Si a veces buscas perderte por una tierra desconocida, estarás contento de encontrar la Arabia Feliz.
sábado, 26 de octubre de 2013
Arabia Felix
Si a veces buscas perderte por una tierra desconocida, estarás contento de encontrar la Arabia Feliz.
jueves, 12 de mayo de 2011
Muy corto, dijo ella
Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.
No se encontraba bien a la salida del trabajo. Pensó que sería un constipado incipiente y se fue a casa a descansar, casi sin hablar con nadie. Cenó ligero y se metió en la cama. Al día siguiente estaba igual. Dolor de cabeza, ojos irritados, brazos pesados. Y decidió no ir a trabajar a ver si se le pasaba. Pasó el día vagueando, viendo fotos antiguas mientras echaban cualquier cosa en la televisión. No tenía fiebre, el dolor de cabeza era muy leve, pero sentía un malestar que le rondaba por todo el cuerpo. Al otro día, seguía igual. Decidió ir al médico, que sin mucho afán le recetó unos analgésicos. Fue inmediatamente a la farmacia, los compró y en el camino a su casa, se fijó en una peluquería. No había nadie, sólo una chica barriendo el suelo. Sin pensárselo dos veces, entró, saludó, y con una sonrisa de alivio dijo: córtame el pelo. La chica, con sorpresa por tener algo que hacer, le preguntó: ¿cómo de corto? Muy corto, dijo ella. Y casi cerró los ojos cuando le fueron cayendo en sus hombros los mechones largos de pelo. Cuando terminó allí, volvió a casa, se miró en el espejo del recibidor y se echó en el sofá. Durmió casi toda la mañana. Cuando se levantó, se encontraba de pronto bien. No tomó ni un analgésico.
Hacía mucho que quería hacerlo, pero es de esas cosas que siempre dejo por falta de tiempo o simplemente por dejadez propia. Pero hoy estaba animado y creo que es un día bonito para cambiar. Sin ninguna razón especial. Así que, experimentando un poco, os presento el nuevo look de Capri c’est fini. Cambiamos el envase pero el producto sigue siendo el mismo. Ahora MÁS y MEJOR.
Imagen: La túnica rosa (Tamara de Lempicka, 1927, colección particular)
jueves, 3 de marzo de 2011
Pequeño divertimento para las esperas
¿Sufre más el que espera siempre
que aquél que nunca esperó a nadie?
El libro de las preguntas (Pablo Neruda, 1974)
Siempre me hiciste esperar mucho. Por más que te decía que eras una tardona, que no tenía paciencia para las esperas, que odiaba aburrirme, nunca me hacías caso. Era superior a ti y pronto me tuve que resignar a las circunstancias. Normalmente quedábamos en una boca de metro. Las primeras veces me concentraba fielmente en la esfera de mi reloj. Luego, miraba al cielo, a la calle, a mis zapatos, a los coches que pasaban cerca, pero también me aburría. Así, poco a poco, fui creando un juego. Veía salir a las personas de la boca de metro y empezaba a contarlas para saber cuántas necesitaba ver antes de verte a ti. Como siempre eran muchas las que te precedían, probé a depurarlo un poco más. Por eso, conté a las mujeres, primero, pero seguían siendo demasiadas. Luego a las mujeres que tuvieran más o menos tu edad. Pero era difícil detectarlas, porque nunca fui muy bueno con las edades. Así, intenté contar a las chicas que tenían el pelo como tú: largo y liso. Me sorprendía, cada vez, cuántas tenían tu misma melena. No probé con los ojos, porque no me atrevía a mirar directamente a las que salían del metro. Añadía más detalles: un bolso parecido al que solías usar, un abrigo marrón, esos vaqueros que me volvían locos… de tal manera, llevaba en la cabeza varias listas. Cinco chicas de pelo largo, dos con vaqueros, una con bolso, tres de tu misma altura, otra más. Y conseguía con este pequeño juego dejar que los minutos corrieran sin darme cuenta. Siempre que aparecías apresurada con tu mejor sonrisa de disculpa, me pillabas ensimismado y me preguntabas: ¿en qué piensas, amor? Y siempre te contestaba engañándote un poco: Pensaba en ti. Aunque no te mentía del todo.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Puerto Esperanza
