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viernes, 11 de noviembre de 2016

Mi primer “dealer” de libros


Muchos de los libros más viejos y queridos, de los que tengo atesorados en la biblioteca, me los vendió mi primer proveedor traficante de literatura, alguien a quien yo llamaba cariñosamente “el dealer de los libros”: el querido Alejo Pesoa.
Alejo fue esencialmente un actor y hombre de teatro, uno de los más grandes y a la vez uno de los más humildes, solidarios, traviesos y generosos.
Provenía de esa genuina cultura popular que solamente te da el barrio, la calle, el vivir intensamente junto a la gente que sufre, lucha y sueña.
Alejo nació en el barrio Tembetary de Asunción y en su vida hizo de todo: fue albañil, cosechero de algodón, mozo de restaurante, croupier de casino y traficante de libros… pero su gran pasión era el teatro, donde hacía desde utilero y acomodador, hasta llegar a entrenarse como director en 2014 con la obra Disparate, disparate y no tan disparate.
Había comenzado su carrera en los años 60, con el Grupo Independiente Jesús el Redentor. Había estudiado en la Escuela Municipal de Arte Escénico con el gran Roque Centurión Miranda. Posteriormente formó parte del Teatro Popular de Vanguardia, y algunos elencos legendarios como Aty Ñe’e y Piriri Teatro. Fue uno de los fundadores del Centro Paraguayo de Teatro (CEPATE) y participó en casi un centenar de obras teatrales.
Su gran admirador y director en varias obras, el también ya fallecido dramaturgo Miguel Gómez, con un grupo de colaboradores, le puso su nombre a la sala de teatro que durante años mantuvo en su local La Móvil Teatro, sobre la calle Estrella casi Colón.
Generalmente, a las salas se les pone nombres de meritorias personas que ya han fallecido, como una manera de homenajearlas en el recuerdo, pero Miguel y sus amigos quisieron homenajear en vida a uno de sus actores más admirados y lo llamaron así: Sala Alejo Pesoa.
“¡Andáte pues a ver la obra, muy linda es…! Van a dar allí, en la sala que lleva mi nombre…”, me decía en esos años Alejo, con una inocultable chispa de vanidad y picardía, cuando nos encontrábamos en cualquier esquina de Asunción, y nos quedábamos a conversar un buen rato.
Yo había conocido a Alejo en los años 80, cuando para ganarse la vida él traficaba libros prohibidos por la dictadura.
Buscaba un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y una amiga me dijo: “Alejo te va a conseguir”, y me puso en contacto. Así me convertí en uno de los principales clientes de ese duende risueño e inocentón, que cargaba un maletín oscuro en donde guardaba los textos proscriptos, cuya simple posesión en esos años podían costarte la cárcel.
Alejo ya había adivinado mis gustos literarios y cada semana me proveía ejemplares ajados o nuevos de mis autores favoritos, en alguna transacción secreta, como si fueran vitales moñitos de cocaína.
A veces la atractiva colección de títulos que me ofrecía, rebasaba largamente mi presupuesto mensual de escriba asalariado, y entonces, con el dolor de mi alma, le confesaba que no me los podía quedar.
“No importa, llevá nomás. Cuando puedas, pagame…”, concedía.
Cuando llegaron épocas de mayor libertad o tolerancia, Alejo pudo montar un puesto más permanente de libros en la Plaza O’Leary.
Hace poco más de un año, lo vi sonriente en una foto, cuando la Junta Municipal lo designó “Hijo dilecto de Asunción”. Con su gorra eterna y sus bigotes a lo Pancho Villa, se parecía más que nunca a un duende travieso. Me dije que le debía un gran abrazo, pero las esquinas de esta azarosa ciudad nunca volvieron a cruzarnos.
En la noche de este jueves leí que acababa de fallecer. Algo pasa, cuando varios de los referentes principales que alumbraron los años más intensos de la construcción de nuestros caminos, se nos van yendo, uno por uno. Quizás sea un ciclo de vida que cumple su etapa inexorable. O quizás sea simplemente que les ha llegado el momento de decir adiós y no nos queda otra que extender ese abrazo pendiente más allá del tiempo y del espacio, para decirles: sinceramente gracias, por tanto.

¡Buen viaje, Alejo, mi querido primer dealer de libros…!

