros
Pablo Guevara fue para muchos la imagen perfecta del poeta entregado, en cuerpo y alma, a los avatares exultantes de la poesía. Y así lo asumió en toda su plenitud. Basta recordar, por ejemplo, entre las innumerables anécdotas suyas, aquella en la que le responde a un joven estudiante que le había preguntado si él era el profesor Guevara, que no, que él era el “poeta” Pablo Guevara.
A un año de su sentida partida, los homenajes no se hacen esperar. Un grupo de jóvenes poetas –Guevara ostentaba ese don de aglutinar a los talentos en ciernes– acaban de presentar dos libros importantes: Totalidad e infinito y Hacia el final. El primero, Totalidad e infinito, reúne una serie de testimonios personales de distintos poetas sobre la amistad con el poeta de Hotel del Cuzco, artículos del mismo Guevara publicados en diarios y revistas, y algunos ensayos críticos sobre su obra poética. Entre los ensayos, además de eruditos textos de Marco Martos y Santiago López Maguiña, podemos resaltar el de Carlos López Degregori, quien nos da un panorama de la poética de Guevara a partir del poemario Hotel del Cuzco. Degregori señala, por ejemplo, que Guevara “es el primer poeta peruano que busca sus referentes culturales en la vanguardia anglosajona de este siglo, y que su figura y escritura son preferencias extrañas e incómodas en el concierto de su generación”. Una anécdota con Enrique Sánchez Hernani complementa esta idea. Cuenta Sánchez Hernani que cierta vez, luego de haberle obsequiado a Guevara uno de sus primeros poemarios, el poeta –considerado el menor de la generación del 50– le preguntó qué autores estaba leyendo. “A Pedro Salinas y a Jorge Guillén”. “¡No puede ser!”, explotó Guevara: “Y yo que te he estado dando consejos todo este tiempo”. Además del testimonio de Sánchez Hernani, destacan los de Roger Santibáñez, Odi Gonzales y William Rowe. Este último comenta que “conversar con Pablo, en la mesa del desayuno del domingo, es de las cosas que no se olvidan nunca”.
El tributo se completa con Hacia el final. Homenaje a Pound (1992-2001), poemario inédito rescatado y publicado gracias al esfuerzo de Gladys Flores y José Farje –quienes tuvieron idéntica participación en la publicación hace algún tiempo de Hospital–. “Intenté escribir el paraíso/ no se muevan/ permitan hablar al viento/ eso es el paraíso./ Permitan a los dioses olvidar/ lo que hice/. Permitan a los que amo tratar de olvidar/ lo que hice”, reza uno de los poemas del libro. Difícil petición la del poeta, aquél que ha entregado páginas de estupenda poesía a la eternidad. (C.M. Sotomayor)
*Fotografía tomada del libro Totalidad e infinito.
LA CORNISA
Por MANUEL ERÁUSQUIN
La infancia goza de diversos encantos, uno de ellos es la capacidad superlativa para la fantasía. Yo tenía sueños de gloria, de campos de fútbol trajinados con talento y la ovación de una tribuna desatada de pasión. Hoy ese sueño no existe: se extinguió bajo el poder de la realidad.
Las pequeñas batallas futboleras que libraba a la hora del recreo disponían del entusiasmo y la pasión de un certamen de trascendencia: todos peleábamos por conseguir la supremacía en la cancha: menores de diez años aprendíamos a luchar, a ganar y a perder.
A los doce años, quise saber hasta dónde podía llegar, hasta dónde era cierto que podía convertirme en una estrella del balompié. Una incógnita que fue esclarecida de manera directa y ruda en la academia de fútbol del club Sporting Cristal, institución de la cual no era hincha, sólo un ferviente interesado en sus cómodas instalaciones, que en los años ochenta superaban a las de la “U”, el equipo por el que grito cada tarde de domingo. El Cóndor Mellán, legendario back central del equipo celeste en los sesenta y setenta, dirigía a todos los aspirantes a integrar la familia de Cristal. Mi desenvolvimiento no equivalía al tamaño de mi pasión. Mi rendimiento era visto como el fracaso inminente de otro hincha vestido de corto. No era suficiente querer ser como Platini, Rummenigge o Maradona. Lo suficiente era ser un jugador dotado de talento: para todo lo demás está Mastercard.
