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sábado, 9 de junio de 2012

Siempre traían sombrilla


SIEMPRE traían sombrilla

y maletas y perchas y los coches

muy limpios.

Veraneantes puntuales como junio.

Entraban en la casa, abrían

los balcones,

sacudían las colchas

y enseguida se iban a tomar el vermú

con un aperitivo

-qué palabras más raras-

y a jugar al parchís, a la sombra,

debajo de la parra.

Los muchachos comían, ansiosos,

gran parte de los días

en mi casa,

preguntando por qué había tanta fruta

en nuestra mesa

y potas con comida,

si mi padre era un simple

conductor

del camión de la basura.

-Y a mí qué me importaba!-

A finales de agosto,

a mi madre le daban muchas veces

las gracias.

Un año me dejaron el pájaro

y la jaula.

El pueblo oscurecía muy temprano

y caía la lluvia.

Desprendía su humo la tristeza.

Calor. Tierra mojada.

Al alejarse, las bacas de los coches

apiladas de bultos y de magia.


Me quedaba el invierno.


© Aurelio González Ovies
Nada 

domingo, 3 de junio de 2012

Entonces la inocencia


                                                   Para Nori                                                  

Entonces yo metía la soledad en botes
y bajaba rodando por los prados en cuesta
y disecaba insectos en cajas de cerillas
y entendía la muerte como el final de un cuento
y esperaba la lluvia con las botas de goma
y me hacía feliz estrenar las libretas.

Entonces me escapaba muchas tardes de casa
y subía a los pinos y vendía las piñas
y nunca había visto de verdad girasoles
y me parecía lejos lo que estaba muy cerca.

Entonces me sabía entero el Catecismo,
pero no me gustaba tener que entrar a misa
y estrenaba por Pascua sandalias y bombachos
y estrenaba en Difuntos pantalones de felpa.

Entonces ya admiraba qué libres son los pájaros
y no quería ir siempre por los mismos caminos.

Entonces no me daban respingo las noticias
ni asco los gusanos ni miedo las culebras
ni angustia ningún peso.


© Aurelio González Ovies
Nada 

lunes, 28 de mayo de 2012

JUNIO


                                                                   Para Marta (Trucha)

JUNIO era azul y alto como los cielos de los sueños.
Chirriaban los grillos, los brezos crepitaban. Calor a media tarde...

Y mi madre decía: no quites la visera.

Recuerdo que Ramón y Quico, con sus ponchos
de jipis, tocaban la guitarra,
debajo de la higuera
cantando a Mocedades y a Agua Viva,
y mi hermana pegaba en los brazos y piernas
calcamonías de lunas y de Camilo Sesto.
Ser feliz día a día era un corto trayecto: rastrear
las camadas de las gatas paridas,
ser el mejor tirando con gomero...

Un verano pasaba más despacio
que ahora toda mi vida.

Y mi madre decía: diviértete y sé bueno.

Y yo amaba a mi madre por encima de todo,
por encima de dios, sobre todas las cosas
y quería abrocharle al cuello un arco iris
y ella me prometía comprarme una laguna
con juncos y libélulas y renacuajos grandes
para detrás de casa.
Yo soñaba con nidos y regatos. Y Marta,
mi reina en nuestro reino,
siempre estaba conmigo, tanto si era viviendo
como si era soñando.

Y mi madre decía: la mitad para ti y la mitad para Marta.

Recuerdo el eucalipto y un bullicio de pegas
y la mar a lo lejos y su luz poderosa
entre verdad y plata
y a Juana que pelaba patatas a la puerta
y escuchaba seriales en la radio.
Por esos días, un día, anunciaron la muerte de Cecilia y Nino Bravo.

Y mi madre decía: qué vida más ingrata.

Muchos años después, o nada o la nostalgia.

© Aurelio González Ovies
Nada 

sábado, 17 de septiembre de 2011

Nunca hice daño a nadie



NUNCA hice daño a nadie
-que yo sepa-;
ni me importó la vida
de los otros.
Si me pidieron algo abrí
los brazos.
Me equivoqué a menudo
y me equivoco.
Escuché. Puse llave
a dudas y secretos.
Deudas, alguna que otra,
la más grande conmigo.

No me conozco.

Muchas veces me dicen
que siempre estoy
rodeado
de gente..., sí,
y a veces
de tanta multitud
me encuentro más que

solo.