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(La foto es de Dani González).

jueves, 24 de diciembre de 2015

El amigo de los fantasmas del Teatro Municipal


Conocí personalmente al mítico Chiquitín Lambaré allá por 1993, cuando acompañé al actor Rubén Visokolan, el recordado Visoka, a grabar un reportaje en los camarines del Teatro Municipal para el programa televisivo NocheTrasNoche, que me tocó guionar desde Alta Producciones, con la conducción de Mario Ferreiro y la dirección de Tito Chamorro.
Fue una experiencia surrealista. No sé quién era más loco, si Chiquitín, Visoka o Tito, pero entre los tres se armó una onírica conversación en la madrugada, en la que Chiquitín contaba con una seriedad absoluta como acostumbraba conversar con varias estrellas fallecidas en medio de las butacas vacías del Municipal, desde Julio Correa hasta Ernesto Báez, desde Jacinto Herrera hasta el cantante Luis Alberto del Paraná.
Mientras ellos desgranaban anécdotas sobre ilustres fantasmas en la densidad de esa sala llena de ecos y telarañas, yo solo podía estar pendiente de cada ruido que llegaba desde las sombras del viejo teatro.
Lo volví a encontrar varias veces a Chiquitín, y siempre me contaba una anécdota nueva entre jarras de tereré y nombres transcordados, sobre sus ilustres amigos fantasmas.
A veces me contaba la misma historia que ya me había contado la vez anterior, pero cambiando de protagonista, y aunque ya no me asustaban los ruidos que llegaban desde los camarines desiertos, siempre me quedaba extasiado con sus relatos.
En marzo de 1999, durante los sucesos del Marzo Paraguayo, Chiquitín nos llamó desde la distancia a mí y a otros colegas periodistas y nos condujo al patio del teatro, que en esos días estaba cerrado por refacciones. Desde allí, subidos sobre cajones de madera, nos permitió observar lo que pasaba al otro lado de la calle Alberdi, en el viejo edificio del Correo, donde los oviedistas descargaban cajas de petardos, explosivos, piedras y garrotes, que luego usaban como proyectiles desde la terraza contra los manifestantes en la plaza. Pudimos sacar fotos de ese operativo y publicarlas en el diario.
Un par de años después, cuando empecé a escribir mi novela El país en una plaza, sobre los sucesos del Marzo Paraguayo, quise incorporar esa escena y le pregunté a Chiquitín si podía usar su nombre.
-Metele si que, pero cambiá nomás un poco mi nombre, para no tener problemas –contestó.
-¿Y si te llamo Chiquito Amberé, te parece bien? –le pregunté.
-¡Espectacular…! –dijo, levantando el pulgar.
Así, Chiquito Amberé se volvió un personaje de novela.
“La puerta se abrió y apareció un hombre maduro, de perfil sombrío. Lo reconocí en seguida. Era Chiquito Amberé, el veterano cuidador del Teatro Municipal, un personaje que había confesado en varios reportajes que con frecuencia veía fantasmas en las salas y los camarines abandonados, ecos de funciones de galas de otras épocas, actores y actrices que desde el más allá creían que la función debía continuar…”.
El pasado lunes 21 de diciembre, Ciriaco Dejesus Lambaré Blanco, el mítico Chiquitín Lambaré, falleció a los 84 años de edad.
Con él no solo se apaga una importante fuente de memoria viva, de historias y leyendas del primer teatro del país, sino que se cierra toda una época.
Los ilustres fantasmas del Municipal se han quedado sin su mejor amigo… o quizás lo han recuperado para siempre.


lunes, 13 de octubre de 2008

Mundo Sacoleiro


(Adelanto exclusivo: Una obra teatral que estoy escribiendo, inspirado en las situaciones y personajes de Ciudad del Este y la Triple Frontera y que pensamos llevar a escena con un grupo de actores jóvenes de la región. Se acepta la colaboración de de algún amigo director teatral que quieran embarcarse en la aventura...).

Al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, junto al Puente de la Amistad, el Sacoleiro’s Bar congrega a las almas perdidas de la Triple Frontera para el último trago antes del primer contrabando.
En esta tierra de nadie, a medio camino entre el Infierno y el Paraíso, un grupo de condenados se enfrenta a lo que queda del día: el músico alcohólico que desgrana recuerdos en su saxo nostálgico; el intrépido periodista que denuncia a los corruptos esperando le paguen para dejar de hacerlo; el ex aduanero y caudillo en decadencia que añora la época dorada; el dirigente gremial sin techo y con camioneta 4x4, operador político del nuevo gobierno; el publicista argentino que vende parcelas virtuales de las Cataratas del Yguazú; la sacoleira brasileña que busca hacerse millonaria para mudarse a Europa; el mozo motoqueiro que trafica perfumes y electrónicos; la vendedora de galería que busca a su príncipe azul árabe y millonario; el mendigo prófugo refugiado en el territorio neutral entre dos países, la dueña del bar que cual Penélope fronteriza aguarda el regreso sin gloria de su amor perdido.
Todos anhelan pasar una noche más, sin sospechar que el Destino, en un sorpresivo vuelco, les reserva una inesperada revelación.


