1.
Quiero hablar de mi experiencia haciendo un documental, aún en proceso, que se llamará Fotografías. Para no complicar las cosas, podría decir que trata de mi relación con la India, donde nació mi madre. Mi padre es argentino de origen italiano, algo muy común en la Argentina como ustedes saben. Pero hindúes en nuestro país casi no hay. Por eso, en mi novela familiar, mi madre siempre fue “la única hindú de la Argentina” (eso hasta que encontré al “otro” hindú de la Argentina: pero tampoco les quiero anticipar toda la historia). En la película, esa relación se cuenta en primera persona, a partir de una serie de fotografías que evocan la vida de mi madre. También se cuenta a través de recuerdos e imágenes relacionadas con la India y con una identidad hindú que nunca quise –o nunca pude- asumir como propia. En parte porque mi madre no quiso –o no pudo- trasmitirme nada de su cultura, en parte por alguna experiencia traumática de mi infancia, pasada en Londres, donde descubrí que ser identificado como hindú era pertenecer a una categoría indeseable. Toda esta problemática cobra inmediatez, en el documental, a partir de un viaje a la India: mi primer viaje a la India desde un único y lejano viaje anterior en la infancia.
2.
Ante la perspectiva del viaje a la India, me puse a leer testimonios de viajeros. Por ejemplo, el de mi colega cineasta Louis Malle, que realizó en 1970 una serie legendaria de nueve documentales sobre la India, L’Inde fantome. Se publicó recientemente en Francia un cuaderno de trabajo registrado durante aquella experiencia. Trascribo un apunte de Malle que yo mismo podría haber anotado: “19 de enero. El peligro de esta empresa está en perder el lado subjetivo, al trabajar con una realidad tan complicada, tan absorbente”. Hasta puedo llegar a entender la sensación que expresa una frase, excesivamente francesa, como “L’Inde, ça n’existe pas”. Pero lo que no puedo compartir –por más que quisiera- es la permanente sensación de ajenidad que se repite, en los cuadernos de trabajo y también en la voz en off de Malle, con la inapelable constancia de un leitmotiv. Cerca del final del viaje, Malle anota: “¿Cómo ser un indio? La gran pregunta –la extrañeza, la diferencia, el exotismo, el folklore— que vuelve una y otra vez. Esas miradas inquietantes, inexplicables, esa interrogación de ida y vuelta, nosotros que los filmamos sin entenderlos, ellos que nos miran filmarlos como si fuésemos marcianos. Dos mundos que se tocan sin penetrarse: eso es todo lo que hay, entre la cámara y el sujeto”. Aunque pueda compartir cierta sensación de exotismo, o incluso de ajenidad, yo –a diferencia de Louis Malle y de tantos viajeros europeos u occidentales— no puedo dejar de sentirme involucrado. Mi “lado occidental” puede identificarse con la perplejidad de los viajeros ante la “otredad” de la India, pero al mismo tiempo no puedo dejar de sentir que si esos viajeros se encontraran conmigo –con mi cara de hindú— yo también sería “el otro”. La sensación incómoda que me producen todos esos textos es esa: están hablando del “otro” pero están hablando de mí.
3.
Lo interesante del mecanismo autobiográfico es que, justamente, permite verse a uno mismo como otro: el que escribe narra la vida del que la vivió. Y en la autobiografía contemporánea, la identidad del autor ya no es un punto de partida, sino que en todo caso la autobiografía se convierte en una experiencia que permite dibujar una identidad, uniendo los puntos. La identidad como algo contingente, necesariamente incompleto, que muta en forma permanente, en función de la experiencia, que la confronta con distintas posibilidades. La identidad como algo que sólo se puede contar de forma fragmentada. El relato autobiográfico que elabora Fotografías refleja la construcción de una identidad, que se apoya, alternativamente, primero en el recuerdo, después en referencias de la cultura y, finalmente, en el encuentro con la India, que resignifica todo lo anterior. Por eso mismo se podría decir que, finalmente, Fotografías habla menos de una realidad registrada en la India que de su propio proceso de construcción. En el contexto de la película, los hechos y encuentros registrados en la India tienen que servir para contar lo que me pasó (a mí, documentalista documentado) en esa experiencia de construcción de una identidad. Ese es el cuento, no otro.
¿Y a quién le importa esa identidad o lo que me pase o me deje de pasar a mí? Respuesta: únicamente, al espectador. Hay como un reproche que a veces se nos hace a los autores de documentales personales o autobiográficos, como si fuéramos egoístas o enfermos de narcisismo agudo. (Seguramente hay narcisimo. ¿Cómo no va a haber? Pero nadie habla de falta de autoestima o de negación de la intimidad cuando se hace un documental de los llamados “objetivos” o “sociales”). En realidad yo creo que es casi al revés. Poner en juego materia prima autobiográfica, exponer intimidades de la propia experiencia, abrir las puertas de la familia, todo eso, en última instancia, es una especie de ofrenda pública, casi un sacrificio ritual. Todo documental autobiográfico (¿toda obra autobiográfica?) es un curioso acto de responsabilidad. Me hago responsable de esta historia. Respondo con mi vida. Respondo por mis ideas sobre el cine y el arte (y la vida) con mi propia vida. Pongo el cuerpo, sin mediaciones. También, por supuesto, confieso mis limitaciones. Y en este caso lo puedo atestiguar también como espectador, que he recogido la generosidad de tantos proyectos autobiográficos, tanto que me empujaron a encarar mi propio proyecto. Proust dice que el escritor que cuenta su vida ofrece al lector una especie de instrumento óptico que le permite ver aquello de su propia vida que, sin el libro, él no podría ver por sí mismo. El hecho de que el lector reconozca en sí mismo lo que dice el libro es la prueba de la verdad de éste. Es decir, Proust escribió una obra abiertamente autobiográfica, aunque se trate de una novela. Pero, ¿hace falta decir que no la escribió porque quería contar su vida, sino que contó su vida para iluminar en los lectores la vida de ellos?
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