La derrota más irrecuperable del antidopaje no tiene que ver con los laboratorios, ni con los traficantes, sino con el relato. Se trata de un fracaso narrativo. La última campeona olímpica española la contaron los periódicos este martes en los rincones más remotos de sus secciones de Deportes. Uno de los principales le dedicó una fotonoticia en la parte baja de una página. Una fotonoticia es lo que parece: la noticia es la foto, y no hay mucho más que contar, cuatro o cinco líneas. Pero en casos como el del martes, cuando la imagen de la que se dispone es antigua, ya vista y poco llamativa, la fotonoticia es una manera sencilla de cumplir un trámite, es decir, ocupar un espacio no demasiado pequeño, pero con algo que tampoco es como para ponerse a escribir.
Otro de los diarios le dedicó unas cuantas líneas más, que colocó al final de la sección, alrededor de un tipo de anuncio conocido como robapáginas. El nombre también dice mucho de lo que le queda a la página después de ser robada. Yo seguramente habría hecho algo parecido con esa historia. He ahí la gran derrota del antidopaje.
La última campeona olímpica española es Lidia Valentín, que en los Juegos de Londres de 2012 no subió al podio porque hubo tres mujeres que levantaron más peso. En varios momentos de aquel día se colocó en posición de llevarse una medalla. Al final muchos nos quedamos pensando que había estado a punto. Es posible que ella lo haya pensado unas cuantas veces más que nosotros. Se le escapó. Hasta que más de cuatro años después de la decepción, el COI descongeló muestras de las tres halteras que sí se fotografiaron en aquel podio y encontró restos de anabolizantes. No debieron haber subido al podio. No debieron haber sentido alegría. No debieron haber provocado frustración en otras.
El COI les ha pedido que devuelvan las medallas y en algún momento Lidia Valentín recibirá una de oro, quizá entre los paquetes navideños de Amazon.
Se dirá que han ganado los buenos. Y se dirá con razón. Sin embargo, esos buenos no terminan de conseguir dar la impresión de estar ganando desde sus fotonoticias y sus robapáginas. No del mismo modo que Joel González, por ejemplo, que regresó de Londres con su oro de taekwondo, después de decenas de fotos y reconstrucciones de su vida ordenadas para que todo confluyera en aquellas patadas y aquella gloria. Eso no lo repara el COI revisando los congeladores. Aún no lo repara nadie.
En 2006, Floyd Landis se llevó el Tour de Francia dejando a su paso un reguero de testosterona de una profusión sólo compatible con haberse caído de niño en la marmita. Aunque aquello no se vio enseguida. A Landis le dieron los ositos, lo subieron al podio de los Campos Elíseos, le hicieron las fotos y le tocaron el himno. Unos días días después, alguien resbaló sobre el rastro de testosterona y comenzó un proceso que terminó por retirarle el Tour para entregárselo a Óscar Pereiro. Landis recordará todavía los arrebatos que lo llevaron a la victoria. Incluso Pereiro lo recordará. Lo que no podrá relatar es el instante decisivo, el momento en que supo que Landis ya no podría alcanzarle. Porque no sucedió. Ese rato de plenitud es un rato fantasma, como un brazo que cosquillea después de amputado.
Meses después a Pereiro lo citaron en una oficina, donde se presentó con el traje de firmar la hipoteca. Le calzaron el maillot amarillo, lo subieron a un podio delante de un cuadro, y eso le libró de que acabara acercándosele alguien a pedirle una compulsa. El nuevo héroe era un centauro triste: mitad ciclista, mitad pasante de abogado. La escena era como de sucursal bancaria minutos antes de las tres de la tarde. Carlos Sastre, que había pasado del cuarto al tercer puesto con la reparación, ni siquiera se presentó a subirse al podio. Ahí estaba la victoria de los buenos. Una alegría semi clandestina. Prudhomme, el director del Tour, pareció aliviado: “Ha sido muy largo para todos, pero ha llegado el final de la película”.
Después de publicar 'Patria' al final de este verano, Fernando Aramburu contó en casi todas las entrevistas que la había escrito, entre otras razones, porque aún ve pendiente una derrota literaria de ETA: “Hay derrotas pendientes; por ejemplo, la que tal vez sea la más importante, la del relato”, le dijo a Iker Seisdedos en Babelia. Y también: “De qué sirve hablar de la derrota de ETA si luego predomina un relato que glorifica a la organización”.
El relato de los laboratorios del COI, o de la AMA, no provoca efecto alguno en lo que se vio suceder: Landis resucitado, tres mujeres forzudas en Londres. La distancia que aún lo separa de la victoria es similar a la que hay entre la fotografía de Lance Armstrong tumbado en un sofá contemplando siete maillots amarillos colgados en la pared (después de que le retiraran los Tours por dopaje), y esa imagen de Pereiro, no se sabe si a medio vestir o a medio desvestir.
Con el oro olímpico de Lidia Valentín han ganado los buenos. Seguro. Pero de momento los buenos son sobre todo unos tipos con bata de un laboratorio de Colonia que han resuelto un enigma. Esta vez el acertijo consistía en encontrar un rastro invisible, pero también podría haber sido convencer a una rata de que atravesara un laberinto. Otra tarde quizá lo sea.
Salvo en el anaquel de los anuarios estadísticos, la exitosa lucha antidopaje no deja de fracasar. No tiene (no se lo hemos encontrado) más relato que una medalla que entrega un mensajero. Y se desvanece apoyado sobre un robapáginas.