Acto 1

Empieza con el sonido de un saxo, romántico, melancólico, sensual, en la penumbra. (Podría ser la guarania ‘Alto Paraná’, de Herminio Giménez, en estilo jazz-fusión, o algún tema clásico internacional).
Mientras se sigue oyendo, la luz se enciende tenue y va creciendo hasta iluminar la escenografía que recrea un bar, a la noche, cerca del Puente de la Amistad, sencillo y popular, pero ambientado con elegancia. Hay mesas con sillas, una barra, taburetes. Al fondo la silueta nocturna del Puente y el río Paraná, como visto desde una ventana. Un cartel luminoso indica: “Bar El Sacoleiro”. Toda la luz tiene un tono azulado.
A un costado, Ángel toca el saxo con pasión, con melancolía. Por el momento no hay nadie más en todo el bar.
Al son de la música, desde el otro costado aparece una pierna desnuda de mujer (con zapato taco alto aguja o bota sexy) detrás de un biombo o una cortina. La pierna se mueve, baila, juega con la música, al estilo de los cabarets de New Orleáns. Detrás de la pierna se va revelando el cuerpo de una mujer: Reina, la dueña del local, con un vestido llamativo, aparece y sigue bailando, jugando, acercándose al saxofonista, provocándolo, acariciándolo con las manos, excitándolo. Después se mete detrás de la barra y empieza a ordenar las copas y los vasos, sin dejar de bailar, hasta que la interpretación de la música concluye con un vibrante final. Ella aplaude con entusiasmo.

Reina: -¡Bravo, maestro, bravo…! Cada día tocás mejor…

Ángel: -No tanto como tocás vos, Reina. Esa manito… cada vez que me roza… ¡me da todo pîrî…!

Reina: -No te confundas, Angelito. Era solo un show artístico, exclusivo para vos, antes de que lleguen los clientes…

Ángel: -¿Y por qué no, Reina…?

Reina: -¿Por qué no… qué?

Ángel: -¿Por qué no hacés este mismo show para el público? ¡Me imagino cómo se va a llenar de clientes el bar…!

Reina: -No, muñeco. Ni ahí luego… Esto no es un Nigth Club, ni un Cabaret. Es solamente un bar de mala muerte en la cabecera del Puente de la Amistad, al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, a medio camino entre el Paraíso y el Infierno. Una versión mau del Purgatorio, donde se congregan las almas perdidas de la Triple Frontera a compartir el último trago antes del primer contrabando. ¡Salud…!

Ángel: -¡Uf…! ¡Estás poética hoy, Reina…!

Reina: -¿Te parece…? A todo esto, ¿lo viste a Moralito…? Ese enano anda cada día más fresco. Van a llegar los primeros clientes y todavía no hay mozo. ¡Le voy a descontar de su sueldo…!

Ángel: -Para poder descontarle… primero tenés que pagarle, Reina.

Reina: -E’a… dos meses atrasados nomás le debo. Aparte, con todas esas transadas que él hace desde aquí con los sacoleiros y traficantes, no necesita luego el salario. Usa mi bar como base de operaciones para sus negociados. Por mí, todo bien… ¡siempre que sea discreto y cumpla sus obligaciones!

Ángel: -¿De qué estás hablando, Reinita…? Aparte de mí, que solo vengo a buscar un beso de mujer a cambio de una canción, los que vienen aquí no lo hacen por deleitarse con mis melodías, por apreciar tu escultural figura, por beber tu whisky falsificado, o por masticar tus papas fritas que parecen chicle. ¡Este es un lugar privilegiado y estratégico para controlar el movimiento fronterizo y hacer negocios! Se puede decir que el Sacoleiro’s Bar se ha vuelto un territorio neutral en medio de las guerras de la vida cotidiana, una especie del Rick’s Café de una Casablanca sudamericana… ¿Vos viste la película Casablanca, Reinita?

