domingo, 24 de noviembre de 2024

Han Kang: diseccionar la sociedad y el alma coreanas


Del concurso literario de primavera Seúl Shinmun, que se le otorgó en 1994, hasta el premio Nobel ahora: estos treinta años de andadura literaria llegan a la cumbre con el celebérrimo galardón para Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), que de autora de éxito entre la crítica especializada, y con un gran despliegue internacional, merced a las treinta lenguas en que sus obras han sido traducidas, alcanza la universalidad absoluta. El anterior hito en su trayectoria había sido más o menos reciente, la novela “La vegetariana”, que ganó en 2016 el Premio Booker Internacional. La acogida por esta novela fue extraordinaria, pues no en vano su planteamiento narrativo resultaba muy potente: Yeonghye, una esposa sumisa que contribuye a la buena marcha de un matrimonio estereotipado, da un giro a su vuelta definitivo cuando decide dejar de comer carne a raíz de unas inquietantes pesadillas que la han sorprendido en grado sumo.

Ya nada será igual en la cotidianidad de Yeonghye, que comete un acto prácticamente de rebeldía al decidir de modo unilateral que desde ese momento habrá en casa una dieta vegetariana. Con ello, descubrirá que, cual barco que ha de lanzar traste para llegar a la tierra ansiada más pronto y más plácidamente, ha de deshacerse de cosas superfluas y modificar su mirada ante la vida, que es en su caso sinónimo de querencia por el mundo vegetal. Así las cosas, la novela de Kang también podía interpretarse como un cuestionamiento de nuestros estándares de vida, de las convenciones sociales en torno al mundo doméstico o de pareja, o al que impone un sesgo eminentemente masculino, cuando no machista. Visto así, su narrativa guardaría un trasfondo sociopolítico.

En este sentido, conviene conocer su novela “Actos humanos, que también mereció reconocimientos como el Manhae Literary Award y el Korean Literature Novel Award. La autora echaba la vista atrás, hacia el pasado de su país, para traer a colación un momento infame en la historia de Corea: la masacre de Gwangju, esto es, el levantamiento popular, que ocurrió en 1980, en contra del dictador Chun Doo-hwan. De este modo, en la citada ciudad, el ejército sofocó una sublevación provocando miles de muertos. En el plano literario Kang llevaba al negro sobre blanco a siete personajes que padecían una presión acuciante por culpa de un ambiente opresivo, lleno de torturas, temores y toda clase de zozobras, en un contexto de desaparecidos y de supervivientes que arrastran un complejo de culpa por haber sorteado un destino fatal.

A Kang no le asustan los argumentos intensos y difíciles, sin duda, y conectan con el dolor humano, el físico pero también el de la memoria: “Algunos recuerdos nunca se curan. En lugar de atenuarse con el paso del tiempo, esos recuerdos se convierten en las únicas cosas que quedan atrás cuando todo lo demás se desgasta”. «¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza?», se pregunta una víctima, como destacó en su día, en un artículo de prensa, la crítica literaria Ángeles López. «¿Lo de la dignidad humana es un engaño y en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?», se respondía el personaje. Indudablemente, se nos aparecía en esta novela una visión de relativismo frente a la raza humana, que puede autodestruirse en matanzas inconcebibles que la alejan de todo sentir espiritual: “¿Cuánto tiempo permanecen las almas junto a sus cuerpos?”, se decía un personaje.

Intensidad narrativa y emocional

Intensidad narrativacrudeza de hieloincomodidad emocionalsensación de estar secándonos con toallas mojadas… todo ello provoca este relato sobre los límites de la crueldad y la perversión humana, pero contado la exquisitez de una bailarina que sabe hacer danzar sus palabras… aunque sean sangrientas.” Con estas palabras dejaba claro López que estamos ante una autora que quiere sorprender e inquietar al lector de continuo. Algo que consiguió en el siguiente libro que tuvimos al alcance en español, “Blanco”, compuesto de textos breves y reflexivos que empezaba con un listado de cosas blancas, como la nieve, el azúcar, la sal… Y es que aparte de estar ante una escritora que se enfrenta al momento presente, así como al pasado político coreano, nos encontramos frente a una suerte de poeta en prosa, capaz de relacionar un color con determinadas sensaciones, sentimientos o recuerdos. Y todo a partir de una muchacha que está de luto, pero curiosamente por una situación que no ha tenido lugar en realidad.