Hace poco, con motivo del inicio de estas eliminatorias, Walter Corzo, amigo y editor de la sección deportiva de nuestro diario, se tomó la libertad de ficcionar sobre mi corta pero intensa carrera futbolística en aquella academia de chicos del club cervecero. Cuenta su leyenda, esparcida por la redacción, que este servidor con pretensiones, pero de escasos recursos futbolísticos, mantenía a la sombra a un adolescente Nolberto Solano en el puesto de marcador de punta derecho: Dios hubiera querido, Walter, pero la divinidad nunca lo quiso. Por eso el maestrito es Ñol.
Sin embargo, al ver los partidos de la selección, me imagino peleando una pelota en el área chica rival en busca de la gloria, en busca de un bendito triunfo. Yo no sé si Claudio Pizarro, reconocido como un delantero de brillo internacional, sienta todavía la pasión por luchar cada pelota como si fuera la última vistiendo la camiseta de la selección. No lo veo hasta el momento, lo comparo con otros y la inquietud se acrecienta. Lástima que no aprendí a jugar. Yo hubiese querido sentar a Pizarro.
TREN DE ATERRIZAJE
Por JOSÉ GÜICH
Los narradores que hoy cabalgan entre la veintena y la treintena han propiciado más de una frenética escaramuza en diversos espacios, especialmente en los territorios de la blogósfera (así se denomina al conjunto de páginas personales hágalo usted mismo que hoy infestan al universo virtual). No queda muy claro en torno de qué asuntos se generan las discusiones, aderezadas vía la incursión de mastines ocultos en el anonimato. El debate argumentado no parece tener cabida en estos pugilatos. Y en meses recientes, el lanzamiento de una serie de antologías ha recrudecido la intensidad hepática.
Leonardo Aguirre (Lima, 1975) emerge de esos campos minados. Ya se había granjeado notoriedad con las ásperas reseñas que escribió para Agenda Perú. Su primer libro de narraciones, Manual para cazar plumíferos, apareció en 2005. Una nueva colección, La musa travestida, prolonga el cariz de esos relatos, ahora concentrado en el lado marginal de la literatura. En efecto, por las páginas de esta entrega desfila una legión de seres periféricos. A todos los caracteriza la autosuficiencia, a veces disfrazada por “colectivos” de dudosa catadura, como los del relato "WC" o el titulado "Backstage". En el primero, Aguirre caricaturiza a oscuros aspirantes a las letras, ubicados a años luz de cualquier escenario mediático. Resulta muy atractiva la divagación en torno de una musa subterránea, que habría bendecido a iconos como Valdelomar o Martín Adán. En el segundo, los resultados no son tan felices: una sociedad de autores llamada Psirrosis es entrevistada por una periodista, a quien los miembros de esa especie de banda intentan violar después de narcotizarla. Es visible la destreza de Aguirre para los juegos de palabras; sin embargo, no siempre están al servicio de la historia, que por momentos se diluye en el efectismo.
Donde sí se aprecian los recursos del narrador —sin que el lenguaje lúdico se convierta en una trampa— es en Sublime Sorrento. El cinismo algo impostado que encarnan los personajes de los otros relatos por fin deja respirar a un argumento con fibra: la biografía ficticia de un escritor inédito que decide suicidarse en el transcurso de un recital de poesía. El viaje del ataúd hasta el cementerio, secundado por los amigos del autoinmolado Sorrento, está narrado con solvencia y pulso firme. El lenguaje cumple su función, sin necesidad de apoyarse en las referencias culturales. Lo mismo puede afirmarse de Sodomización mutua, cierre del libro. La musa travestida pretende ser una visión sarcástica sobre el ejercicio de la literatura en el Perú de hoy. Pese a que el volumen no ofrece relatos del mismo nivel, es evidente que Aguirre ha establecido sus parámetros. Dependerá sólo de él que las obsesiones más viscerales salgan a flote, cual cadáveres sobre la superficie de una laguna viscosa. Y que las demás descansen en el sedimento.