Reina: -¡Ay, sí… claro que he visto… no soy ningo tan tavy…! Y talvez yo me parezca algo a la Ingrid Bergman… pero vos estás muuuuy lejos de ser Humphrey Bogart, queridito.

Un fuerte ruido de motor los sobresalta. Ingresa una moto, manejada por Moralito, el mozo. Pequeño, frenético, hiperactivo, bien popular. Pantalón negro, camisa blanca, moñito rojo. Y la cabeza cubierta por un casco de motoqueiro. Un bolso pequeño en bandolera. En la grupa, una mujer voluminosa, vestida con calzas y remera de llamativos colores, y dos enormes bolsos a la espalda. Es Ana Creuza, la sacoleira brasileña. Moralito apaga el motor y se quita el casco, agitado, señalando hacia la calle…

Moralito: -¡Nde…! ¿Vieron pio eso…? ¡Amóntema…! ¡Parece que la prensa tenía nomás luego razón…!

Reina: -Moralito… ¿Cuántas veces te dije que no entres con tu moto al bar? ¿Qué te pasó esta vez? ¿Qué nueva excusa vas a inventar para justificar tu llegada tardía?

Moralito: -Allí, en la calle… ¿Voce viu…, ne, Maria Creuza? ¿Você viu...?

Maria Creuza: -¡Oh... eu vi, sim...! ¡Eu vi, sim señora...! ¡Eu vi…! ¿Mais… o qué foi que eu vi, Moralito...?

Luego de afirmar con seguridad, la sacoleira cambia de actitud y duda ante las miradas y los gestos desconfiados de Reina y Ángel.

Moralito: -¡Los árabes…! ¡Los árabes con barbas, con túnicas y con turbantes…!

Maria Creuza: -¿Os árabes…? ¿Eu vi…? ¡Ah, sim… eu vi… os árabes!

Moralito: -¡Si, si… les juro… allí estaban… paseándose tranquilamente por plena avenida Adrián Jara, comprando devedé mau de los mesiteros… como si nada!

Reina: -¡Moralitoooo….!

Moralito: -¡Seguro que eran de Al Qaeda…! ¡Había luego uno que era igualito a ese Osama Bin Laden, el que sale en la CNN!

Reina: -¡Moralitoooo…! ¡Basta…!

Ángel: -Moralito… En la Triple Frontera se halla una de las comunidades de inmigrantes islámicos más numerosas de Sudamérica. Por tanto, es normal que veas árabes con vestimentas típicas, ya que es la expresión de su cultura. Ahora… eso de que aquí hay presuntas bases terroristas o células de Al Qaeda, es algo que inventaron los yanquis para seguir controlando la región, pero es algo no lo cree ni tu abuela. ¡Nuestros queridos árabes están más interesados en vender mercaderías y ganar plata, que en cualquier otra cosa!

Reina: -¡Bueno… bueno… basta! Ya les dije: en este bar no se habla de violencia, sino de amor. Y vos, Moralito, limpiá las mesas, que en cualquier momento llegan los clientes.

Ángel: -Yo diría que ya llegaron, Reina. ¿O acaso esta hermosa garotiña no es la primera cliente de la noche? Senta aquí, meu beim. ¿Eu poso convidar voce con un tequila?

Con aire de seductor, Ángel se desvive por guiar a María Creuza hasta la barra. Ella se deja llevar, encantada, acomodando sus enormes bolsos en el piso. Se sientan en los taburetes. Del otro lado del mostrador, Reina la mira con gesto poco amigable.

María Creuza: -Na verdade, eu só bebo champán…

Ángel: -Entonces, que sea champán. ¿Chileno, mendocino, californiano…? No, mejor que sea francés. ¡Reinita…! ¡Una botella de Don Perignon para la garota de Ipanema, por favor…. a mi cuenta!

Reina: -Moralito, traé una botella de sidra Fresita. ¡Quitale nomás el rótulo, que ésta no va a distinguir la diferencia!

El mozo trae la botella y destapa el corcho con ceremonia, festejado por Ángel y María Creuza. Sirve dos copas. Ambos los hacen chocar y beben. Ángel empieza a cantarle:

Ángel: “Moooza do corpo dourado… do sol de Ipaneeeema… o seu balanzado é mais que um poeeeema… é a coisa mais linda que eu ya vi pasaaaar….”.

María Creuza: -¡Ay, que bonitiño tú cantas…! ¡Eu adoro esa música do Roberto Carlos…!