Mención aparte merece su novela “La clase de griego”, que apareció entre nosotros el año pasado, y que fue una nueva oportunidad para Kang de diseccionar la sociedad coreana y su violencia soterrada. El libro fue finalista del Booker International en 2018, por cierto; en este sentido, Kang es una autora privilegiada, pues también ha recibido el Premio Yi Sang, el Premio Artista Joven del Año, el 25.º Premio de Novela Coreana, el Premio de Literatura Hwang Sun-won y el Premio de Literatura Dong Ri. Un buen currículum de parabienes a la hora de presentarse frente a los alumnos a los que dio clases en el departamento de Escritura Creativa del Instituto de las Artes de Seúl, donde trabajó hasta 2018. En estas páginas, una mujer precisamente asistía a clases de griego antiguo pero sin tener ya la capacidad del habla; de esta manera, introducirse en una lengua muerta constituye una especie de cura. En paralelo, el profesor iba quedándose ciego, de tal modo que Kang presentaba dos tipos de soledad y desolación, a través de una prosa cuidada y de ritmo paciente y a la vez intenso, tan propio de la literatura asiática.

Tal vez el gusto por la palabra lo más exacta posible lo aprendió de su admirado Jorge Luis Borges (en el que pareció basarse la escritora para la invención de su maestro ciego), o de la literatura hispanoamericana en general (César Vallejo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Manuel Puig), que tanto le ha inspirado, según sus propias palabras. En todo caso, ha alcanzado una narrativa que destaca por una combinación de hermosura y dolor, y sobre todo, de incertidumbre humana, intrínseca y atemporal: “El mundo es una ilusión y la vida es un sueño -murmuré para mis adentros. Sin embargo, mana la sangre y brotan las lágrimas”, afirma la protagonista de “La clase de griego”, dedicada a expresarse mediante la vía más exquisita, la poesía, el primer género literario que cultivó la última premiada por la Academia Sueca.

Publicado en La Razón, 11-X-2024

sábado, 23 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Jordi Català

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jordi Català.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Elegiría una isla desierta que tuviera una buena biblioteca.

¿Prefiere los animales a la gente? Me gustan los animales, pero prefiero a algunas personas.

¿Es usted cruel? Para nada.

¿Tiene muchos amigos? Los de verdad, se cuentan con los dedos de una mano. Conocidos que aprecio, bastantes.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean ellos mismos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los amigos que siempre están ahí, nunca decepcionan. Los que lo hacen, suelen ser otra cosa.

¿Es usted una persona sincera? Mucho, sinceramente.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Viajando, tocando el piano, leyendo, viendo alguna serie… En ese orden.

¿Qué le da más miedo? El fracaso.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza el maltrato, de cualquier tipo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Pues me hubiera gustado trabajar en el mundo del cine, como actor o director. Por suerte, la literatura me ha permitido abrir una puerta al mundo de los guiones.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy al gimnasio de vez en cuando a hacer cardio y a nadar.

¿Sabe cocinar? Me gusta la cocina y preparar con esmero mis platos preferidos, pero de ahí a decir que sé cocinar hay un buen trecho.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Alonso Quijano, Don Quijote de la Mancha.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Mañana.

¿Y la más peligrosa? Ayer.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Solo en mis novelas, claro.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy bastante neutral, porque los extremos me dan mucha pereza.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me gustaría ser algún tipo de ente alienígena que le diera sentido al hecho de que vivimos en una esfera que orbita una pequeña estrella, no demasiado importante, de una galaxia peculiar de un vasto universo.

¿Cuáles son sus vicios principales? A veces me fumo algún cigarro, especialmente cuando estoy rodeado de amigos.

¿Y sus virtudes? Me gusta ayudar a la gente. Es algo innato en mí.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sin duda vería a mi mujer y mi hija. Me despediría de ellas de la única forma que sé: con mucho amor.