Samuel Johnson
Hacía meses que deambulaba por el mar en mi barca cargada de recuerdos de Capri. Solitaria travesía que buscaba una nueva isla donde comenzar nuevamente. Y así pasaba las horas, de calma o de temporal, sujetándome a la mojada madera de la barca. Sin embargo llegó un día, en que me desperté y no sentí el vaivén de las olas meciendo mi barca. Extrañado, comprobé como la quilla se había encallado en la arenosa orilla de una isla desconocida. Cual conquistador bajé a explorar. Día soleado, árboles frondosos, larga playa de arena cristalina y sin señales de vida humana. La llegada puso luz a mi errante rumbo. Desembarqué esperanzado. Podría ser esta la isla que reemplazara mi antiguo hogar, hoy muerto y enterrado bajo las aguas del mar. Antes de crearme vanas ilusiones, tengo que explorar el terreno. Puedo encontrarme con crueles caníbales, con alimañas peligrosas, con frutos venenosos. Aún así, todo parece plácido y tranquilo. Pero que esto no me engañe. Tengo que ser cauto y sigiloso. Saqué la barca del agua para resguardar mi única posesión. Antes de adentrarme en la maraña que supone el bosque, decidí bautizar esta nueva isla: Isla Aparecida, Bellazona, Punto Incógnito... Cualquiera servía. Agarré un palo de madera seco que tomaba el sol y le até una de mis viejas camisetas a modo de bandera. Lo hinqué con fuerza en la arena, todo lo más profundo que pude. Desde hoy serás Puerto Esperanza, haz honor a tu nombre.
Ha habido un cambio de rumbo y de ciudad en mi vida y aún estoy habituándome e instalándome, por eso he descuidado algo esta página con tanto barullo de ir y venir. Pero no quiero abandonarla, así que poco a poco iré sacando tiempo para ordenar mis ideas y escribir. Gracias a todos los que seguís y apoyáis mi viaje.
viernes, 25 de septiembre de 2009
La nueva Yma Sumac
de acabar con mi corazón.
Necesito fulminar de raíz el dolor,
y cambiar lo que siento
y aprender a volar hacia el sol.
He pasado tanto frío que quiero calor.
La nueva Yma Sumac (La Casa Azul, 2007)
Hay días que necesito una sonrisa. Y salgo a buscarla a la ciudad, a pesar de que las nubes de asfalto gris apenas dejen traspasar los rayos del sol en este cielo encapotado. Es en esos días cuando los colores huyen y los pocos que quedan son de cartón piedra o están en altos carteles inalcanzables. Todo se rodea de una neblina homogénea que me hace confundir la forma de las cosas. Y para no caer en engaño externo, ideo mi propio engaño. Una burbuja coloreada, chicle, pop, un poco tonta quizás, y desde la que veo la ciudad de rojo intenso, de azul cobalto, de verde manzana o de amarillo limón. Paseo dentro de ella, no hay dardo que la pueda pinchar, estoy seguro, protegido. Es luminosa, caleidoscópica, vibrante. Dentro puedo ver otra realidad, otras caras, otra vida. Consciente de lo irracional y momentáneo de esta situación, sonrío. Paraíso artificial, pero paraíso al fin y al cabo, pienso. En esos días, no hay nada que me pueda afectar. Sé que es casi nada pero me sirve de tanto...