Autor: Leonardo Aguirre
Título: La musa travestida
Editorial: Matalamanga (131p.)
viernes, 16 de noviembre de 2007
TEATRO
UBU REY
de ALFRED JARRY
dirigida por RUTH ESCUDERO
Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
A partir de una exclamación, lo que vino después nunca volvería a ser lo mismo. La muchedumbre que se dio cita la noche del 10 de diciembre de 1896 en el Théatre Nouveau tardó en dar crédito a lo que sus célibes oídos escuchaban. Se trataba del estreno de la obra Ubú rey, del dramaturgo francés Alfred Jarry, y nadie se esperaba que tras levantarse el telón uno de los personajes diera inicio a la puesta en escena con esta altisonante interjección: “¡Mierda!” La exclamación retumbó en la sala como aquellas explosiones que preceden a un silencio inmutable. La concurrencia, entre la que se encontraba la crema y nata de críticos y escritores parisienses, quedó absolutamente pasmada. Se dice que estuvieron presentes Yeats y Mallarmé.
Alfred Jarry, un irreverente por naturaleza, marcaría de esta manera un hito, entre otras cosas, al revolucionar la escritura dramática. “Mantener una tradición, incluso válida, es tanto como atrofiar el pensamiento, que tendría que haber evolucionado durante su duración”, señalaría Jarry. También innovó en la iluminación y el vestuario, siendo de alguna manera un precursor del teatro del absurdo.
Ubú rey es una comedia satírica a través de la cual su autor realiza una mordaz crítica a la autoridad mal ejercida. Ubú, instado por su mujer, derroca al Rey Wenceslao y asume la corona de una manera tiránica, dominado por una excesiva ambición y una crueldad sin límites. Algunos han encontrado referencias a Shakespeare en la obra de Jarry. Por ejemplo, se podría relacionar a la mujer de Ubú con Lady Macbeth o, incluso, al hijo del rey asesinado con Hamlet. Georg E. Wellwarth lo atribuye a una parodia más que a una influencia.
La vigencia de Ubú rey resulta más que evidente. Personajes grotescos con poder abundan en nuestros países y generalmente sus crímenes quedan impunes. Ubú, luego de caer en desgracia, logra escapar junto a su esposa, no en un velero, como algunos, sino en un barco. La destacada directora Ruth Escudero ha tenido la acertada iniciativa de poner en escena esta importante pieza teatral. “Es importante que los jóvenes, tanto escolares, universitarios o teatristas conozcan esta obra –apunta Escudero–, porque es un hito en el teatro occidental y abre las puertas al teatro del absurdo”.
Protagonizada por un experimentado Julián Vargas –quien por primera vez actúa fuera del grupo Yuyachkani–, el reparto se completa con Irene Eyzaguirre, Ana Pfeiffer, María Laura Vélez, Angelita Velásquez y Mirella Bálsamo. Ubú rey es quizás la mejor obra de Jarry, un escritor cuyo leitmotiv existencial residía en la eterna inconformidad. Un hombre que vivía para revelarse, contra todo y contra todos.
DÓNDE Y CUÁNDO
Alianza Francesa
De jueves a lunes (8:00 p.m.)
*Texto publicado en Correo el 16/11/07.
**Foto cortesía de la AF.
martes, 13 de noviembre de 2007
PABLO GUEVARA: Homenaje y poemas inéditos
A Pablo Guevara nunca lo pude conocer personalmente. Es decir, no llegamos nunca a intercambiar amablemente algunas palabras ni pude manifestarle mi aprecio inmensurable por su poesía. A pesar de haberlo visto algunas veces caminando por los predios de la UNMSM (yo solía ir a escuchar algunas clases de literatura como alumno libre). Y a pesar, incluso, de su participación –junto a Marco Martos– en un conversatorio sobre la poética de Westphalen que organizamos con unos amigos en la Casa Mariátegui. Mi carácter introvertido y silencioso fue quizás el principal motivo.
De Guevara solía leer –y releer– dos libros que constantemente se adueñaban del velador aquel que solía acompañarme durante las noches de insomnio en casa de mis padres: Un iceberg llamado Poesía y Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú. “Y de pronto apareció por ahí ese maldito iceberg/ llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera/ con la única condición precisa de no devenir en aburrimiento/ ni por un instante” (Un iceberg llamado poesía, Ediciones Copé, p.35). Lo último que leí de Guevara fue el libro póstumo Hospital (Editorial San Marcos, 2006).
HOMENAJE
Este viernes se realizará un homenaje al poeta. Se cumple no sólo un año de su triste partida sino también los 50 años de la publicación de su primer libro Retorno de la Creatura (1957). Se presentará, además, un poemario inédito titulado Hacia el final. Los comentarios estarán a cargo de Carlos López Degregori, Rubén Quiroz y José Farje. La cita, ineludible, es este viernes 16, a las 7 p.m., en el Instituto Raúl Porras Barrenechea (calle Colina 398, Miraflores).