T. M.

viernes, 22 de noviembre de 2024

En un manicomio de lunáticas


Joyce Carol Oates se ha mantenido en la cresta de la ola desde 1964 con una una capacidad de trabajo impresionante. En algunas de sus obras, es fácil reprocharle un sentimentalismo banal en torno a la rememoración romántica, como “A media luz” (2008), pero en el otro extremo, la autora neoyorquina ha logrado textos excelsos como «Carthage» (2014), cuyo cebo era la desaparición de una joven. Pero, de repente, en su incansable tarea, venía otra obra menor, como la novela corta “Rey de Picas: una novela de suspense” (2016), en la que un escritor de éxito era perseguido, injustamente, por acusaciones de plagio.

A esta le siguió otra enorme como «Un libro de mártires americanos», en que volvía a la línea de “Carthage”, que tan maravillosamente bien reflejó los Estados Unidos actuales. Así, se adentraba con mano maestra en la psicología de un desequilibrado que confundía sus ideas en contra del aborto con la pulsión asesina mientras oía mensajes divinos. Ahora, pone otro peldaño de calidad a su carrera narrando una historia desoladora y que parte de la vida de tres médicos reales. La presenta, con tono crítico, Jonathan, el hijo del doctor Silas Aloysius Weir, que en vida había sido director de un manicomio de «lunáticas» y era considerado el «padre de la ginopsiquiatría» (la psiquiatría especializada en la mujer).

De este modo, el texto se presenta como una biografía del padre –se recurre asimismo a sus propias memorias–, de sus hallazgos científicos y controversias dado su grado de experimentalismo en los cráneos humanos, por ejemplo. El protagonismo, con todo, recae en una de sus pacientes, una sirvienta albina llamada Brigit Agnes Kinealy. El relato transcurre a partir de 1835, con un joven y atractivo Silas que va ganando notoriedad en la comunidad científica hasta que la «espeluznante belleza angelical» de la muchacha le lleva a usarla para sus investigaciones. De este modo, el texto es una suerte de entretenida novela histórica con tintes góticos, en un ambiente de «criaturas espantosas» y «locas» donde ocurre un terrible incendio que lo cambia todo y en la que, también, tiene cita el enamoramiento.

Publicado en La Razón, 5-X-2024

jueves, 21 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Benjamín Escalonilla

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Benjamín Escalonilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una habitación sin puertas ni ventanas -para que fuese más sencillo- con conexión a internet ubicada en cualquier parte.

¿Prefiere los animales a la gente? Todos somos animales. Mis animales preferidos son variopintos, algunos vuelan, otros son contrabajistas, y la mayoría de ellos te mira directamente a los ojos sin que resulte amenazante.

¿Es usted cruel? De las razones por las que más disfruto la escritura es por la voz de los personajes, sus reflexiones y su sentir; solo a través de la empatía encuentro esas voces y desde la empatía la crueldad no es posible.

¿Tiene muchos amigos? Como todas las personas, solo puedo tener un limitado número de amigos íntimos por cuestiones relacionadas con el tiempo. Así que como todos, tengo menos de diez.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Busco ese cóctel de cualidades -no es siempre el mismo-, que produce una resonancia entre él o ella, y yo. Busco que me miren a los ojos sin amenaza. Busco una conversación.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Procuro no medir a mis amigos en términos de acierto o decepción.

¿Es usted una persona sincera? Tengo que serlo, porque solo desde la sinceridad puedo encontrar esa conversación y esa mirada.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, conversando, manteniendo sexo, escuchando conciertos.

¿Qué le da más miedo? Perder la ilusión. Porque cuando la he perdido me he encontrado en un yermo de fuerzas gravitacionales temibles.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El dogmatismo. Creer sin pensar.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Leer, conversar, mantener relaciones sexuales, escuchar conciertos.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Gimnasia. Bailo.

¿Sabe cocinar? Sí. Casi siempre como lo que me cocino. Preparo una arrabiata que disfruto enormemente.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Julio Cortázar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Ilusión.

¿Y la más peligrosa? Extremismo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierda (populismos aparte).

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un mono o un gato. Un gatomono.

¿Cuáles son sus vicios principales? Irme de copas con amistades.

¿Y sus virtudes? Dar buena conversación a mis amistades.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Las de unas branquias. Las de mi pareja y mis hijos.