En esos mismos días, siempre recurro a La Casa Azul como banda sonora que acompañe mis sonrisas. Me da mucho subidón. Y aunque no necesito excusas para escuchar el sonido efervescente de este grupo, hoy comparto La nueva Yma Sumac, una buena canción para que las sonrisas sean infinitas, al menos dentro de cada una de nuestras burbujas.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Todas las playas de mi vida
No sé como nadie aquí puede trabajar o estudiar, ni siquiera concentrarse. Yo no podría — me dijo socarronamente, untándose crema solar. Era un comentario muy habitual de la gente que vivía en el interior y que venía a la costa únicamente de vacaciones. Se tumbó en la toalla y empezó a contarme las novedades de su vida desde la última vez que nos habíamos visto. Al principio le seguía, pero cuando yo también me tumbé, dejé de hacerlo. Y mi cabeza empezó a recordar todas las playas en las que había sido feliz. Ésta misma, en pleno verano, con la arena ardiendo bajo mis pies, llena de sombrillas los fines de semana. Ésta, con el sol dominador abrasando los inútiles cuerpos. Echado en una tumbona o en una toalla, buscando sombra, o refrescándome en la orilla con la espuma del mar recorriendo mis muslos. Aquella en la que, de niño, buscaba conchas para guardar en un cubo. La playa de los castillos, de las cometas y los chapuzones. Ésta y otras playas al atardecer, cuando empieza a enfriarse, cuando la gente se marcha ordenadamente y las gaviotas vuelan bajo. Descalzo por la arena fría de la noche, cuando se vuelve misteriosa, con el rumor de las olas lamiendo mis orejas. Y no sólo en verano, también en la triste playa del invierno, brumosa y caminada. O en la primaveral que despierta a los rayos solares. Una sola playa bastaba, aunque sean mil en una, para hacerme feliz entonces. Hoy, la vida me entretiene demasiado para serlo. Pero aquel día, mientras yo asentía mecánicamente a mi amigo, volví a ser feliz. En la playa.
miércoles, 8 de julio de 2009
Rey Sol
Rey Sol, señor del cielo, tú, el que amarillea los campos, el que resquiebra los caminos, el que calienta mi piel, el que sonroja mis mejillas. Sol, el que ilumina las aguas, el que enciende el día, siempre por el mismo sitio, puntual, uno tras otro, haces crecer las flores y las marchitas, das la vida y la quitas con tu poder absoluto. Vigoroso Sol, empequeñeces la vida frente a ti, haces felices a unos y desgraciados a otros. Ansiado, adorado, odiado y celebrado Sol, rojo, amarillo, anaranjado, haz que tu imperio me sea próspero, que ría, que brinde, que goce del poder que me das con tus pertinaces rayos. Yo, pequeño vasallo, insignificante, que apenas puedo mirarte a la cara, me arrodillo ante tu esplendor, rogando que seas clemente, que me transmitas la fuerza necesaria para que no me agoste, para que el verano sea tan brillante como los de antaño. Tu sincero servidor aguarda en la sombra tu respuesta.
Julio y agosto son el imperio del sol, donde el verano es más duro y las fuerzas flaquean por el agotamiento. También es la época de la diversión, del esparcimiento, de los que, como hormigas, trabajan en el invierno y necesitan recargar pilas, vagueando como cigarras. Es el momento del año donde los colores son más luminosos. Las sandías crujen jugosas, los tomates rezuman y el agua sabe mejor. El verano sirve para tumbarse al sol y ser feliz. El verano no puede, ni quiere ser desgraciado. Así que, desde mi infinita travesía, os recomiendo una canción preciosa, para que rindáis tributo al sol, con una sonrisa en la cara, en cualquiera de sus ocasos veraniegos.
Vídeo: Nina Simone - Here comes the Sun (François K. remix) del disco- homenaje Nina Simone: Remixed & reimagined (2006).
Imagen: Puesta de sol en Capri.
lunes, 19 de enero de 2009
Una blusa de rebajas
martes, 6 de enero de 2009
El propósito de Año Nuevo
Se despertó lentamente un día cualquiera de enero. Había trasnochado y la luz entraba insistentemente por las rendijas que dejaba la persiana. Sus ojos pesados se resistían, por vergüenza de sí mismos, a mirar al reloj que reposaba en la mesilla para saber la hora. Aún entre las sábanas, pensó lo mismo que cada año que llegaba: uf, otro más. Enseguida se le vinieron a la cabeza todos aquellos propósitos que había incumplido el año pasado: adelgazar, estudiar francés, visitar a esos amigos de Barcelona que siempre me invitan, llevar al día la agenda, leer algo más...