CORMAC MACCARTHY y La carretera
No he leído a Cormac McCarthy, lo confieso. Sin embargo, la inquietud por leerlo la despertó Ramiro Llona, quien me recomendó la lectura de la novela La carretera. Viniendo de un gran lector como Ramiro, la recomendación se tornó en un imperativo.
A través del blog de Iván Thays me entero de un artículo de la escritora argentina Mariana Enriquez –publicado en Página12- sobre la trayectoria de McCarthy y sobre La carretera (Mondadori), de la que señala sea quizás “la mejor novela post-apocalíptica jamás escrita”. Ya le comenté el argumento a mi padre, fervoroso lector de ciencia ficción, y también está interesado en leerla. Iván señala que pronto llegará a Lima. Una estupenda noticia, sin duda.
LA CORNISA
Por MANUEL ERÁUSQUIN
El escritor brasileño Rubem Fonseca creó un personaje para intimidarnos a todos los hombres con virtudes sencillamente mortales. Su nombre: Mandrake. Un abogado criminalista bendecido excesivamente con el don de la seducción. Hasta donde se sabe, ninguna mujer le da dicho no. Sin embargo, también hasta donde se sabe, él ha tenido que decirle no a una que otra dama, pero las rechazadas no lo odian: se prometen una revancha.
El personaje de Fonseca apareció por primera vez en un cuento llamado “El cobrador” (1979). Luego, su carisma se extendió a varias novelas, como El gran arte (1983), Y de este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano (1997) o Mandrake, la Biblia y la bengala (2005), entre otras que albergan dentro de sus páginas la astucia de un sujeto para manejarse con absoluta naturalidad frente a un sicario carioca decidido a volarle los sesos o frente a una bella mujer decidida a ser la última novela de su vida amorosa. La intensidad a plenitud.
Así, Mandrake, un ser desencantado y cínico, transita por la vida encantando y seduciendo a todas aquellas mujeres que para muchos sólo serán un sueño hecho carne y hueso. Pero son mujeres que no reciben flores, no reciben poemas y no son amadas: sólo seducidas. Ese es el trato: pedir más es ingenuidad.
Fonseca ha creado un personaje lo suficientemente desarraigado, un sujeto que no se compromete emocionalmente. Por eso, el escepticismo de Mandrake sobre la vida produce en sus admiradoras las ganas de salvarlo, las ganas de alejarlo de la soledad. Obviamente esto es desde la mirada de ellas, porque desde la perspectiva de él siempre habrá una nueva aventura que lo cobije.
Este domingo 18, HBO estrena la nueva temporada de este personaje, que fue llevado a la tv por José Enrique Fonseca, hijo del escritor y guionista. La serie, al margen de algunas críticas por parte de algunos puristas literarios, que consideran al Mandrake de tinta y papel enormemente superior al de la pantalla chica –y puede que sea así–, es una producción televisiva disfrutable: las chicas, todas bellas, lo demuestran: eso se agradece. Difícil resistirse.
Ahora sólo queda esperar el fin de semana para ver cómo este abogado sigue resolviendo sus intrincados casos: los laborales y pasionales. A nosotros nos interesan especialmente los segundos: muchos esperamos aprender algo. Nunca es tarde.
*Columna publicada en Correo el martes 13/11/07.
TREN DE ATERRIZAJE
Por JOSÉ GÜICH
Abordar personajes representativos de la historia y la cultura peruanas por la ruta de la desacralización parece un tabú entre los escritores. Se han consumado muchas páginas sobre la idiosincrasia local, en apariencia inclinada a la ironía, pero eso queda contradicho por el pudor de los creadores a la hora de involucrarse con iconos nacionales de toda laya. Quizá las artes plásticas son menos temerosas de herir susceptibilidades: optan por el riesgo, a sabiendas de que los censores merodearán. La gran figura literaria del siglo XIX, Ricardo Palma, supo explotar contundentemente la socarronería criolla, pero salvo algunos seguidores de fuste, su legado no estableció una línea firme. ¿Somos tan acartonados los peruanos cuando nos enfrentamos a los símbolos de la nación? ¿O son los autores quienes tienen miedo de dinamitar las retóricas en torno de un santoral intocable?
