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viernes, 29 de junio de 2012

La buena obra de la noche

(Basado en hechos reales)

Sucedió hace años, en días de grana y oro. Un jueves de primavera, Sevilla

Un puñado de colegas de oficio y competidores en el trabajo, coincidimos en el mismo hotel en Sevilla. Jueves noche, la calma que anuncia la tempestad de un fin de semana de duro trabajo. Sin ninguna casualidad nos vamos encontrando en la cafetería del hotel. Un café, una Vichy y nada de alcohol. Somos veteranos de muchas guerras perdidas. Ya que estamos aquí -y comienza el ritual- podíamos salir a tomar unas tapitas y una copita. Se me acerca uno de los colegas, compañero en mil batallas, confidente de lo inconfesable, amigo de risas y lágrimas y me susurra que tiene una cita a las doce. Sin problemas, amigo, tomamos unas cañas y a volar. Le paso el parte a la peña: caballeros, no tenemos tiempo para mucho protocolo, de manera que propongo que vayamos a lo del pulpo, a lo del jamón y terminemos en el albero de los montaditos. Es por nuestro amigo Lobo Solitario, ha quedado.

Vítores y aplausos. Y como un solo hombre, nos pusimos a la faena. Pulpo por aquí, jamón por allá, otra vez jamón por acuallá, montaditos, papas aliñas, tortitas de camarones, cervezas, pescadito, un vinito, unas risas...y las doce. Oye, Javi, que me voy, mira qué hora es. Sí, ya veo, las doce, y qué, ¿acaso has quedado con un cliente? Mi amigo no entiende de preguntas retoricas y me responde al punto: bueno, ya sabes que no, sabes que he quedado con una muchacha de Los Remedios, y oye, ya que se ha acercado hasta el centro... Cucha picha -la manzanilla me proporciona un don de lenguas envidiable- no conozco a ninguna muchacha de los Remedios que sea puntual. Apuesto un gintonic a que no llega antes de la una. Me mira, me pregunta: ¿conoces a alguna muchacha de los Remedios? Lo tomé como una pregunta retorica y cambie de tercio: vale tío, desaparece sin hacer ruido, yo me encargo de lo tuyo y ya echamos cuentas. Nos pasábamos media vida echando cuentas. Todos, en silencio, clavan la mirada en la nuca de Lobo, hasta que desaparece. Entonces, alborotados, levantan los brazos y piden la cuenta. Rápido, por favor. Pagamos y salimos. Paramos en seco: ¿alguien sabe adónde ha ido Lobo Solitario? Me miran y les informo que al Sinsinaty Club, creo. Añado que no sé dónde está, pero es inútil proteger a mi amigo, ya vuelve uno de los colegas de interrogar al camarero. Está aquí al lado, chicos -nos informa-, es una sala de fiestas para mayores de treinta, por eso no la conocíamos. Nadie le rió la gracia, es un tío con muy mala sombra.

El Sinsinaty Club es un local amplio, con dos barras, una frente a otra y una pista de baile en el centro. Mesas bajas, taburetes acolchados en la barra, lamparitas cursis en las mesas, camareros cachas con chaleco negro y camisa blanca para las mesas y camareras treintañeras con camisa blanca y chaleco negro para la barra. Cuando entramos sonaba una canción que nos pareció toda una declaración de principios: 
Búscate a un hombre que te quiera,
 que te tenga llenita la nevera

Nos miramos, nos encogimos de hombros y  pedimos unas copas a la camarera de chaleco negro y camisa blanca. Mientras esperábamos, inspeccionamos cada rincón de la sala en busca de nuestro colega y de la muchacha de los Remedios. No los vimos. Detuve a un camarero cachas y le pregunté: usted disculpe, caballero, ¿no habrá visto a un muchacho que no es de aquí con una muchacha de los Remedios? Entienda usted, señor -contesta-, que la discreción en este trabajo es más importante que una buena propina. Alguien sacó 20 € y se los dio al camarero: ¿Ve usted la cortina de aquí al lado? pues no puedo decir más. Y se marchó con los veinte euros. Las siete u ocho cabezas que eramos, una por colega, se asomaron a través de la pesada cortina de terciopelo rojo. ¡Allí estaban!, nuestro colega y la muchacha Cara de Ángel, como la llamaba nuestro amigo. 