T. M.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La pandemia de la soledad

Jean Braudillard, en su texto «New York», dijo: «Aquí el número de gente que piensa sola, que canta sola, que come y habla sola por las calles es vaporoso. Sin embargo, no se aúnan. Por el contrario, se sustraen los unos a los otros y su parecido es dudoso. Pero hay cierta soledad que no se parece a ninguna. La del hombre que prepara públicamente su almuerzo sobre un muro, sobre la capota de un coche o a lo largo de una verja, solo. Esto se ve aquí por todas partes, es la escena más triste del mundo, más que la miseria. Más triste todavía que el mendigo es el que come a solas en público».

Pues bien, de todo eso Vivek H. Murthy tuvo hace unos pocos años una opinión muy fundada, producto de su trabajo sanitario, tanto en hospitales como en cargos de carácter institucional, que reflejó en «Juntos. El poder de la conexión humana» (Crítica, 2021), donde presentó la idea de que el mundo parece más conectado que nunca, pero la soledad se extiende como una epidemia, preguntándose: ¿cuál es el efecto que tiene en nosotros y cómo podemos tratarla, incluso en la distancia? Murthy afirmaba que la soledad constituye un problema de salud pública y que no es casualidad que, en algunos países, los gobiernos la hayan incorporado a sus agendas de trabajo, dado que constituye el origen y agente colaborador de muchas de las epidemias generalizadas, desde el alcoholismo y la drogadicción hasta la violencia, la depresión o la ansiedad.

Pero la soledad no sólo afecta a la salud, sino también a cómo viven nuestros hijos el colegio, a nuestro rendimiento en el trabajo y al sentimiento de división que reina en nuestra sociedad, y que la pandemia del Covid-19 puso de relieve más que nunca. De hecho, este médico de Harvard ayudó a liderar la respuesta nacional para hacer frente a varios retos de salud como el virus del ébola y del zika. Así las cosas, viajando por Norteamérica para analizar cuestiones como la obesidad, las enfermedades relacionadas con el tabaco, la salud mental y la vacunación como instrumento preventivo, se dio cuenta de que aparecía, de forma recurrente, otro asunto.

Se trataba de la soledad, según sus palabras, «la sensación subjetiva de carecer de los contactos sociales que necesitamos». Es esa sensación de sentirse desamparado o abandonado, lo cual no es incompatible con estar rodeado por gente, incluso, claro está, conviviendo bajo un mismo techo. Todo lo cual afecta a la salud de forma contundente, pues hay artículos de investigación que concluyen que la soledad se asocia a un riesgo más elevado de enfermedades coronarias, hipertensión, ictus, demencia, depresión y ansiedad.

Estar solo en las ciudades

De esta soledad pandémica, pero a la vez tan intrínseca a la naturaleza humana, habla Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) en «Mapa de soledades» (a la venta este día 9 de octubre), y con un carácter marcadamente literario. De hecho, empieza su libro aludiendo al uruguayo Horacio Quiroga, que buscó aislarse en la selva, lo cual conecta con su propia experiencia en Buenos Aires, ciudad  la que acudió hace un par de años y donde conoció, afirma, «una nueva forma de soledad: la que solo puede florecer en los limbos, en las salas de espera, en los periodos de cuarentena. La soledad que se asienta en el tiempo conjetural de las promesas». Así, seguimos los pasos de Bárcena, que cumple su anhelo de conocer el lugar donde vivió Quiroga, al que biografía en estas páginas.

De este modo, autobiografía, viaje personal, vidas literarias y ensayo se mezclan en busca de entender una palabra que persiguió al autor de manera constante: «soledumbre», que en su primera acepción de diccionario, «se refiere a un paraje solitario o vacío de presencia humana. Por ejemplo, un desierto. Por ejemplo, la cumbre de una montaña. Un océano sin barcos». Y es que, ciertamente, los lugares amplios, también llenos de gentes, como las ciudades, son «un espacio de anonimato. Bárcena reflexiona sobre ello a raíz de su experiencia en Madrid, Budapest, Roma o Ciudad de México, lo que le lleva inevitablemente a analizar tanto las soledades sufrientes como aquella soledad que, «cuando es elegida y no corre el riesgo de prolongarse en el tiempo, puede ser provechosa y hasta iluminadora».