viernes, 26 de diciembre de 2008
Día de Navidad
Se levantó el día de Navidad con ganas de no hacer nada. Con pasos pesados, se dirigió al salón para ver los restos que quedaron de la fiesta de anoche. El salón, como un campo de batalla, lucía un aspecto poco agradable, papeles en el suelo, copas a medio tomar aquí y allí y ceniceros llenos en cada rincón. La mesa, a la que se había retirado los platos tras la cena, seguía vistiendo su mantel lleno de migas con las servilletas hechas bolas encima. El árbol de Navidad apagado parecía desangelado con la luz de la mañana que entraba por las rendijas de la ventana. Subió de un tirón la persiana y esa misma luz cegó sus ojos medio cerrados por la resaca. Se dejó caer en el sofá y maldijo las navidades. Se dijo, gruñendo, que era la último vez que celebraba algo por Navidad. Aunque en el fondo sabía que esto no era cierto. El año próximo se volvería a liar con una fiesta similar. Pondría el árbol de nuevo y cocinaría y recibiría en su casa a aquellos a los que quería, como todos los años. Era imposible abstraerse a la Navidad. Se levantó con esfuerzo y fue recogiendo las copas que encontraba en su camino. Se sentó en la mesa de la cocina. El olor del café que se había calentado y el runrún del lavavajillas lo dejaron en trance. De repente, la alarma del móvil sonó. Abrió el SMS y leyó: FELIZ NAVIDAD. Ni siquiera se molestó en leer el remitente. Sonrió. Había merecido la pena.
Muchas felicidades a todos.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Los pros y los contras
- En ocasiones, no me entiendo bien con ella. Hay determinados temas que es mejor no tocar si no queremos comenzar a pelearnos.
- Tiene un gusto musical infame. Ir con ella en el coche es un suplicio para los oídos. Tampoco coincidimos ni en libros ni en el cine.
- A veces, la he pillado husmeando en mi móvil. Eso sólo es desconfianza, nunca podré estar con alguien que desconfía de mí tan abiertamente.
- No se lleva bien con mis amigos. Hace un esfuerzo, eso sí, pero procura que no coincidamos con ellos cada vez que puede.
- Siempre tiene una palabra, acompañada de un gesto de desaprobación, para la ropa que me pongo.
- Se preocupa tanto por mí, que algunas veces es como si mi madre hablara por su boca...
Estoy demasiado negativo, dejo los contras y me centro en lo pros:
LISTA DE PROS
- Me gusta.
Leí estas dos palabras escritas en el papel. Trazos sencillos que contenían mucho. De pronto, me dio un enorme sentimiento de culpabilidad, porque los contras estaban escritos desde mi más oscuro egoísmo. Ahí delante, este descompensado balance me observaba con cara de reproche. De repente, afloraron en mi cabeza, miles de argumentos que neutralizaban los contras. Yo, que siempre me había preciado de ser racional, mi racionalismo me había jugado una mala pasada, porque hay cosas que no se pueden analizar como si fueran datos contables. Me gusta, la quiero, eso es todo, es el principio y el fin de esta historia y el resto es accesorio. Los sentimientos no se explican, no se interpretan, se tienen o no se tienen... Puse la palma de la mano sobre el folio y lo arrugué haciendo una bola con mis pros y mis contras. Llevé la taza al fregadero, me guardé el lápiz y tire esa bola con el resto de desperdicios dentro del cubo de basura.