Ángel: -Je... En realidad es del gran Vinicius, meu amor. De Vinicius de Moráes y Tom Jobim. ¿Y que acha si despois de mi actuación, vamos a mia casa, a beber otra garrafa ainda mais gostosa?

María Creuza: -¡Ay, meu querido… eu gostaría muito… mais eu tein que cruzar o río esta noite con a miña mercadoría!

Ángel: -Pero a la noche no abre la Aduana, meu amor.

María Creuza: -¡Ja ja ja…! Vocé e muito simpático… ¡Aduana, ja ja ja…! ¡Muito simpático…! ¡Oh, Moralito…! ¿A qué horas vein o seu amigo, o canoeiro…?

Moralito: -¡Ssshhh…! ¡Fala baixo, mulher! El amigo Cañete va a estar para la una de la madrugada, con su canoa, en el puertito que está a cien metros hacia abajo del puente…

Ángel: -Pero… ¡es muy peligroso! ¡Cruzar el Paraná a la noche, en canoa…! Encima ese puertito está muy cerca de la Base de la Armada… ¡Si te pillan los marinos, te pueden disparar…!

Moralito: -No, no… tranquilo upéa, che duky. Yo ya arreglé con el marinero de guardia, que es luego mi socio. El promete y garantiza total seguridad y protección, como manda la Ley.

María Creuza: -¡Oh, que bom, Moralito…! ¡Você e un dociño...!

Ángel: -¿Pero qué Ley…? ¡Si es un contrabando!

Moralito: -¡Ssshh… cállate na, nde músico ka’ucho, me vas a arruinar el negocio hina…!

Angel: -¡Sorry, beibi! Por de pronto, vos ya arruinaste el mío… por culpa de tu bendito contrabando.

En ese momento se oye una voz potente, enojada, e ingresa al bar un estrafalario personaje: Jhonny Mendieta, el corresponsal fronterizo. Viste un chaleco de prensa, trae cámara fotográfica, filmadora, grabadora, bolso con laptop… todo recargado.

Mendieta: -¿Contrabando… contrabando? ¿Mo’o oimé la contrabando? ¡Hay que denunciar esa actividad ilícita con todas las letras del cuarto poder! ¡Ahora mismo voy a escribir un feroz artículo condenando la práctica de la ilegalidad que evade al fisco…! ¿A quién hay que acusar…?

Reina: -¡Muy bien…! Se va completando el club. Ya llegó Jhonny Mendieta, el intrépido periodista que se pasa denunciando a las autoridades, funcionarios y empresarios corruptos, pero solo para conseguir que alguno le pague para dejar de hacerlo. ¡Si supieran que ya no tenés ningún periódico en donde publicar, porque ya te echaron de todas las redacciones!

Mendieta: -No me hace falta, Reina. Estamos en la época de Internet y de la comunicación alternativa digital. ¿Quieren conocer la verdad sobre la mafia y la política en las tres fronteras? Ingresen a:
http://www.mondahapartida.com.py/, ¡Un periodismo valiente y sin pelos en la lengua!

Reina: -Sin pelo, sin lengua y sin nada te vas a quedar, uno de estos días, cuando algún capo se canse de ser chantajeado…

(Lo demás se verá en escena… más temprano que tarde).

martes, 11 de septiembre de 2007

ANGÉLICA

(Monólogo teatral de Andrés Colmán Gutiérrez - Escrito para la obra Casona: Siete Habitaciones -Última habitación: La Lujuria-, puesta en escena en El Estudio, en agosto y setiembre de 2007-. Interpretada por Jorge Torres Romero. Versión original).

En el centro un confesionario de Iglesia. Suena una música religiosa instrumental en un viejo órgano. El actor ingresa despacio. Su actitud es seria, reverente. Se santigua y se acerca al confesionario, se arrodilla.

