Una mayoría de nosotros vivimos con una crónica falta de tiempo. La ocupación de todas las horas del día deja poco margen a los espacios que requieren de pausa. Una estructura estresante que, en muchas ocasiones, se traslada a los horarios de los más pequeños pero que, sobre todo, limita el tiempo que la crianza necesita.
Algunos padres acaban haciendo cosas que sus hijos pueden hacer solos a fin de ganar tiempo –o, como mínimo, no “perderlo” más–. Y aquello que corresponde hacer a los hijos, desde ponerse un zapato hasta gestionar un conflicto, lo solucionan y hacen los adultos previendo que lo más probable es que los niños lo hagan mal.
Falta de tiempo para cometer errores
En ocasiones se habla de la sobreprotección a los niños, de evitarles las dificultades y ahorrarles pasar por momentos de frustración. Sabemos que este estilo parenteral, fruto a menudo de un excesivo control y muchos miedos, conduce al crecimiento de niños y jóvenes inseguros y con poca autoestima.
Pero conviene reflexionar también si la inseguridad o la poca autoestima pueden ser fruto de la inmadurez y la dificultad para lograr ser autónomos. Si no son en realidad el resultado de una educación en la que no hemos dado tiempo y oportunidades para aprender. Aunque sea cometiendo errores, claro.
El ritmo de vida acelerado, el estrés, la sobrecarga de responsabilidades, el exceso de actividades y otros aspectos vinculados a la falta de tiempo comprometen la crianza. Pero evitar que los hijos se equivoquen y hagan las cosas mal no trae ningún beneficio: solo frena sus procesos de aprendizaje y su desarrollo.
Inseguridad e inmadurez
Las consecuencias de no dedicar tiempo suficiente al crecimiento y desarrollo de la infancia son varias. La más evidente es la inmadurez que acompaña a muchos alumnos cuando inician la escolarización. No favorecer la autonomía es frenar su desarrollo.
En diferentes estudios se ha recogido esta inmadurez generacional materializada en diferentes ámbitos del desarrollo (lenguaje, social, emocional…). Y aunque las causas pueden ser distintas, una de las más comunes es no dar autonomía a los hijos. ¿Si les hacemos todo, cómo van a aprender a hacerlo ellos?
Por otro lado, se generan inseguridades, ya que los niños no perciben nunca que son capaces de hacer las cosas por sí mismos. Siempre tienen a alguien superando cualquier obstáculo en su lugar, evitando en edades más cercanas a la adolescencia la toma de decisiones propia.
Esta inseguridad e inmadurez que se perpetúan en el tiempo generan mucha dependencia en el presente y futuro de estos niños y niñas, y contribuyen a que construyan un autoconcepto pobre de sí mismos, pudiéndoles hacer más infelices en el futuro.
Ayudarles sin impedirles hacerlo por sí mismos
Podemos intentar tener presente que ayudar no significa hacer nada en lugar de otro. Ayudar es favorecer, acompañar, dar recursos, ofrecer estrategias… pero no que un adulto haga algo que un niño o joven puede hacer por sí mismo o con apoyo.
Algunos ejemplos prácticos serían:
Pactar con los maestros y maestras objetivos vinculados a la autonomía, por ejemplo enseñándoles a vestirse solos utilizando al principio ropa con elásticos y calzado con velcros, y dar estrategias para ponerse la chaqueta… No sólo es importante llegar puntuales al colegio, sino todo el proceso previo.
Dejar a los pequeños que acaben las palabras y las frases. Dar tiempo a que puedan pensar las palabras, dar tiempo a la construcción de frases. Poder tolerar los silencios que implican que los niños piensen qué decir y cómo hablar.
No prepararlo todo los adultos. Ajustarnos a la edad del niño o adolescente y dejar que prepare sus mochilas, la ropa que se pondrá el día siguiente, el postre que va a tomar, la muda para la clase extraescolar, etc.
Acompañarles en las tareas escolares, pero no hacerlas en su lugar. Darles un lugar para hacerlas, revisar las agendas, darles y compartir tiempo para que puedan hacer las tareas de forma autónoma.
Permitir que se equivoquen. Sólo cuando nos equivocamos aprendemos. Para ello hay que dar valor no sólo al resultado sino a todo el proceso para llegar a ése resultado. Dar importancia a todos los pasos que se necesitan para conseguir algo.
Estar al lado de las decisiones que toman como adolescentes. Sin temer como padres el error, aportar las estrategias y la seguridad de que no los abandonamos. No precipitarnos por la falta de tiempo y las prisas, dejar que puedan pensar.
Contestar las preguntas que hacen los niños; y también a las que hacen los jóvenes. Argumentar las respuestas, no dejarlo para después. La curiosidad es la ventana al aprendizaje, y no contestar las preguntas por falta de tiempo, o contestarlas de forma breve y rápida bloquea esta forma de aprender.
En definitiva, tomar conciencia de que no dar tiempo hoy puede hacer que tengamos que invertir mucho más tiempo en el futuro.
Sylvie Pérez Lima, Psicopedagoga. COPC 29739. Profesora y tutora de los Estudios de Psicología y Educación., UOC - Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.