martes, 7 de octubre de 2008
Añoranza urbana
Fui al casco viejo porque allí la ciudad seguiría siendo la misma, alejada de los edificios nuevos de las afueras. Siempre he preferido los centros de las ciudades, donde todo cambia más lentamente. Llovía como suele llover, a poco, calando constantemente la ropa. La piedra hacía resbalar la lluvia menuda. Allí el tiempo estaba tal como lo dejé, gente con paquetes y bolsas de un lado a otro, paraguas que se asomaban tímidamente por las calles. Esa era la ciudad que quería ver. Una sonrisa detrás de un té con limón me dio la bienvenida. Era consciente de la fecha, pero mi mente, que es traicionera, me transportó algunos años atrás, a momentos felices. Es curioso como vamos olvidando la rutina o los malos ratos, para quedarnos sólo con los recuerdos agradables. Hablamos y hablamos de todo un poco, de entonces y de ahora, de los cambios de la vida, de gente que probablemente no veremos nunca más. Hablamos y reímos, con ganas, sin el pesar de mirar los años pasados, sin malas caras. La recordaba igual, agradable, sencilla, con los cambios justos para demostrar que el tiempo había pasado, pero sin que nada fuera irreconocible. Luego dejó de llover y me despedí, sin drama, hasta pronto. Me despedí con esa infame manía mía de no calibrar bien lo que siento en el momento, por lo que siempre me quedo corto. Volví caminando por calles familiares. En una tienda vi un cartel que siempre me hizo gracia, seguía ahí después de todo. Sonreí. Volví a casa con esta última sonrisa.
domingo, 21 de septiembre de 2008
El otoño
martes, 8 de julio de 2008
Nunca podremos
miércoles, 2 de julio de 2008
Euforia
Gritos, saltos, carreras desenfrenadas, abrazos, estalla la euforia. La gente se va arremolinando en plazas hasta formar una muchedumbre amorfa, los coches pasan vociferando y tocando el claxon. Se va creando una hermandad espontánea entre perfectos desconocidos. Banderas al aire, o brazos en alto, botellas de las que todos beben. Es el tiempo de desfasar, de hacer lo que nunca habías hecho, se asaltan las fuentes, se corean nombres, se aúlla en la madrugada. Es curioso ver a la euforia actuar, ver cómo se va contagiando, cómo pasa de media sonrisa a sonora carcajada. Necesitamos la euforia de vez en cuando, necesitamos pensar que no habrá un mañana y que somos dueños de la noche. También somos conscientes que esa euforia es corta y algo estúpida, pero no podemos dejar de participar. El entusiasmo es gratuito y no se presenta muy a menudo en esta sociedad gris y rutinaria, por eso salimos a festejarlo sin pensar. Hay varias razones para que salte algo así, aunque quizá la razón es lo de menos, porque por unas horas la razón está fuera de juego. Lo importante es que las personas excepcionalmente se ven invadidas por la felicidad, sonríen, se abrazan, se besan y eso en sí mismo, ya es un espectáculo. Cuando vuelve a salir el sol, la vida se retoma, los autobuses siguen su ruta, los trabajadores caminan como zombies y la euforia es recogida por el servicio de limpieza municipal.
No soy muy futbolero, pero es imposible abstraerse a un estallido de alegría como el del domingo, cuando la selección de fútbol de España ganó la Eurocopa. Participé como uno más, con los ojos bien abiertos, observándolo todo. Hoy cuando ya ese momento es historia, me ha parecido interesante evocar las horas en que la gente salió a la calle a celebrarlo. Cada gesto, cada grito histérico, cada banderola al viento merece un análisis en sí mismo. Se necesitan momentos así para comprobar que no todo está perdido, que el ser humano de las ciudades no ha cambiado el corazón por un piedra que late, que seguimos vivos a pesar de todo. Fue por el fútbol, pero no sólo por eso, también fue por esquivar la rutina, por dar un toque de color (rojo esta vez) a las grises vidas que llevamos, por saltarnos una noche el protocolo y por enloquecer. Lo merecemos de vez en cuando.