-Hola, pa’i. ¿Está ahí…? Necesito hablar con usted. ¡Necesito hablar con alguien! Necesito contarle de Angélica… la que me tiene al borde de la locura y de la muerte. ¿Me escucha…?
No, Angélica no es mi novia. Tampoco es mi esposa, ni mi amante. ¡Angélica ni siquiera es un ser real, de carne y hueso!
Angélica es… ¿cómo decirle? ¿Sabe usted lo que es la ansiedad o la angustia, pa’i? ¿Esa sensación indefinible que aparece cuando menos te lo esperas, y te arranca lágrimas de sangre, te quiebra el corazón, te hace abandonar cualquier cosa importante, para arrastrarte a bailar a la orilla de un precipicio?
Si. Esa es Angélica, pa’i. Es el nombre que le doy a mi mejor o peor pesadilla. Ella es la que me tiene loco. ¡Y ya no puedo más…!
Míreme, pa’i: así como ve, yo soy lo que se llama “un hombre de éxito”. Buena familia, buena educación cristiana, buen matrimonio, buena posición social. Una esposa abnegada, dedicada, sumisa, como tiene que ser. Unos hijos ejemplares, disciplinados, que hacen todo lo que su papá les dice. Soy un tipo bien relacionado, tanto con la gente del gobierno como con la oposición. Y claro: voy a misa todos los domingos, religiosamente. Es decir: ¡Tengo todo lo necesario para ser un hombre feliz!
Pero… ¿quién aparece para desestabilizar mi vida? ¡Angélica…!
El otro día estaba en un asado, en la casa de mi amigo Julio. Y de pronto, casi de la nada, siento que algo me pica adentro. Miro en frente, al otro lado de la mesa, donde está sentada Claudia, la mujer de Julio… ¿y que veo? La veo a ella… ¡pero con la cara de Angélica! Desde ese momento, ya ninguna otra cosa tuvo importancia, pa´i. Ni el asado, ni la charla sobre fútbol, ni mi esposa y sus reclamos. Solo ella, con su mirada pícara, su sonrisa lujuriosa y sus rojos labios obscenos, provocándome. Solo ella, pasando sus dedos por el borde de la copa de vino, rozando mi pierna con sus pies descalzos bajo el mantel. Solo ella, levantándose luego de guiñarme el ojo, y yo siguiéndola como un idiota, atrapándola en el pasillo, apretándola contra la pared, estrujando sus labios con mis besos desesperados, con mis manos acariciando sus senos, subiendo por sus piernas bajo el vestido. Ella que se me entrega y se me escapa, y yo la persigo y la vuelvo a atrapar, una y otra vez, le quito el sujetador, le quito la bombacha… cuando de pronto escucho muy cerca la voz de mi esposa llamándome, y me paralizo, me cago de susto, y ella se mete en el baño y yo me quedo allí, como un boludo, con las ropas desarregladas…
¿Sabe usted lo que es la lujuria, pa’i? Claro, ¿cómo no lo va a saber? Es uno de los siete pecados capitales. Está en la Biblia. Por la lujuria, Adán y Eva fueron echados del paraíso y toda la raza humana fue condenada. Por la lujuria, dos ciudades enteras, Sodoma y Gomorra, fueron destruidas a sangre y fuego por la ira del Señor. El imperio más poderoso de la tierra, Roma, que supo resistir y vencer a los más feroces enemigos, sin embargo se derrumbó solito … ¿Por qué…? ¡Por la lujuria, pa’i! ¡Por la decadencia a la que le arrastraron los romanos con el apetito desordenado del goce sexual, con sus fiestas bacanales y sus interminables orgías…!
Sí… yo se que es pecado y tengo que resistirme, pa’i.
Pero Angélica no me deja vivir en paz.
Se me aparece apenas me levanto, con la cara de la empleada doméstica, que está agachada limpiando el piso con un shorcito apretado que resalta sus glúteos perfectos. Me saluda con el gesto de la deliciosa vecinita de abajo, que cuando salgo al trabajo me invita a que la ayude a hacer un trabajo práctico para el colegio, ahora, en el departamento, cuando no están sus padres. Me provoca con las desverguenza de la kioskera rubia de la esquina, que cuando me vende el diario me acaricia la mano y se relame los labios con la lengua. Me excita con la mirada lánguida de mi secretaria, que cada día llega con la pollera más cortita y el top más infartante, y me responde con voz de telefonista hot line.
¡No sé que hacer, pa’i! Angélica es una maldición… pero tampoco sé si quiero liberarme de ella. ¡No me malentienda! Desde que ella llegó, mi vida que antes era gris y aburrida, ahora es un infierno, pero también se volvió… como le digo… más interesante… eh… mas emocionante…. ¿Comprende? Ella es mi perdición, pero también es mi salvación. La lujuria, el sexo, la vulnerabilidad del eros… es lo que nos hace débiles en nuestra fortaleza… o fuertes en nuestra debilidad… no se.
¡De carne somos, mi querido pa’i!