Volvimos a la barra y nos miramos. La música habia cambiado.



¿Lo dice alguien o lo digo yo? Otra pregunta retórica, claro. Hablé: seamos prácticos. Sabemos que Lobo Solitario es un pedazo de pan que ya no puede seguir soltero, de manera que si no le echamos una mano se le va a escapar la muchacha cara de ángel y nos va a dar la coña durante meses ¡Chicos, hay que darle un empujón! Y se me ocurre algo. Fue al ver a un antoñito, así llamábamos a los chinos que venden flores es los Sinsinatys Clubs de Sevilla; en Córdoba son rafaelillos y en Málaga, manolillos. Le hice una señal: Antoñito, ven pa´cá; a ver, cuánto. Tles eulos una flol. ¡Joder, cómo se ha puesto Sevilla! Pero a ver hombre de dios, ¿nos ves cara de trabajar en la diputación o qué? Además -y modulé una voz cautivadora que reservo para las negociaciones más difíciles-, no hablo de una flor, quiero la plantación. Te doy 30 euros por todas las rosas. Después de un duro toma y daca, lo conseguí por cuarenta euros. Mientra que yo negociaba con Antoñito, el Bienplantao, un sesentón con el billetero a reventar y aspecto de cuarentañero, trataba con la camarera: nunca hablo de dinero, señorita. Lo que quiero que haga es tikar el importe, pasar la VISA, traer la botella de champán con dos copas, llamar a un camarero y tener preparada la música que yo le indique. Por ese orden. Se giró y me miró: Javi, ¿antoñito está listo? En perfecto estado de revista y esperando ordenes, le contesto. 

Cambia la música.


 

Allá que van. Delante el chino con el ramo de rosas rojas, y a dos pasos el camarero cachas llevando una bandeja con la botella de champán y las dos copas. El chino, con una reverencia, le ofrece el ramo de rosas a la muchacha de los Remedios. Antes de que ella reaccione, deja paso al camarero que sirve con mucho protocolo y un pelín de sobreactuación -bandeja sostenida con una sola mano y servilleta blanca en el antebrazo, la otra mano en la espalda, gesto serio pero amable, ligera inclinación hacia delante, distancia justa, ...-, el champán empezando por la mujer. Tal como habíamos calculado, la muchacha se repone de la sorpresa cuando el camarero le está sirviendo la copa y pregunta la bobada esa de "¿y esto?" El camarero, que además de cachas era un pedazo de profesional, cumple con nuestras instrucciones y gira levemente la cabeza señalando a nuestro colega al tiempo que finge una sonrisa pícara.

Y hasta aquí, que me he alargado demasiado y esto de los post es de léeme en un plisplas. La historia continua. Otro día.


Hablando de Sevilla y de sus mujeres

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viernes, 13 de agosto de 2010

¡Ya vuela!

Buen día,

Pasadas las seis de la mañana, en la salida del aeropuerto, le mando un sms a un viejo amigo: "mi niña, que ya vuela ¡Vaya putada!". Pasadas las ocho de la mañana recibo su sms de respuesta: "Pues bien, sufre lo justo. Cuando quieras hablar, me silbas"

Si les digo que mi niña es muy niña para un viaje tan lejano y prolongado, me dirán que a los cuarenta me seguirá pareciendo muy niña. Y es que lo será.

Lo sé, es lo mejor para ella. Y lo aprovechará.

Buen fin de semana y disculpen este arranque de melancolía. Será la lluvia.

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