domingo, 22 de junio de 2008
El verano
Leo la última frase de la página. Hojeo las siguientes con desgana y cierro el libro. Lo dejo a un lado y me tumbo por completo en la toalla. Cierro los ojos. El sol me hace ver extrañas figuras con los ojos cerrados. Los vuelvo a abrir. Observo los granos de arena, la larga fila infinita, unos encima de otros, apelotonados, que intentan invadir mi toalla. Si te fijas atentamente, cada grano es único, diferente al siguiente. Miro al ras mi mano y tres granos de arena en su dorso forman un triángulo, minúsculo, imperceptible. Me concentro en ellos como si fueran un pequeño acertijo. Oigo el rumor de las olas estrellándose contra la orilla. Me relaja. A veces, este sonido se interrumpe por los gritos de alegría de los niños jugando con la arena o la conversación musitada de una pareja cercana. Noto como el sol poderoso toca mi piel, la enrojece, la reactiva. Una sola nube blanca pasea por el cielo, completamente celeste. En mi frente, una gota de sudor rezuma y cae con estrépito sobre la toalla. Hace calor. De un salto me levanto y me dirijo decididamente hacia el mar. Uno, dos, tres, cuatro grandes pasos y sumerjo mi cuerpo en el agua. Abro los ojos, siempre abro los ojos bajo el agua. Ahí abajo no hay gritos playeros, ni tormentas de verano, ni incómodos sofocos, allí sólo hay calma, calma con sabor a sal.
Ayer, 21 de junio, a las 01:59, llegó el verano al hemisferio norte. Es la estación más larga del año. Dura 93 días y 15 horas. Disfrútenla porque se puede hacer muy corta. ¡Feliz verano!
Janis Joplin - Summertime
Directo en el Gröna Lund de Estocolmo en 1969.
miércoles, 23 de abril de 2008
Treinta
viernes, 18 de abril de 2008
Estate tranquilo
Llegué tarde a mi operación, como a casi todas las cosas importantes en mi vida, la excusa esta vez fue el tráfico. Una vez allí, la chica de la recepción me dio un valium y me envió a la sala de espera 1 diciéndome que me estuviera tranquilo. La sala de espera 1 estaba llena de gente en mis mismas circunstancias, esperando el turno y con una cara de terror generalizada. Cada vez que se iba una, la gente tragaba saliva como pensando que su momento se acercaba. Después de los nervios por el atasco, yo estaba súper relajado, aunque no escuchaba más que: estate tranquilo por todos lados. Las enfermeras, los familiares allí reunidos e incluso las mismas personas que se iba a operar repetían ese mismo mantra, frase que puede ser muy tranquilizadora pero que empieza a dejarte un mal cuerpo cuando la escuchas 100 veces. Cuando llegó mi turno, después de volverme a graduar la vista, entré en el quirófano, que estaba ocupado en su mayoría por la gran máquina del láser. Me tumbé en la camilla, entró el cirujano y me volvió a insistir en lo de estate tranquilo. La operación en sí dura muy poco, te dicen que mires una luz verde todo el tiempo y yo para eso soy muy obediente. Apenas notas cómo el láser rojo toca tus ojos y se produce el milagro. Luego te llevan a la sala de espera 2, que está en penumbra y tiene sillones abatibles. Allí recalan los que anteriormente se fueron yendo de la sala de espera 1 una vez operados. Yo entré allí muy contento porque había sido rápido y por haber estado tranquilo, pero la sala era digna de un velatorio: ojos cerrados, caras demudadas, gestos apesadumbrados... yo tenía ganas de hablar y allí por efecto del valium y los nervios preoperatorios, nadie tenía el más mínimo deseo de compartir la experiencia. Luego el cirujano volvió, me echó una miradita más a los ojos y te vas tan tranquilo con tus gafas de sol, no sin advertirte antes que cuando se te vaya el efecto de la anestesia, te dolerá un poco, pero tú estate tranquilo, que es normal.