El miedo a la invisibilidad del solitario, la soledad no como un accidente del individualismo, sino su consecuencia, la soledad de los abuelos, la vida de Pedro Serrano, que naufragó en 1526 e inspiró el personaje de Robinson Crusoe –que, por cierto, Daniel Defoe apenas hace que piense en su soledad–, la existencia en un monasterio o en ciertos ámbitos dentro de la cultura japonesa… De una gran cantidad de asuntos derivados del estar solo habla Bárcena: de la soledad más cotidiana como es la del hogar –«Si tantas amas de casa se han sentido y se sienten solas no es tanto por la naturaleza de su trabajo como por las condiciones de invisibilidad en que ese trabajo ha tendido a realizare»– o la soledad de la maternidad. En este sentido, el presente ensayo presenta vidas femeninas de modo particular, ya sea Virginia Woolf o Emily Dickinson.

Soledad, blanca soledad

Asimismo, el autor se hace eco de cómo, a lo largo de los últimos años, lo que da en llamar el problema de la soledad no elegida se ha convertido en un tema de intensa reflexión, de ahí que «Mapa de soledades» esté poblado de muchas referencias bibliográficas, tanto literarias como de otros campos del saber. Bárcena explora la soledad de las montañas y los mares, la de los insomnes, la de figuras históricas como María Antonieta, y llega a la conclusión de que «la soledad, como la nieve, paraliza y congela. El solitario corre el riesgo de petrificarse por completo, como teme Sylvia Plath en sus diarios: “Después de pasar demasiado tiempo sola, siempre tengo la impresión de haberme convertido en una gárgola y de que la gente se dará cuenta”». Por lo tanto, prosigue el narrador santanderino –en el capítulo «Casquetes polares»–, la soledad es «fría, blanca, silenciosa».

Todo ello puede, ciertamente, afectar profundamente al ser humano, pues se ha observado que las personas solas tienen una probabilidad mayor de dormir mal, sufrir disfunciones del sistema inmune y desarrollar conductas compulsivas y deterioros en la capacidad de juicio. Por ejemplo, el psiquiatra y psicólogo John Cacioppo, al que muchos se refieren como «el doctor Soledad», comparó la soledad con el hambre y la sed, identificándola como una señal de advertencia necesaria, con raíces bioquímicas y genéticas. Los maestros y muchos padres transmitían a Murthy una preocupación creciente por el aislamiento de los hijos, incluidos los que dedicaban mucho tiempo a las redes sociales y a las pantallas. A partir de estas observaciones, explicaba que se han identificado tres «dimensiones» de la soledad: la soledad íntima o emocional, que conlleva el deseo de contar con una persona muy cercana, con la que poder sincerarse; la soledad relacional o social, que es el anhelo de disponer de buenos amigos, de compañía y apoyo social; y la soledad colectiva, que es el ansia por tener una red o una comunidad de personas que compartan los mismos propósitos e intereses.

Publicado en La Razón, 5-X-2024

martes, 19 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Daniel V. Villamediana

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Daniel V. Villamediana.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi propia memoria, para poder habitar en mis recuerdos: lugares y personas a a las que he conocí, pero también conocimientos, sueños y libros leídos. Siempre me han fascinado los llamados palacios de la memoria, que podías recorrer mentalmente. Una patria virtual.

¿Prefiere los animales a la gente? Muchas veces sí, por su capacidad de saber estar en el presente y su ausencia de ego. El problema es cuando los hombres se parecen a los animales. Toman entonces lo peor de ellos. De hecho, estoy trabajando en una novela sobre un perro parlante en la España del siglo XVI que es más racional que los hombres.

¿Es usted cruel? No, más bien peco de ingenuo. Mi madre no me educó en el rencor, el odio, la venganza, o en tratar de imponerme a los demás.

¿Tiene muchos amigos? No los suficientes, pero los que tengo, creo que son de por vida. Siempre he sido de tener un mejor amigo, desde que era niño, un compañero de aventuras, aunque ahora solo sean literarias o cinematográficas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La generosidad, la honestidad y la inteligencia.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Ha sucedido pocas veces. No pido demasiado de ellos, solo que estén.