En su novela César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París (2007), Luis Freire (Lima, 1945) parece avanzar en la dirección provocadora. Conocido por su trabajo periodístico en diversos medios -y por una obra narrativa a tomar en cuenta-, no ha tenido ningún empacho en plantear una historia delirante en torno de la figura más emblemática de nuestras letras. La anécdota, en sí, es muy sencilla: Vallejo abandona su tumba, después de más de sesenta años de haber fallecido en París.
El brutal choque con una realidad que poco recuerda a la que conoció le brinda a la novela su impulso de apertura. Utilizando imaginería fantástica, el texto hilvana una situación increíble tras otra: el poeta vagabundea por la ciudad, viaja en el metro y es confundido con un enfermo mental, ante la imposibilidad de identificarse. Desde ahí, con la ayuda de dos amigos peruanos (Elke, con quien sostendrá un romance y se convertirá en una especie de nueva viuda, y un personaje identificado con el propio Freire) emprende su retorno glorioso al país.
Si la colisión con un París irreconocible ya había sido una experiencia traumática para el poeta redivivo, la visión de un Perú signado por la estupidez y la barbarie alcanza perfiles propios del carnaval. Todos reclaman a Vallejo: los políticos mediocres, los institutos superiores o bien los científicos, quienes desean clonarlo para transformar el mundo. En todas las circunstancias, Vallejo es aún el militante comunista de la década de 1930. Y con esa herramienta juzga todo.
La novela avanza con soltura gracias a la habilidad de Freire para la parodia sin concesiones de nuestras peores lacras, vía la aventura de este Vallejo de ficción, melancólico y, al mismo tiempo, lúdico hasta la saciedad.
No se trata de un libro de sublimes pretensiones; sin embargo, en sus páginas, a pesar de la avalancha de humor exorbitante o desbocado, late un sentido homenaje al poeta. El mejor tributo es, sin duda, la exaltación de una humanidad que las fotografías solemnes nos han querido arrebatar, y que ahora recuperamos a través de la risa conciliadora.
Autor: Luis Freire Sarria.
Título: César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París.
Editorial: San Marcos (Colección Súmmun) (160p).
*Columna publicada en Correo el domingo 11/11/07.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
ACTO FINAL
LA FIESTA DEL CHIVO
Por CARLOS M. SOTOMAYOR
¿Puede una película u obra teatral equiparar la fastuosidad de una novela? Intentar responder esta interrogante supone en sí un ejercicio mental inútil. Se trata de lenguajes distintos. Y cada uno debe ser juzgado de manera independiente. De manera que utilizar la novela de Mario Vargas Llosa como base para emitir un juicio de valor sobre la versión teatral resulta inapropiado.
La obra dirigida por el colombiano Jorge Alí Triana se defiende sola, es un producto logrado al margen de la novela que la inspiró. Alí Triana no ha pretendido hacer un émulo del libro de nuestro más distinguido novelista. Simplemente ha tomado aquellos elementos teatralizables de la novela, enfocándose en las consecuencias que una tiranía puede tener en las vidas privadas de las personas y en aquella ineludible dicotomía opresor-oprimido. Y es que resulta evidente que para que exista un tirano debe existir también aquel que se lo permita, aun a costa de su propia dignidad.
Y en esa dicotomía que menciono quizás esté la razón por la cual Alberto Isola interprete estos dos tópicos: el dictador Trujillo y Cabral, el sumiso que llega a sacrificar a su propia hija. No resulta extraño escuchar a Urania Cabral (Norma Martínez) decir, en un momento de la obra, que tanto Trujillo como su padre habían hecho de ella un desierto.
La escena de la violación es, sin duda, estremecedora y al mismo tiempo la más lograda del montaje. Sin caer en lo burdo, la escena posee toda su carga repugnante. Alí Triana recurre al elemento de la sábana blanca como metáfora de la pureza quebrantada. Y el resultado es favorable.
La actuación de Alberto Isola resulta estupenda. No sólo cuando da vida al tirano Trujillo. También cuando encarna a Cabral, sobre todo en una escena sicológicamente tan intensa como en la que, sentado e inmóvil sobre una silla de ruedas, debe escuchar los justos reclamos de su hija. Norma Martínez tuvo quizás el mayor reto al interpretar un personaje tan complejo como Urania. Y salió airosa.