Efectivamente, cuando pasaron un par de horas, me dolían a rabiar los ojos y ese dolor, atemperado con medicamentos, me acompañó hasta el día siguiente. El tercer día, mis ojos empezaron a enfocar cada vez mejor y hoy veo comprensiblemente bien. La mejoría, según lo que me ha dicho el médico, iré sintiéndola conforme pasen los días, cuestión de que se vayan acostumbrando a su nuevo estado. Gracias a todos los que habéis leído mi anterior entrada y por los comentarios, me han servido para darme mucho ánimo y estar en todo momento tranquilo. Una vez superado este bache visual, Capri c'est fini vuelve, más y mejor y con nuevos ojos.
sábado, 16 de febrero de 2008
Los amigos diamantes
Los buenos amigos siempre permanecen, ahí, a tu lado, aunque no los veas todos los días. Yo, que a veces creo que la amistad está sobrevalorada, lo he podido comprobar. Cuando uno se sienta, cínico, a juzgar el mundo, la amistad es la primera condenada. Todos estamos expuestos a los vaivenes constantes de amigos y amigos que dicen serlo, pero que pasan por la vida de uno como pasan las barras de pan. No lo critico, también es necesaria esta categoría de amigos de consumo rápido. Son personas que van desfilando y que en un momento determinado crean un vínculo que posteriormente se verá efímero, pero del que se ha disfrutado hasta el momento en que caduca. Sin embargo, esta reflexión no está dedicada a este tipo de amigos, sino a los amigos verdaderos, los buenos.
¿Cómo se puede comprobar que un amigo es bueno? Pues procura no morderle, ya que aunque un amigo es un tesoro, éste no está hecho de oro. Cuando te encuentras con un buen amigo que hace tiempo que no ves, notarás, después de unas mínimas actualizaciones tipo cuéntame tal o cual cosa en concreto, como el tiempo se ha detenido. Es muy curioso porque cuando hablas de nuevo con él puedes trasladarte por arte de magia a cualquier momento que hayáis vivido juntos sin que parezca que nada ha cambiado. Por supuesto, que el tiempo todo cambia, pero cuando estás frente a frente a un buen amigo, no lo parece. No hay normas de cortesía y protocolo en la buena amistad, porque todo eso se dejó atrás en sus primeros compases, y se retoma desde el punto donde se dejó la última vez que os visteis. Te ahorras palabrería inútil con un buen amigo, porque sabes que pasa en cada momento y si no lo sabes te pone al tanto. Un buen amigo no es una madre, ni un hermano, ni un pariente al que tienes que ver en Navidad. El amigo sirve para el invierno más crudo, la tempestad más persistente o el plácido verano. Además no pasa de moda. Los buenos amigos pueden vivir muy cerca pero también muy lejos y veros de Pascuas a Ramos, porque como no funciona el tiempo en vosotros, no hay ningún problema. Los buenos amigos convierten tus neuras y manías en virtudes, algo muy interesante cuando uno no puede soportarse ni a sí mismo. Éstos, siempre te llevan a la risa, y cuando hay algún problema ninguno de los dos tiene motivos de reproche porque no cuesta nada pedir perdón. Los amigos siempre te dan facilidades de pago y no te cobran intereses, porque todos somos perfectas entidades financieras que ni presionan, ni agobian, ni te mandan cartas cada semana con tu saldo. No son fáciles de descubrir porque los buenos amigos están en peligro de extición y a menudo se camuflan en la anterior categoría de amigos, la efímera. No todo el mundo, en su vida, descubre un amigo, pero cuando lo haces disfrutáis a cada paso, juntos, en formación, subiendo cuestas o en la arena de la playa.
Yo, he descubierto este fin de semana, que tengo dos amigos de los buenos y que tendría que sepultarme el Vesubio para que los deje marchar. No han pasado grandes cosas para saberlo, ya lo intuía. Es lo bueno que tienen mis amigos, que basta un mesa, unas sillas y algo de beber para crear el entorno perfecto. Serán bienvenidos otros en el futuro, claro está, porque para en estos temas la exclusividad es una losa, pero sé que éstos me durarán lo que un diamante, toda una vida y un poco más.
Así, en homenaje a la buena amistad, les dedico a mis dos grandes amigos una canción de una película que trata sobre este tema y que en su secuencia final el narrador apunta:
La amistad de Jules et Jim no tenía equivalente en el amor. Los dos hallaban un placer total en naderías, comprobaban con ternura sus divergencias. Desde el comienzo de su amistad se les había apodado Don Quijote y Sancho Panza.