¿Es usted una persona sincera? Generalmente sí, pero al igual que el personaje de mi libro Las siete vidas de Max von Spiegel, siempre he tenido un alma de pícaro, de quien dice e inventa cosas para salir airoso de una situación extrema. Es lo que tiene haber sido mal estudiante.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con mi familia, y también escribiendo. O viajar, para hacer todo al mismo tiempo.

¿Qué le da más miedo? Mi propia imaginación.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La maldad, la violencia, hacer daño al otro sin motivo o causa. También la ignorancia, sobre todo cuando es considerada una virtud.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría sido artesano, ebanista, o probablemente restaurador de muebles; quizá hubiera trabajado en un anticuario.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Lo intento. Siempre he practicado distintas artes marciales. De uno u otro modo, siempre vuelvo a ellas. Golpear en el aire para conocerte mejor a ti mismo.

¿Sabe cocinar? Cocino como una madre de las de antes. Me gusta mucho cocinar en casa.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Si pienso en la vida real, mi abuelo Cuco, que cantaba como ningún otro y se parecía a Samuel Beckett. Si pienso en la ficción, el capitán Ahab, de Moby Dick, por su búsqueda absurda de lo imposible, la ballena blanca.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Tú.

¿Y la más peligrosa? Yo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, pero dar alguna paliza, muchas veces.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Un anarquismo pacífico e ilustrado.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Mejor.

¿Cuáles son sus vicios principales? Perezoso, un poco irresponsable, ensimismado…

¿Y sus virtudes? Supongo que soy una persona tranquila, familiar, imaginativa y fiable.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Vería a mi mujer y mis dos hijos, no tengo duda. Y luego algo completamente absurdo, ridículo, para atormentarme después en el más allá, preguntándome: ¿por qué demonios pensé en aquello?

T. M.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Una magdalena paranormal

Nadie como Marcel Proust ha indagado en lo significan para nosotros los recuerdos, y además con largas frases, llenas de frases subordinadas –que él, asmático, no podría ni pronunciar sin agotarse–, sin apenas puntos y apartes. Imposible calibrar la influencia que toda su obra tuvo ya en su tiempo, el de la literatura simbolista que buscaba, a través de maneras indirectas –muy en la línea del filósofo Bergson (el tiempo es un fluir constante en el que pasado y presente se solapan) y en las profundidades de la psique freudiana–, una manera sugerente, sensitiva, introspectiva de narrar, la que llevarían a cabo artistas como Virginia Woolf o James Joyce.

Sin embargo, Proust comenzó su obra con dudas, pues no sabía a dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo narrativo. En 1908 había ya escrito la semilla, un texto abandonado en el que ya surgía la tostada mojada en el té que le lleva, como en sueños, al tiempo de su niñez y que se convertiría en la celebérrima magdalena a partir de esta memoria involuntaria. Pero, hoy, ¿quién lee los siete volúmenes de “À la recherche du temps perdu” (“En busca del tiempo perdido”, 1913-1923)? Pues a tenor de las novedades que surgieron por los cien años de su muerte, el año 2022, se diría que al menos el escritor disfruta de máxima atención.

De hecho, se suceden los libros sobre su obra y vida, pero este que traemos a colación ahora, “El escritor y las ciencias psíquicas”, de Bertrand Méheust (1947), un estudio de la historia de la ufología y de las ciencias psíquicas, es de los más llamativos que se han editado con respecto al narrador francés. Lo paranormal, los poderes de la mente y la percepción son su campo de trabajo, que aplicó a Proust, al que algunos de sus contemporáneos llamaron un «médium despierto», tal fue su capacidad de percepción e intuición. Méheust ve a Proust como alguien que, al ahondar en la psique, lo memorioso, las profundidades de la mente, llevó a cabo una suerte de, cual vidente que se comunica con el universo, “operación mágica” que le permitía “redescubrir las impresiones sensoriales sepultadas en toda su sutileza, o penetrar en los recovecos secretos de la psicología de sus personajes”.