¿El poder envilece a las personas o simplemente desnuda su verdadero rostro? Una obra como La fiesta del Chivo debería instarnos a estar alertas ante la aparición de pequeños tiranos cotidianos, aquellos que mientras más poder obtienen, más nefastos se tornan. Y claro, evitando siempre, a toda costa, ser un Cabral más.
Obra: La fiesta del Chivo Dirección: Jorge Alí Triana Teatro: Británico De jueves a lunes (20.00 horas)
PRESENTACIÓN: Sara Morey
martes, 6 de noviembre de 2007
MESA DE NOCHE
ELLOS DOS
Novela de PATRICIA DE SOUZA
Editorial San Marcos
Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
La primera novela que leí de Patricia de Souza fue Electra en la ciudad (Alfaguara, 2006). Y admito que me sedujo en demasía aquel tono confesional-reflexivo que impera en toda la novela. El mismo tono que adquiere, según mi perspectiva, una intensidad mayor en Ellos dos (San Marcos, 2007), su más reciente trabajo literario.
Esta novela puede leerse como la crónica de una separación sentimental. O más propiamente, de aquel tiempo post ruptura. La protagonista nos va develando los pormenores del rompimiento con O, y nos hace partícipes de esa insondable sensación de vacío ante la ausencia de O. Ausencia que es, al mismo tiempo, la representación simbólica de otras ausencias masculinas. Ausencias que se remontan a la primera ausencia, la paterna. “Si miraba hacia mi pasado veía la existencia de una ausencia masculina, que no se nombrar, a lo mejor esa ausencia del hombre ausente que ahora se presentaba disfrazado de otro” (p.25).
Sin bien la relación con O es la que articula toda la novela, la protagonista también rememora sus otras relaciones, pasadas, con otros personajes. Y nos da cuenta de su relación actual con Lyes. Una relación sui generis que le permitirá a la protagonista comprender un poco mejor su vida con O. Y comprender, a través de la escritura (de la novela) su propia existencia. “Y sabía que lo que más me importaba era escribir y sobre todo escribir sobre aquellas cosas que sentía como lejanas, acortar las distancias, vivir en una aldea global en la cual el olor de la tarde me llegara a través de las ondas sonoras del teléfono, luego salir y encontrarme en una ciudad del suroeste de Francia de cincuenta mil habitantes y no sentir que existe el tiempo o el espacio, reducir esas dos categorías a mi espacio subjetivo” (p.31).
Ellos dos es, sin duda, un libro estupendo. Un libro que he disfrutado leyendo, releyendo párrafos, subrayándolos y susurrándolos en voz baja, durante el silencio monótono de la medianoche.
LA CORNISA
Por MANUEL ERÁUSQUIN
Renán ejercía con rigor el derecho a la reserva, los pormenores de su vida personal se mostraban como territorios infranqueables: los torpes e imprudentes terminaban estrellándose con su irascible mirada. Si alguien no comprendía el mensaje e insistía en incomodarlo, él disponía de afiladas palabras, concebidas para neutralizar el ímpetu de la insolencia. Las consecuencias para los impertinentes eran casi siempre avasallantes: la idea era que no sobreviviera la osadía de la estupidez.
El registro de algunas desavenencias con ciertos compañeros fue el pretexto para que le crearan la injusta fama de personaje hostil. Una categoría que más bien merecían aquellos que lo asediaban y se preocupaban por la vida ajena. Renán era un tipo afable e introspectivo, con un temperamento sanguíneo pero noble. Mi amistad con él nunca tuvo colisiones, quizás porque ambos éramos parecidos, o hasta iguales en ciertos aspectos. Compartíamos la misma idea de no perder el diálogo con la prudencia.
En el cumpleaños de una amiga, Renán apareció con Ariadna, una bella muchacha argentina de mirada celeste. Su rostro poseía el atractivo de una dulzura profunda, como heredada de un amor genuino. Sus cabellos, rubios hasta la cintura, terminaban por darle un aura casi seráfica. “Es la encarnación de un alma antigua –me decía él–, sostenida de una sabiduría vital”. Y la verdad que yo lo creí, porque la vi y sobre todo la escuché.
El vivía con el espíritu inquieto por conquistarla. Ella daba señales para la esperanza. Pero durante la velada, que transcurría en el jardín de la casa, Koki, un personaje cercano a nosotros, no respetó la amistad y quebrantó los códigos de la lealtad. Se acercó sigiloso, zigzagueante, igual que los reptiles, y aprovechó que Renán fue en busca de un vodka para ella. Se presentó, elogió sus ojos. Luego se paró a su costado y empezó a hablarle al oído, dejando ver una mueca cínica en su cara, como lo hacen todos los indeseables.