Fumo más de la cuenta
y entro y salgo,
saludo a muchas caras...
Amigos, lo que se llama
amigos,
tengo pocos.
Lloro cuando no puedo
resistir el dolor,
pero me suele hundir
cualquier mal trago
o un simple día de otoño.

Por lo demás ya veis:
a la vida le pido
lo mismo, al fin
y al cabo, que
vosotros:
que me deje vivir,
pero mientras yo pueda
hacerme cargo.
Por lo demás, ya saben:
lo que me gusta
ver
lo miro y a la cara.
A lo que no me va
cierro los ojos.



© Aurelio González Ovies
De "Nada"
Recita: Joaquín De la Buelga
Música: Larghetto. Tárrega
Realización video: MGE
Grabación voz.:Estudios La Nozal-Llanera (Asturias)
Producción: Juan Taboada
MMXI

martes, 12 de julio de 2011

Dos mil era una fecha


Dos mil era una fecha
soñolienta, lejana,
como cuando en los días
de verano,
majestuosas
se aprecian
al fondo
las montañas.

Los mayores decían
que jamás llegaría,
que acabaría el mundo,
que habría una guerra
grande,
que quedarían las máquinas.

Y yo me preguntaba
si en el dos mil habría estrellas
y jilgueros
y campos de naranjas.
¿Cuántos años tendría entonces
yo?
¿Cómo estaría mi madre?
¿Seguirían abriéndose
 los libros?
¿Sería verdad lo de no morir
nunca?
¿Sería posible lo de cambiar
España?

Hablo de aquellos años
soñolientos.
¿Cuánto tiempo pasó?
¿Dónde lo habré vivido?

Había en un lugar
-contaban-
una mujer de blanco
en una curva.
Era hermosa. Sin cara.

Mitad del dos mil uno. La vida
                                  sí que pasa.






(C) Aurelio González Ovies
Nada
Voz: María García Esperón
Música: Chris Spheeris
MMXI

jueves, 2 de diciembre de 2010

Junio


Para Marta (Trucha)

JUNIO era azul y alto como los cielos de los sueños.
Chirriaban los grillos, los brezos crepitaban. Calor a media tarde...

Y mi madre decía: no quites la visera.

Recuerdo que Ramón y Quico, con sus ponchos
de jipis, tocaban la guitarra,
debajo de la higuera
cantando a Mocedades y a Agua Viva,
y mi hermana pegaba en los brazos y piernas
calcamonías de lunas y de Camilo Sesto.
Ser feliz día a día era un corto trayecto: rastrear
las camadas de las gatas paridas,
ser el mejor tirando con gomero...

Un verano pasaba más despacio
que ahora toda mi vida.

Y mi madre decía: diviértete y sé bueno.

Y yo amaba a mi madre por encima de todo,
por encima de dios, sobre todas las cosas
y quería abrocharle al cuello un arco iris
y ella me prometía comprarme una laguna
con juncos y libélulas y renacuajos grandes
para detrás de casa.
Yo soñaba con nidos y regatos. Y Marta,
mi reina en nuestro reino,
siempre estaba conmigo, tanto si era viviendo
como si era soñando.

Y mi madre decía: la mitad para ti y la mitad para Marta.

Recuerdo el eucalipto y un bullicio de pegas
y la mar a lo lejos y su luz poderosa
entre verdad y plata
y a Juana que pelaba patatas a la puerta
y escuchaba seriales en la radio.
Por esos días, un día, anunciaron la muerte de Cecilia y Nino Bravo.

Y mi madre decía: qué vida más ingrata.

Muchos años después, o nada o la nostalgia.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Entre lirios



CASI siempre era en mayo. Cuando estaban aún
muy verdes las ciruelas
llegaba la estación de los gitanos.
Buscaban el abrigo y extendían sus trastos y sus lonas
donde sonaba el agua y asomaban los lirios.

Eran como el terreno, solitarios, nocturnos.

A ellos les gustaba buscar en la escombrera. Ellas
pedían patatas y gallinas.

La vida, desde allí, me olía como el humo.

Marcharon de repente. Fue un año de chubascos.
Dejaron zapatos y vasijas, vestidos y unas brasas.
La Estrella iba echada tosiendo en la carreta.
Pascasio, el burro gris, apenas se movía.

Y en un árbol atada, comida por las moscas,
quedó ladrando, hasta su fin, la Cáscara.