Médiums y brujería

El sueño y el soñar, el transcurrir del tiempo y otros muchos asuntos misteriosos acuden a una obra que recibió un homenaje póstumo, a inicios de 1923, por medio de una serie de autores que destacaron algunas de sus virtudes. Por ejemplo, su amigo Henri Bardac afirmó: ”Realmente poseía el don de la adivinación. (…) Tuve ocasión de admirar esta singular habilidad que hacía de Proust una especie de visionario. Este instinto mal definido le permitía distinguir tras las cortinas echadas el resplandor de una mañana «espaciosa, helada y pura»; transformar en lenguaje el rodar de un tranvía; difundir a través del sueño «una tristeza que presagiaba la nieve». Le hacía percibir el mundo exterior desde su cama”.

Este mismo autor habla de que Proust gozó de una “segunda vista, de brujería” y que demostraba constantemente “pruebas de una facultad adivinatoria que iba mucho más allá del sentido común”; por ejemplo: “Encerrado en su alcoba de enfermo, me dijo un día que fuera a cerrar la entrada de carruajes del edificio que le parecía que estaba entreabierta, ¡y era verdad!”. Además, Proust se codeó con algunas de las figuras del movimiento metapsíquico, en un tiempo en que estaban de moda los fenómenos mediúmnicos (recordemos lo aficionado que era otro autor como Arthur Conan Doyle, en Inglaterra, a las sesiones de espiritismo).

Méheust va analizando la obra proustiana bajo este prisma en paralelo a su vida, de tal forma que muestra cómo “cuando rememora sus recuerdos de infancia, Marcel alude explícitamente a la génesis de sus poderes psíquicos, pero lo hace bajo la cobertura del humor y de una forma tan sutil que nadie o casi nadie parece haberle entendido o tomado en serio. Sin embargo, se trata de un momento decisivo para la comprensión de su trayectoria”. Ocurre al principio de “Por la parte de Swann”, en que se habla de las «transvertebraciones» sobrenaturales de un caballo y el narrador adivina el color de un castillo, momento que daría una de las claves de la obra: “es el momento decisivo en que el joven mnemonauta descubre el poder de la videncia en su interior y lo confiesa discretamente a su lector. Lo experimenta, como un niño que no se sorprende por nada y toma las cosas como vienen”.

Así las cosas, tendríamos a un Proust equivalente a los sonámbulos o los médiums, en el sentido de que recibe información de fuentes improbables, prosigue el investigador, mediante deducciones a primera vista imposibles. Asimismo, Proust también utilizó a veces, para su obra, temas sacados de las sesiones espiritistas, y de esta forma en un pasaje alude a «un hombre verdaderamente mediúmnico», con respecto al destino de una joven sobre la que ha vaticinado que, efectivamente, será víctima de la crueldad de dos hombres, para lo cual Proust usa palabras como «sustancia gris» u «objetivación pítica», lo cual aludía a los experimentos realizados hacia 1920 con las médiums que producían ectoplasmas.

Publicado en La Razón, 2-X-2024

domingo, 17 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a José Federico Barcelona

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Federico Barcelona.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Posiblemente elegiría la Isla de Utopía, aquel viejo lugar descrito por Tomás Moro que tantos han tratado de alcanzar sin éxito.

¿Prefiere los animales a la gente? No puedo contestar con una afirmación absoluta. Hay gente a la que nunca preferiría frente a determinados animales, y animales que nunca desearía tener cerca de mí por más que estuviera rodeado de personas indeseables. Pero como la pregunta encierra varias capas, atendiendo a la más universal diría que prefiero a la gente.    

¿Es usted cruel? No, que yo sepa. Pero la crueldad, como la humanidad, la piedad, etc., son naturalezas que deben de ser juzgadas por los demás antes que por uno mismo.

¿Tiene muchos amigos? Sí... en distintos estratos o niveles de amistad. El nivel de amistad más cercano a mí no lo habitan más de 5 0 6 personas (incluida aquella con la que convivo).