Cuando Renán retornó, detecté la furia en su mirada, la plena disposición de masacrar al sujeto por traidor. Sin embargo, por el rabillo del ojo, ella lo advirtió con el vaso de vodka. Se lo pidió y le extendió el trago a Koki, diciéndole: “Che, tomate esto y no me jodás más”. El infeliz dejó ver nuevamente su mueca cínica y partió en silencio para ser devorado por el olvido. Esa noche, un ángel demostró tener esquina.
Ya han pasado doce años de aquel episodio y he vuelto a saber de Renán: es padre de dos criaturas: un niño de siete y una niña de dos. Su primogénito, que también lleva su nombre, este verano entrará en las inferiores de Boca Juniors: sueña con ser como Messi, pues de Pizarro no sabe nada. Tampoco quiere saber. Por ahora juega de defensa en el equipo de su colegio. La esposa de mi buen amigo es el mismo ángel de aquella noche: Ariadna, la fuente de una dicha que nunca estuvo en peligro. Al parecer, hay destinos que están escritos.
TREN DE ATERRIZAJE
Por JOSÉ GÜICH
Treinta años después de la desaparición de Luis Hernández (Lima, 1941-Buenos Aires, 1977), las poco claras circunstancias que rodearon su muerte aún constituyen señuelo para concitar la atención pública, más allá de los cenáculos y cofradías que podrían atribuirse o no la vigilancia sobre la obra de un poeta absoluto y entrañable. El trágico final de Hernández en Argentina, durante los días de la salvaje dictadura militar presidida por Videla, continúa inevitablemente asociado al misterio. Entre tantas historias, es factible que cayera víctima de la represión, acostumbrada a genocidas prácticas de “limpieza social” en las calles de Capital Federal y otros conglomerados urbanos del país. Encarpetado como suicidio, el caso aún aguarda una solución convincente.
Apartándonos de la crónica policial, surge en el escenario otra antología, de aspiraciones conmemorativas, esta vez diseñada por Edgar O´Hara, quien ya ha sido responsable de compilaciones y ediciones críticas a propósito del autor. Como atractivo adicional, el volumen incluye un dossier fotográfico, estructurado con imágenes del archivo de Herman Schwarz. La soñada coherencia se propone brindar una muestra de los registros intimistas de Hernández, quizá algo eclipsados por poemas más lúdicos y celebrados, o aquellos sostenidos por el diálogo con los referentes culturales (la música, la pintura, el cine) que moldearon un universo sin precedentes en la poesía peruana (exceptuando a Eguren). Para ello, O´Hara ha preferido trabajar su selección con el material de los cuadernos y manuscritos sueltos que el autor de Orilla, Charlie Melnik y Las constelaciones (los tres libros de LH publicados en vida) elaboró cuidadosamente, a lo largo de varios años, en su mayoría destinados a sus amigos próximos.
En esas caligrafías, aparecen los que sin duda son sus mejores versos de temática amorosa. Redescubrir esta zona de una escritura tan personal y sujeta a la mitificación -por razones evidentes-, solo confirma la calidad del poeta, siempre mayor que su leyenda. Hernández no envejeció: ha sobrevivido a la canonización y al fetichismo, cuando no a la morbosidad biográfica. Un breve texto, en particular, conmociona tanto por su belleza transparente y luminosa, como por el hecho de vincular al ser amado, a la donna angelicata, con una desgarradora condición de “exiliado interior”, de foráneo en un mundo hostil e insensible: “Extraña es tu alma, Amor/ Más extraño aún/ Quien te ama”.
En su tonalidad de viejo y sabio epigrama, el poema rubrica sin atenuantes que en un creador de tales contornos resulta inútil separar el lirismo y la sorpresa de metáforas inauditas, especialmente porque estas nacen de la sencillez y de las palabras cotidianas. Y porque los actos del poeta siguen siendo de los más solitarios sobre la Tierra, como LH, querido Gran Jefe Un Lado del Cielo, predicó hace ya tantas lunas, mientras contemplaba el océano, origen de los dioses.
Autor: Luis Hernández
Título: La soñada coherencia
Edición de Edgar O´Hara.
Editorial: Mesa Redonda (252p.)