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Son parcialmente diferentes, lógicamente, según los vínculos que nos unen. Pero haya una idea general de amistad que está elaborada con materiales (ideas, sentimientos, emociones, empatías, comportamientos...) básicos de buena humanidad compartidos. No son difíciles de localizar en ejemplos de personas concretas, incluso en declaraciones universales que debieran guiarnos. Me dan igual sus gustos y capacidades deportivas, musicales, literarias, etc.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Ha habido algún caso, muy pocos. Pero la decepción es una emoción inteligente que ha sabido esfumarse con discreción y sin dejar profundas huellas.

¿Es usted una persona sincera? Trato de serlo siempre, procurando que mis palabras ayuden y no provoquen un mal mayor en las personas que las reciben. La sinceridad que cierra los ojos de forma incondicional e inmisericorde a los efectos dañinos que puede ocasionar, es más prepotencia y crueldad que veracidad y franqueza. Hay que saber decir para ayudar, salvo en casos muy excepcionales donde todo está permitido.    

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Liberándome de las ataduras del tiempo de cualquier manera.

¿Qué le da más miedo? La dominación por el uso del miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? ¿Quizá se refiere a lo que está sucediendo en Oriente Próximo y lo que quienes tienen poder para evitarlo están permitiendo que suceda?

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Intentarlo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Escaso. Andar.

¿Sabe cocinar? Igualmente escaso.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi madre de 91 años. Es inolvidable, tal vez no para el mundo, pero sí para unas cuantas personas del mundo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Esperanza, por supuesto. Y curiosamente es la palabra que nace de las situaciones imposibles, las más terribles y lamentables. Siempre.

¿Y la más peligrosa? Sígueme, yo te llevaré/guiaré al paraíso.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, muchas veces. Pero siempre en la ficción, ese lugar perfecto donde está permitido.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierdas y democráticas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Viajero.

¿Cuáles son sus vicios principales? El exagerado estoicismo.

¿Y sus virtudes? El moderado estoicismo y una sentimentalidad racional.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Imposible. Sólo el enunciado de la pregunta me produce una profunda angustia que me deja en negro.

T. M.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Un artículo viajero sobre el hotel Kimpton

             

Hace un par de días aparecía este artículo mío, en la sección de Viajes del periódico La Razón, titulado "Ser un vividor en el hotel Kimpton de Barcelona", donde hablo de este fabuloso establecimiento en el centro de la Ciudad Condal, y de su restaurante, igualmente magnífico, llamado Fauna.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Leonardo Cervera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Leonardo Cervera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Los lugares de mi infancia.

¿Prefiere los animales a la gente? Qué va, aunque tampoco hay tanta diferencia entre los humanos y algunos animales.

¿Es usted cruel? Creo que no, ni particularmente vengativo tampoco.

¿Tiene muchos amigos? No, en cualquier caso la ciencia demuestra que eso es imposible.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Bondad, afinidad e inteligencia.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, porque ya estoy curado de espanto.

¿Es usted una persona sincera? Trato de serlo, aunque ya se sabe que decir siempre la verdad no lleva a ninguna parte.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Aprendiendo, escribiendo y jugando a videojuegos de simulación y estrategia.

¿Qué le da más miedo? La maldad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandalizan muchas cosas porque he sido educado como un católico y en un mundo en el que los valores tenían más peso que hoy en día. En estos momentos lo que más me escandaliza es la mentira de los políticos y la polarización de la sociedad.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Enseñar.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Un poco de gimnasia pero no tanto como debiera.

¿Sabe cocinar? No y me avergüenzo de ello.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Roberto Perrone, el ángel de la guardia de Primo Levi en Auschwitz.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Humanidad.

¿Y la más peligrosa? Muerte.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Mis valores cristianos y mi miedo a la cárcel se interponen firmemente contra cualquier pensamiento asesino.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Centro derecha o centro izquierda, va cambiando, pero siempre centro, democristiano o socialdemócrata.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Médico de familia o en otra época, sacerdote de pueblo, me gusta el servicio a los demás.

¿Cuáles son sus vicios principales? El orgullo, supongo, y la mala alimentación.

¿Y sus virtudes? Creo en la humanidad y la solidaridad como motores de cambio y lloro con las películas lacrimógenas.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La imagen de la Virgen, a la que he rezado desde niño para que ruegue por mí a la hora de mi muerte. Y la imagen de mis seres queridos.

T. M.